Skip to main content

Ante una novela con muchas correcciones, lo que procede en primer lugar es tomar aire, ponerse una taza de tila y festejarse: es el escritor ante la oportunidad de iniciarse en un oficio.

Si cede ante el temor de no haber acertado a la primera; si abandona, es como si hubiera dejado el colegio cuando no atinó a sumar dos y dos… a la primera.

Aún no sabe que su novela tiene muchas correcciones

Ese autor dedicó mucho tiempo a escribir, meses, años incluso; miles de horas en que no hizo sino dar vueltas sobre el mismo tema; horas robadas al sueño y montones de renuncias. Más de un «te volverás loco», «tantas horas al ordenador», «esto tuyo no es normal», «deja eso ya y vente a tomar unas cañas» (hubo tiempo en que podían tomarse cañas sin llevar la cuenta ni de las cañas ni de las horas).

El autor conoce bien ese mundo que quiere plasmar (o debería). Que el resultado le haga justicia: un manuscrito plagado de marcas de corrección invita a remangarse. Clic para tuitear

Y la propia cantinela: «A otros les cuesta menos», «Fulanita y Menganito publican con regularidad germánica», «para otros es mucho más fácil», «algo no estoy haciendo bien».

Está exhausto. Ha enviado su criatura al corrector de textos y ha dicho: «Ahí se las componga; ahora le toca a él, a ella; buen peso me quito de encima».

Tiene ganas de respirar, de abrir nuevos horizontes; uno no termina de escribir una novela todos los días.

Ante las muchas correcciones de una novela

Antes de enfrentarse a las correcciones, ¡fiesta!: una no termina de escribir novelas todos los días.

Tal vez, ahora que esa primera quedó vista para sentencia, podría ponerse con la trilogía que lleva tiempo martilleándole la cabeza.

Porque tiene clara una cosa: su novela tiene enmiendas y correcciones, seguro, pero a su novela no le falta sentimiento. Le ha faltado escribir de rodillas. Se le tambalea un poco esa certeza, pero, ¡joroba!, su novela es buena. Se lo han dicho todos y cada uno de sus lectores cero.

Qué le pasa al autor ante una novela con muchas correcciones

Cuando la correctora de turno le remite las primeras páginas (las de prueba), se lleva las manos a la cabeza.

«Menos lobos, Caperucita. Se equivoca. No puede ser. Tanto rojo…». Lo mismo le ha enviado lo de otro autor.

Lee. Es su texto. Son sus palabras. No parece haber equivocación. ¡¡¿Cómo es posible?!! Vuelve a leer, ahora sí, fijándose en cada marca y cada razón de ser de cada una de ellas. Atención superlativa.

Lo de las comas (alguna coma criminal) y los punto y coma se lo esperaba: son puñetas difíciles de dominar. También hay términos recogidos en colores fosforescentes que anuncian repeticiones, rimas (para decirlo bonito; cacofonías suena a cosa mala) y muchos adverbios terminados en -mente.

«Es normal que se escapen de vez en cuando», se dice.

Y muletillas y palabras que se encasquillan y salpican el texto, y sobreabundancia de epítetos y gerundios a tutiplén. Y verbos prescindibles, metáforas desafortunadas y comparaciones a las que les falta esa chispa que las vuelve consistentes. Es decir, lo propio de una corrección de estilo y de una corrección ortotipográfica.

El autor siente que se le tambalea el ego

De entrada, ha recibido un golpe que lo ha dejado noqueado. La autoestima clama por dos o tres puntales. «No valgo para esto», se dice. «Ya me lo decían mis colegas: una historia que te quita tanto tiempo… Esto no es lo mío».

No le pasa solo al escritor. Le pasa a cualquier ser humano que se enfrenta a la crítica de otro; sobre todo, si ese otro es un otro con autoridad para pontificar.

Este momento es muy delicado y es la razón de que más de un autor mantenga sus textos bajo llave; o que sostenga que escribe solo para sí mismo. El aprendizaje no es fácil: quien se adentra en ello lo sabe. Y lo es porque hay que romper estructuras mentales y hay que romper también la pared del ego.

una novela con muchas correcciones

«Se equivoca: mi novela no puede tener tantas correcciones. ¡Pero si estoy a punto de hacer un guion y llevarla al cine!».

De cualquier modo, el ego del escritor puede ser de índole muy distinta:

  • El ego sobreinflado se opone a ver qué hay de cierto en los errores que se le indican; más aún, si antes ha publicado algo.
  • El de tipo victimista sentirá que su carrera se detiene antes incluso de haberla iniciado. Y no hará falta que nadie lo invite a dejarla.
  • Un ego profesional merece un aparte (nos ocupamos unas líneas más abajo).

El autor siente que su trabajo terminó al enviarlo para la corrección

Ante el varapalo de las muchas correcciones recibidas en su novela y los primeros instantes de confusión, razona: si envió su manuscrito para corregir, ¿no está la pelota en el tejado del corrector?, ¿no se ocupan él o ella de enmendar lo que no está bien?

La respuesta es no. Y la razón es que el corrector no es el autor. El cometido de quien corrige es informar. Es más: en este punto en que apenas ha tocado la piel de la novela, ni siquiera sabe cómo está ese terreno biológico-literario: la calidad de la sangre, las tripas, los músculos, el propio esqueleto. ¿Se sostiene la historia? ¿Hay una buena construcción de personajes? ¿Son coherentes las tramas?

Porque puede no estar bien escrita y que solo la afeen esas manchas superficiales: una urticaria molesta, unos eccemas. Un estado así exige cuidados dermoestéticos. Es un proceso, pero tiene arreglo. Y, en efecto, de eso se ocupa quien corrige.

Pero, aun así, el trabajo del autor no terminó: tendrá que aprobar o rechazar cada una de las observaciones que haga el corrector.

Y tendrá que hacerlo sirviéndose de un procedimiento tan específico como puntilloso y paciente.

El autor tiene un sólido ego profesional

Entre el ego que se viene abajo y el que está dispuesto a lo que haga falta, hay un abismo.

El ego que se derrumba no deja de ser el niño que busca llamar la atención de sus mayores; el que busca su aprobación. Todos llevamos ese niño dentro. Así que, contemos con ello y, a partir de ahí, veamos cómo hemos construido nuestro adulto. Aquí, es cada uno quien debe arremangarse. Nadie nos da la posibilidad de pensar, de ahondar, de sacar conclusiones.

Tampoco nos da nadie la determinación de ir hacia delante. Y una cosa es cierta: aunque ese ir hacia delante hunda sus raíces en cada historia personal y esté lastrado por ella, depende de su adulto actual; de cómo se enfrentó y de cómo se trabajó todas esas limitaciones.

El ego profesional busca ir adelante, crecer, aprender. Volverse sólido. Conquistar un estilo. Trabajar en esa dirección.

Dicho esto, hay una realidad que se impone: ambos egos, el del niño en busca del aplauso y el del adulto que se arremanga, son de la misma familia. Significa que están destinados a convivir siempre.

El ego profesional —consciente de que su novela tiene muchas correcciones, pero necesita ese aplauso— da a leer lo suyo a papá y mamá. Uno y otra la aplauden como locos y hasta se les caen un par de lagrimones de la emoción.

Cómo hacer ante una novela con muchas correcciones

«Vale, sí, mi novela tiene mucho que corregir, pero es cuando espera de mí que eche el resto. ¡Justo lo que estoy a puntito de hacer!».

Luego ya, cuando demanda una opinión crítica, el ego profesional amordaza al niño.

¿Qué le pasa a la correctora ante una novela con muchas correcciones?

¿Tiene la correctora de textos la verdad de lo que esa novela con muchas correcciones destila?

No. Nadie la tiene. Si acaso, con buena voluntad, tratará de ver qué posibilidades hay de que ese niño y ese adulto hagan alianzas.

Lo más frecuente es que la correctora de textos se ocupe de la piel, salvo que se acuerde lo contrario. El autor, cuando envía un texto, debería estar seguro de que su novela funciona.

Pero si no fuera así; si llegado el caso, la correctora afronta no ya una corrección ortotipográfica y de estilo, sino la corrección del conjunto…

Primero se preguntará si, al margen de esas pocas páginas delatoras, la novela estará bien construida; si la línea dramática se sostendrá, es decir, los cimientos, es decir, todo lo que conforma la unidad. Si eso está bien, le dará cuerpo y movimiento la novela.

Lo que tiene la correctora, en general, es capacidad de argumentar; de hacer una lectura comentada. Pongamos que explica. Pongamos que hace esa lectura y no solo de lo que canta en la piel.

Y pongamos que, a pesar de todo, el autor se mantiene en sus trece.

¿Cuál es la solución ante una novela con muchas correcciones?

Si el autor se resiste y decide dejar tal cual su novela y enviarla a una editorial, está en su derecho. También es verdad que, casi con toda certeza, ni siquiera la lean.

Caso de que decida autopublicarla y la plataforma de turno consienta, es muy probable que su voz se pierda; que deba entonar el pobre de mí o el una y no más. Este es un autor que se apaga solo. No encontrará el resultado que buscaba y la frustración montará en él (o en ella) su cuartel general. Pero tal autor frustrado pondrá la culpa de todo en la incapacidad del afuera. Nunca en sí mismo.

No significa esto que haya éxitos garantizados aun cuando uno haga bien las cosas. El camino no es fácil. Pero uno debería poner todo de su parte y concentrarse en ser un buen profesional.

Ante una novela con muchas correcciones, cuando ese niño recibe la crítica y duda de su talento, se abre un proceso que invita a trabajar.

Corregir una novela con muchos errores

Si no estás dispuesto a que tu novela sea lo que esto de ahí es a un arco, busca una corrección profesional.

Primero, hay que ver si los órganos internos están en su sitio (si están, incluso):

  • El diseño de personajes; si es consistente, si los personajes son tridimensionales. Si emocionan.
  • La voz narrativa: si está en su sitio y no se inmiscuye en las otras voces; si no repite lo que los personajes ya dicen por sí mismos.
  • La trama, la anécdota fundamental; las secundarias.
  • Los diálogos: ¿son atinados?, ¿sirven?

Propina 1

Esta propina es para la novela con muchas correcciones… y con futuro. Una novela con muchas correcciones no implica que no lo tenga, ni mucho menos. No sirve si nada se entiende, si es ilegible. Ni sirve si los lectores cero se guardaron sus opiniones y prefieren decir que no tuvieron tiempo de leer; o si no van al grano; o si pretenden hacerle creer que es tan exquisita que escapa a su comprensión.

Propina 2

Escribir no es solo volcarse en el texto. Ni es solo inventarse mundos e imaginar personajes que los habitan. Tampoco es solo contar anécdotas. Sin duda, es la parte divertida y es donde se quedaría el niño a jugar eternamente.

Pero el tiempo de la corrección de la novela es una fase de atención, de cuidado. Una fase amorosa. La fase de la búsqueda de la minucia, de la palabra precisa y del latido —marca a marca, guía a guía—; una fase apta solo para valientes.

Lo que aprendes en ese proceso no se detiene ahí: lo aprendes para esa novela y para las que vengan. Y para la vida.

¿Le encuentras sentido a lo que digo? ¡Te espero en los comentarios! 😉

 

Me suscribo a la lista Escritura y corrección de textos

* campos requeridos
Consentimiento *

 

4 Comments

  • Lia dice:

    Quiero agradecer que existen profesionales como tú, que ayudan a autores, que no son Gabriel García Márquez, a potenciar, a abrillantar historias que necesitan voz. ¿Ego? Hablemos de él al final(después de la corrección, y más adelante), cuando la obra camina sola. Ahí vemos el resultado. Un abrazo.

    • Marian Ruiz dice:

      Ojalá, con independencia de todo, el autor debería tener siempre ese prurito de ofrecer a sus lectores el mejor resultado posible.
      No todos lo tienen, pero no es tu caso, Lia querida.

      Gracias por empeñarte.
      Un abrazo.

  • Lia dice:

    Ah, he leído que Gabriel García Márquez se enfadaba mucho con su correctora?

Leave a Reply

Responsable: María Ángeles Ruiz Garrido. / Finalidad: Publicar tu comentario. / Legitimación: Consentimiento del interesado. / Destinatarios: No se cederán datos a terceros, salvo obligación legal. /Derechos: Acceder, rectificar y suprimir los datos, así como otros derechos. Puedes consultar la información detallada sobre la Política de privacidad aquí.

Close Menu

Haz magia.

Haz lo adecuado, lo ajustado al contexto.
Pon criterio, corrección y soltura:
serás un alquimista.

 

Tus palabras hablan de ti más de lo que imaginas;
haz que trabajen a tu favor.

Transmite claridad de ideas, solvencia, confianza…
¡Haz que tu negocio crezca gracias a ellas!

Tus palabras: tu carta de presentación.