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Al narrar emociones en la novela, es fácil equivocar la fórmula.  Y lo es porque a cualquier experiencia vivida con intensidad, parece que las palabras no terminaran de hacerle justicia. Situaciones de indignación, vergüenza, abuso, acoso, desamor; de alegría máxima, asombro, arrebato, gratitud, enamoramiento.

Cuando te pongas a narrar emociones, oblígate a mirar qué pasa y a ir más allá. No cedas a lo obvio ni a lo fácil. Clic para tuitear

Una imagen me viene a la cabeza: la indignación de quien reclama derechos. Otra me causa estupor —por no decir vergüenza— y empieza a ser habitual: mascarillas tiradas por la calle. Y otras: un padre grita a un niño, un marido pega a su mujer; una madre no sabe cómo contar a sus hijos que fueron producto de sucesivas violaciones. Como dice Benjamín Prado: «A veces uno duda de que el hombre descienda del mono: es imposible que algunas personas vengan de tan arriba».

El arte de narrar emociones

Para ponerte a narrar emociones en tu novela, bájate de los tópicos.

Me viene también la imagen de esa chica que acaba de licenciarse y no cabe en sí de felicidad. También la de esa otra cuya vida giraba alrededor de una mentira y hoy sale del armario. O la que aquel a punto de tirar la toalla y que, en cambio, despidió a su jefe. Me vienen tantos pequeños triunfos personales.

Las novelas, como la vida, se ocupan de ese tipo de cosas. El asunto estriba en cómo narrar las emociones que suscitan. 

Cómo NO narrar emociones en la novela

Dado que narrar emociones entraña toda esa dificultad, te dices: «Mejor no entrar ahí; mejor rodear el edificio y contar cómo es por fuera». Y te pones un chaleco antibalas e inicias la ronda. Por fuera, por fuera.

Evidencia dos cosas: miedo y pereza.

Pero las emociones son comunes a todos y todos sentimos de manera parecida. Cambian las cosas que nos suscitan emoción y cambia la forma en que nos gestionamos. Pero miedo es miedo, apto solo para tomar precauciones ante peligros reales. Ese otro miedo de entrar en la emoción es una prometedora puerta de entrada que conviene franquear.

Escribir es caminar por la cuerda floja. Y ¿vas a echarte para atrás? Lo otro, la pereza, solo conduce a divagar y a dispersarse.

Pasar de puntillas por la emoción

He ahí el primer error. Las emociones son la sal de la experiencia; no querer entrar en ellas es pasar de puntillas por la vida.

Las crisis nos mueven el suelo y hacen que nuestra identidad se tambalee. Nadie se libra. Resistirse o mirar para otro lado solo tiene una razón: miedo; al ridículo, al qué dirán. Y nos pasa más a nosotras que a ellos, aun cuando nosotras estamos más en contacto con nuestro mundo emocional.

Recomendaciones para narrar emociones en una novela

«Ya te digo yo que, si no entras, no sales. Hazme caso, que yo sé un rato largo de emociones y de escribir novelas».

¡Ah, las emociones! Recuerda la primera vez que aprobaste matemáticas (las tenías atravesadas); el primer beso con lengua, el primer amor; la primera vez que alguien te insultó; tu primera menstruación o tu primera polución; el primer rechazo; un dolor inesperado, una traición, una ruptura, una decepción, una burla; un sueño del que ya te despediste o ese otro que lo suplantó; la madre muerta, el padre que abandonó; la constatación de ser mediocre en algo que te interesaba vivamente; tener que hacer cosas a la fuerza; un accidente, una enfermedad.

Son experiencias por las que has pasado y estás a punto de transferir a tus personajes. Justo ahí está la grandeza de escribir. Y es ahí donde te encuentras con quien te está buscando para leerte y —a la vez— leerse a sí mismo.

No pases de puntillas.

Querer impresionar al narrar emociones

Fray Bartolomé de las Casas fue testigo de atrocidades que perpetraron sus coterráneos contra los indios cuando todo aquello de Cristóbal Colón. Fary Bartolomé dejó escrito:

Mis ojos han visto estos actos tan extraños a la naturaleza humana, que ahora tiemblo mientras escribo.

Me sobrecoge ese temblor de quien llega decidido a desnudar y desnudarse. Fray Bartolomé sabía, además, que tenía que contarlo como no fue exactamente para que lo entendieran.

Begoña Huertas, titula el prólogo de su obra El desconcierto: «De repente un manotazo y las piezas por los suelos».

Nunca me planteé escribir sobre mi experiencia con el cáncer. Mejor dicho, claro que me lo planteé, pero lo hice para responderme enseguida: NO. En primer lugar, no me apetecía: cuando se está enfermo se tienen pocas ganas de todo, y también pensaba que realmente no tenía nada que decir, nada que aportar ni ningún punto de vista interesante que proponer.

Cuando quieres impresionar fácilmente caes en exceso de adjetivos, aumentativos, diminutivos, repeticiones (que no son precisamente un recurso retórico).

Haces algo peor aún: te separas de ti, de tu experiencia, de profundizar en ella: ¿qué te dolía?, ¿a qué olía?, ¿dónde estabas?, ¿qué había?, ¿qué se te pasaba por la cabeza?

Narrar emociones en una novela exige salirse de los tópicos

Ahí lo tienes, todo expectante, a ver cómo describes esa mirada cuando te pongas a narrar emociones en tu novela y le toque salir a él.

Qué fácil es ser excesivo cuando se quiere impresionar.

Utilizar las mismas fórmulas que en una conversación al narrar emociones

Ya lo vimos aquí: hablar y escribir son cosas distintas.

Supón que hablas con tu pareja de un pervertido que era tu padrastro y que dices algo así:

—Un hijo de puta. Quería todo de mí y cuando se largó, uf, casi no lo cuento.

—¿Qué paso? ¿Qué te hizo?

—Me trató muy mal. Era un… No te imaginas el asco que le cogí. Era un… un… Qué asco. Mejor hablamos de otra cosa. El muy cabrón.

La conversación hablada puede permitirse unos lujos que no pasan el test de la conversación escrita. No hay conversaciones banales en las novelas. O no debería haberlas. Un diálogo tiene que decir cosas que omite la voz narradora.

En este caso, damos cuenta de un pequeño forcejeo en la pareja. Es la misma escena de antes:

—Me miraba a mí más que a mi madre. Y a la idiota de ella se le rompió el corazón cuando se largó.

—Algo tendría el hombre… —Álvaro chupa y observa el helado como si fuera a hacer un informe sobre él.

—El trapicheo. Le daba para vivir como un jeque. Y mi madre no tenía dónde caerse muerta.

—¿Y?

—Tenía cuarenta años. Y yo, quince. Y le gustaba darle celos conmigo.

—Es que tú estás como para darle celos a un eunuco. —La mira de arriba abajo.

—Qué genio. —Sole pone los brazos en jarras—. Mi novio se pone de parte del cabrón. ¡Lo que me faltaba! 1

Pasarse de rosca al narrar las emociones en la novela

Desconfía del exceso de adjetivos: maravilloso, espectacular, impresionante, increíble, fascinante, alucinante, profundo, intenso, muy, siempre («la palabra siempre no tiene futuro», dice Benjamín Prado en su Pura lógica), nunca, todo, nada… Y no pongas más de tres puntos suspensivos, que no suman sino ruido.

¡Y para! Un paso más y el precipicio aguarda.

Si la voz narradora —sea primera o decimoquinta persona— se detiene en disquisiciones sentimentales, sospecha. Si dice cuánto de intensamente llora alguien, cuánto sufre; si repite escalofríos cada vez que se abre una puerta o le late intensamente el corazón cada vez que esto o lo otro, malíciate.

Narrar emociones en la novela: un arte que conviene dominar

Un callejón, un charco, un niño con un chaleco amarillo y un paraguas transparente. Se divierte chapoteando; y contándoselo a sus amigos, que es otra manera de chapotear y de compartir emociones en la novela de la que es protagonista.

Un secretillo para cuando te pongas a narrar emociones

Busca que pasen cosas: quién llega, quién se va, quién observa a quién, con qué se conecta eso que pasa en cierto momento; si alguien espera abordar un tema y titubea y acaba abordando otro; si llueve o si el sol acaba traicionando la promesa de un día de playa. En qué se concreta el trastorno bipolar de Lucila o el fetichismo de Claudio.

Elige palabras que digan más con menos, palabras rebosantes de significado. Que las emociones no se coman lo que pasa en la novela y que no te den igual las palabras. Ni siquiera para las descripciones. Las descripciones no están ahí de relleno: dónde pasa lo que pasa y cómo influye el ambiente en ese escenario que se configura son elementos claves. Las descripciones enfocan circunstancias y particularidades que actúan a modo de envoltura de lo que pasa en la novela.

Embrida las emociones. No cedas.

Soluciones frente a las dificultades al narrar emociones en la novela

Begoña Huertas, después de ese prólogo al que te remito más arriba, va y escribe su novela. Tengo las páginas literalmente acribilladas. Solo quiere dar cuenta de algo tan poco carismático como un cáncer; sobre el trasiego hospitalario; sobre la necesidad de desvestir la enfermedad de ese nicho romántico al que ha sido arrojada: Camus, Edgar Allan Poe, Proust, Thomas Mann, García Márquez… y todas las voces melancólicas que en el mundo han sido.

No dice: «Aquello era terrible y todos me compadecían y nadie se imaginaba lo duro que era». Porque no estaría diciendo nada. En cambio, dice:

La quimioterapia se administra por ciclos, para que el cuerpo pueda recuperarse entre un envite y otro. […] A pesar de eso, me empeñaba en disfrutar, y algo en mí, en efecto, disfrutaba. Y si no era el cuerpo al que estaba machacando, ¿qué era? ¿la mente? ¿y qué parte de la mente?, porque en algún lugar, sin duda, la mente racional estaría horrorizada.   

Escribe después de haber llorado. Cuenta como si estuvieras en un confesionario (o sea, como si tu personaje…).

Soluciones para narrar emociones en la novela

Con escribir después de haber llorado, me refiero a esto que sigue.

La nostalgia, la tristeza: dos emociones habituales en tramos de la novela

Nada de que Carla está triste o de que las lágrimas se le derraman porque su pareja ignoraba aspectos importantes —a juicio de ella— de la salud de su relación. Di, por ejemplo:

Carla finge interés, aunque lleva un rato con la cabeza en otro sitio. Hoy hace veinticinco años que se casaron, pero su marido habla entusiasmado del nuevo programa contable que han instalado en la oficina. Detrás de la ventana, el gingko biloba ha perdido su característico rubor amarillo y luce desnudo. Ella envidia los abrazos subterráneos que debe darse con el roble del jardín vecino. La Navidad está a la vuelta de la esquina y recuerda a su padre. Lo quiso mucho, pero él tampoco tenía detalles con mamá. La historia se repite. La comida resiste fría en el plato mientras el hombre sigue con la murga de los procesadores. Qué desperdicio de vida.

Estás adentrando al lector en cómo y por qué está así la protagonista. Además, fíjate: palabras como tristeza o nostalgia no salen. Nada de se sentía o pensaba o similar. A cambio, palabras normales y corrientes que dibujan la escena al lector.

La novela y sus entresijos

Cada vez que la voz narradora se rasga las vestiduras para dar cuenta de una emoción, el angelito que la vigila encaramado a su hombro monta un altarcito y se pone a rezar.

No hay palabras proscritas, pero antes de volcarlas para hablar de pena, soledad o decepción, ponlas en cuarentena y valora su necesidad.

La alegría, el entusiasmo: dos emociones que visitan a tus personajes

La invitación es la misma: nada de estaba alegre o entusiasmada o supercontenta. Veamos si es posible darle otra pincelada:

Lleva unas cuantas horas peleándose con el texto. Sabe que ella misma es producto de un mito («las letras no dan de comer», «una carrera técnica, hija, de esas que tienen salidas», «más te valdría empeñarte en cosas normales, que tanto leer te atonta»). Un mito. Bendita la hora en que se propuso destruirlo, aunque hoy es de esos días en que la voz grita. A punto de claudicar y abandonar la escritura, da con la escena y las palabras.

Escribe: «Veo a mi madre subida en lo alto de una silla. La romana está ahora en el techo del armario. Me perdió la boca; a quién se le ocurre decir que el libro va de una prostituta que se llama Quincepesetas cuando no tienes ni doce años. Luego, toda la vida cargando con la impotencia y la culpa».

Pero hoy no le importa que su marido entre en la habitación y le hable de procesadores. Ella desvía la mirada a La romana, que muestra su lomo orgulloso por encima de la cabeza de él mientras por la ventana se cuela un guiño de sol. Acaba de dar con la única frase que necesitaba.

Has mostrado dónde nace su conflicto, su determinación, las fluctuaciones para salir de él —es humana—, el instante sagrado en que la perseverancia da resultados. Su alegría íntima. 

Propina

Ten presente a tu personaje. No por ser personaje debes tratarlo con menor consideración que si fuera de carne y hueso. Es carne y hueso literario. Echa un vistazo a tu hermana, a tu marido, a tu compañero de piso. ¿Qué hace cuando tiene un disgusto? ¿Y si recibe una buena noticia?

En el primer caso, seguro que no llora a moco tendido ni le recorren escalofríos. En el segundo puede que sí, pero ¿cómo lo sabes?, ¿ves acaso una especie de áspid holográfica ascendiendo por su espalda?

Ten presente también en qué circunstancia real (léase verosímil o real desde el punto de vista literario) pasa lo que pasa. Descríbela de manera sencilla. Tiempo habrá de hacerle tirabuzones.

¡Y cuéntame cómo te va!


1 Los diálogos que no llevan cita aparejada son de mi invención.

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