Si te preocupa tu estilo narrativo, esto te interesa; si te obsesiona cómo lograr una mejor narrativa, te invito a quedarte y leer.
Me dirás que a qué escritor no le inquieta tal cosa si, en definitiva, quien escribe no busca sino el placer del lector (además del suyo propio); que el lector obtenga el mayor goce posible cada vez que tome ese libro entre las manos. Un libro que, sin duda, está escrito con tanto esfuerzo y dedicación.
La preocupación por el estilo está ligada al deseo de los lectores se apasionen con lo que uno escribe. No existiría tal inquietud si uno solo escribiera para sí. Clic para tuitear¿Para qué publicar, si no?
Claro, ahí entroncamos con lo que cada lector aprecia de cada lectura por la que se interesa. ¿Qué objetarle? Nada. ¡Faltaría más! Cada quien se gusta de lo que se gusta en función de su manera de ser, su trayectoria, su bagaje.
Tengo una amiga de la que quizá te he hablado en algún otro artículo. Hace años, en una conversación sobre el tipo de libros que cada una prefería y con sendos mojitos delante, me dijo:
—No soporto a Javier Marías. Eso de que se enrolle con tanta rama, que le dé mil vueltas al asunto, que no vaya al grano… Es insufrible.
—¿Qué dices? ¿Pero tú has visto siquiera cómo empieza Corazón tan blanco?
—¡Hombre que lo he visto! Si me engañaste… y caí como una pánfila. Lo dejé en la segunda página. Tanta letra seguida. Uf.
Primera obviedad: no nos seducen a todos las mismas cosas. Ni las mismas lecturas.
La preocupación por el estilo narrativo
La preocupación por el estilo narrativo se la supongo a toda persona que escribe; no necesariamente a quien lee, aunque algunos se nos vayan los ojos por ahí, incluso cuando leemos.
A Hache, lo que ella entendía por estilo narrativo le inquietaba bien poco. Con un segundo mojito empujando confesiones, me soltó:
—Mira, si cuando se quita el sujetador y se dispara en el pecho, se montara la de Dios es Cristo, vale. Pero es que pasas la página y tanta minucia… ¡hasta que se va por los cerros de Úbeda!
—Se va para volver, para hilar ese inicio… y, perdona, no lo hace en la segunda página. Y solo las grandes plumas como la suya son capaces de ofrecer tal cantidad de pormenores en una escena como esa.
—Calla, que se va para ponerse a filosofar. Para marear la perdiz.
Podríamos distinguir dos tipos de autores:
- Los que se centran en el fondo
- Los que privilegian la forma
El fondo tiene que ver con la arquitectura de la historia, el andamiaje: tramas, subtramas, construcción de personajes. La forma se ocupa de que todo ello resulte atractivo, apetecible de leer.
En «lo apetecible de leer» es donde se produce la segregación. No antes. A todos los autores les preocupa cómo decir del mejor modo lo que quieren decir. Incluso a los que sostienen que no, como le pasaba a Pío Baroja.
Me lo imagino (a Baroja) replicando a Javier Marías y dándole la razón a mi amiga Hache.
¿A todos los autores les preocupa su estilo narrativo?
Estoy por afirmar que sí, pero es obvio que el estilo que emplea cada uno hace que los lectores se repartan.
Este artículo de Víctor Colden me da pie a escribir acerca de la pugna (¿real, ficticia?) entre esos dos tipos de escritores.
En La intuición y el estilo, Tomo V, de Pío Baroja, el autor habla con una chica. Lo acusa de dedicarse a la chismografía en sus Memorias, como si le produjera cierto miedo teorizar, le dice.
«—Es un miedo legítimo —responde él—. Se cae enseguida en las consideraciones y reflexiones vulgares.
—No caiga usted en ellas.
—No está solo en la voluntad.
—Haga usted algo claro, sencillo.
—Pero es precisamente lo más difícil de hacer. ¡Qué cantidad de párrafos huecos y de frases más o menos aparatosas hay en nuestros libros que quieren expresar teorías!».
¿Cómo logra un autor asegurarse de que lo suyo se lee fácil?, ¿cómo hace para que el lector se deslice por los párrafos como por un tobogán?
¿Querría decir Hache que Javier Marías rechazaba la concisión? A fe que no lo hace. Lo que hace es lo siguiente: dota de cuerpo a una escena que otro hubiera ventilado en unas pocas frases, atenazado por la prisa; a otro incapaz de sajar la herida y meter el bisturí hasta encontrarse con el tumor.
Hay que poder penetrar en ese misterio. No cualquiera puede hacerlo ni, menos aún, con todo ese rigor estilístico.
Ahora bien, no es accesible para todo el mundo.
¿Privilegiar el fondo o la forma?
En esto coincido con Baroja: honestidad ante todo. Lo que cada autor haga con las variables que la lengua y la literatura le permiten es cosa suya.
¿Y qué significa ser honesto?
Significa ser veraz. Que las palabras que emplea se le parezcan a uno, bien sean parcas o todo lo contrario. También significa (dicho sea de una manera burda) que si tiene gracia, tiene gracia; que si tiene sentimientos enérgicos, los tiene y que, en cambio, si es melancólico, su escritura lo sea de igual modo.
En el caso de Marías (como en el de Virginia Wolf), la honestidad pasa por ofrecer una mirada más profunda sobre lo que acontece. Por ampliar la perspectiva y escudriñar en las sombras.
Pío Baroja, en una entrevista concedida a Juan Uribe Echevarría, escritor vasco afincado en Chile, le decía:
«—(Los escritores) me parecen todos muy iguales. Los nuevos aportan poco, incluso en estilo. Se apoderan del adorno municipal que da el idioma. Fraseología muerta, la misma de hace veinte años».
No se le perdonan al escritor los tópicos, las frases hechas, los caminos trillados.
Si a Benito Pérez Galdós le encandilan los grandes hechos, Baroja —tan prolífico también— se detiene en detalles menudos. Pero no se les perdonaría que sus historias estuvieran escritas de cualquier forma ni que no contaran lo que cada una había venido a contar.
Si te preocupa tu estilo narrativo
Si es así, asegúrate de saber adónde vas y qué quieres contar por el camino. Asegúrate también de que la historia relate algo que te interesa mucho.
Luego, pon ese cuidado: la extensión de los párrafos, el tamaño de las frases, el ritmo; los conectores, cuándo sí y cuándo debes sujetar esos mismos conectores; suprime redundancias, cacofonías, rimas absurdas. Haz lo que entiendes que necesitas para escribir una historia creíble.
A mi amiga le ha gustado este artículo, ¡toma paradoja!, que habla de cómo escribir un texto a partir de un poema.
Eso me da una pista que me devuelve a mi teoría de que importa cómo se cuenta. Pero hay que contar, por supuesto. Luego, las diferencias se van a dirimir entre una mayor o menor hondura y prolijidad a la hora de narrar; entre un mayor o menor placer en el hecho estricto de la lectura, en la forma en que se modulan frases y párrafos cuando alguien lee.
O mayor o menor placer por un tipo de lectura u otro; por el tipo de palabras que el autor escoge, la longitud de las frases o su complejidad.
Estilos narrativos para todos los gustos
Por ejemplo: Borges tenía capacidad de hacer filosofía y de adjetivar sus textos con gran elegancia. No busques, en cambio, algo igual en Carver o en Bukowski; ni en Hemingway. Tampoco en Alessandro Baricco. No obstante, con textos sintéticos y crudos, unos y otros logran meterse en los dobladillos del alma humana. Luego depende de lo que cada lector sea capaz de extraer.
Porque hay quien encuentra pedante a Borges —no quieras imitarlo— y ordinario a Bukowski —este tiene más imitadores hoy día—. Baricco, por otra parte —tan profundo como simple en apariencia—, selecciona cada palabra con tanto mimo que logra depurar sus textos hasta dejarlos en el mínimo imprescindible. No hablaré de él porque puedo ponerme tan intensa como hiperbólica.
Léelos. Lee a unos y a otros y descubre quién te resulta más cercano, qué aprecias más de su narrativa. No hay otro modo de interrogarse a sí mismo.
Estilo, en definitiva, es saber quién eres, qué quieres, para qué escribes. Con independencia de lo que digan los demás. Puede que, por el camino, descubras ciertas formas de decir que se apartan de la ortodoxia.
Ahí, solo te hago una recomendación, si me lo permites: no violentes el lenguaje hasta tal punto que no se te entienda. Te asombraría ver qué hacen algunos autores con la pretensión de ser originales. Deben creer que inventan la rueda literaria.
Propina 1
Inicio de Corazón tan blanco:
No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados.
Andando la segunda página:
Hacía muchos años que el padre no había visto ese pecho. Dejó de verlo cuando se transformó o empezó a ser maternal, y por eso no sólo se sintió espantado, sino también turbado. La otra niña, la hermana, que sí lo había visto cambiado en su adolescencia y quizá después, fue la primera en tocarla, y con una toalla (su propia toalla azul pálida, que era la que tenía tendencia a coger) se puso a secarle las lágrimas del rostro mezcladas con sudor y con agua, ya que antes de que cerrara el grifo, el chorro había estado rebotando contra la loza y habían caído gotas sobre las mejillas, el pecho blanco y la falda arrugada de su hermana en el suelo.
Propina 2
Marías se adentra en secretos, sospechas, cosas no dichas o solo inducidas; crímenes que desata la pasión, el amor loco.
Y ya, en el final (cuando el lector se entera de todo), enhebra el discurso con el principio:
Pero en ese caso me contentaría con que ella saliera al menos del cuarto de baño, en vez de quedar tirada en el suelo frío con el pecho y el corazón tan blancos, y la falda arrugada y también las mejillas mojadas por la mezcla de lágrimas y sudor y agua, ya que el chorro del grifo habría estado rebotando contra la loza acaso y habrían caído gotas sobre el cuerpo caído, gotas como la gota de lluvia que va cayendo siempre desde el alero tras la tormenta, siempre en el mismo punto cuya tierra o cuya piel o carne va ablandándose hasta ser penetrada y hacerse agujero […].
Propina 3
Hay una estrecha línea entre filosofía y literatura. Aunque, parafraseando a Virginia Worf, podríamos decir algo más sobre el lenguaje. Podríamos decir que, a veces, quien escribe no logra apresar lo que querría decir. A veces, el sentido solo queda dejado al albur de quien lee.
Por eso el silencio es tan bienvenido, tan poderoso.
¿Y sabes qué? Que el silencio suele encontrarse entre las líneas de una lectura sosegada. No se trata de cuánto lees, sino de cómo lees.
¿Estás de acuerdo con esto? ¡Cuéntame! 😄
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