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Si resulta que tu texto no tiene tantas correcciones, y si me lo permites, te haré una recomendación: sigue guiándote por la prudencia.

Es verdad que llegan textos muy bien escritos, y el arrebato es tal, que si una los tuviera delante besaría esos dedos que los teclearon.

¿Es lo común?

No. Y mira que me sabe mal decirlo. Llegan más textos que necesitan una buena poda y no menos peluquería que esos otros sin tanta necesidad.

Es un hecho y hay que decirlo: llegan textos bastante bien escritos.

Cuando tu texto no tiene tantas correcciones, se da una circunstancia feliz: aprendes mucho, te refinas, te encaminas a la excelencia. Clic para tuitear

¿Entonces?

Entonces, lo que hay es trabajo de mejora. Bastante es un adverbio tibio, al menos, tal como lo empleo en este caso. Viene a ser un aprobado de los cuando estábamos en la escuela y pasábamos… raspadillo.

Cuando tu texto no tiene tantas correcciones: varias circunstancias

Seguro que antes de abordar la corrección, tú y yo hemos tenido algunas palabras. Yo habré querido saber de tu propia voz qué esperas del encargo. Tú habrás querido cerciorarte de si te doy buen punto, buena onda, buena vis; habrás querido saber quién hay detrás de la prueba de corrección.

A tenor de esa conversación, pueden darse varias circunstancias:

  • No quieres saber nada de correcciones; me pides que corrija y que te mande el texto limpio. Punto. Lo tuyo es la horticultura y solo buscas que te quede bien.
  • No quieres saber nada de correcciones porque apenas tienes: escribes como hablas y hablas así de bien. Te he invitado a leer este artículo de servidora, pero insistes en que tu caso es especial.
  • Quieres que haga de tu capa mi sayo; que te sorprenda, dices. Lo tuyo no son las metáforas ni las comparaciones ni todas esas cosas. Lo tuyo es Juego de tronos y tu idea es leer el manuscrito que te habría gustado escribir de tu puño y letra.
  • «Solo hay algunos problemas de puntuación». Con una corrección ortotipográfica, basta.
  • No hay faltas clamorosas, sino mejoras, ganancias para el texto.

No quieres saber nada de correcciones: dos casos

Cuando un autor no quiere saber nada de correcciones, siento pena, pero no puedo censurarlo. Cada uno le pide a su texto cosas distintas, espera cosas distintas de él; y, por supuesto, hace apuestas distintas en función de lo que tiene en la cabeza.

Pero ¿quién no querría aprender, si la oportunidad que brinda una corrección es oro molido?

Quien adolece de falta de alfabetización

Hay autores de ficción con necesidad de dar salida a lo que idean y con un grado de alfabetización elemental. «Si tengo que ponerme a interiorizar reglas, lo dejo».

Quien se ha rendido

Quien se ha rendido y ha tirado la toalla está alfabetizado, pero…

Es un autor con grado de licenciatura al que no hay forma de que le entre la puntuación. Todo eso de la coma criminal, la coma opcional y el punto y coma es superior a sus fuerzas («no me quedan tragaderas»).

El caso del autor que escribe como habla o así lo sostiene

Este es un caso singular: el de quien no quiere saber nada de correcciones y cuyo ego no cabe por la puerta.

Enfrentarse al hecho de verse tachado y enmendado es más de lo que puede soportar. «Haz lo que tengas que hacer y yo corregiré lo que me envíes para que se ajuste a mi voz».

Es decir: lo que me envíes me sonará mejor en algunos casos; en la mayoría no. Pero me arrogo la potestad de corregirte porque «yo hablo así».

Y dale con la equivalencia de que escribir es como hablar. ¿De verdad lo crees? ¿De verdad crees que escribir es como hablar? Sabes que no.

Pero este es un caso sin cuento. O lo tomas o lo dejas. Y la menda lerenda tiene claro que quien paga manda. Y paga bien. Con tal de no verse las costuras y que prevalezca su palabra, lo que haga falta. Será por dinero…

A este autor le diría que con la corrección no se le juzga a él, sino que se juzga su texto. Y añadiría: «Afloja, de verdad, nadie nace sabiendo. Las normas no me las he inventado yo; eso, por un lado; y por otro, ten un poco de humildad y calibra el porqué de las sugerencias».

Es un caso difícil: a este tipo de autor le cuesta abandonar sus sentimientos y valorar el trabajo del profesional. Este tipo de autor es capaz de enmendar la plana, si no a la mismísima RAE, sí a sus voceros.

Cuando tu texto «no tiene tantas correcciones» y solo quieres «que te sorprenda»

Ni que escribas con tinta china: no se te escapa un borrón.

Ah, sí, que ese manuscrito vuelva a ti y sea tan atractivo como Juego de tronos o la trilogía de El señor de los anillos. Esa es tu ambición.

En ese caso, tu texto no tiene tantas correcciones porque lo escribiría yo, pero ¿estás seguro de que no te has equivocado de material? Lo que me has enviado no tiene nada de épico…, es más, tiene todas las trazas de romántico…

Y entonces la sorprendida soy yo.

Eso sí, en algo estamos de acuerdo: hay que reescribirlo de arriba abajo y alguien tendrá que corregirme después o tendremos que correr un tupido velo entre escritura y reescritura.

Cuando tu texto «solo tiene algunos problemas de puntuación».

Malo si llegas diciendo que tu texto «solo tiene algunos problemas de puntuación» y que «con una corrección ortotipográfica basta».

Pocas veces basta con una corrección ortotipográfica. Y ¿sabes qué? Sería yo quien debiera decirlo ante la evidencia palmaria de un texto que…

  • Comunica de forma precisa y concisa.
  • Está completo: no le falta ni le sobra nada.
  • Es coherente y congruente.

Si es ficción, narra una historia atractiva, tiene buen ritmo, personajes y tramas consistentes, buenos diálogos. Supera, además, los tres puntos anteriores.

Si es un texto académico o divulgativo, tiene su introducción, un excelente desarrollo (los conectores idóneos) y una conclusión necesaria.

Cuando tu texto no tiene tantas correcciones… y solo puede mejorar

Este es un caso feliz: cuando el texto no tiene tantas correcciones, solo es posible augurar ganancias.

Es cierto: no tiene tantas correcciones y, con poco arreglo, podría ponerse en danzas. ¡Ah! Pero no es lo que quieres: lo que quieres es aprender, pulirlo, tallarlo, ajustar de aquí y de allí, hacer literatura con él.

Quieres aprovechar la experiencia de la corrección no solo para saber cuánto te repites, sino para ponerte a jugar en otra liga. Deja que me ponga tontorrona y te diga que me emociona tu determinación.

«¿De qué me sirve saber que me repito aquí y aquí, si no encuentro otros modos de decir que no sean ridículos?».

«¿De qué me sirve que me señales eso, pero eso otro no, si no me cuentas que esa es una repetición anafórica?».

«¿Y qué hago cuando elimino un adverbio terminado en -mente, si no sé a qué me invita esa eliminación?». Y otra cosa: «¿Tengo que eliminarlos siempre?».

Esas son preguntas que te haces y que me haces y que yo agradezco.

Por cierto, te invito a leer lo que escribí acerca del estilo literario y su embellecimiento aquí y aquí.

Cuando apenas hay aspectos que corregir

Cuando apenas hay aspectos que corregir, ni siquiera luce el trabajo del corrector, pero eso sí: el profesional agradece en el alma encontrarse con algo tan valioso y todo ese savoir faire.

Propina 1

Mira, cuando tu texto no tiene tantas correcciones, festéjate, alégrate, tómate algo. Se nota que has escrito mucho y solo puedes crecer en la profesión. Toma distancia con lo que te señala el corrector, analiza cada comentario, cada injerencia. Si no lo entiendes, pregunta. Desde que se inventó el preguntar, todo fluye con otra gracia.

Si el corrector te propone algo que no te cuadra, propón tú misma, tú mismo (¡ea!). Ni te quedes con la intriga ni esperes que se resuelva sola tu incógnita.

Escribir es un oficio en el que las musas hacen su parte, el resto de los oficios hasta que se da a luz, la suya; y en el que, por supuesto, tú debes hacer la tuya.

Propina 2

A veces llegan textos sucios con la consigna de pulirlos y acomodarlos a un estilo que no existe.

Puede que ese autor ni siquiera tenga la honestidad de reconocer que su manuscrito pasó por las manos de un corrector. «Es que mi ego no me lo permite».

Otros aprenden con la experiencia y se vuelven exigentes y pulen y repulen y someten lo suyo al escrutinio de distintos lectores cero; lectores cero que, además, tienen nociones informadas sobre ortografía y les reportan aquello que encontraron más llamativo. Esos autores son muy afortunados y esa práctica es excelente.

Valga decir que un libro bien escrito y bien editado (que son dos procedimientos distintos) es una labor de equipo; no nace solo de la genialidad de un autor.

Propina 3

Qué injusto sigue siendo el papel del corrector: imperceptible cuando hace bien su trabajo y estigmatizado por algún defecto que se le escapa.

Como dice algún amable autor, remedando a Borges tal vez sin saberlo, cuando decía que «un libro sin errata no es libro». En ocasiones, las erratas están en la forma, y otras, en el fondo (y otras más, en el fondo y la forma):

La vida está compuesta de defectos, que son los que la hacen real. Buscar la perfección es absurdo. En Madame Bovary, se venden dos veces los mismos muebles, y en el Quijote aparece un burro que nadie se explica de dónde ha salido. Nadie juzgaría las dos mejores novelas (junto con el Guardián entre el centeno) por ese error.

No recuerdo tal cosa de los muebles en Madame Bovary, pero se trate de unas o de otras, es un momento oportuno para decir que las erratas tienen vida propia. Cabe decir también que, por más que el corrector intente que no se cuele ninguna, hablamos de un imposible metafísico. Lo es, sobre todo, cuando los manuscritos llegan hasta arriba de estropicios y necesitarían no las consabidas dos vueltas, sino unas cuantas más. Y son vueltas para las que, lógicamente, se emplea tiempo; vueltas que, por lo mismo, cuestan dinero.

Todo dependerá de tu grado de exigencia, de lo que le pidas tú a tu texto.

¿O se te ocurre una fórmula distinta para abordar este asunto? ¡Me encantará conocerla!

 

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2 Comments

  • Luis dice:

    Hola Marian, me ha encantado leer este artículo. Tienes razón en todo lo que expones.
    Hace un año y medio corregiste un texto mío que, antes de enviarlo, trabajé a fondo para pulirlo lo máximo posible dentro de mis posibilidades, y aún y así me lo devolviste llenó de correcciones. Te dije «veo que aún me queda un largo camino para ser escritor» y tú me dijiste algo así como «No tanto».
    La corrección que realizaste sobre mi texto y todo el aprendizaje que extraje de él me ayudó a perfeccionar mi forma de escribir, a detectar erratas y a mejorar las reescrituras de mis textos. Fue algo estupendo. Y sigue siéndolo.
    Lo único que no me gustó fue que no aceptaras el encargo de escritura/reescritura y corrección de un capítulo aislado de mi libro. Pero como bien explicaste a los pocos días en un artículo del blog, pedirte que escribieras un capítulo de mi libro por encargo, sin haberme corregido antes el libro para conocer mi estilo, fue una pésima idea.
    En fin, un saludo y un abrazo fortísimo. No lo dudes, quedé maravillado con la corrección del inicio de mi novela. Y, a posterior, me fue muy útil. Cuando al fin la tenga escrita volveré a ponerme en contacto contigo. Espero que todo vaya muy bien hasta entonces.
    Luis Sánchez

    • Marian Ruiz dice:

      Hola, Luis:

      Qué palabras tan valiosas me traes.

      Lo mejor de un encuentro entre dos es ese instante en que uno comprende lo que quería decir el otro. Pura serendipia. Si cada autor pudiera ver en las páginas de corrección que no se le corrige a él, sino que es un texto suyo lo que se corrige, lo tomaría como una increíble oportunidad para mejorar su escritura y aprender. Veo que es lo que hiciste tú y me alegra mucho saberlo.

      Puede que alguien menos entrenado hubiera dicho sí a tu petición, pero yo sé hasta dónde debo meterme y dónde no. No sé si te lo dije en su día y aprovecho la oportunidad que me brindas hoy: escribo y corrijo y tengo mirada entrenada para ambas cosas. Escribo para otros cuando esos otros no saben hacerlo por sí mismos ni tienen algo llamado ‘estilo’ remotamente acuñado. Imitar el estilo de alguien es remotamente distinto. Ese alguien tiene un equipaje de palabras y una forma particular de deslizarlas en sus textos, de gustarse de unas y de unos modos de decir más que de otros. Hay autores que emplean términos poco usuales, maneras alambicadas, rebuscadas; otros gustan de encabalgar frases y de adjetivar y arrojan estilos floridos y pintorescos donde otros más optarían por maneras más concisas, más escuetas y sencillas. Y dentro de cada caso, infinidad de matices.
      Para ver en qué se concretan esas diferencias hay que leer mucho de ese autor y haberlo diseccionado. Lo otro se llama adivinar. Esto todavía no sé (dame tiempo ?).

      Bien por ti y por esa novela que persigues. También yo te deseo todo lo bueno posible y te mando un abrazo.

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