Te traigo un decálogo para escribir un libro.
¿Por qué esto y por qué ahora?
Las vacaciones están a la vuelta de la esquina y solo faltaría que se te comieran los buenos propósitos. Va para que no te pase.
Y vaya por delante que cada persona es un mundo y que, vista desde fuera, es, además, un mundo raro. Ser raro significa hacer cosas que quien observa, motu proprio, no haría; es enfocarse en algo que coincide con lo que otros deciden y descoincide con las rutas: si otros van para el sur, él o ella se van para el norte, bien arriba.
Igual con las vacaciones: está quien las enfoca en escribir y quien lo hace en recargar pilas. Y luego está ese otro espécimen que, ¡fíjate si será raro!, las recarga mientras escribe. A lo King (Stephen King).
Quien se las toma para escribir sabe que esa es la primera tarea. Luego, la playa, los paseos, las veladas a la luz de la luna. En cualquier caso, esto va para todos los modelos y variedades. Como es un decálogo ecuménico, lo primero que diré es que no hay normas ni mandamientos.
Hay, si acaso, recomendaciones, avisos a modo de boyas para que quien busca hacerse con el oficio no se pierda. Y me digo que igual esto te funciona.
Primer punto del decálogo para escribir un libro: No lo sabes todo
Un decálogo enfocado a que las vacaciones no se carguen tus buenos propósitos de escritura. Clic para tuitearAdmítelo: no lo sabes todo. No sabes de dónde procede la carne que te mira desde la bandeja del supermercado; ni sabes cómo se hace el teclado de tu ordenador ni tantas otras cosas (¿cómo se producen los pequeños milagros de cada día?).
Tampoco sabes que un libro no surge solo gracias a ti; a tu talento, a tu perseverancia. Eres el primero —la primera— que abre camino, pero te seguirá un nutrido grupo de personas que arrojarán ráfagas de luz sobre él. Sobre tu libro.
Este primer punto sirve para adoptar una actitud humilde, de respeto.
Segundo punto: Escribir es reescribir
Lo digo aquí: escribir es cuidar de ese bebé que acaba de nacer. Solo tú sabes de los meses, los años transcurridos desde que una idea (de los miles que despuntan, se entrechocan y se diluyen) anidó y fue cobrando forma en tu cabeza.
Nadie como tú conoce los insomnios por cuadrar una trama, por perfilar los rasgos de cierto personaje; por pergeñar ese primer borrador que nunca satisface: no es esa la palabra que querías ahí, ni el orden en que debían sucederse los acontecimientos. ¡Ah! Y te olvidaste de las siembras, de modo que tienes una cosecha que ha llegado a término… ni se sabe cómo.
Escribir es volver, es reescribir, es ahorrarte cuarto y mitad de los términos y las frases que has volcado y que solo giran en círculos. O en elipses, que es otro modo de girar.
También le pasa a esa persona que lleva buen trecho recorrido y escribe con facilidad. Lo que os distingue son los kilómetros de escritura, como cuando te comparas con las horas de gimnasio que lleva esa otra que admiras.
Tercer punto de este decálogo para escribir un libro: Lecturas extrañadas
Vaya por delante que eso de la objetividad es pura falacia: quien mira siempre es un sujeto. A lo que puedes aspirar es a una suerte de objetividad: la de la mirada extrañada que otras personas harán sobre tu texto.
Son tus primeros críticos en la aventura de escribir un libro, si tienes suerte.
Quiero decir:
Está bien que lo lea una amiga que te quiere mucho; está muy bien. Pero está mejor si lo lee quien te quiere… y no teme hacerte una crítica sobre lo que lee. Es lo que necesitas: dónde se aburrió, qué no entendió, por qué esto y para qué aquello; si tal personaje es un pavisoso sin razones para estar ahí. Si desde las primeras líneas engancha.
Enganchar no significa que la lectura te deje sin aliento. Quiere decir que está tan bien escrita y organizada con tanto tino, que apetece seguir leyendo.
¿Cuántos lectores beta necesitas: tres, cuatro, seis…? Que cada uno represente distintos sectores de la población, sean o no el público al que te diriges. Te sorprendería la de luz que puede arrojar alguien que no es eso que llamamos público objetivo; no para darle la razón necesariamente, sino para disponer de variados elementos de juicio.
Cuarto punto: Lectura profesional
¿Qué dirá de tu libro, no ya un amigo, sino alguien experto en leer? Si es una novela, nos referimos a alguien que sabe, además de leer críticamente, detectar aspectos literarios.
Ten en cuenta esto: aprendemos a hablar porque integramos patrones y los fijamos por repetición, pero sintaxis, reglas ortográficas y figuras retóricas… pertenecen a otro mundo. Para integrarlos, hace falta esforzarse y sostenerse en el esfuerzo. Escribir no es hablar.
Lo mismo para aprender vocabulario que uno no maneja o que le suena poco: cada palabra nueva, vista en contexto, la buscarás en el diccionario, enriquecerá tu acervo lingüístico y la recordarás con mucha más facilidad.
¿Podrías hacerlo a base de memorizar definiciones? Podrías, pero si aprendemos incorporando patrones, cuanto más obras buenas leas, más ayudarás a tu cerebro y con mayor facilidad regresará esa palabra a ti.
Una lectura profesional se concreta en un informe que detalla atributos y defectos de cierta obra; dicho de otro modo: rasgos a favor y aspectos que pueden mejorarse y sobre los que sería bueno intervenir.
Aprovecha esa lectura como lo que es (debería ser): un foco de luz sobre lo bueno y sobre lo menos bueno y pautas específicas (con ejemplos claros) para que puedas trabajar en la mejora.
La pregunta de fondo es ¿puede emocionar más tu novela?
Asegúrate de que lo que has querido transmitir ha sido escrito del mejor modo posible.
Quinto punto: Ajustes sobre fondo y forma: reescritura, una vez más
Una vez que cuentas con todos estos reportes (tanto de los lectores cero como de la lectura profesional), te toca remangarte. Tómatelo como un momento bello, de reconocimiento de ciertos pasajes con los que tuviste que forcejear en su momento. Quizá no las tenías todas contigo cuando escribías y ahora vuelves con pistas para enderezarlo.
Tendrás elementos de juicio para valorar si las siembras son las adecuadas, si la estructura lo es, si los personajes son de carne y hueso.
Revisarás vicios, errores ortográficos, muletillas, redundancias, falta de concisión, patrones reiterativos. ¡Revísalos uno por uno! Ponte la lectura automática que te ofrece Word. No es una maravilla, pero ayuda a verse.
Sexto punto del decálogo para escribir un libro: Corrección profesional
Una vez que has repasado y reescrito y ya no eres capaz de hacer mejoras, búscate una correctora profesional, un corrector.
Por cierto, déjame que matice: cuanto mejor llegue ese manuscrito a la corrección profesional, más garantías de que el resultado sea satisfactorio. No es lo mismo corregir un texto plagado de trampas, que otro que llega con los cuidados mínimos administrados. Ni cuesta lo mismo. Hay textos para los que serían recomendables tres vueltas. O más.

Mariana Eguaras y la excelencia editorial.
Pide pruebas. Valora qué te ofrecen al margen del precio.
Que no sea la pasta la que decida, por favor. ¡Estás invirtiendo en ti, en tu carrera! Digo yo.
Octavo punto: Edición
Editar no es corregir. Son dos procesos distintos. Y hablo de editar en el sentido de «establecer una calidad mínima que haga de él [de tu manuscrito] un producto digno, hasta el punto de que la gente quiera pagar por él». Son palabras de Mariana Eguaras, de su libro que lleva por título precisamente Publicar con calidad editorial.
¿Un corrector edita? Puede hacerlo en dos sentidos, pero solo si así se pacta y si ofrece ese tipo de servicios:
- Edita si analiza la obra y la organiza para que diga su mejor decir. Si elimina párrafos, si modifica el orden de las escenas, si reescribe partes, ese corrector edita.
- Y edita si trabaja con las fuentes; si otorga estilos a cada apartado: títulos, subtítulos, epígrafes, texto corrido, citas u otro tipo de destacados. Edita si ajusta ese manuscrito a ciertos estándares editoriales.
Se edita para hacer más cómoda la lectura y facilitar la experiencia a quien vaya a leer la obra.
Noveno punto: Envío del manuscrito
Una verdad de Perogrullo: es clave dar con la editorial adecuada cuando llega la hora de enviar el manuscrito. No tiene sentido enviar uno de romántica a una editorial especializada en novela negra.
A las editoriales les gusta lo que a todo el mundo: que se las conozca, que uno se haya leído buena parte de su catálogo. Lo notan en el modo en que uno se dirige a ellas. La carta de presentación y la propuesta editorial lo revelan.
De lo contrario, se yerra el tiro de entrada.
Cada novela tiene su público como tiene su editorial.
Décimo punto: Compás de espera (no desesperarse y, tal vez, autopublicarse)
Mejor que yo te lo cuenta Eva, La Reina Lectora, que conoce bien lo que se cuece en las editoriales.
Y si no responden, si sabes bien que cumpliste con todas y cada una de las premisas que exige la editorial en cuestión, ¿qué puedes hacer?
Autopublicarte. En menos de setenta y dos horas, puedes ver tu libro en Amazon. Hay que seguir una serie de pautas, sin duda. En contrapartida, seguirás de cerca todo el proceso y te manejarás con plazos más a tu medida.
¿Quién te dice que tu libro no pita y es después la editorial la que te busca?
Undécimo punto del decálogo para escribir un libro: Seguir escribiendo
No es hacer maratones, aunque hay a quien le funciona. Tal como yo lo veo, para escribir, lo que se necesita es instaurar un hábito.
¿Media hora, una hora, doscientas palabras? Lo que sea que le transmita a tu cerebro que ese compromiso es factible.
No va de ir al gimnasio dos semanas y machacarse con toda la panoplia de máquinas y luego dejarlo. El cuerpo sufre un estrés innecesario, pierde la ilusión y se agota por el camino.
Escribe cada día, comprométete a algo que puedas sostener en el tiempo.
Propina 1
Este decálogo termina con esos once puntos.
El recorrido no es ni corto ni sencillo, como pasa con todo lo bueno de la vida. A cada persona que despunta en un campo se le atribuyen cualidades extraordinarias, que las tiene. En contrapartida, pocas veces se destacan las horas de dedicación sostenida, el esfuerzo, la apuesta firme.
En eso sí que podemos decir que esa persona es extraordinaria.
¿Qué se necesita? Pasión y tesón para que los embates de la vida no lo tumben a uno.
Pero, ¡ojo!, fama y éxito son cosas distintas (de ellas no nos ocupamos aquí).
Propina 2
Volviendo al principio, donde sembré aquello de que todos somos raros: hay a quien se le ocurren soluciones mientras deambula dejando la mente libre. O tomándose un vino.
Hay quienes, en cambio, necesitan contárselo a alguien. De esa interacción surge la chispa.
Y hay quien se pone a escribir sin ton ni son y, cuando quiere acordarse, se encuentra la pepita de oro.
A veces pasa leyendo, ojeando libros, saltando entre párrafos aleatorios (ahora dicen random, como si aleatorio no tuviera bastante enjundia).
Conviene explorar y ver qué le funciona a cada uno.
Lo dicho: todos somos raros. Ve películas, ponte música o ponte una copa de vino. Conduce. Nada. Monta en bici. Conversa. Busca la fórmula que te funcione, pero ten la cabeza puesta en modo lo que sea que hayas decidido; no vaya a ser que la vuelta te encuentre lamentándote de que las vacaciones se cargaron tus buenos propósitos.
¡Y cuéntamelo en septiembre!
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