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¿Cómo salir de esa especie de parálisis que lo acomete a uno ante la página en blanco?

A menudo tiene que ver con una autoexigencia extrema; también con la ansiedad por la falta de práctica o por esa otra que producen las prisas. A la creatividad no le gustan las prisas. La mente, en cambio, corre como si el conejo de Alicia, la del País de las Maravillas, hubiera asaltado la realidad: «¡Dios mío, voy a llegar tarde!».

La página en blanco debería ser desafiante y no paralizante. En tales casos, pregúntale a tu silencio y haz tratos con él. Clic para tuitear

Conste que hay a quien la presión lo espolea y tiene «brillantes cuartos de hora». Quizá es que, en situaciones así, la persona manda la dispersión a la papelera y pone foco. Como si se encontrara ante un muro de llamas con la única puerta de salida en medio del fuego.

¿Come escritores la página en blanco?

Víctor J. Sanz dice que no, que o no eres escritor o tu miedo a la página en blanco es una pose. Lo dice aquí y, a pesar de sostenerlo, señala posibles soluciones. Échale un ojo; o mejor, échale los dos.

Puede que seas escritor y que sientas la creatividad bullendo en tu interior y que no te salga nada. Deja que te diga que no es un problema de la página desierta, sino tuyo; un problema de tu falta de fe.

Quizá nunca te has visto ante un precipicio e impelido a saltar, sin escaleras por donde bajar ni lianas propiciatorias.

Puede que nunca hayas sido feliz.

¿¡Qué tiene que ver eso con la página en blanco!?

Todo.

Se necesita fe para dar ese primer paso sin ver esa red que debería amortiguar la caída. También se necesita fe para ser feliz. Y, ¡pásmate!, suelen ir de la mano.

Excusas ante la página en blanco

Tú sabes cuándo estás más predispuesto, cuáles son tus horas más productivas. A mí, que soy alondra más que búha, me gusta la mañana temprano, cuando el mundo apenas está esbozado.

Me siento a escribir (lo propio o lo ajeno) y me digo que no seré capaz. Tengo un instante de desánimo, lo confieso. A renglón seguido, me digo que estoy aquí para eso, que nadie puede hacerlo por mí; que sin mí, las palabras se quedan huérfanas. Y son mis palabras. Desde que concebimos hablar —tres millones de años de nada—, son aliadas del ser humano y yo me tengo por humana, así que con ellas cuento.

Pregúntate:

¿Qué temes, qué te gusta, qué rechazas? ¿Por qué? ¿Qué motivos tienes para temer, para gustarte de esto o de aquello o rechazarlo?

Es ahí donde debes indagar ante la página en blanco: en tus emociones. Primero sientes y luego razonas; primero sientes y luego objetivas por qué sientes lo que sientes.

Quizá tratas de alumbrar la frase brillante, literariamente perfecta. Un destello. Un relumbrón. Pero ¿cómo harás si no escribes?

Si dices que no tienes tiempo, ¿sabes qué estás diciendo en realidad? Estás diciendo que no quieres. Si dices que no tienes ganas, estás diciendo que no confías en ti.

Pero resulta que «nadie puede aconsejarle ni ayudarle, nadie», escribió Rilke en Cartas a un joven poeta.

Primero saltas y solo después se opera la magia; saltas y se abre una vereda. Primero escribes sin censura y solo después enmiendas, reescribes; es entonces cuando atinas con la frase redonda.

Ante la página en blanco, reflexiona

Si no eres de ese Club del Cuarto de Hora Brillante, ni lo pretendas. Y si destripar qué funciona en esos libros que te arrebatan sería otro disparate para ti, ni lo intentes.

Afloja. Escribe una estupidez. No estás compitiendo con nadie. Vivimos en esa otra lógica mortífera, la de la competencia, la del aplastar al otro para lucirse uno. El problema es que así no hacemos lo que queremos, sino que queremos lo que otros hacen.

Para eso, fíjate qué presión, no nos queda otra opción que derribarlos.

Ahí empieza el delirio. Si alguien no perdiera en una competición, ¿cómo ganaría el otro? No podemos hacer que dependa de lo que hace otro la calidad de lo que hacemos nosotros. ¡Es una trampa!

Párate y pregúntate si te gusta lo que haces. Quizá no te gusta. Quizá, en tal caso, se te abren otras posibilidades. Pero antes tienes que pararte y preguntarte. Puede que lo que te guste sean las palabras de otros, esas voces que se te incrustan en la cabeza y te motivan. En tal caso, lee. Empápate de esas otras palabras. Anota esas frases que te impactan.

El punto de partida es igual para todos: somos mediocres. Y es fantástico. Si no lo fuéramos, ¿cómo sabríamos que otros (pocos) son brillantes?

Ante la página en blanco, escribe cosas normales

Sé que la sensación se le parece, pero no estás ahí. Ni mucho menos. Imagen de Mike Kolp en Pexels.

No persigas el éxito. Perseguirlo no te conducirá a escribir mejor. Olvídate de competir y manda la mochila de la competitividad a la hoguera de las vanidades. No es fácil. Nacimos en esa cultura, nos educaron en ella, sobrevivimos en ella. Los exámenes que pasamos cuando estudiábamos servían solo para ser mejores que otros. No eran para saber dónde estábamos e impulsarnos a saber más desde ahí.

Cada caso es distinto, claro, y no tendrá el mismo grado de parálisis quien nunca ha escrito que quien sí. Habilidades y competencias, en uno y otro caso, son distintas.

Pero, para ambos, la recomendación es escucharse, acogerse; no exigirse porque tal otro hizo o tal otro llegó a no sé qué meta. Uno se pone en ruta con lo que sabe. Luego tiene que educarse y enseñarse a sí mismo, aunque ese educarse y enseñarse a sí mismo se haga, en ocasiones, de la mano de otro. Pero uno recurre a otro con más de recorrido porque busca cauces para hallar su propia voz.

Si eres escritor novel, frente a una página en blanco tendrás dificultades. Llámalo así, «dificultades». No lo llames «miedo». Las palabras que empleas afectan a tu experiencia.

Escribe cosas normales, pero escribe cada día si dices que lo tuyo es escribir. No hay otro trampolín.

La creatividad hay que entrenarla y educarla

Cuando te digo que escribas cada día doscientas palabras, no te lo digo para que me complazcas. Querías escribir, ¿no? Pues es lo que tienes que hacer.

Harás cursos de escritura, de guiones, de cómo estimular la creatividad. Leerás libros sobre cómo esto y cómo lo otro y nada te ayudará tanto como escribir.

Doy por sentado que sabes leer y que lees. Mucho. De todo. Es la premisa number one. Y doy por sentado que lees y te impregnas de lo que lees y lo que descubres.

Tu problema es que querrías para ti toda esa magia de entrada. Pero la magia no funciona sin gasolina. Y resulta que la gasolina la pones tú con tu esfuerzo, tu perseverancia, tu entrenamiento. Por eso, lo de que escribas doscientas palabras diarias. Pruébalo y dime si funciona.

Porque una de las cosas que tienes que adoptar por delante de cualquier otra tiene un nombre: se llama mentalidad de escritor, como cuenta aquí Ana Bolox.

No esperes que el miedo se vaya antes

Porque no se va antes, no. El miedo es tenaz. Primero sueltas los amarres y te tiras.

En serio: ni siquiera es un precipicio eso que tienes delante de ti, por todos los dioses. ¿Ves que las metáforas nos sostienen?

Tú mismo te sostendrás a menudo gracias a ellas.

«Soltar amarres» es otra metáfora que a la que podemos arrancarle las ropas: significa «soltar ese censor que llevas dentro y escuchar tus latidos». Abre un libro de poesía y escoge un poema al azar. Si no te inspira, escoge otro. Que no te asuste el hecho de que puedan pegársete palabras ajenas. Solo estarás descubriendo nuevas rutas, nuevos términos que te abrirán horizontes. Escribe.

Mañana vuelve sobre lo escrito: elimina, reformula, dilo de un modo más simple aún. Verás que incluso en eso que hoy te parecía horrible hay algo bello. Eso otro se te torció; no importa: es ahora cuando lo enmiendas. ¿No es una suerte poder eliminar y escribir de nuevo?

El miedo se va justo después de mucho hacer. Nunca antes. El Gato de Cheshire sonríe, es su distintivo; y sonríe porque es vitalista. «Siempre llegarás a alguna parte si caminas lo bastante», dice.

El miedo se va cuando escribes pese a todo y eres tú quien dice la última palabra.

Propina 1

¿Significa que cuando dejas de competir te faltan otras referencias?

En absoluto.

Significa que puedes abrirte a lo que hace el otro sin exigencias de tener que superarlo. Es cuando estás listo para aprender. Es entonces cuando surge la posibilidad incluso de hacer algo juntos. Porque el otro también aprende de ti. También al que enseña (o pretende que enseña) se le plantean exigencias.

Propina 2

Ante la página en blanco, escribe cosas normales, insisto, cosas que no deslumbran y que ni siquiera lo pretenden. Atraviesa ese charco. Asegura el paso.

Esto lo tomo de una experiencia montañera reciente:

En un camino de montaña, me veo ante tremendo charco con barrizal incluido. Imposible saltar al otro lado sin embarrizarse las zapatillas y salir haciendo chof chof. Mi compañero me dice: «Busca una piedra que puedas cargar».

Él coge una y la lanza. Hace así con otra más.

Hay un buen pedazo de caliza no muy lejos de mí. «Tírala ahí. Calcula tu zancada y la echas donde veas que puedes asegurar la pisada».

Él solo ha necesitado dos: es bastante más alto que yo. Lo imito con tres buenas piedras más. Me he salpicado la ropa con la primera, pero no me importa: he pasado sin problema asegurando cada paso, tal como me decía.

No puedes pasar de donde estás a donde querrías estar sin dar esa zancada corta. Solo puedo hacerte una recomendación: plantéate algo que puedas sostener en el tiempo. No te engañes, pero desafíate. Solo tú frente a ese vértigo necesario.

Y cuando el muro sea una muralla china, busca la ayuda de un mentor.

Propina 3

Un mantra para ponértelo ahí delante: «Las palabras que escojo anticipan mi experiencia». También puedes imprimírtelo en una camiseta y vestirla como amuleto cada vez que te sientes a escribir.

De verdad: no digas «difícil», «imposible», «penoso». Di, más bien, «comprometido», «importante», «delicado».

¡Dale el esquinazo a tu censor! Y mira si había algo parecido a la felicidad ahí.

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2 Comments

  • Cora King dice:

    ¡Me encantó! Pero lo de las piedras y las palabras escogidas ¡me recontramil encantó! Jajaja
    Besos y abrazos y gracias por tus palabras ♥
    A la página ahora.

    • Marian Ruiz dice:

      Nada como un ejemplo práctico, visual, ¿verdad, Cora?
      Qué bueno que te encantó. A mi me encanta que te encantara.
      ¡A la página ya! ?​

      ¡Un abrazo literario!

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