Pensar, decidir, creer, poder, intentar, saber, sentir, parecer, comenzar, empezar, ver, tener que, tratar de… son verbos prescindibles en narrativa. Y si no son imprescindibles, deberías ponerles un sonajero. O varios cascabeles. ¿Para qué? Para que te avisaran de que pretenden allanar tu morada literaria, por las buenas, sin salvoconducto.
«Escribir es una maldición que salva», decía Clarice Lispector.
O que condena, digo yo.
Escribir es fácil. Lo difícil es tirar a la papelera todo lo que sobra, como es el caso de estos 13 verbos cuando no atinas a darles el lugar que les corresponde. Clic para tuitearEscribir te condena si incurres en verbos comodines y en otros desmanes asociados cuya presencia anticipan aquellos. ¿Como qué? Como tópicos, formas alambicadas y retórica vacía. Y por vacía quiero decir que no informa ni añade nada relevante, sino que, encima, ensucia la narración.
Una historieta como telón de fondo
Para ir dando cuenta de cada uno de estos 13 verbos prescindibles en narrativa, te invito a seguir este relato:
Una tipa camina deprisa. Es noche cerrada, no hay un alma y hasta las sombras de las farolas se citan como amenazas. Ella sospecha que la siguen porque lleva una botella de Moët Chandon Etiqueta Imperial y quieren arrebatársela. Alguien está dispuesto a pagar por continente y contenido lo que no está en los escritos (disculpas por el pareado).
Pensar
Pensó que debía decirles que dejaran de perseguirla porque estaba segura de que la estaban confundiendo con otra persona. Y añadir que lo que llevaba, en realidad, no era Moët Chandon.
Repara en el crimen de lesa literatura y que la literatura nos perdone por citarla:
Pensó que debía decirles que… porque estaba segura de que… y que lo que llevaba, en realidad […].
La escena es tensa. En una escena tensa se privilegia la acción. ¿Has visto la cantidad de colgajos? En un momento así, ni pensar ni cardar la lana; hay prisa, urgencia, la cabeza se dispara y el corazón enloquece. Traslada eso al papel. Sin segmentos combinados ni subordinaciones o se vendrá bajo el invento. Frase corta. Disparos.
No, no era ella: la confundían con otra persona. No era Moët Chandon.
¿Cómo es el certificado que debe aportar el verbo pensar para exorcizar el maleficio?
Utiliza el verbo pensar para que el lector vea algo. La mujer ha llegado al destino y, liberada de la tensión, se detiene. Entonces sí, piensa. Pero abstente de decir la tipa piensa que blablablá.
Dos ejemplos, dos opciones
- No valían la pena tantos malos ratos por culpa de un borracho por muy padre suyo que fuera. Vio un gato negro apostado en la linde de la finca.
—¿Y qué piensas tú de esto? —le preguntó. El gato la estudió unos instantes, maulló y desapareció tras el murete de piedra. Pensar era un verbo que él no conjugaba.
La escena es otra, ya no hay frenesí; ya se puede parar y pensar. Y el verbo pensar —por absurdo que sea pretender que un gato piense—, encuentra aquí un uso legítimo: una pregunta directa y un metamensaje a modo de guiño al lector.
2. ¿Valía la pena pasar cada noche un mal rato por culpa de un padre borracho y sin remedio? Tuvo la convicción de estar viviendo un momento extraordinario. Se sentó. Más que pensar, pronunció en alto las primeras palabras que le diría:
—A ver si adivinas, padre de mis alpargatas, cómo sigue esto.
Fíjate todo lo que has contado sin contar. La chica ya no es tan tontaina como en el relato de muestra; acaba de adoptar una postura muy distinta contra ese padre abusón. De manera que tan importante es lo que cuentas como lo que deslizas sin contar.

¡Toma certificado para el verbo ‘pensar’!
Decidir
Decidió correr más rápido aún y le pareció mejor tirar la botella. Intentaría no pensar en él, aunque puede que a esa hora estuviera ya jurando en hebreo porque ella no llegaba.
¿Decides correr más rápido aún? ¿De verdad hay un instante previo en que haces esa valoración, decidir correr más rápido? ¿Con el agobio que llevas? Ten piedad de ti —y de ella—, por favor.
¿Y el certificado que debe aportar el verbo decidir para exorcizar el maleficio? ¿Cómo debe personarse ese verbo?
Decidir se hace entre dos opciones: irse o quedarse; pizza o helado; caliente o frío; hablar o callar. Pero no entre hablar o hablar un poco más, que hablas de más no como producto de un trámite; o sí, y en tal caso, el contexto será otro[1]. Si dudas, haz la prueba del algodón: ¿se cae la frase si lo eliminas? Si vas corriendo y corres más rápido sin haberlo decidido —porque vas picando espuelas—, ¿queda coja la frase?

Un certificado para el verbo ‘decidir’, que se lo está ganando…
Esto tendría un pase:
Tuvo que decidir entre tirar la botella o conservarla: pesaba como un maleficio.
Creer
He aquí otro abusado, otro de esos 13 verbos prescindibles en narrativa.
Aunque ella creía que aquellos hombres eran buenos porque parecían buenos.
Como imaginas, el ejemplo está exagerado, pero llegan, llegan textos así. Mira cómo queda, si lo adelgazas:
Aquellos hombres eran buenos porque tenían pinta de buenos.
Mira este otro ejemplo:
Creía que después de tantas explicaciones le habría quedado claro.
Probamos a formularla de otro modo a ver si se nos cura la indefinición:
Demasiadas explicaciones como para que no lo tuviera claro.

Flamante certificado que se gana el verbo ‘creer’.
Tal vez el destinatario de las explicaciones duda, pero no quien las ha dado y desde cuyo punto de vista está escrito. Añadimos el oportuno certificado, incluso con esta otra opción, más escueta aún, si el contexto lo admitiera:
Demasiadas explicaciones como para no tenerlo claro.
Poder
Porque aunque no podía verlos con sus propios ojos, sí que podía oírlos.
No podía verlos porque no se giraba, pero de haberlo hecho los habría visto sin duda; estaban tan cerca que… Pero probamos a amputar podía de la frase a ver si sobrevive:
Porque aunque no los veía, los oía.
Y ahora dime cuál de las dos tiene más intensidad, cuál es más rotunda.

¡Otro certificado para el verbo ‘poder’!
Y otro más para ese mismo verbo en esta cita de José Ovejero: si eliminamos pueden el mensaje cambia por completo. En tal caso, de los 13 verbos prescindibles de narrativa, indultamos uno más:
Porque en la vida y en la literatura no se pueden establecer categorías para separar las emociones o las experiencias.
Intentar
Solo de pensar que tenía que intentar convencerles de que era vino y solo vino, se ponía mala.
Bueno, nosotros no intentamos nada; en cambio, haremos algo:
¿Cómo convencerles de que aquello era vino y solo vino?
La frase de referencia, más que a intentar nada, induce a salir huyendo: la protagonista anticipa el fracaso, pero sin llegar a ponerse en danzas. La acción languidece. Ahora ya no es solo pensar, sino pensar que tenía que intentar: tres verbos como tres chicles pegajosos y dos subordinadas. A la que corre está a punto de darle un ataque cerebral con tanto cortocircuito.
Porque intentar, lo que se dice intentar, intentas cuando procuras, te esfuerzas, pretendes. El caso es que ella intenta ser feliz por todos los medios. Solo tiene una rémora: su padre.
—Anda, intenta alejarte de él, guapa.

Ahí sí se gana el certificado de idoneidad el verbo ‘intentar’.
Saber
Sabía que sus intenciones podían ser buenas y que todo lo que estaba pasando tenía que deberse a una equivocación garrafal.
¿A dónde conduce tanta conjetura? Ponemos el texto a dieta y probamos otras combinaciones:
Sus intenciones podían ser buenas y lo que estaba pasando tenía que deberse a una equivocación garrafal.
Aunque tuvieran buenas intenciones, lo que estaba pasando tenía que deberse una equivocación garrafal.
Sobra aunque; una adversativa cuando alguien corre desaforado es un pedrusco. Detiene el ritmo. Y sobra el que deberse. ¡No hay tiempo de elucubrar sobre obligaciones morales!
Poco a poco, vamos llegando a esto:
Todo aquello era una garrafal equivocación, pero buenas intenciones o no, era lo de menos.

¡Certificamos la pertinencia del verbo ‘saber’!
Sentir
De los 13 verbos prescindibles en narrativa, sentir es otro más.
Sin saber por qué sintió escalofríos.
Uno puede sentir escalofríos, por supuesto. Pero con los escalofríos, después de Edgar Allan Poe, Lovecraft y Horacio Quiroga, hay que ser muy muy prudente. A veces, las circunstancias invitan a decir tuvo aprensión, desconfió; o a decir se apuró, se turbó, se azoró, se ofuscó. También se agradecen las metáforas:
Lo extraordinario, tic, tac, tic, tac, mudó en horror.
Y entonces el lector siente y tú mismo sientes… de otra manera. Escalofríos o encogimiento de estómago. Revisa esas frases, hazles una buena poda o una peluquería que las haga lucir atractivas, contadoras y elocuentes. No por descargar el cubo de los verbos vas a conseguir mejores resultados. Móntate una chuleta con los casos en que te la juegan estos 13 verbos prescindibles en narrativa.
Mira a ver si, eliminándolos, pierdes algo.

Un certificado de idoneidad para el verbo ‘sentir’.
Parecer
Quién no habrá abusado de este verbo (sí, claro; yo, también). ¿Qué hay detrás? Miedo a ser demasiado categórico o imprudente; a que otro con más autoridad venga a enmendarle a uno la plana. Pero, señora mía o señor mío, si hablamos de nuestros personajes, ahí… ¡somos los dioses!
Había globos y serpentinas y la muchedumbre se agolpaba junto a las casetas de la feria. Le pareció el escenario de un circo.
¿Cómo que «le pareció»? Probamos a sustituirlo:
Había globos y serpentinas y la muchedumbre se agolpaba junto a las casetas de la feria. Era el escenario de un circo.
Cae la tibieza y cae el titubeo. Con la afirmación, la frase se vuelve rotunda, segura, gana puntos. Está narrada en un estilo indirecto referido a la voz de quien protagoniza la escena. Niquelao.

¡Certificado al canto para el verbo ‘parecer’!
Comenzar
Es otro de esos 13 verbos imprescindibles en narrativa… casi siempre. Comienza una clase, un partido de fútbol, una sesión de espiritismo. Comenzar a correr imprime una parsimonia intolerable a la carrera. De entrada: ¿qué término es más largo, comenzar o echar? Ya solo por eso. Aparte: echar a denota que el comienzo es repentino, impetuoso o imprevisto.
Pensó que venían pisándole los talones y comenzó a correr.
Venían pisándole los talones y echó a correr.
Otro caso:
La maestra te miró, pronunció tu nombre con retintín y tú comenzaste a sudar.
Esto, de entrada, ya te digo que no es posible. La secuencia es más bien esta, aunque todo pase muy rápido:
- La maestra te mira y pronuncia tu nombre con un soniquete especial.
- Tu cuerpo serrano se hace cargo de la situación: das un respingo.
- El corazón se te pone a bombear a más velocidad.
- Las suprarrenales achican el susto (léase cortisol y adrenalina).
- La sangre se te agolpa en las mejillas.
Luego ya, si acaso, sudas. O sudabas ya porque la situación te tensaba. ¿Has contado el tiempo que ha requerido todo eso? No son acciones simultáneas, aunque lo parezcan, ni siquiera en la ficción. Probamos a decirlo de modo más verosímil:
La maestra te miró y pronunció tu nombre con retintín, justo antes de comenzar la clase. Diste un respingo.
También valdría esto:
La maestra te miró y pronunció tu nombre con retintín. Diste un respingo. Necesitabas refrescarte la cara. Justo entonces, sonó la campana que daba comienzo al recreo.

¡Marchando otro certificado para el verbo ‘comenzar’!
Tener que
Hay obligaciones que se sirven de verbos, naturalmente. Pero algunas o son ficticias o, en todo caso, emborronan el estilo. Tener que es otro de los que llamo verbos prescindibles en narrativa y que Esther Magar llama verbos barro; en realidad, es una perífrasis verbal, pero hagamos que nos sirva para el caso.
- ¿Qué se pierde por eliminar tenía que en esta frase?:
Tenía que saber que las cosas eran así por mucho que le fastidiara.
Las cosas eran así por mucho que le fastidiara.
- Aquí, tenía que no viene solo: arrastra un tal vez y varios verbos más.
Tal vez no tenía que haber escogido adentrarse en aquel callejón oscuro.
¡Casi nada! Pasamos el algodón literario. Nos queda esto:
Adentrarse en aquel callejón oscuro había sido un error.
- Otro caso en el que retiramos palabras para ganar en estilo:
Este no: *Estaba seguro de que tenía que ser su cómplice.
Este sí; era su cómplice: estaba seguro.
- Aquí viene otro más controvertido, pero probemos a salvarlo:
Quizá tenía que haber imaginado que no la esperaría tanto tiempo.
Debió imaginar que no la esperaría tanto tiempo.
¿Cuándo es obligatorio tener que? Cuando denota una obligación real, una exigencia en algún sentido:
Tenía que ser ella: aquellos andares…
Tenía que estudiar o no aprobaría.
Tendrá que acudir a la cita si no quiere perderlo.
Tiene que entrevistar a los sospechosos en la sala más pequeña.

¡Certificamos la perífrasis ‘tener que’!
Tratar de
Otra perífrasis verbal (o semiperífrasis) que pide vacaciones. Los verbos prescindibles en narrativa están a punto de amotinarse si seguimos imponiéndoles horas extras.
Llevaba los zapatos en la mano: se trataba de que nadie la oyese.
Llevaba los zapatos en la mano para que nadie la oyese.
Tomaron las medidas oportunas: se trataba de poder informarse de manera clandestina.
Tomaron medidas: era vital informarse de manera clandestina.
Trata de hacerlo… a su manera. [Pone intención].
Se decía a sí misma que trataría de contarle aquella historia lo mejor que supiera.
Este último caso es confuso: puede que el narrador dude de si el personaje será capaz de referir la historia; también puede que sugiera una intención real; pero ¿y si solo es un signo de inseguridad del autor que transfiere al personaje? Me da en la oreja que es lo más probable.
Para no entrar en disquisiciones lingüísticas, ¡ojo! con el tratar de.
- Admitida a trámite si hay intención o voluntad.
- Descartada si significa de qué va tal o cual acción que equivale a explicarla.

Una semiperífrais verbal que indultamos.
Muestra, no expliques, ¿recuerdas?
Otros cuantos verbos prescindibles en narrativa
Este se lleva la palma: realizar. Para no extenderme (hace un rato que me salí de mis propios márgenes), te remito a esta entrada de la Fundéu.
Y lo son también todas las perífrasis verbales que formes con los verbos que hemos mencionado:
Se decidió a, empezó a pensar en, podía ir a, creía ser capaz de, debía de, trató de.

Mira, ya no pintan, por mucho que lo intentes. Con los verbos prescindibles pasa igual.
Ver, a menudo, es otro verbo prescindible en narrativa porque se salta el mostrar. Si el narrador pone en boca del personaje que vio esto y vio lo otro y lo de más allá, le resta protagonismo:
Vio que uno a uno iban saliendo de los refugios después del ataque con sus caras reflejando la pérdida de todo.
Mejora mucho si dices, adoptando el punto de vista del personaje y eliminando vio…
Se mantuvo alerta. Uno a uno fueron saliendo de los refugios después del ataque. Eran las caras de los desheredados.
Haz caso del mantra de no expliques, muestra o cualesquiera de sus variantes. Busca metáforas, comparaciones y vuélvete exigente con ellas. Lo que importa no es cómo sientes tú ni que relates cómo siente tu personaje. Importa que digas qué hace cuando se siente así o asá; importa lo que le haces sentir al lector porque lo ve.
El personaje hace y el lector ve.
Todas las precauciones son pocas
Si no podas todos esos verbos prescindibles en narrativa te desheredan, te echan a los lobos. Porque no son solo los verbos: son los verbos y todo lo que arrastran consigo, que nunca vienen solos. La familia —es inevitable— no te reconoce como a uno de los suyos.
Una decisión importante es decidir en qué tiempo transcurre la acción y cuidarlo. A veces, al narrar una historia en tiempo pasado, acabas incurriendo en rimas internas o repeticiones de sonidos: -ía, -ía,-aba, -aba. Hay que buscarse las mañas para evitar ese tipo de cacofonías (y otras, que tampoco suelen venir solas).
Enmendamos la narración
Enmendamos el relato, que se inicia in medias res. Y vamos a intentar (ahora sí) decir, con menos, un poco más de lo que dice el texto original. A ver si nos sale:
—¡Déjenme en paz! —resuella mientras corre—. ¡Me confunden con otra! ¡No es Moët Chandon!
En el callejón se le congela el aliento. Aquellos imbéciles creen que es puro Moët Chandon: se ve a la legua que no están en sus cabales. Peor aún. Y jurar que el brebaje es vino peleón, por más que sus caras alberguen barnices de gente buena, es en vano. Son unos brutos de libro. Se acoquina. Se le escapan unas gotas de pis. Da un traspié, la botella cae y se hace fosfatina.
—¡No! —grita llevándose la mano a la boca.
Los tipos mueven la cabeza de la chica al tesoro y del tesoro a la chica y se miran incrédulos y fastidiados. Y vuelta a mirarse sin dar crédito. Uno retrocede y los demás le siguen desapareciendo por donde han venido. Solo el último, antes de volver la esquina, arruga el hocico de animal, se vuelve, la encara y le dice:
—Puta mierda.
No ha sabido quiénes eran y ya es lo de menos. Su cabeza vuela hasta Aníbal. Llegar sin la botella será peor que no llegar y no habrá historia, por creíble que sea, capaz de disuadirlo de su amenaza.
Y no lo tiene que pensar.
—A ver si adivinas, viejo tunante, cómo sigue esto.
[1] Una persona tímida que participe en un evento y se mantenga retraída, por ejemplo; alguien que apenas ha dicho esta boca es mía y decida hablar un poco más, desafiándose a sí misma.
![]() |
Hola, Marian
Pues no podría estar más de acuerdo contigo. Y mira que me resulta complicado eliminar esos verbos de mis textos. Pero llevo un tiempo haciéndolo. Hace unos meses leí un artículo de Chuck Palahniuk que decía exactamente eso y que proponía una especie de reto escritor para eliminar este mal habito. Como dicen, me estoy quitando, pero aún no me he quitado del todo…
Gracias por la información, este me lo guardo en marcadores 😉
¡Hola, Jaume!
Mira por dónde coincidiendo con Chuck Palahniuk en la misma nota… Algo ronda por ahí.
El asunto está en calzárselos cuando pretendan inmiscuirse. Usados cuando se necesitan, nada que objetar. Estoy segura de que si ya te has puesto el chaleco antibalas, te debes estar encontrando con que tus textos van mucho más sueltos y concisos (se trata de eso).
Gracias por pasarte, compañero.
Un abrazo literario.
Hola, Marian. Pues la verdad es que soy de las que usan esos malos hábitos, pero ahora que leo tu artículo me los apunto como si fueran criptonita y me pondré las pilas para evitarlos. Muchísimas gracias por el consejo.
¡Genial, Frida! Son hábitos a desterrar y reparar en ellos es el primer paso. Si no te das cuenta y crees que lo estás haciendo bien, seguirás incurriendo en ellos. Así que ¡me alegra haberte servido! ¡Felices escritos!