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Este artículo sobre la radiografía del escritor peligroso está relacionado con este otro que escribí hace unos días.

Detallo aquí los factores que, a mi juicio, vuelven a ese escritor poco (iba a decir escasamente; me contengo) realista. Si buscas contexto, te remito a uno de los apartados de esa entrada, en concreto, al que lleva por título «Un peligro singular del estilo literario».

El escritor peligroso no se corta; al contrario, tiende a incurrir en muchos de los defectos del buen estilo, si no en todos.

El escritor peligroso es víctima de un entusiasmo desmesurado, convencido de que su obra contiene el germen de su fortuna. Lo peligroso es atreverse a echarle un jarro de agua fría. Clic para tuitear

Vaya por delante que lo que aquí retrato son estereotipos. Y vaya por delante también que adoro a mis autores; que soy tajante con ellos cuando es menester y que me afano en buscar modos de entendimiento (cuando la cosa se pone difícil). A menudo, lo logramos.

También diré, antes y por delante, que mis objetivos son la claridad en el lenguaje y el confort de la lectura; lógicamente, pensando en ese lector futuro.

Puede que tus objetivos (si se diera el caso de que te vieras retratado) sean más bien engolosinarte con tu prosa; que lo sea rebozarte en tus maneras de decir, tan tuyas y tan fuera de cuestionamientos ajenos. No pasa nada. Sigue. No hay como recorrer el propio camino y ver adónde lo conduce a uno.

Quizá nos encontremos en otra vida.

Primeros rasgos de la radiografía del escritor peligroso

Ese tipo de escritor que yo llamaría esnob es alguien que, como digo, incurre en muchos de estos peligros. Es ese que cuando adjetiva el sol, dice luminoso, brillante, radiante y refulgente, todo seguido. Y hasta «el astro rey» en lugar de «el sol».

Es todo un personaje: convencido de su razón, camina orgulloso de tener un estilo sólido, apabullante.

Sus ganas de aprender son nulas; su humildad, impostada; su ego, tan poderoso que carece de visión más allá de su sí mismo. Está seguro de que sus escritos son actos heroicos.

No mencionaré algo de sentido común: comete faltas de ortografía, pero las disculpa porque escribe rápido. Y escribe rápido porque escribe como habla, dice.

Ignoro si cuando habla emplea tanta pasiva, pero también se le va la mano con ella (puede que ni siquiera sea por influjo del inglés).

Otros rasgos que componen la radiografía del escritor peligroso

El escritor peligroso es un romántico empedernido, un idealista, alguien que se sitúa a sí mismo fuera del canon. ¿Para qué lo quiere, si tiene su propio estilo?

Alguien así ha oído hablar de las licencias que se toman autores a los que admira y ha desembarcado en «esto mío también». Por supuesto, ve en ese autor de su devoción lo que quiere ver.

Ha leído algunos clásicos y a otros bien modernos y pretende emularlos. Quedó sobrecogido por frases que no entendió y su objetivo es que tampoco lo entiendan a él. Como si lo fácil no tuviera el prestigio que busca, porque no para otra cosa escribe: a la vista está que la literatura que se hace hoy día es efímera y no aguanta quince días en los candeleros ad hoc.

La suya perdurará. Está escrito en las estrellas.

Y en ese empeño, utiliza cada frase como si lo raro debiera prevalecer sobre lo cotidiano, lo vulgar, lo pedestre.

¡Ah! Y tiene un aparato reproductor de repeticiones y excusas para todo lo que sale de su mano. A fin de cuentas, el lector es un ser torpe, distraído, al que hay que conducir en cada paso que da. ¡Que ese lector no se pierda, por Dios! ¿Qué haremos si queda algo librado a su imaginación y no coincide con lo que él, insigne autor, tenía en su cabeza?

El sentido propio del escritor peligroso

Me enfrento a la radiografía del escritor peligroso y me salpican nuevos rasgos que hacen de él un tipo difícil.

[Nota al canto: como sabes, no me presento a candidatura política alguna y me niego a desdoblar género y que se resientan los párrafos (no veas tú lo sensibles que son). Cuando digo tipo o escritor y peligroso, entiende que digo tipa, escritora y peligrosa también. Si no discrimino cuando hablo de valores, tampoco lo hago cuando hablo de disvalores].

Al escritor peligroso le perjudica no saber, pero le perjudica más todavía no querer saber. De hecho, si quisiera saber, podría ahondar en las virtudes de su prosa; de aquello con lo que pretende emocionar al lector y ganarse la gloria.

De la correctora piensa que está tan encorsetada en lo académico y la ortodoxia que hay que enseñarle*. Nadie como él.

Resultado: la loba envía un parcial corregido y el escritor peligroso se lo corrige de vuelta. Previo, ante cada parcial corregido, ha lanzado un conjuro contra esa que ha perpetrado tal agravio contra su obra. Contra esa que no sabe apreciar la magnificencia de su prosa.

Ay, si te pillo delante…

Lo único que no le discute son las tildes y algunas comas; ahí sí ve que la cosa gana. Bien podía detenerse ahí.

La correctora se la envaina y dice «el texto es suyo, señor mío; haga de su capa un sayo. A mí, ni me mencione».

Ese otro escritor no menos peligroso

Ese otro que peca por lo contrario. Ese que duda. Que teme. Que se corta. Porque teme. O por estar convencido. De que la frase corta es. La frase corta. Mucho más eficaz. Y dramática. Y porque nadie se atrevió antes. Nadie lo hizo antes que él.

Es un escritor fascinado con su descubrimiento, alguien que ha descubierto la rueda literaria. Pretende obligarse a la concisión, a ir directo al grano y dejarse la paja en el granero.

En algún lugar ha leído que en la frase corta está la salvación del escritor novel. Y la virtud. Y él, a fe que corta. Lo hace incluso a costa de mancillar la sintaxis y abusar de repeticiones; por cortesía hacia el lector, sospecho, por el riesgo de que pueda perderse en cada punto ortográfico impertinente que (por eso mismo) no viene al caso.

A ese escritor le recomendaría que probase a enamorar a alguien con su método de la frase estrangulada. También le diría que se fijase en si la vida transcurre así, a hachazos continuos, a interruptus consecutivos. Y una cosa más: le sugeriría que buscase en internet ese texto de Gary Provost que ha circulado hasta la hartura y que habla del ritmo en la escritura.

No tardaría en ver que la suya es una rueda desdentada por la que circula la cadena haciendo un ruido del demonio. O sea, a trompicones.

La salvación del escritor peligroso

¿Significa que este escritor no tiene salvación?

La tiene. Claro que la tiene.

En su defecto está la enmienda: como es alguien de altos vuelos, en cuanto ve que lo suyo tiene un alcance modesto, cae. Su escrito apenas llama la atención del público. Bajarse del Olimpo ha sido duro.

A veces lo acomete un rayo de luz antes de soltar el último órdago, que también esto pasa.

Y cae en que alcanzar un estilo literario fino, sutil, elegante… es harina de otro costal, como dice el apartado n.º 5 de este artículo. Va con un ejemplo gráfico: una silla de un diseño tan espectacular como estrambótico a la que no hay modo de pillarle el punto: ¡anda!, una silla que no sirve para sentarse… ¿Será para llamar la atención sobre el objeto despojado de su funcionalidad?, ¿será una de esas cosas artísticas de los expertos en tendencias?

A este respecto, si fueras tú, te preguntaría: ¿qué buscas? Porque si escribes para tu puro deleite, fantástico; no necesitas más. Ahora, si es para entregarlo, asegúrate antes de que tu lector objetivo se te parezca.

Si tu obra no tiene el alcance que pretendías, vuelve al principio de este artículo. Lee despacio. Quizá en alguna de estas líneas, encuentres una ruta para tu salvación.

Propina 1

Pío Baroja habría puesto algo así en boca del autor peligroso para redondear el bosquejo: «En las auroras blancas, las arpas doradas, de los espíritus divinos y las almas celestiales, gemían bajo el peso de los grandes pensamientos de la sombra».

Como si semejante frase preñada de palabras excelsas y de su cortejo de adjetivos dijera algo. Amén del par de comas que sobran.

Propina 2

No diré que tramas sin interés y personajes o poco trabajados o inútiles, por mucho que cuides la forma, poco favor le hacen al estilo. (A ti, que sabes leer entre líneas, no tengo que explicarte que poco favor es una ironía).

Propina 3

Cicerón decía: «Y aún es más verdadero que nadie puede hablar bien de lo que no sabe, y que, aunque lo sepa, si ignora el arte de construir y embellecer el discurso, no podrá explicar lo mismo que tiene bien conocido».

Chéjov decía: «El arte de escribir consiste en decir mucho con pocas palabras».

Italo Calvino decía: «El arte de escribir historias está en saber sacar de lo poco que se ha comprendido de la vida todo lo demás; pero acabada la página se reanuda la vida y uno se da cuenta de que lo que sabía es muy poco».

No por eso deje de intentarse, apostillo. No caigamos en la pereza de no decir siquiera lo poco.

Salva Alemany dice: «Uno de los grandes objetivos que debe tener un escritor, desde mi punto de vista, es el de ser capaz de crear imágenes con palabras, y creo que cuantas menos palabras utilices y más sencillas sean, mayor será la potencia de esas imágenes. No hace falta crear complicadas metáforas poéticas para emocionar al lector».

Añade: «Me maravillan esos escritores que son capaces de explorar el alma humana, de plantear conflictos, de hipnotizar al lector con una trama muy sencilla, apenas un armazón tan fino como el alambre. Eso me parece dificilísimo, casi un ejercicio de prestidigitación, y hace falta escribir muy bien para caminar por ese alambre sin perder el equilibrio».

Coda

Yo no puedo sino suscribir todo eso. Es cierto que no se pueden dar reglas para la belleza, pero sirve (y mucho) leer, practicar y estar atento a lo uno y a lo otro.

*¡Ah! Y no seré yo quien diga que la correctora es infalible, pero concedámosle que sabe algo más que el autor principiante.

 


Tal como va un ejemplo de frase cortada a cuchilladas, aquí tienes otro de frase larga, interminable, agotadora:

Su vida, desde el momento en que fuera nombrado director del colegio, contra todo pronóstico y sin atenerse a formalidades, a falta incluso de que el nuevo curso diera comienzo, un nueve de septiembre de 1945, dio un vuelco y se le fue desatando un cúmulo de emociones que variaban desde ilusionantes perspectivas de cambio hasta la mayor de las preocupaciones por la forma en que tal nombramiento hubiera sido llevado a cabo y las dudas sobre si aquella habría de ser la solución, si bien, quien quedaba relegado del puesto jamás hubiera dado motivos de faltar a sus funciones o de hacer un uso desviado de su cargo hasta dos días antes de que se hubiera producido el incendio y la madre de Juan Castillejo hubiera salido dando la voz de alarma acercándose a la carrera al cuartelillo —porque parque de bomberos no había en Almagro—, así como le supuso un jarro de agua fría saber que, al igual que su predecesor y como debió haberles pasado al resto de los anteriores en dicho cargo —ahora caía en el asunto—, cualquier reforma habría de ser sufragada por él de su propio bolsillo, cuando su bolsillo era precisamente lo que llevaba años preocupándole sanear, que acumulaba ya más rotos que las medias de la provocadora prostituta del Campillo. 

El ejemplo es mío, aunque construido a partir de textos que se le parecen y me hacen sudar tinta de calamar.

Ahora puedes desfallecer. Te lo has ganado.

 

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