Si no has descubierto el valor de una metáfora, te diré algo: te has quedado a vivir en la antesala de la escritura; desaprovechas todo lo que las metáforas pueden hacer por ti. Y es mucho.
Porque como dice Adela Kohan, «la metáfora es una bomba atómica mental».
Lola está en la edad del pavo.
Se me incendia la cabeza solo de pensarlo.
Menuda guerra tienen los vecinos de arriba.
Instálate un buen cortafuegos en el ordenador.
Para Manolo, la química siempre fue un ladrillo.
Con molleras menos duras, otro gallo nos cantaría.
Los cuatreros de guante blanco tienen lo suyo en paraísos fiscales.

Un teclado y un caracol: la metáfora está servida.
Es el tipo de frases que dices a diario; esas mismas u otras del pelo. Vas saltando de metáfora en metáfora. Las metáforas te ayudan no solo a decir, sino a economizar, a decir más con menos. A caldear con imágenes la comunicación. Vives, vivimos en el reino de la metáfora.
Una metáfora es un atajo
En pocas palabras, el valor de una metáfora es su economía. Una metáfora es un atajo, un trampolín, un dos por uno. Y cada una de esas definiciones que estoy dando es, en sí misma, una metáfora.
Verás:
Cuando dices cortafuegos no estás hablando de poner una barricada para que no se propague un incendio. Vale que la tercera acepción del DRAE ya contempla este simbolismo, pero es cosecha de la era de Internet; es decir, una incorporación reciente. Convendrás conmigo en que el fuego que cortas desde un ordenador es un fuego irreal.
Una metáfora contiene en sí misma dos realidades. En el caso del cortafuegos, son dos que demandan una barrera: la primera, la realidad nodriza que nada tiene que ver con la informática, es una franja de tierra que actúa como linde; la segunda, que asociamos a aquella, supone la necesidad de una salvaguarda en un entorno virtual. En ambos casos, hay un mismo objetivo: impedir que se propague una amenaza.
La metáfora establece conexiones entre dos realidades dispares e ilumina la que se toma como referencia. Tiene la gracia de atrapar al lector. Clic para tuitearCuando dices que la química es un ladrillo, tienes una realidad que sirve de punto de partida: una asignatura que se te atraviesa. Y le pegas uno o varios atributos del ladrillo: la dureza, su falta de flexibilidad y, quizá, hasta un sentimiento depreciativo, de cosa de poco valor; por lo (poco) que te interesa la química en ese momento.
El valor de una metáfora en la vida cotidiana
Cuando digo que vivimos en el reino de la metáfora estoy utilizando una metáfora. Pongo la idea que me sirve de punto de partida —capturar lo que es metáfora— en un contexto que no es el suyo propio: un reino.
Intento decir que forma parte de la vida cotidiana; aunque, siguiendo con la analogía del reino, casi sería más preciso reconocer que somos sus vasallos más que señores suyos.
E intento decir, además, que pertenece a un territorio organizado: el de la lingüística.
Nos movemos entre metáforas.

Metáfora misteriosa: la abrimos cada día y cada día se cierra sola. ¿Miedo a lo que invita?
He aquí unos cuantos ejemplos. Son frases que ponen de relieve el valor de una metáfora por su capacidad de sugerir. En cada caso, hay dos campos semánticos que entran en juego:
Está de bajón.
Habla muy fino.
Se le va la pinza.
Estoy hecha polvo.
Llueven chuzos de punta.
No me entra en la cabeza.
Tiene un morro que se lo pisa.
Esa canción me levanta el ánimo.
La economía va cuesta abajo y sin freno.
Se ha pasado siete pueblos y tres gasolineras.
Llevan dos horas en el portal, pegando la hebra.
No me gusta su estilo: es barroco, retorcido y lleno de aristas.
Si estás feliz, estás arriba y, si estás triste, estás abajo; y si algo es bueno, levantas el pulgar hacia arriba; y si algo es malo, ese pulgar mira hacia abajo. Estás dentro cuando pasas una prueba y estás fuera cuando te descartan de un equipo. Estoy espesa cuando no me entero de lo que me dices; y estás pillada si te enamoras.
Dentro, fuera, arriba o abajo son localizaciones físicas que, en virtud de la metáfora, hacen otra función. Si lo comprendes, dices que lo ves: ahí tienes otra. Y pillar es atrapar; si te enamoras, lo que se te queda atrapado es el ánimo; de forma simbólica, claro.
Podríamos sacarles punta a cada una de las metáforas de la lista y echaríamos un rato divertido.
El valor de una metáfora en la literatura

Metáforas amontonadas; también conviene aprender a administrarlas.
Si trazas unas líneas en un papel o anotas una serie de ideas, podrías decir que hilvanas pensamientos; puedes bordar una trama, un discurso, cualquier intervención en los contextos más variados; cuando escribes una novela, tejes una historia, tengas o no la cabeza llena de imágenes.
Pero los pensamientos, lo creas o no, no se encuentran dentro de la cabeza: podríamos diseccionar un cerebro y no ver letras ni imágenes, ni siquiera la idea más grandiosa y espectacular.
La metáfora está por todos lados. Hay teorías que apuntan a que el lenguaje meramente denotativo, lógico y sintáctico —irreprochable— es insuficiente para expresar la realidad, tan rica y, sobre todo, tan subjetiva. Es otra manera de decir que nadie ve como tú ni recibe los mismos impactos que tú.
De manera que una buena metáfora te invita a la concisión cuando escribes. Como dice Adela Kohan, en su manual Recursos de estilo y juegos literarios:
Es un procedimiento para la escritura que surge de una manera de pensar del mundo: conocer lo desconocido mediante lo conocido, conocerlo para poseerlo.
¿Pegas? Claro: no es fácil dar con una metáfora eficaz.
Si no es eficaz o si está manoseada, no te quedes, da la vuelta. La asociación que sugiere tiene que ser instantánea; si escribes, no solo que veas tú, sino que el lector vea. Cuando lo logras, ayudas a tirar del hilo y embelleces tu estilo.
Algunas muestras literarias que evidencian el valor de una metáfora
Hay muchos ejemplos en Internet, así que, rastrea, déjate inspirar por clásicos y menos clásicos. Yo he seleccionado unas cuantas tomadas casi al azar de libros que tengo a mano.
¡Ah! Y no vayas a creer que tirar de metáforas es incurrir en rebuscamientos. Mira este párrafo de City, de Alessandro Baricco:
Aquella canción no era gran cosa. Era tan larga que cantándola podías diñarla. De verdad.
Y esta, de El día antes de la felicidad, de Erri de Luca:
—Te pareces a tu padre. Delgado, con los huesos hacia fuera como él, pero él era todo un nervio retorcido, echaba chispas de los huesos. Su cuerpo hacía de dinamo con el aire. Te pareces a él, pero en versión tranquila.
O esta otra de Pura anarquía, de Woody Allen:
—¿De verdad cree usted…?
—No es que lo crea yo, buen hombre, es que esta ciudad está plagada de diabólicos polvorines mentales.
Una de Julio Cortázar:
Una bandada de palabras
posándose
una
a
una
en los alambres de la página.
Esta es de Eloy Tizón en Técnicas de iluminación.
Aunque nos queríamos, entre Tricia y yo se abría un espacio en blanco, un fulgor frío, escaso de deseo. En medio de la claridad salina de aquel témpano no había nada. Era un desierto desnudo. Solo había una maleta.
Una maleta vacía.
Y esta, de Marto Pariente, en La cordura del idiota:
Luz babeante, luz así como a regañadientes. Nubes compungidas, unas más oscuras que otras.
Metáforas dentro y fuera de la literatura

Una metáfora está a punto de asomar en medio de un humo de colores.
Una buena metáfora es un disparo y es eficaz tanto en el lenguaje natural como en el escrito. Y lo es porque habla el lenguaje del inconsciente. Porque te deja ver de repente.
La mente racional es capaz de organizar conceptos y de describir de forma precisa la realidad; se ocupa de los detalles, es práctica. Pero la mente intuitiva sabe que su compañera —tan seriecita y cabal— no dispone del monto completo de información.
No hay más que un modo de dar con metáforas que aporten auténtico valor: descubrir el hilo que entreteje algo que, de entrada, no dirías que guarda relación entre sí. Pon en contacto cosas o situaciones que jamás habrías dicho que tenían relación. Ayúdate de la metáfora para construir el todo, de manera que la narración no pierda aceite por ahí.
Y te ayudarás, de paso, a investigar y a descubrir aspectos de ti que no sospechabas.
Te dan una metáfora y te arreglan las prioridades: antes una metáfora que dar varias vueltas a la manzana para transferirte un significado. O para mostrarte algo.
¿O no?
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Como siempre: ilustrativo. Gran aporte. Ahora entiendo la ruta para maniobrar el lazo que resalta lo que pienso y lo que escribo. ¡Muchas gracias por la lección!
Eres muy agradecido, Jaime. Celebro mucho que te sirvan mis ocurrencias.
¡Muchas gracias por tus palabras y por tu visita! Y felices metáforas…
Tus artículos son verdaderas clases de literatura.
Eres muy agradecido, Miguel, y te pido disculpas porque veo ahora tu comentario.
Un abrazo lleno de gratitud también por mi parte desde esta orilla.
Hola,
Llevo desconectado el mes de agosto y parte de septiembre, y ya va siendo hora de venir y saludar a los amigos. Me ha gustado mucho el artículo. Lo que dices sobre el lenguaje y la metáfora: sí, sí, sí. Los psicólogos (algunos, claro, no todos) estudiamos la sinestesia y la ideastesia (ideaestesia es asignar cualidades físicas -color, textura, espacio- a ciertas palabras, por ejemplo) con la idea de comprender mejor cómo funcionan las metáforas a nivel cerebral y, por ende, a nivel mental y subjetivo.
Aparte de esto, las metáforas en la literatura pueden en ocasiones decir más que párrafos y párrafos. Y hay historias que son, en sí mismas, una metáfora. No sé si esto se podría aplicar a todas, porque cada cual cuando lee una novela está proyectando cosas propias.
Un abrazo!
¡Hola, Óscar! Pues bienvenido a la rentrée, con un bienvenido pintado de «verde acogedor», aunque no sé si como ideaestesia valdría. En todo caso, tómalo como metáfora. No puedo sino coincidir contigo en que una buena metáfora dice más que varias vueltas a la manzana ;). Aparte, lo que cada uno descodifique o añada de su cosecha, sin duda (y qué interesante un debate de pareceres y puntos de vista con las miradas de cada uno).
Ojalá no esté siendo demasiado dolorosa la vuelta y gracias por parar en mi casa virtual.
Otro abrazo para ti.