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«Finalmente, comprendí que escribir no es hablar. Que una cosa es hablar y otra es escribir; hasta parecería que son dos lenguajes distintos».

Me lo dice un cliente no solo agradecido, sino satisfecho con la dinámica de la corrección y los resultados.

Hay otro que, ante una sugerencia para evitar esto o aquello que se repite o redondear algo, me dice: «Eso no lo diría yo. Diría X. ¿Cómo lo ves?». Pues lo veo bien, señor mío, lo veo bien.

Entre escribir y hablar hay una diferencia de entrada: en el primer caso, no se comparte ni el tiempo ni el espacio. Normas y convenciones dirigen la escena. Clic para tuitear

Y aún hay otro cliente poco dispuesto a ceder el propio lugar: «Después de tus correcciones, tengo que volver a corregir yo para que se adapte a mi manera de hablar».

Escribir no es igual que hablar

La correctora ha afrontado con la dignidad que le caracteriza el tercer comentario y se dispone a hacer varias secuencias de respiraciones ininterrumpidas hasta las siete y media. Mínimo.

En ese momento, la correctora se santigua (hace mucho que no) y dice en voz alta algo del tipo: «Veamos cómo esquivar las balas».

Pensar antes de escribir: una pequeña historia

Se celebra un juicio contra una correctora. La acusación es por no haberse parado a reflexionar antes de publicar cierto artículo contra una escritora novel. La abogada de la correctora se levanta del asiento con la artillería fina a punto:

—Una pregunta, señoría: ¿es posible ponerse a hablar sin haber pensado antes?

Su señoría responde que sí, que por supuesto.

—Y, dígame, señoría, ¿podría uno ponerse a escribir así, sin pensar?

—Depende de lo que entienda usted por escribir, letrada.

—Escribir con intención de comunicar algo coherente: informes, ensayos, novelas, relatos, cuentos; hasta correos.

—¿Se refiere a la elección de las palabras, la coherencia, el estilo, la ortografía…?

—Sí, señoría.

—Para eso hay que pensar, en efecto.

—Cartas de amor…

—Ese es terreno resbaladizo, letrada. Depende de la casuística. ¿Puede saberse a dónde quiere ir a parar?

—Sostengo que, para escribir, hay que detenerse en cómo funcionan los procesos mentales. Y que nada tienen que ver con los mecanismos que se activan para hablar.

—¿Y en qué lugar afecta esto a su defendida?

Una mujer con los ojos muy abiertos espera salir airosa del embolado. La letrada asegura que la clienta de su defendida —la escritora novel— no pensó antes de escribir. Hubo cruces de malentendidos, impagos… hasta acabar con ella sentada en el banquillo.

—En cambio, mi defendida sí que pensó, señoría. ¿De qué otro modo hubiera ideado esta estratagema para escribir el artículo que abriría la nueva etapa blogueril?

Escribir no es hablar: escribir y hablar son códigos distintos

Escribir y hablar son cosas distintas

La mosca o su congénere espera paciente un despiste de la favorita.

Vimos en este artículo que escribir es una cosa, hablar otra y corregir otra bien distinta. De modo que diré cosas que se parezcan y puede que alguna se repita. Aunque espero, también, poner luz desde otros lugares y matices.

Cuántas veces hablamos por no callar.

Escribir por no callar lo hacemos menos, pero sería bueno entrenarse. Y mejor aún volver sobre ello una vez que la efervescencia hubiera pasado. Nos asombraríamos de las barbaridades que brotan en esos momentos de arrebato; salvo que nos grabemos, no lo percibimos al hablar. Luego uno tira de memoria y… ya sabes: tu palabra contra la mía.

Cuando hablas en privado, compartes no solo un lenguaje, sino un código: una manera de decir las cosas que se apoya en gestos, expresiones, modos de enfatizar palabras o ciertas secuencias. Lo recibiste de tus padres: es tu código lingüístico. Y con los amigos y tu círculo social, lo has ido completando, ampliando.

Cuidas más y seleccionas todavía más lo que quieres decir con quienes no conoces. En esos casos, sí piensas antes lo que vas a decir; o lo piensas un poco más.

Pero nadie te reprochará que en una conversación repitas palabras.

¡Ah, pero lo escrito!, lo que en cuanto das a enviar o ves publicado canta por soleá sus desventuras. Los errores más inimaginables te delatan; o revelan tu nivel de pericia.

Cosas que pasan al escribir que no pasan al hablar

Para empezar, si escribes a mano, tienes que cuidar la letra. O no te entenderán. Y aquí cuelo un chiste malo: los únicos que tienen prerrogativas en este sentido son los profesionales de la medicina (¿has visto qué recetas?), pero no importa; se mueven en circuitos cerrados. (Avisé que era malo).

Si escribes con teclado, el asunto se concreta en estos pequeños pero cruciales actos:

  • Pensar qué decir.
  • Desarrollar las ideas.
  • Hacer un borrador o varios.
  • Seleccionar la información.
  • Estructurarla en capítulos y párrafos congruentes.
  • Escoger las palabras según el destinatario o destinatarios.
  • Utilizar signos de puntuación y cuidar la ortografía.
  • Buscar el ritmo entre frases cortas, de longitud media y largas.
  • Atinar en los conectores; o descartar la mayor cantidad posible de ellos si se trata de narrativa.
  • Evitar repeticiones, cacofonías, rimas internas.
  • Repasar, reescribir, corregir.
  • Repetir este último paso hasta la hartura; o sea, hasta que esté lo más claro posible.

Cosas que haces (o deberías hacer) cuando escribes

Para hablar en contextos de ámbito profesional, sobre todo si quieres conseguir algo, te rodeas de ciertas estrategias. Cuando escribes, deberías hacer igual. Doy por sentado que, cuando escribes, persigues un objetivo, claro.

Hablar es natural; escribir no. ¿O recuerdas que tuvieras que hacer repasos y fijarte en la caligrafía cuando aprendías a hablar?

Escribir, en cambio, era otra cosa.

Para aprender a escribir bien había que aplicarse.

Escribir y hablar no es lo mismo

Condición indispensable a la hora de escribir algo que valga la pena ser leído.

Y para hacer del hecho de escribir una profesión —ganes o no ganes pasta con ella— tienes que afinar: hay aspectos que diferencian a los escritores competentes de quienes no lo son.

Algunos no son muy misteriosos, pero sí son complejos:

  • Tener objetivos claros.
  • Conocer la ortografía y las reglas gramaticales.
  • Interiorizar las convenciones en lo que respecta a la estructura.
  • Por descontado: leer mucho, pero leer poniendo los cinco sentidos: leer comprendiendo qué se dice; de qué va; cómo se dice; cómo se teje la madeja; con qué ritmo; mediante qué conexiones.
  • Desarrollar una especie de conversación interna a cuenta de lo que se lee.
  • Conocer las propias motivaciones, que son las que llevan a seleccionar lo que se lee. (No interiorizas todo, pero lo que te interesa se te fija como un tatuaje).
  • Saber cuándo y cómo transgredir.

Te pongas como te pongas, escribir no es hablar

Señora mía, señor mío: escribir no es hablar, por más que usted trate de ajustar a su habla las enmiendas de la correctora. Los hechos cantan: cada vez que vuelve el texto que ya se corrigió regresa lastimado. Muy lastimado. Malherido. Plagado de:

  • Dobles espacios.
  • Repeticiones dentro del mismo párrafo o de palabras centrales.
  • Grafías (números) donde debía haber letras.
  • Extranjerismos que no se contemplan como tales.
  • Comas criminales.
  • Signos errados.

La correctora se tomó su tiempo de explicaciones y de puesta a punto para empezar a trabajar (hay días en que se levanta espléndida, dadivosa); así y todo, hubo que corregir los textos ad infinitum, con pérdida para ambas partes. Aunque ella cobrase.

Secundar el empeño de la correctora es crucial, síntoma de confianza y de respeto por lo que se tiene entre manos. De sentido común.

Escribir y hablar: diferencias

Mira, por fases: repeticiones, muletillas, gerundios impropios, adverbios terminados en –mente, subordinadas a tutiplén…

Si has puesto tu obra en manos de un profesional de la corrección y si la prueba (gratuita) determina que está a la altura de lo que necesitas; si has podido rastrear su huella o pedir referencias, o has comparado y te has decido, confía.

Puede que en una conversación hablada te despaches con términos que determinado texto no aguanta. También cada escrito tiene sus exigencias, aspectos que le son relevantes y otros que no. Hay que saber distinguir.

Ni siquiera escribir bien es síntoma de pensar bien. (Esa es otra).

Propina

Las lenguas no son invento de nadie. La escritura, sí. Y lo escrito va de representar la lengua hablada para que quienes comparten una y la misma puedan entenderse sin esfuerzos mayúsculos. Es capital tenerlo en cuenta.

La lengua que cuida la RAE es una especie de lengua consensuada que, en rigor, nadie habla pero todo el mundo entiende. Y me refiero, en efecto, a todo eso de la ortografía, la gramática, la sintaxis… A todo eso.

 

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4 Comments

  • Lia dice:

    ¡Dímelo a mí! Y encima de todo eso que la lectura emocione. De todas formas no creo que sea posible sin el trabajo profesional de corrección, edición… Como siempre, magníficos consejos que compartes con nosotros. Un abrazo.

    • Marian Ruiz dice:

      Escribir no es fácil nada fácil. Y lograr que emocione, menos aún. Creo que se consigue a condición de que la escritura sea muy muy honesta y de dejarse la piel. A eso hemos de aspirar. Y eso, sí, para que quede presentable, corregir, reescribir, dejar reposar, volver a corregir, editar…
      Gracias, Lia.
      Otro abrazo de vuelta.

  • Horacio dice:

    Me parecen excelentes tus artículos Marian. Y no solo lo que escribes, que me encanta, sino también la creatividad puesta en juego en la selección de la imágenes y los comentarios en ellas. ¡Es un verdadero deleite leerte! ¡Felicitaciones!

    • Marian Ruiz dice:

      Qué maravilla, Horacio. Estas palabras que me brindas bien valen la pena el tiempo que me lleva decidir el tema, montarlo, echarle un poquito de sal y otro poco de pimienta… Bien que lo valen. ¡Gracias, mil gracias!

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