Una matemática entrevista a una correctora de textos y, en ese encuentro, la correctora redescubre su profesión. Ver desde fuera (con ojos extrañados) lo que hace cada día es todo un plus.
Fue un placer quedar cara a cara con ella y explicarle a Maricela Fuentes, de la Universidad Veracruzana, en qué consiste este trabajo mío.
La correctora reflexiona sobre su oficio en esta entrevista. Por más que se explica, sabe que es imposible inocular en la sangre de otro toda esa complejidad. Share on XP.: ¿Qué es un estilo literario? Parece algo muy complejo o de gente muy entrenada en la cosa de escribir. ¿Es así? ¿Tener estilo literario es escribir como los dioses?
Ja, ja, ja. Es complejo en un sentido y no lo es en otro. Es complejo en el sentido de que uno no acuña lo que llamamos estilo sino al cabo de un tiempo de escritura. Por ejemplo, tú te expresas de un modo distinto a como lo hago yo, tanto cuando hablas como cuando escribes.
P.: Sí, pero no es lo mismo… Estilo literario es otra cosa, ¿no?
Cierto, no es lo mismo. Pero extrapólalo a los autores de textos literarios. Entre quienes no han escrito mucho, se advierten tendencias; en rigor, no hablaríamos de estilo. Empleamos la expresión para referirnos a autores con cierto recorrido, que ya han acuñado uno.
P.: Entonces…
Estilo literario es el modo en que un autor se expresa, las palabras que escoge, su orden en la frase, la densidad o la liviandad de los párrafos… Todo eso que es su seña de identidad.
En un texto con carencias o que no comunica ideas de forma eficaz, difícilmente se detecta un estilo. El estilo no va de retorcer el lenguaje ni de ponerse estupendos por emplear palabras raras. De hecho, tiene su peligro. Este es un error en el que incurren muchos autores noveles: utilizan palabras largas o términos con los que no están familiarizados, o sinónimos que no son tales y adjetivos que no dicen nada. Además, tienden a abusar de adverbios que terminan en –mente…
P.: Y tomando eso en cuenta, ¿qué tipos de estilo hay y qué características tiene cada uno?
Uf, hay muchísimos. Los hay densos, frívolos, serios, dramáticos, humorísticos, sarcásticos, inquietantes, floridos… Los hay también que añaden cierto lirismo, autores que batallan mucho con el lenguaje y que construyen tropos sorprendentes.
También los hay, secos, austeros, sin refinamiento alguno y, fíjate, aunque pudiera parecerte lo contrario, no lo necesitan. Bukowski es un ejemplo de este tipo de estilo. Se ciñe a lo imprescindible y sus textos quedan desnudos de cualquier veleidad literaria.
Si te fijas, cada escritor tiene algo que reconoces. Vuelves y dices «¡oh, sí!». Otros, en cambio, no te gustan. Que te guste no tiene tanto que ver con quien escribe, sino contigo, con tus propios gustos.

Maricela Fuentes, la matemática (a la derecha), y Marian Ruiz, la correctora (a la izquierda), en un momento de la conversación.
P.: ¿De veras hay tanta diferencia hay entre unos y otros?
La hay, ya lo creo que la hay. Por ejemplo, el estilo de Alessandro Baricco es dramático. Gusta de frases cortas y está atento al menudeo. El de Antonio Gala, en cambio, es florido, retórico, ingenioso. Nada que ver uno y otro.
Cormac McCarthy, en Meridiano de sangre, es prolífico, asfixiante. Apenas emplea comas y une oraciones que no son de igual naturaleza, sino de contenido semántico distinto (la ortodoxia se llevará las manos a la cabeza). Pero las une sin complejo y da a luz una obra apabullante. No recuerdo que fuera igual en La carretera… Allí mucho más seco. Tendría que volver a leer esa novela, que la recuerdo como un hito en mi peregrinaje literario.
Por ejemplo, el estilo de Almudena Grandes es de gran intensidad y hondura, a la vez, fresco y espontáneo.
El de Muñoz Molina es preciso, económico. Administra con un gusto exquisito cada adjetivo, y en Elvira Lindo, que me encanta, encuentras franqueza, ironía y también melancolía.
Y Annie Ernaux, otra escritora que admiro, escribe sin aderezos, privilegiando la concisión y llamando al pan, pan, y al vino, vino.
Todo eso acaba arrojando textos muy distintos: a veces, con frases largas y encadenadas; otros, con predominio de frases cortas y sin artificio alguno.
Es determinante el mundo interior de quien escribe, su manera de ser, su dominio del lenguaje. Todo eso queda de manifiesto en el escrito.
P.: Me asombra. Reconozco que cuando leo me dejo llevar. Nunca he pensado que, si me gustaba algo, tuviera que ver tanto con el estilo. Y cuando no me gusta, ¿sabrías decirme por qué?
No lo sé, pero puede que un estilo afectado o falto de naturalidad te produzca empacho. Es propio de quien busca impresionar con su elocuencia, aunque el contenido no justifique tal alarde.
Los autores noveles, en general —hay excepciones, claro—, tienen un estilo débil, dubitativo, una especie de quiero y no puedo. Suele ser falta de madurez.
P.: O sea, que el estilo lo da la práctica…
Sí, pero no solo. También, como te digo, depende de la manera de ser y de pensar del autor. En función de eso, de su competencia lingüística y su sensibilidad, combinará la longitud de las oraciones y los párrafos, administrará los adornos, será más o menos elegante…
P.: Me dirás que sí, pero ¿hay diferencias entre una corrección de estilo y otra que se centre solo en la ortografía?
¡Ya lo creo! La corrección de estilo es muy recomendable en cualquier manuscrito. Ten en cuenta que se ocupa de las muletillas, las inconsistencias sintácticas, las repeticiones, los pleonasmos, la falta de ritmo.
P.: Pero en ese tipo de errores incurrirán solo los menos expertos…
Obviamente, le pasa menos a quien tiene la mirada entrenada. Pero digamos que «uno se suena bien a sí mismo». Mientras otra mirada entrenada no se lo haga ver, permanecerá ciego a sus propios vicios del decir.
P.: Y en cuanto a la corrección ortográfica…
Corregir la ortografía es imprescindible siempre. En este caso, se verifican tildes erróneas o su falta, comas mal colocadas, necesidad e idoneidad del punto y coma, de los dos puntos, los puntos suspensivos, las comillas. Se revisa también la adecuada colocación del resto de los signos ortográficos. Además, las cursivas, las negritas, los dobles o triples espacios…
P.: Pero ustedes la llaman de otro modo…
Corrección ortotipográfica la llamamos. La tipografía y sus reglas se aplican en los trabajos de impresión, pero ¿qué libro que se someta a corrección no está destinado a imprimirse? Ahí se tiene en cuenta la elección de la tipografía, los resaltes tipográficos (cursivas, negritas), el espaciado entre letras y entre palabras. Y si revisamos galeradas (pruebas de impresión), vigilamos que el texto quede distribuido de forma armónica y no existan lo que se conoce como ríos, calles, huérfanas, viudas, y sílabas repetidas que coincidan en inicio o en final de frase. Se comprueba también que haya congruencia entre el índice y los títulos de los capítulos y que la paginación sea correcta. ¿Te has fijado en que hay páginas que no van numeradas?
P.: Ya veo que se toman en cuenta cantidad de detalles en los que un lector no repara. ¿Y cuál es el eje rector del trabajo de una correctora de textos?
El corrector profesional (la correctora en este caso, pero permite que me niegue a estar desdoblando todo el tiempo) privilegia la norma culta, así que uno de los filtros por los que me guío yo misma es ese: la pauta académica; otro me lo indica el propio texto, si dice lo que tiene que decir, si comunica bien, y otro eje capital es lo que demanda el autor. El texto es de su autor. Al corregir, prestamos un servicio a quien lo escribió. Y no es igual corregir una novela destinada a un público adolescente que a un público adulto.
En todo caso, es el autor quien debería saber qué texto quiere ofrecer y en qué condiciones.
P.: ¿Y si la trama no atrapa, si es floja o hay equívocos?
Esto puede ocurrir en autores con poco recorrido. De ser así, se impone un trabajo de fondo, de edición del contenido. Se analizan tramas, consistencia de los personajes, idoneidad de las escenas, núcleos o puntos de giro… Es imprescindible que esto funcione bien antes de pasar a la corrección. Una corrección de forma jamás podrá arreglar un fondo que no funciona.
P.: ¿Dirías que el trabajo de una correctora de textos abarca todos los tipos de texto, de escritura?
Pues, mira, depende de su formación y de su especialidad. Yo corrijo narrativa: novela, cuento, ensayo, divulgación y crecimiento personal. No me meto con manuales escolares ni con textos científicos o de temáticas que exigen estar al día en cierto campo.
P.: ¿Quieres decir que no podrías corregir un texto de matemáticas, que es mi especialidad?
Me atrevería con lo que ese texto tuviera de literario. Con que se entendiera cada premisa, con que los conectores fueran los adecuados. En ningún caso me metería con los aspectos técnicos. Lo más que haría ahí sería advertirte de que tal fórmula o tal otra no guardan la misma proporción de espacios o que, si se repite, se aparta de la primera.
P.: ¿Cuál consideras que es la parte más difícil de tu trabajo?
Evitar que la mente quede embotada. Cuando se embota, no deja ver. Las muchas horas de trabajo seguidas y las interrupciones juegan malas pasadas, así que cada par de horas o tres, hago un poco de actividad que, además, el cuerpo agradece. También silencio las intrusiones (móvil, redes). Además, me mantengo en contacto con la naturaleza, que es otro hábito que no perdono, y salgo a caminar casi cada día.
Otra parte difícil es hacer que el cliente sea consciente de lo que implica corregir su manuscrito, algo que no suele lograrse a priori.
P.: Pero ¿no haces una prueba? ¿No calibra el cliente por dónde van los tiros?
Hago prueba siempre, pero no siempre las páginas que recibo para la prueba son lo bastante representativas de lo que viene después. Además, comprendo que la primera vez que uno solicita una corrección de su novela o de su ensayo, se lleva un disgusto. Pero no queda otra que atravesar ese río.
P.: ¿Quiénes pueden ser los clientes de una correctora de estilo?
Cualquier persona interesada en que sus textos lleguen claros a los lectores. Claros significa sin ruidos, sin malentendidos. Personas preocupadas por la belleza y la calidad de su narrativa. Cualquiera que tenga un mínimo de pundonor, de orgullo, de prurito profesional o de amor por la propia obra, pretenda o no una gran difusión para ella.
Hoy día, con todo lo que se escribe, podrías publicar algo lleno de errores y erratas, y ahí terminaría tu carrera. Aunque no faltan quienes arriesgan, pero apuesto a que, por ese camino, termina dándose de bruces contra un muro. Puede tratarse de cualquier tipo de novela, de mayor o menor hondura, pero como tenga faltas, no logrará hacerse con un mercado cautivo.
P.: ¿En qué punto o momento se considera concluido el trabajo?
Con cada autor es distinto. Hay autores que, con una primera corrección (un primer viaje, es decir, tres revisiones del manuscrito) quedan satisfechos (son escritores más avezados); otros, la mayoría, necesitan hasta un par de viajes de ida y vuelta con ajustes, aclaraciones. Aunque lo hay también más concienzudos y perfeccionistas y pueden requerir hasta cuatro y cinco vueltas, porque acomodan, añaden, eliminan, ven algo que no vieron antes…
P.: ¿Cómo calcula el precio de su trabajo alguien que se dedica a esta labor?
Suele cobrarse, o es mi caso, por matrices. Matrices son todos los caracteres de los que se compone un texto: letras, signos de puntuación, símbolos, números, espacios. Se toma como base el millar de matrices y se le adjudica un precio.
La cantidad de matrices la fija el propio procesador de textos Word. Solo hay que seguir esta secuencia de pestañas en la barra de herramientas:
Revisar > Contar palabras > Caracteres con espacios
En algún lugar de mi web digo que no corrijo textos por debajo de 2 €/millar de matrices. Es así, aunque para que pueda aplicar esa tarifa, el texto debe exigir muy poca intervención.
P.: Entiendo que compromete mucho tiempo. En tal caso, ¿cómo es la cuenta, para que yo me haga una idea?
Por ejemplo, con un original de 560 352 matrices, la cuenta quedaría de este modo:
560 352: 1000 × 2,00 = 1 120,70 € + IVA (21 %)
Lógicamente, a mayor intervención, un poco más de precio. Eso sí, siempre por debajo de lo que ofrezco. Añadiré que el precio se prorratea a lo largo del tiempo que dura el trabajo.
También te digo que no hago solo una corrección (no hago solo estilo o solo ortotipo). La única excepción, insisto, es que ese autor o esa autora escriba como los ángeles. En tal caso, el precio podría quedar reducido a poco más de la mitad.
P.: ¿Me contarías un par de anécdotas retadoras a lo largo de tu desempeño como correctora?
Mira, corregir un texto de quien está muy seguro de saber escribir es todo un desafío. Es algo así como caminar con una cuerda que te ata ambas piernas.
Recuerdo a un autor con un estilo tan propio que no sé cómo fue capaz de ponerse en manos de alguien que, precisamente, trataba de hacerle entender algo a lo que se negaba. «A mí me suena bien así», decía.
Le pedí que tuviera la precaución de no mencionarme en los créditos, cosa que aceptó de buenísimo grado. Si lo que yo pretendía era no pasar vergüenza, para él era como exhibir «miren qué bien escribo, que no he necesitado enmienda alguna».
P.: ¡Qué tremendo! Pero alguna tendrás que fuera bien satisfactoria…
La inmensa mayoría lo son. Lo normal es que lo sean. Me satisface mucho que clientes míos hayan ganado premios o hayan sido finalistas de certámenes. O quienes, sin haber ganado nada, aprecien lo que aprendieron con la corrección y se excedan en elogios, aunque hay quien se pasa de frenada y hace que me sonroje.
Que un autor se confíe, «a pesar de la vergüenza por mostrar mi intimidad», como me dijo alguno en cierta ocasión, y que el resultado le emocione es un regalazo. Y lo es que vuelvan con un segundo, un tercer manuscrito.
Lo es que un autor te diga «qué buena eres» porque le has sugerido una frase redonda, un modo de decir más literario que no se le había ocurrido después de haber bregado con el texto. O que diga «esto es lo que quería cuando me puse a escribir». Hay quien me ha brindado un testimonio sin tener que pedírselo.
Y fue una satisfacción enorme —aunque esto ya excede mi faceta como correctora y entronca con la de escritora fantasma— que un autor me dijera que Planeta se había interesado por su obra.
¿Anécdotas concretas? Te recomendaré un enlace. En él me explayé no solo con dos, sino con once. Las hay de todo tipo.
P.: ¿Qué es lo que hace más feliz a una correctora de textos en el ámbito de su trabajo?
Entenderse con el cliente. Tener entre manos un manuscrito con el que valga la pena trabajar. Puede darse por separado, pero cuando se dan juntos… es la felicidad.
P.: Muchas gracias por contarme, Marian, pero aún me queda una curiosidad: tienes una faceta de ghost writer, pero ¿para cuándo una novela tuya, firmada por ti? ¿Para cuándo salir tú misma del armario?
Ja, ja, ja. Te confesaré que tengo dos escritas que aguardan turno de revisión, es decir, de las varias revisiones a las que hay que someter un manuscrito. No me queda otra que ponerme con la primera, que es mi propia deseografía. Me comprometo contigo a retomarla este próximo 2024, aunque eso me lleve a rechazar algunos proyectos de corrección. ¡O a huir de las redes sociales!, a las que, por cierto, tampoco soy muy adicta.

—¡Conste que espero tu deseografía el año próximo por estas fechas!
Gracias a ti, Maricela, por tu interés en este trabajo mío, tan delicado como apasionante.
Fuera de registro
Maricela quiso saber si temía que este oficio mío peligrase por la injerencia de la IA. Le remití a este artículo que publiqué recientemente.
Los correctores humanos tenemos algo capital de lo que la IA carece: dudamos. La IA desconoce qué es eso de acudir a la gramática, a las actualizaciones de la RAE, a los diccionarios, a la empatía con el autor.
«¿Empatía?», pregunta la IA. Y te larga un artículo de los miles que circulan por la red sin que, en ningún caso, sea capaz de ejercerla.
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