La trampa de la falta de exigencia es la trampa del «no, si ya se me entiende». Y, total, si ya se me entiende, ¿para qué tengo que empeñarme en escribir mejor?
Claro, hablo de escribir, pero antes deja que retroceda un pelín y ordene mis ideas. Hace mucho que tengo desatendida la marca personal y este es un aspecto clave.
Acaba de echar a rodar el año. ¿Durante cuánto tiempo se mantienen los buenos propósitos? ¿Quince días, un mes? ¿Mes y medio? (Mucho me parece).
El asunto que se repite es qué te pides, cuánto, hasta dónde estás dispuesto a llegar para tocar el cielo de lo que te propones. ¿Lo sabes?
Cada tanto, la falta de exigencia llega y nos pide cuentas, y corremos el riesgo de acabar mostrándole los mismos números rojos. Clic para tuitearNi siquiera se trata solo de escribir, sino de cualquier objetivo que te propongas. Aquí nos importa escribir, pero no solo. A fin de cuentas, ser autoexigente va de dar de sí todo lo posible en cualquier ámbito.
Pero veamos cómo es respecto de escribir y podremos aplicarlo al resto de objetivos.
La trampa de la falta de exigencia y el objetivo que se despista
Por ahí se empieza, por el objetivo. Y si se te despista, apaga y vámonos.
Porque no es igual escribir un wasap que escribir una queja; ni es igual que escribir un artículo que un ensayo ni es igual escribir un ensayo que una novela. Ni un currículum que una propuesta editorial. Ni un prólogo que una sinopsis. No solo los formatos son distintos; lo son también las palabras, el tono, el estilo.

La verdad: no sé cómo he llegado hasta aquí, pero, en fin, la cosa es seguir andando…
Así es: los objetivos difieren como difieren los códigos empleados y las personas a las que te diriges. Puro sentido común, Mauro (tengo que decirle a Álvaro que no se me ofenda, que él siempre será el primero con o sin gerundio, aunque a veces parezca que no).
Sin embargo, hay un objetivo que antecede y envuelve a todos estos: la vida actual exige que dominemos la escritura. Escribimos más que nunca y más que nunca se nos radiografía por cómo nos expresamos.
Y se nos radiografía por cómo escribimos. Es ahí donde se ve si somos capaces de expresar lo que queremos con corrección y coherencia; entre esas palabras que no se llevará el viento, sino el desprecio de quien pudiera haber llegado hasta el final. Es como no ir aseado a una entrevista.
Alguien dirá que ni siquiera lo dejaron entrar en tal o cual edificio (iba a una entrevista, en efecto) y, si te descuidas, ni se lo explica.
Qué hay detrás de la falta de exigencia
En corto: a menudo, lo que hay detrás de la falta de exigencia es pereza; otras veces, un orgullo mal entendido; otras, una autoestima que no levanta un palmo del suelo.
¡Ah, pero vamos a ver!
Un proverbio muy simpático dice que la pereza es la madre de todos los vicios y que, como madre, hay que respetarla.
¿Entonces?
Digamos que sí, que moñeamos porque la respetamos. No tiene que empujarnos nadie. Pero es momento de recordar que es sanísimo practicar una sana oposición a los dictados paternos. Y maternos.
Sin coña: hoy te quedas en la cama y mañana repites y pasado repites, ¿y qué obtienes al cabo de la semana? Te lo diré: una cama revuelta en la que no dan ganas de meterse ni para mirar al techo.
Y te diré qué pasa con el orgullo, que tampoco es moco de pavo. El orgullo suele esconder inseguridad. Y te vienes arriba, pero a poco que te pinchan, te desinflas como un globo.
Diría que el orgulloso lo tiene más difícil que el perezoso porque se rodea de pretensiones que actúan como escudo. Al perezoso aún podemos motivarlo con algún señuelo, pero al que se las sabe todas…; al que dice que pasa de todo, que eso no va con él… A ese es difícil venirle de frente. La peana en la que se aúpa lo mantiene por encima del bien y del mal.
La trampa de la falta de exigencia y la autoestima baja
Ese orgullo fatuo esconde debilidades, sentimientos de ser menos.
Pero vamos a ver, Mauro. ¿Adónde crees que vas por ese camino? Que no te toque esto, que no te toque aquello. Pero ¿tú crees que me atrevería a tocarte algo que está redondo en tu novela? Te lo digo en serio: te me muestras vulnerable (me confiesas tus temores) y me derrito; me convierto en un tocinillo de cielo.
Si desovillamos el asunto hasta dar con el hilo primigenio, verás que los dos queremos lo mismo: que tu manuscrito brille y que brilles tú con él. Dicen que la autoestima baja tiene que ver con la búsqueda de la perfección.

No sé cómo se le da tan bien, si yo soy mucho más mona…
Vale. Sin tonterías: todos la buscamos. Y no alcanzarla nos deja flojos y nos aniquila la contentura. Mira, si no: cualquier crítica negativa nos hace polvo y hasta desconfiamos de las positivas. Menos aún soportamos que alguien nos diga cómo hacer las cosas.
Nos volvemos picajosos (susceptibles, dicho de forma elegante) y el panorama se polariza: a una exigencia desmesurada se contrapone la cruda realidad, que es de todo menos ideal.
Entre la falta de autoexigencia y la desmesura: ese saludable término medio
A la madre pereza se la puede confrontar en un tú a tú, recordarle el propósito último (¿adónde ibas, por cierto, cuando la muy ladrona te ganó la partida?).
No pasa nada porque un día cedas a su embrujo. Uno. Es como comerse un pastel. Uno. Y luego olvidarse hasta que la ocasión se presente de nuevo con purpurinas y banda sonora acorde.
No te vayas al extremo. No te obsesiones con la perfección: es otra trampa. Cierto que la batalla que se libra ahí afuera es tremenda, pero por eso mismo, Mauro querido, proponte metas alcanzables.
¿Y sabes cuál es primera meta alcanzable? Saber cuándo puedes exigirte un poco más. No convertir tus metas en un problema. Centrarte en ti. En la charla sobre estilo literario con la que participé en el Congreso de Novela Romántica mencioné esto:
«Plantar un jardín es fácil. Lo difícil es mantenerlo»: se lo oí decir a un profesor de secundaria. Y añadí de mi cosecha: «la buena noticia es que, si cuidas del jardín, cuidas de ti».
Así lo creo, Mauro, y te lo repetiré las veces que hagan falta. Te lo repetiré cada vez que te vea apretar el pie del acelerador en lugar de levantarlo para contemplar el paisaje: cuida de tu jardín, cuida de ti.
Hablamos de la falta de autoexigencia al escribir
Solo cuando eres consciente de dónde fallas, Mauro de mis amores, abres la puerta a lograr la excelencia. Y conste que excelencia no es sinónimo de perfección; solo la roza.
Yo sé que primero te recriminas fallos y repruebas tu mediocridad cuando no obtienes lo que te proponías. Las metáforas se te resisten, las comparaciones son flojas, a los términos que utilizas les falta músculo. Te escondes. Te aplicas cilicio y penitencia.
Es cuando llego yo y digo ¡detente! Pregúntate qué consigues. ¿Crees que a todo el mundo le salen las cosas así, sin más? No seas ingenuo. Lo que parece fácil tiene siempre un trabajo arduo detrás. No hay más magia.
Por supuesto que es buena esa exigencia contigo mismo. Es buenísima. Pero no va de castigarse.
Suelta el cíngulo, que es cosa de obispos y diáconos. Afloja. Eres implacable con los demás tanto como lo eres contigo mismo, una actitud que no te lleva a buen puerto. ¿Detectas fallos en otros y te regodeas en ello? Por ahí no, Mauro. Cada uno da de sí lo que puede. Cuida de enmendarte tú, pero sin prisas. Con cuidado.

Primero me culpé y ahora he pasado al otro extremo: quiero hacerlo todo a la vez.
¿Sabes qué? El día que repartieron las capacidades había cola. También ese otro en que repartieron los gustos, las aspiraciones, la forma de ver la vida.
¿Cuál es la tuya? ¿Adónde crees que vas con ese atolondramiento?
Para salir de la trampa de la falta de exigencia
Para salir de la trampa de la falta de exigencia hay un camino: tiene baldosas amarillas, como el que conduce a la Ciudad Esmeralda en El Mago de Oz.
Es una metáfora, de acuerdo, pero significa que deberás cambiar tus prioridades. No persigas la perfección, que es una engañifa, Mauro. Persigue, en cambio, la excelencia. Tu propia excelencia. Lo mejor que puedas hacer contigo.
De nada sirve que te culpes. La culpa no es más que una comparación que haces con tus expectativas y que te aleja del camino. Estudia tus limitaciones. Si escribes —qué tontería; yo sé que escribes—, habla con tu correctora, fíjate en sus intervenciones; busca el razonamiento: por qué elimina esto, por qué sugiere aquello.
Pregúntale. Alíate con ella. Está de tu parte. No la tengas como enemiga. Ella gana cuando ganas tú. Y no hablo de dinero, que está en la base de la transacción, sino de satisfacción íntima. Mira a la cara a tu manuscrito cuando termines. Fíjate en todo lo que has aprendido. Ese orgullo que sientes sí es legítimo.
Pero tenlo claro: sobreviene después de un gran trabajo.
Los diez mandamientos de la persona autoexigente
Reconoce que no puedes hacerlo todo solo; que pensar lo contrario revela un patrón de comportamiento que solo te garantiza el despeño.
Vamos con los mandamientos:
- Asumirás tus límites.
- Tendrás relaciones sanas en general y con quienes te ayudan en particular.
- Valorarás el reporte que te brindan los lectores cero.
- No matarás a tu correctora, sino que crearás una sólida alianza con ella.
- Amarás por sobre todas las cosas el plan de acción que conlleva la escritura de principio a fin.
- Establecerás metas realistas.
- No rendirás culto a imágenes idealizadas.
- El miedo y la culpa serán agua pasada.
- Te conducirás desde la propia responsabilidad (preguntarás lo que no entiendas, reclamarás lo que consideres injusto y cumplirás con las tareas pautadas).
- Sumarás empatía a la vía cerebral y nunca te conducirás con la una sin la otra.
¿Creías que esto se hacía sin un mapa de ruta, sin un procedimiento? Una vez que ves claro el asunto puedes mandar los mapas y las pistas al baúl de los recuerdos, pero mientras…

Los 10 mandamientos para no caer en la falta de exigencia (y para no pasarse de frenada).
Luego sí, habrás metabolizado tanto la ruta que ni siquiera creerás que una vez te hizo falta.
Propina 1
Sé, querido Mauro, que no puedes evitar pensar que los demás te juzgan como te juzgas tú. No es así. Y, en todo caso, si así fuera, de nada te serviría. La excelencia se busca por lo mismo que uno se afana en el mantenimiento del jardín.
Una última recomendación, por si quieres salir de ambas trampas, tanto de la falta de exigencia como de la demasía: estate más atento al proceso y no pongas el eje solo en el resultado. De aquí se desprende —y ya me lo dirás— la paradoja de que el resultado gana. ¡No imaginas cuánto!
Propina 2
Afloja, Mauro, afloja. Ser excelente es dar con una nueva forma de relacionarte contigo mismo y con los demás. Una forma nutritiva, jugosa, amable, sensible, consciente, responsable, humilde, agradecida.
Podría seguir, pero voy terminando.
Todo esto tiene que ver con un fascinante quehacer de fondo y con el modo en que apuntalas tu marca personal.
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