Que si brújula, que si mapa, que si… Yo te invito a que veas cómo es dar un paso más en tu narrativa. No tienes por qué ser solo de papá o solo de mamá o mitad de cada uno. Tienes que ser, si acaso, de toda la estirpe que te precede. Estirpe literaria, en este caso.
Escribes, repasas, acomodas, ajustas, y hay un momento en que pones la palabra fin. Y te dices «¡ya está!».
Y no. No está.
Es como cuando te sacas el carné de conducir. No puedes decir «¡ya está!», porque es a partir de ese momento cuando empiezas a manejar el volante, a maniobrar con los pedales. Es a partir de ese instante cuando aprendes a aparcar en cuesta, a enfrentarte a los desafíos atmosféricos; a cada balón o viandante osado que se cruzan en la calzada. Cuando aprendes a saber ver.
Para avanzar en tu narrativa, deberías poner a debatir muy en serio a esos dos que hablan idiomas diferentes dentro de ti. Share on XSaber ver es anticiparse, es recordar que detrás de una pelota que se te cruza vendrá —casi con toda seguridad— una criatura corriendo. Es darte cuenta de que poner el intermitente no te da derecho a ejecutar un adelantamiento.
Si has tenido ya una primera experiencia de corrección (qué apuros, ¿recuerdas?, qué sofocos…) —una segunda, una tercera—, sabes acerca de tus puntos débiles. Como diríamos en el código de los pilotos de avión, tienes ya horas de vuelo.
Cuando vas refinando tu talento narrativo
Puede que no fuese tan dramática (ni traumática) aquella experiencia de corrección, así que hablaremos de talento. Si tienes talento para escribir, lo siguiente es que ejercites ese músculo.
El músculo lo tienes, quizá con falta de tono, pero lo tienes. A partir de aquí, puede que se den dos situaciones:
- No perseveras; te tomas algo mientras llega la inspiración y si no llega, nada, lo dejas.
- Tu objetivo se tambalea: hoy quieres escribir y publicar y mañana dices que para qué.
- Te gusta escribir, escribes, pero dudas de que valga la pena.
Si no perseveras, ¿cómo será dar un paso más en tu narrativa?
¿Cómo sería perseverar y que tu narrativa se viera retribuida? Antes, tengo que decirte esto: si no perseveras es por pereza, por falta de motivación o por falta de amor propio. O por todo ello.
Te hago una sugerencia: comprométete con alguien; si no es muy conocida la persona, mejor (la torearás menos). Es comprometerte contigo misma, contigo mismo, por la vía de poner el compromiso afuera. Porque si tienes habilidad para la escritura, si te han bendecido con el talento, no lo agradezcas dejándolo en manos de las musas. Perseverar es para gente valiente.
Adoptar un compromiso y no bajarte de él sería el primer paso que podrías dar en tu narrativa.
Eso sí: siempre habrá una parte de ti que no quiera hacer lo que esa otra parte de ti ha decidido hacer. Cuenta con ello, pero plantéale cara al saboteador. A ese que te frena, admítelo, sácalo a pasear, dale voz.
Te lo destripo (spoiler): se llama miedo. Es el origen de tu bloqueo. Si lo mantienes amordazado, sigue al acecho. Necesitas conocerlo, así que déjale hablar. Suele expresarse de estas maneras: Tengo miedo al resultado. Temo no hacerlo bien. Me da pavor que otros me juzguen…
Recuerda todo aquello que has hecho bien (tampoco fue fácil). Apuntala tu autoestima y no pierdas de vista tu objetivo.
Tu objetivo se tambalea; ¿cómo perseverar entonces?
Hoy te parece fantástico seguir escribiendo y llegar a publicar. ¡Ah, pero eso es hoy que has escrito mucho! Mañana se te torcerá el día y te dirás «total, si de eso no voy a vivir». O «¿qué hago yo en medio de toda esta peña que escribe?». O se interpone la dichosa página en blanco.
¿Que qué haces tú?
Educar la voluntad. Poner foco.
¿Que cómo se hace?
Concentrándose. Imagina que solo pudieras levantarte del asiento cuando hubieras escrito doscientas palabras para esa novela. Cerrarías los ojos y te meterías en una escena o seguirías a un personaje. Fijo.
¿Lo has intentado alguna vez y no te ha salido justo lo que querías? ¿Llevas una temporada en que no salvas el bloqueo? ¡Oh! Has hecho de la frustración tu aliada.
Esto es lo que puedes hacer:
Coge un papel y un boli. Escribe lo primero que te venga, sin expectativas (a mano, sí, a mano). Cuando escribes a mano se activan zonas que no lo hacen al escribir pulsando teclas. Y el pensamiento baja de velocidad; es justo lo que necesitas.
¿Qué te molesta? ¿Qué te duele? Escríbelo. No permitas que el dolor se acantone en ti. ¿Y si adjudicas eso mismo a un personaje? Cierra los ojos un instante y métete en la escena.
Concreta:
- ¿Qué le pasa?
- ¿Qué hora es?
- ¿Llueve?
- ¿Qué está haciendo?
- ¿Qué le gusta?, ¿qué querría?
- ¿Por qué está así?
Te gusta escribir y escribes, pero dudas de que valga la pena
Escribir no es saberlo todo a priori. Escribir es explorar. Si te gusta pero te cuesta, no eres un bicho raro, sino una persona normal.
Piensa en un carruaje. ¿Lo ves? Si te gusta escribir pero te cuesta y lo dejas, te pasa esto: eres una persona normal que pone el coche delante de los caballos. Y pretende que corra.
Sabes escribir y te gusta, ergo, escribe. Reparar viene después. Darle vueltas viene después. Ajustar, también. Decidir si vale la pena viene después. Ten en cuenta que el miedo es un bloque congelado. Agua solidificada a la que hay que darle calor o no fluirá.
Esto es clave para deshacerlo: ocúpate de ser, de conocerte, de escudriñar de dónde viene ese miedo. ¿Lo has dejado hablar? Quizá necesitas un testigo, alguien que te ofrezca una mirada distinta sobre eso mismo. Alguien que te dé calor.
Y, por fin, un paso más
Nadie nace sabido y tú no ibas a ser una excepción. Pero sé que tienes un anhelo íntimo: quieres escribir frases que den la vuelta al mundo.
Perdona, pero por ahí no es.
Si has pasado por la experiencia de la corrección, si has dado tus textos a corregir, sabes un poco más acerca de dónde patinas. Vigila eso, vigílate ahí.
Dar un texto a corregir es una experiencia que no se olvida. Me refiero, por supuesto, a fondo y forma, bien sea un ensayo o de una novela. O cualquier otro texto de menor envergadura (en lo que a extensión se refiere). A cualquier proyecto personal.
Para empezar, recuerda:
- primero es tener un propósito;
- segundo, hacerte preguntas alrededor de él;
- tercero, no pretender pasar a los anales de la historia.
La historia tiene sus propias filias y fobias, pero eso a ti no debería importarte (es cosa suya; a ti solo debería importarte ponerle pasión a lo que haces y propósito de ir hasta el final, cueste lo que cueste). O seguirás añadiendo más palos a las ruedas.
Una vez que has emborronado el papel, sabes por dónde tirar. Déjate de frases orgullosas, inflamadas, embutidas a presión como morcillas (más abajo vuelvo con esto). ¡Diviértete! ¡Prueba!
Muchos de esos grandes objetivos se alcanzan de forma indirecta, mientras tú te ocupas de lo que tienes que ocuparte. Por supuesto, sin perderlo de vista y perseverando.
Lo fácil es excusarse. Así, el bloque se mantiene congelado.
Más pasos certeros en tu narrativa
Puede dar más o menos igual lo que cuentes a condición de que sea genuino (esa es tu fuerza). Lo que no da igual es cómo lo cuentas, sobre todo, si pretendes dar un paso más en tu forma de escribir.
No hagas esto (y a ello me refería con lo de frases morcillonas):
*La mañana iba bostezando y desperezándose con reposada parsimonia, como temiendo romper el seductor embrujo de la gama de tibias franjas de color que comenzaban a dibujarse sobre el horizonte, como en un anuncio de perfumes, en el corazón de la inmensa estepa, una nueva mañana bañada con esa luz tan plácida y serena de los días que inauguraban el otoño.
Mucho mejor así:
La mañana se deslizaba, perezosa, y los primeros rayos formaban un tornasol de grises, rosas y malvas. La estepa se mantenía silenciosa, interrumpida solo por el rugido de un tractor a lo lejos. Todo empezaba ese otoño.
Ve a por lo pequeño, lo menudo. El impulsor de la arquitectura moderna, Mies van der Rohe, decía «Dios está en los detalles». Entra en ellos. Apuesto a que del segundo ejemplo te has quedado con el dibujo del cielo y el eco de un motor.
Lo que se te ha quedado del primero, dímelo tú. Mucho ruido, ¿no?
Otro mantra: aprovecha las palabras y los mecanismos que te facilita el idioma. No hagas cosas raras con él si quieres que quien te lea no sufra.
Ocho aspectos decisivos para dar un paso más en tu narrativa
Identificada la única puerta de salida para deshacer el hielo, es momento de revisar estos ocho aspectos, que son claves:
- Descarta las frases hechas, los tópicos: ya no dicen lo que dijeron aquella primera vez.
- Mantén el foco. Cuida de no marear la perdiz; si la frase que añadas no contribuye a ampliar lo que acabas de decir, cárgatela.
- Recuerda que el lector quiere ver, adentrarse en lo que le cuentas.
- Cuida también que cada adjetivo y cada adverbio sean indiscutibles, que no te gane la pereza; vigila, por descontado, los adverbios que terminan en -mente. Que no se sature la página de ellos.
- Vigila el ritmo: ni solo frases cortas (salvo en escenas de gran intensidad dramática) ni solo largas. Hay frases de tamaño mediano muy de agradecer. Combínalas todas. Lee en alto y descubre cómo te suenas.
- Huye del pronombre relativo el cual y sus variantes. Ojo también con el mismo y sus variantes. Hay otras formas de referirse a los sujetos. Van un par de ejemplos de usos inapropiados: Vino la mujer de Alfredo, *la cual tenía la insoportable habilidad de aparecer a destiempo. Entró en la habitación; en *la misma quedaban ellos dos enfrascados en un rifirrafe. Estaba empeñada en averiguar cuál era la intención de *los mismos.
- No amaneres los diálogos. El lenguaje que emplees en ellos debe sonar natural.
- Atiende a la puntuación: coma, punto, punto y coma, puntos suspensivos…
Propina 1
Si Joseph Campbell alumbró con su tratado de mitología El viaje del héroe, imítalo; no te equivocarás. Y ten presente esto:
- El lector siempre quiere ampliar su experiencia, pero a partir de experiencias que reconoce. Le gusta escalar y descubrir qué hay arriba, pero con una cuerda de seguridad que no se deshaga.
- Ofrécele suficiente contexto como para predisponerlo al reto que le planteas.
- Asegura la coherencia y congruencia de la narración. Cerciórate de que, organizados todos los elementos que la integran, cada pieza encaja.
En definitiva: que el lector vuelva a su casa (es un decir) con la satisfacción de haber hecho un apasionante viaje. Con el gozo de que causas y efectos se han ido combinando para dar respuesta a un porqué.
Es así como el cerebro (ese chismoso) queda satisfecho.
Propina 2
Apuntala tus decisiones para que las objeciones no manden sobre ti. El impostor vive contigo y el censor, también. Duermen en tu cama, se comen tu comida, te machacan con que «por ahí no». ¿Cuándo lo hacen? Cada vez que esa otra parte de ti dice «sí, por ahí, sí».
Sígueles la pista a los del no: llevan todas las de ganar porque están determinados a hacerlo. Menuda práctica tienen. El pulso que mantengas con ellos debe estar a la altura.
Se trata, como te digo, de deshacer ese hechizo, de mirarlo desde otro lugar; desde ese lugar que tiene una puerta de salida. Tomando el símil del bloque de hielo, dándole calor, poco a poco, despacito.
Lo contrario es quedarse encerrado y tirar la llave. O seguir manteniendo el bloque bajo muchos grados bajo cero.
Mal asunto, ¿no?
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