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La relación entre la correctora de textos y su cliente favorito no es algo que venga dado de serie. Es, más bien, algo que se construye —o que se conquista—, porque lo afirmo como lo siento: hay maneras de convertirse en cliente favorito.

Diré una verdad de Perogrullo (verdad que no por sabida se tiene siempre presente): la correctora y su cliente son personas. Humanas, sí, que otras hay a quienes les viene largo el adjetivo.

Cómo empieza la historia entre la correctora de textos y su cliente favorito

La historia entre la correctora de textos y su cliente, antes de que lo favorito sobrevenga, empieza con una necesidad: un señor, una señora, juntaletras en ambos casos, acaban de revisar su texto. Sospechan que no atinarán en lo que falla por más vueltas que le den.

Entre la correctora de textos y su cliente favorito

El aspirante a cliente favorito ni remotamente espera que su texto regrese así.

Aparte: ¿les pagan a los correctores para dar tanto la matraca con que los textos necesitan corregirse? Las redes sociales se inundan de etiquetas (hashtag no es otra cosa que etiqueta) como #PonUnCorrectorEnTuVida o #ponuncorrectorentuvida, que tanto da.

El idilio entre la correctora de textos y su cliente es un cóctel de profesionalidad, honestidad, empatía, simpatía, confianza... Todo, ingredientes naturales. Clic para tuitear

El o la juntaletras se resigna: algo que enmendar habrá.

El cliente favorito se lanza en busca de una correctora de textos guay

El cliente favorito busca una correctora de textos para convertirla, a su vez, en favorita suya. Lógico: no está dispuesto a echarse en brazos de la primera que pasa. Lanza las redes al mar virtual y le salen un puñao. La cosa se complica porque todas parecen buenas.

Se propone afinar en la búsqueda de referencias que le aporten una garantía mínima. Su manuscrito —su criatura— necesita una correctora de textos profesional y una amante: alguien que le diga las cosas claras, pero que, por encima de todo, lo ame; que ame sus letras y lo ame a él, que se ha tirado meses de duro forcejeo con las palabras.

Solo cederá su criatura a unas manos amorosas. Hay una que le ha echado una interesante caída de ojos. No duda: ¡es ella! ¡Ella es su correctora de textos para un idilio que durará toda la vida!

El baile está a punto de empezar.

La correctora de textos recibe el manuscrito de su cliente favorito

Ya hablé de lo que compromete una corrección de textos y hablé aquí y también aquí y en otros artículos. Y no será lo último que diga.

En cuanto la correctora de textos abre el documento, lo primero que hace es tragar saliva; de antemano, sabe que le tocará picar piedra, pero alberga una ilusión: ¡ah, porque, de vez en cuando, llega un texto cuyo padre o madre se ha cuidado de asearlo un poco!

Relación entre la correctora de textos y su cliente favorito

Cuando la correctora de textos recibe algo así, babea. Literalmente.

La correctora de textos se remanga o se arremanga: tira de arsenal de cariño y paciencia de entomóloga. Es lo que toca con los conductores que llevan L, que también son hijos de Dios. Corrige. Como es primer acercamiento —esto es clave; téngase en cuenta que hablamos de una primera cita—, se esmera en añadir comentarios que sitúen a quien está del otro lado: cómo son los pasos, cómo tiene que agarrarla, qué espera de su compromiso.

En este punto pueden suceder dos cosas:

1. Entre la correctora y su cliente solo hubo un fuego fatuo

El cliente no responde. Ha recibido la prueba y le ha acometido tal colapso que ni para dar las gracias, oiga. Ni para un acuse de recibo.

2. Hay un aspirante serio a cliente favorito

Al otro lado de la correctora, pantalla de por medio, hay un o una juntaletras que no cabe en sí de asombro: acaba de verse por vez primera en un espejo que no es el del baño. Le falta tiempo para ponerse a desentrañar qué sentido tiene cada advertencia en forma de rayita, marca, resalte fosforescente o sugerencia.

La correctora ha debido tener una mala noche, fijo. O no, porque lo que va viendo tiene sentido. Cómo es posible… con la de vueltas que le ha dado. Escribe a la correctora entre consternado y agradecido, haciéndose firme propósito de enmienda. Pregunta cuándo y cómo quedan. ¡Ah!, y como en un mal sueño, se enfrenta a la cruel realidad de que esto va de amor, pero va también de quién paga la cena.

Y quien paga la cena es, como ya has advertido, quien buscó pareja. La otra parte pone el escenario, el atrezo, la ambientación. Sin embargo, en cuanto al aspirante a cliente favorito se le cae la venda, la magia amenaza con romperse. «¿Por qué no pagar a pachas?», se pregunta.

3. La relación entre la correctora de textos y su cliente favorito peligra

El aspirante a favorito se dispone a libar en otras flores correctoras de textos. Se ha venido arriba y no cederá fácilmente. «¿Puedes creerlo? ¡La correctora aspiraba a un restaurante de cinco tenedores! ¡Qué valor! Si para una primera vez, ¡con una hamburguesa va que chuta!».

Aquí pueden pasar varias cosas:

  1. La relación se rompe.
  2. El aspirante trata de hacerla entrar en razón.
  3. El aspirante envía a la correctora pruebas fehacientes del error porque tiene datos: otras flores se ofrecen con menos remilgos. Y él se fía de ellas porque, entre otras cosas, las reglas estaban ya ahí y no las ha inventado él.

Esta variable es fea. Es como irte al frutero de la esquina con las naranjas de otro para restregarle que allí las venden más baratas.

Cómo nace la relación entre la correctora de textos y su cliente favorito

El que pudo ser aspirante a cliente favorito se entretiene en los jardines de otras correctoras.

Por supuesto, la correctora tiene sus propias reglas y sus propios referentes, y, además, a la flor se le ha colado una intuición: el aspirante va corrigiendo su texto a base de polinizar todo lo que pilla por delante.

Las sospechas de la correctora

La correctora es diabla y es vieja, y ya se sabe que la diabla sabe más por vieja que por diabla. El candidato envía un texto muy bien escrito, pero redacta correos con comas criminales (entre otras comas carentes de sentido amén de nefasta puntuación). «¿A qué obedecerá a esto?», se pregunta la muy ladina.

El caso es que, entre dimes y diretes y buenas formas, se ha establecido un breve flujo en la comunicación. Algunos correos van y vienen, como quien sopesa, mide, toma la fiebre. En un punto, la correctora formula la pregunta letal: «¿Cómo es que escribiendo tan bien como escribes, en tus correos no… blablablá?».

Fundido a negro, señoras y señores. Piiii… Encefalograma plano. Muerte súbita del contacto. Una incógnita queda suspendida en el aire de la correctora: «Por qué no cobraremos los presupuestos, como hacen el resto de servicios técnicos».

La perplejidad de la correctora

¿Qué persigue un autor que envía su texto a un grupo notable de correctores y declina el encargo con la coletilla siguiente?:

«Tras haber negociado con mi editorial una segunda vez, ellos van a asumir el 100% [sic] de los costes de una nueva corrección. Pero, quieren hacerlo con un profesional de confianza que tienen, así que no podremos tirar hacia adelante con la corrección. Yo de cualquier forma te agradezco un montón por la prueba, que me gustó bastante.

El comentario trascendió en la Unión de Correctores (UniCo) porque fueron unos cuantos los compañeros abordados. También esta que te escribe. Lo mejor del caso es que dio gracias con idéntica cantinela a un compañero a quien ni siquiera le había mandado la prueba.

Suspenso garrafal como candidato a cliente favorito. A buen seguro deja más paz de la que se lleva.

4. Entre la correctora de textos y su cliente favorito hay tema

El o la juntaletras se da unos cuantos golpes de pecho y se dice que «a lo hecho, ídem». La fiesta acaba de empezar y sería una pena desaprovecharla.

Los argumentos de la chica lo han convencido: él hizo lo mejor que estuvo en su mano y ella deberá ocuparse de rastrear con lupa lo suyo. Entre esta y aquella, se decide por esta. ¿Por qué? Ha visto cosas en su texto que él no habría advertido jamás, se desenvuelve con naturalidad y es clara. Y el precio, razonable. Desconfía de lo barato. Tiene experiencia de que lo barato viene con trampa y tiene un precedente del que no quiere acordarse.

Así que, desde un primer momento, le guiaron otros aspectos: profesionalidad, empatía, flexibilidad. Y, vistos los primeros indicios, se decidió a confiar: sabía que la relación que estableciera hoy sería garantía de fluidez también mañana. Y que también dependía de cómo se desempeñara él: una relación, sea del tipo que sea, es cosa de —al menos— dos.

Correctora de textos y clientes favoritos

El cliente favorito sabe lo que quiere y no marea la perdiz. La correctora es su aliada. Gana la colmen…, digo, la profesión.

Ni qué decir tiene que la cena es un éxito e inaugura otras muchas que vendrán.

El estatus de cliente favorito se conquista

¿Hace falta ponerse tan tiquismiquis, autor, autora que me lees, como el cliente de la posibilidad 3.3? ¿De veras alguien necesita veinte o treinta pruebas de corrección para determinar quién será su compañera en la coreografía abejil? Como no quiera hacer un estudio sociológico del sector correctoril, no me lo explico.

Mira qué decálogo de buenas prácticas ha preparado Esther Magar. Síguelo y seremos más felices. Tú y yo. Y ella. Fijo.

A veces, el solicitante se empeña en reproducir como un mantra eslóganes que están ahí: «Con la que está cayendo»; «Son malos tiempos para la lírica»; «No merezco tanto»; «Soy pobre…»; «Con una ortotipográfica me basta…», etc., etc., sin caer en la cuenta de que no es sino él mismo quien frustra posibilidades alentadoras.

Alguien dijo que el universo no tiene sentido del humor; que la vida se encarga de ejecutar para cada uno lo que cada uno decreta para sí. O sea, que si te muestras desconfiado, desconfianza es lo que recibes a cambio. No sé si es una ley inquebrantable, pero ¿por qué no probar? Seguro que la disposición con que acudas a la fiesta dirá bastante del balance de tu experiencia.

Entre la correctora de textos y su cliente favorito: una experiencia personal

Me debo al secreto deontológico y no revelaré ni su identidad ni los pasos de baile, pero lo confieso: tengo un cliente favorito. En realidad, tengo unos cuantos, porque algunas relaciones se extienden en el tiempo.

Ese cliente favorito al que me refiero sería el sueño de cualquier correctora de textos; y hasta de cualquier corrector (¿se siguen entendiendo los guiños irónicos hoy día?). ?

El cliente favorito de la correctora de textos

El cliente favorito de la correctora de textos es discreto y, por lo mismo, no muy amigo de posar para las fotos. Esta vez hizo una excepción, aunque se negó a un primer plano. La de la portada (otro favorito) me permitió tomársela cuando se iba.

Confió en mí desde el principio. Por lo que dijo, apenas había solicitado dos pruebas y, aunque la otra era más económica, tuvo claro que el precio no sería determinante: quería una buena corrección. Buscaba, además, lo mismo que ofrecía él: fluidez en el trato, flexibilidad, autoexigencia, honestidad. Y factura, por supuesto. La correctora entregaba, además, un acuerdo con los pormenores del trabajo.

Hoy día nadie se inventa precios, señoras y señores. Lo que sí hacen algunos es ofrecer euros a cincuenta céntimos. Vaya por delante que entiendo la necesidad de quien tenga que rebajarse por exigencias del guion; lamento el perjuicio para la profesión y para quienes pagamos autónomos religiosamente.

Lo que me cuesta entender es el otro lado: que haya quien solo escoja por precio. Es como si ese autor o esa autora no amara la materia prima con la que trabaja.

Desde luego, nunca accederá al estatus de cliente favorito número dos; no conmigo.

Otra valiosa experiencia entre correctora y cliente favorito

Hay quien no puede hacer un desembolso en ese instante glorioso en el que su novela está lista para darla a corregir. Pero hay dos cosas que no hace:

  • Pedirle a la correctora que financie su proyecto, luego no habla de rebajas.
  • No le mete prisas.

Al contrario: se hace cargo de su situación, acomoda urgencias, pacta plazos. El gran descubrimiento es que el tiempo pasa y, mientras se dedica a otros menesteres y proyectos, su novela o ensayo sigue su propio proceso. Cuando quiere darse cuenta, ¡ale-hop!, ya lo tiene. Y los pagos se han ido sucediendo casi sin sentir.

Ese es un perfil de cliente con una gran dignidad y otro de mis favoritos. 

Me atrevo a hacerte una sugerencia

Para encargar una corrección de textos, busca a alguien que se te parezca. No tiene por qué tener tus mismos ojos azules, lilas, verdes o del color de la cocacola y, sin embargo, parecérsete igual.

Ten presente lo que decía el principito de que lo esencial es invisible a los ojos. La prueba debe revelar que quien corrige sabe lo que tiene entre manos. Aparte: debe desempeñarse con valores; y con factura por cada ingreso que reciba de ti.

No sé si el universo tiene o no sentido del humor, pero quizá tengas experiencia de que acabas atrayendo lo que eres.

Y es fantástico.


NOTA: Un día vamos a tener que hablar de tarifas.

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8 Comments

  • Lia dice:

    Muy sincero, divertido y lleno de ironía fina tu artículo. Hablas con mucha elegancia. Yo solo hice una prueba de corrección para mi texto aunque en realidad, no me hizo falta, sabía de antemano que era mi correctora favorita. Y elegida.

    • Marian Ruiz dice:

      Hay que echarle humor a la vida o se tiñe de gris. Y sería una injusticia: la vida tiene colores preciosos, como estos que tú me mandas.
      Por cierto, estos colores tuyos tienen un nombre: «amor a primera vista». ?

      Un abrazo literario y, siempre, ¡gracias!

  • Lia dice:

    En vez de 《que》, es 《quién》. Ay, el corrector automático. Un abrazo.?

  • Adina dice:

    Impresionante el artículo cómo todo lo que haces ?

  • Deduzco que, como en todo, el cliente favorito es el que respeta el trabajo del profesional que contrata, el que entrega su manuscrito con humildad, el que tiene educación para mantener un trato cordial con quien está mejorando su creación. Y es normal, así debe ser. Me ha gustado esta queja encubierta, este tirón de orejas sutil a quienes creen que los profesionales contratados son lacayos en lugar de parte importante del mismo equipo. Saludos.

    • Marian Ruiz dice:

      Qué bien lo describes, Isabel.

      La verdad es que no hace tanto que el corrector se desquita de un destino que parecía ‘vergonzoso’. Recién empieza a respetarse su función, aunque ya sabes cómo va esto: a trompicones, como cada proceso humano. Aparte: ¿todos los profesionales envían prueba (o pruebas) de su trabajo? ¿Todos cuidan por igual al cliente? Sospecho que no y que así se encuentra el corrector de turno con que llegan autores resabiados y poniendo el precio por delante; y así sale mucho de lo que una se encuentra en el mercado.

      Me digo que tenemos que seguir haciendo pedagogía y, a veces, dando incluso más de lo que nos dan; no hay otro modo. ¡Ah!, y parando los pies en cuanto detectamos el abuso. El autor que no es capaz de entenderlo, mejor que se dé la vuelta.

      Gracias por tu complicidad.
      Un abrazo.

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