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«He tenido una idea y voy a escribir una novela, aunque no sepa qué es la concisión literaria».

Pero emborronar el papel con palabras al tuntún, pretendiendo hacer literatura, es algo que hace cualquiera, ¿no?

«He tenido una idea estupenda y quiero no solo escribirla, sino hacerlo bien».

Ah, bueno. Eso es otra cosa.

Así como en poesía lo que no añade resta, en cualquier cosa que escribas, también: si no añade, elimínala. Sin compasión.

Lo opuesto a las palabras de más, a los verbos comodines, a los adjetivos obvios y a las explicaciones erráticas se llama concisión. Clic para tuitear

Es como cuando un amigo te cuenta una pena y se excede en reiteraciones y rodeos; o como cuando añades sal de más o azúcar de más o loquesea de más a una receta; o como cuando te pones todas las joyas a un tiempo: ten por seguro que algo no está funcionando. El objetivo se desvía.

Artículo sobre concisión literaria

—Así que vas a hablarme de la concisión literaria. Venga, va; pero rapidito…

Igual pasa con las palabras. Los autores noveles se empeñan en utilizar términos con los que no están familiarizados intentando sonar literarios. Elegantes. Leídos. Elevados.

A ver: puede que un autor novel esté familiarizado con cierto vocabulario menos común. El entorno, las lecturas que haya hecho y su disposición natural tienen mucho que ver. Un ejercicio saludable, querido novelista —tengas el sexo que tengas; como si eres ofiucano— es pararte a mirar cómo hablas.

Una aproximación a la concisión literaria

Escribir y hablar son dos verbos en relación directa con el lenguaje. No son sinónimos ni tienen las mismas competencias, pero ambos emergen del decir: o dices por la boca o dices a través del papel.

Comparten otro aspecto: intención comunicativa; decir esto o aquello de modo que se transmita la potencia del mensaje. Con aproximaciones y circunloquios, con metáforas y comparaciones; o con explicaciones adicionales para que quien escucha atrape la idea lo mejor posible si la cosa se complica.

La intención, en ambos casos, es decir lo más posible. Y la ambición que subyace, disponer de un vocabulario rico que acompañe para ser rentables y decir más con menos. Lo que se nos juega en narrativa es la concisión literaria.

A veces, añadimos explicaciones de más sin terminar de atinar en lo que queremos decir. Es algo tolerable en la conversación informal. No lo es en absoluto en el ámbito formal (un discurso, una conferencia) ni, por supuesto, en el literario.

El fracaso de la comunicación acontece cuando nos enredamos y nos perdemos. Ahí, ya, ni hablamos de conquistar la concisión literaria, sino de cadena perpetua y trabajos forzados para la comunidad.

Lo que no hace avanzar frena

Explicaciones sobrantes, adjetivos inadecuados y redundancias detienen la acción. Y detener la acción es un delito que se paga con el abandono de la lectura.

Notas sobre concisión literaria

Si el texto no es conciso, detiene la acción. Y acción es todo aquello que suma, incluidas las descripciones (en sentido figurado, sí).

Mira, lee este párrafo:

«La puerta estaba abierta y había comenzado a filtrarse un delicado fluido que lo anegaba todo a su paso de perfumes con aromas sugerentes de tierra mojada y lavanda. Puedo decir que, en verdad, era un efecto dulce y que me hizo sentir como el día en que nos pilló la tormenta a Marina y a mí en medio del campo y provocó en mi mente una profunda sensación de sosiego. Me sentí muy bien. Como pocas veces. Luego, las cosas cambiaron a peor».

Y ahora, por favor, lee este otro:

«La puerta estaba abierta y se filtraba una mezcla de olor a tierra mojada y lavanda. Como el día en que nos pilló la tormenta a Marina y a mí en medio del campo. Luego las cosas cambiaron».

Hemos llegado mucho antes a la acción en el segundo caso, ¿no? Sin explicaciones de si se sentía así o asá ni marear la perdiz. Con mucho menos, el lector imagina mucho más.

Verbos inadecuados

Sobreadornar no dice más. Si ya has dicho lo que tenías que decir, cárgate lo sobrante.

«Profunda sensación de sosiego. Me sentí muy bien. Como pocas veces».

Una escueta sensación de sosiego valdría. Para qué cargar las tintas… El olor de la tierra mojada, por muy entremezclado que esté con la lavanda, no es una benzodiacepina. ¿Y qué te parece sumarle me sentí muy bien y, más aún, como pocas veces? El efecto es pesado.

Vuelvo al párrafo que nos sirve de modelo:

«[…] había comenzado a filtrarse».

Sugiere que lo que se filtra es un escape de gas y no el olor que se desprende tras un aguacero (por cierto, no siempre es petricor; no siempre está el suelo como la mojama). Si la puerta está abierta, se filtra o no se filtra un olor. Punto.

Sentir es otro verbo abusado. Si cuentas que Jack se arrodilla para pedirle la mano a Rose y que viste su traje más elegante, ¿necesitas añadir que se siente emocionado?

Hay más verbos que conviene vigilar, verbos comodines que anuncian pereza, dejadez

Adjetivos que no adjetivan y se cargan la concisión literaria

Ay, los adjetivos. Hay textos que parecen árboles de Navidad. En arquitectura, elementos como oro, conchas, rocas y líneas curvas —sofisticación— producen edificios rococós (echa un vistazo al Palacio Catalina de Rusia). También un exceso de maquillaje produce máscaras que si no son venecianas no distan mucho.

En literatura, igual.

Delicados, sugerentes, dulce son adjetivos que no informan. Estoy tentada de decir que Daniel Cassany llamaría a eso «prosa coloreada». Elimínalos y comprueba si el texto pierde o gana en concisión literaria; si va al grano, si es más eficaz.

Anticipaciones inoportunas que tampoco ayudan a la concisión

En el párrafo de referencia, dice:

«Como el día en que nos pilló la tormenta a Marina y a mí en medio del campo».

Juzga tú si hace falta añadir «provocó en mi mente una profunda sensación de sosiego. Me sentí muy bien. Como pocas veces».

La concisión literaria y sus características

—No te lo vas a creer, pero el día que nos pilló la tormenta, hablábamos de concisión literaria.

De acuerdo, el lector no sabe si eso fue bueno o malo para quien lo vivió. Pero resulta que sigue un revelador…

«Luego las cosas cambiaron».

Se levanta una mezcla de tierra mojada y lavanda por causa de una tormenta y «luego las cosas cambiaron». La idea implícita es que el día de marras fue memorable pese al temporal, porque arrojó una embriagadora mezcla de olores. Hasta tal punto fue así, que cada vez que huele a tierra mojada y lavanda, el protagonista rememora el día.

Luego, pasó lo que pasó.

Novelista, permite que el lector se intrigue, elucubre, haga sus apuestas. Conjeturar es parte del interés que le suscita la lectura. Y concisión también es decir lo justo en el momento justo. Si te anticipas, dirás dos veces. Salvo que juegues con analepsis y prolepsis y vayas filtrando la información de forma sorpresiva, por favor, cuida de no repetirte.

Recreaciones inútiles que interfieren en la concisión

Hay recreaciones magistrales, pero no son virtud de las primeras tentativas. Las recreaciones suelen ser enemigas declaradas de la concisión.

En el verano de 1943, Sara cumplió trece años y era, como te conté al principio de esta historia, una niña más de su escuela, de su barrio y de su comunidad. Una niña del montón. Era gordita pero no mucho, de cabello castaño tirando a claro, de ojos azules con vetas doradas, bastante inquieta por el hecho de ser niña, pero pánfila para todo lo que no fuera enredar en clase. En un primer momento se mostraba tímida, sin embargo, en cuanto le daban un poco de confianza o ella misma se la tomaba, se sentía como pez en el agua y se desenvolvía con toda la soltura del mundo.

Y dime si esto no es menos rebuscado, ergo, más directo y eficaz:

En el verano de 1943, Sara cumplió trece años y era, como te conté, una niña más: gordita, de cabello castaño claro, ojos azules con vetas doradas; e inquieta pero pánfila para todo lo que no fuera enredar en clase; tímida, hasta que le daban un poco de confianza o ella misma se la tomaba. A partir de ahí, se desenvolvía como pez en el agua.

La concisión literaria es una exigencia en narrativa

La concisión literaria es tan locuaz como esa amapola en medio del verde.

Por cierto, también podemos acordar que gordita lleva implícito no mucho, ¿verdad?

Redundancias y cacofonías: ataques frontales a la concisión literaria

Una repetición intencional es una figura literaria que persigue enfatizar, esto es, dar fuerza o belleza a cierto enunciado. La repetición es un uso desviado del lenguaje para llamar la atención sobre el propio lenguaje y sus posibilidades expresivas. Y es intencional porque busca emocionar, conmover, crear belleza.

Como cuando Miguel Hernández escribe en su Elegía a Ramón Sijé:

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

La redundancia, en cambio, es una repetición inútil.

Luego las cosas cambiaron y ya nada fue igual. Me adentro en el instante una y otra vez para saber más, pero no logro ver más de lo que pasó. Intento interpretar las señales pero irremediablemente caigo en el abismo mismo de la sinrazón y la locura. Si viviera para obtener resultados de todo lo que pasó, estaría condenado a una continua frustración.

Sinrazón/locura. ¿No es locura la sinrazón?

Pero/pero. Mucho pero seguido.

Intento/interpretar. Abismo/mismo: cacofonías; sonidos que disturban.

[Todoloque]pasó/[aunacontinua]frustración. Distribuyendo las palabras de ese modo, se cuela una rima asonante a/o [ó] que es preferible evitar.

 

Reformulamos el párrafo para atrapar la concisión literaria

En realidad, el sentimiento del autor puede ser tal cual lo expresa, sin embargo, al escribir, debe sintetizar. Igual que las escenas cotidianas van trufadas de cantidad de pormenores que no se transcriben.

«Ya nada fue igual».

Podemos admitirlo porque enfatiza que hubo un después sin retorno.

«Me adentro en el instante una y otra vez para saber más, pero no logro ver más de lo que pasó».

Saber y ver hacen la misma función ahí, luego uno sobra. Aparte, hay dos más… Y, aparte, vuelve lo que pasó, que ya se dice al principio.

—Ya. Me está dando en la nariz otra concisión… culinaria, mucho más apetitosa.

Lo reformulamos siguiendo el fundamento de la concisión literaria: decir más con menos.

«Luego las cosas cambiaron. Me adentro en el instante, pero no logro ver más. Rastreo las señales y caigo una y otra vez en el abismo de la locura. Si viviera para obtener resultados de lo vivido, estaría condenado a una continua frustración».

Me adentro en el instante/Rastreo las señales. ¿Dicen lo mismo? Lo dicen… aproximadamente. A mí, me vale: advierto la tortura de no sacar nada en claro por más que el protagonista se empeñe en darle vueltas.

La frase final es reflejo de una impotencia mayúscula, de una incapacidad de atar cabos.

A modo de resumen

No vayas a deducir de este artículo que la concisión literaria fuerza a hacer textos breves. En absoluto: a lo que invita la concisión es a multiplicar los significados.

¿Y qué significa multiplicar significados? Sumar sentidos, evocar. Cuando con una palabra dices más. Cuando la palabra activa distintas realidades en el imaginario colectivo.

Si te digo, por ejemplo:

Ese día, el reloj se paró.

O bien:

Todo se volvió gris.

La concisión literaria es fundamental en narrativa

Bien pudo parársele al muchacho el reloj el día de marras.

No estoy aludiendo tanto a que se le gastase la pila al reloj, en el primer caso, como al impacto emocional de lo vivido. Tampoco quiero decir, en el segundo, que viniera un señor a pintar de gris la habitación y las estancias aledañas.

Adentrarse en el instante, rastrear las señales y caer una y otra vez en el abismo de la locura pone al protagonista contra las cuerdas.

Y sin necesidad de más adornos.

Si viviera para obtener resultados de lo vivido…

Ahí tienes una frase que devuelve la esperanza al lector. Ese imperfecto de subjuntivo [si] viviera resulta definitivo. Es obvio que el buen hombre ha encontrado alguna salida a su desgracia.

Propina

Termino recogiendo la idea que subyace: sé breve, entendiéndose brevedad como concreción; y  sé claro, entendiéndose claridad como lo opuesto a fárrago de palabras (por definición, altisonantes y baldías).

Concisión —y me pongo poética— es saber mezclar con tino los colores de cada paleta, escritor.

 

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