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Antes de enviar tu novela a corregir, tienes trabajo. Lo sabes, ¿no?

¿Te da pereza? ¿Te supone un trastorno porque ya te espolea otro proyecto? Como excusa, déjame que te lo diga, no sirve. Ponte con ese nuevo proyecto y deja tu novela en barbecho. ¡Date todo el permiso!

Permíteme un inciso: me juego el cuello a que eres de los que se quejan de la vida que llevamos, las prisas, los atosigamientos. ¿No formabas parte de ese grupo que quería cambiar el mundo?

Corregir fondo y forma de una novela pone en marcha dos procesos distintos, cada uno con sus particularidades y divisiones. Clic para tuitear

Estás pensando que se me ha ido la olla. Puede que se me haya ido. También te digo que para sobrevivir aquí, un poco de «ida de olla» es muy necesario y saludable.

Esto viene al asunto de las quejas de que hemos montado una vida de usar y tirar. No tengo que hacerte un tour por cada cosa que desechas sin haberla mirado, sin haberla valorado en lo que te sirvió.

Mira tu novela: es un bebé recién nacido. Antes necesitó cuidados, y ahora, más.

No me digas que amas tu novela o tu lo que sea si no buscas la excelencia para ella, para ello.

Antes de enviar tu novela a corregir, toma distancia 

Terminas de escribir. Has trabajado meses en esa novela, años quizá, y estás impregnado de su aroma (¿veneno?) hasta el tuétano.

Suéltala. Ponte con esa otra que te pita o tómate unas vacaciones. Parece que me contradigo, pero me explicaré. Desintoxícate. No te pongas de inmediato a revisarla.

¿Cuánto tiempo? Un mes o dos… Lo que necesites para volver a ella con una mirada nueva, desapasionada, extrañada; como si no fuera tuya y tuvieras que analizar la de otro.

Ocúpate de tu siguiente proyecto sin olvidar que te queda trabajo con esta. Si acaso, si tienes lectores beta con poco que hacer, envíasela; eso sí, con el compromiso de darte pelos y señales de lo que vean y que habrá de servirte para la revisión. Con la advertencia de que va en pañales, con el cordón umbilical necesitado de curas.

(No es lo que yo haría, pero… Yo, antes, me aseguraría de que no puedo hacer más por ella).

Después de tomar distancia con tu novela, corrige el fondo

Deja todavía la forma y métete con el fondo. Mira a ver si lo que pasa es atractivo, si lo que se promete se cumple.

Hay muchos tipos de novela y muchas estructuras posibles. Lo que importa es que las expectativas se cumplan. Significa que la pregunta que se le suscita al lector ante el planteamiento debe tener respuesta al final.

Porque si el planteamiento es claro, se le abren interrogantes:

  • ¿Qué le pasa, qué quiere, busca o pretende cierto personaje?
  • ¿Qué circunstancia ha venido a interrumpir su dolce vita (su habitual equilibrio)?
  • ¿Quién es?

El escenario, los detalles geográficos y atmosféricos son importantes:

  • ¿Están?, ¿tienen sentido dentro de la historia o quedaron puestos al azar?
  • ¿Tiene todo ello un tono congruente, un sabor y un ánimo que impregna la novela?

Recuerda: tu novela iba ¿de qué? Revisa tema y argumento.

  • ¿El nudo gordiano de la historia es lo bastante consistente?

Evalúa si el personaje se ve «contra las cuerdas», metafóricamente hablando; si lo que le pasa le resulta insoslayable y lo fuerza, de veras, a hacer algo comprometido.

  • ¿Tiene un buen conflicto?

El conflicto lo levantará del sofá (nueva metáfora) y lo forzará a hacer algo que lo devuelva a la beatífica siesta (otra más).

  • ¿Y los sustos, esos palos en las ruedas de la bici que conduce el prota?

(Esto de las metáforas da juego, ¿verdad?).

Antes de enviar tu novela a corregir, resume cada capítulo y evalúa si sobra o si falta algo; si todo está donde debe.

Los personajes merecen un punto y aparte

Tienes que saber de tu protagonista y personajes principales más que de ti mismo, si me apuras.

  • ¿Quién lleva el peso de la historia?
  • ¿Qué cualidades tiene?
  • ¿Prejuicios, manías, tics, complejos, rarezas?

Si se ducha mucho o si le repatea el agua… Todo; has de saberlo todo, y no para hacerles una ficha policial. Los modos de ser, filias y fobias sirven para ir endulzando pasajes de la novela.

No es igual decir…

Álvaro enfermó y tuvieron que llevarlo al hospital.

Que decir…

Cuando Álvaro enfermó, aún no habían cumplido su viejo sueño de visitar la Patagonia. Después, ya sería demasiado tarde.

Ahí hay más que una mera descripción. Sabemos que los personajes tenían un sueño que no llegarían a cumplir y que su relación no era de dos días.

Otro aspecto es «con quién ha de pelearse» ese protagonista, una vez más, simbólicamente hablando (aunque pudiera ser literal) para cumplir su sueño.

Sonaba la música y le miraba las piernas. Era todo lo que anhelaba ver: las piernas de María y los rosales que despuntaban a través del cristal. Entre tanto, ella se encontraba a miles de kilómetros con una revista de viajes entre las manos. El mundo se le quedaba pequeño.

Por un breve párrafo, sabemos de los intereses de cada uno.

Cuida esos detalles, revisa si tu prosa está cuajada de ellos. Haz literatura.

Personajes secundarios

Los personajes secundarios aúpan, apoyan, sostienen de algún modo a los principales. El protagonista, incluso solitario (salvo que se trate de un Wal-E, el robot desamparado que compacta basura en un futuro quizá no tan lejano), necesita un antagonista, alguien con quien medirse.

Antes de enviar tu novela a corregir

Eloísa aplica el sentido crítico antes de echar su novela a rodar; para eso, cambia la tipografía, la lee en distintos formatos… Busca extrañarse.

El antagonista es, por tanto, otro personaje central que necesita de los personajes aledaños. El resto de personajes que conforman el elenco deben tener funciones tangenciales pero necesarias. No los desdeñes, que no por ser secundarios son menos relevantes.

¿O sí?

Prueba a eliminar uno y comprueba si alguna subtrama se viene abajo o si el personaje principal pierde volumen, consistencia; si queda algún aspecto clave sin redondear.

Deben ser reconocibles y tener su función. Los secundarios no son meros títeres, si bien, su personalidad puede ser más o menos compleja. Un vecino puede ser un secundario de lujo, aunque apenas sepa de nosotros.

Dónde y cuándo pasa lo que tiene que pasar: el espacio y el tiempo

Real o inventado, tiene que creérselo el lector. No vale decir Madrid o Cuenca y que no se vean las calles, los edificios (¿dónde transcurren las escenas?, ¿estabas allí?).

Como te hablé del espacio aquí, no es cosa de repetirme.

El tiempo es otro aspecto que debes revisar; por descontado, si escribes novela histórica, pero también ese tiempo diario, menudo, en que transcurren los pequeños actos. Podría pasarte que te dejes a los personajes preparando la cena y en la siguiente escena hablen de ir a cenar.

Hay, además, un tiempo psicológico que no lo marcan las agujas del reloj: desesperante a veces; con una insolencia acelerada otras.

Si es un tiempo lento, no digas que lo es. Di, más bien…

Se levantó del sofá, fue hasta la ventana y descorrió un palmo la cortina. Volvió a sentarse y cogió la revista, tan manoseada ya, que había junto al móvil. La soltó. Se palpó el cuello. Se hartó de husmear en redes y de meterse en vena noticias que solo buscaban que hiciera clic. Volvió a la ventana. Álvaro se demoraba más de la cuenta.

Si es un tiempo rabioso, tampoco digas que lo es. Di, por ejemplo:

Sonó como si hubieran derribado un mueble. Luego, un disparo. Dos. Abrió la puerta y miró. Un encapuchado bajaba las escaleras de tres en tres. La puerta de entrada se cerró de un golpe; poco faltó para que saltaran los cristales. Luego, silencio. Luego, el llanto de un bebé.

Los indicios: otro aspecto que revisar en el fondo

¡Estos sí son detalles que podrás añadir en las revisiones!

Los indicios son como las especias en una comida compleja: no las pones todas de golpe, sino que las vas añadiendo en función de las distintas elaboraciones. En principio, no parecen hacer gran cosa ahí y podría pensarse que pasarán sin pena ni gloria.

¡Craso error!

Los indicios son esas micras en la balanza que redondean el peso de la historia; los que hacen que el lector, a medida que avanza la novela, diga: «¡Ajá! Para eso le dio el papelito con el número de teléfono… No era que la estaba invitando a una cita».

Antes de enviar tu novela a corregir, corrige la forma

Tienes claro que lo que pasa es lo que ha de pasar y en la forma en que ha de pasar. El planteamiento está claro, el conflicto lo está, están los puntos de giro y ese clímax que culmina en un final redondo.

Es hora de ponerse en forma.

Lo he dicho otras veces y lo repito: por partes: no trates de abordar fondo y forma a un tiempo porque no harás bien ninguna de las dos cosas.

Una vez que tienes el fondo, lee, asegúrate de que cada frase tiene la longitud adecuada. No es igual un párrafo descriptivo que uno de siembra o uno de tensión. El párrafo descriptivo, si lo trabajas bien, dirá mucho del personaje. No será igual el despacho de un abogado que el tugurio donde malvive un indigente. Ni olerá igual ese primer sitio que ese segundo.

Antes de enviar tu novela a corregir, corrige el estilo

No es un juego de palabras. Corrige tú primero; la novela es tuya.

La forma pide que cuides el ritmo, la cadencia. Dice también que elimines repeticiones impertinentes, sonidos-cantinela (cacofonías), muletillas (ya que, pero, porque, pues), palabras correosas; esas que se pegan como lapas y dan la sensación de que algo quedó trabado en algún lugar y vuelve y vuelve y vuelve.

Tacha, elimina, mejora, añade lo que sea más preciso o más claro, cárgate la paja y aplica la concisión.

Elimina los adverbios terminados en -mente que no sean imprescindibles. Y cárgate esa dichosa fórmula tan adoptada del presente continuo inglés (el descuidado jardín de gerundios).

Dentro del estilo (forma), corrige (también) la gramática

Hay verbos que exigen preposición; hay otros, en cambio, que les tienen alergia. Y hay verbos abusados.

Ojo con los queísmos y dequeísmos.

*No se daba cuenta que pasaba el tiempo en lugar de No se daba cuenta de que pasaba el tiempo.

*Le dijo de que no quería verlo en aquel antro nunca más, en lugar de Le dijo que no quería verlo…

Cuida las correlaciones verbales; no vayas a narrar una historia en pasado, por la razón que sea (que deberá quedar justificada) pases al presente y luego alternes ambos tiempos de forma aleatoria.

*La falta de alimento haría que piensen en abandonar la aventura. 

En lugar de

La falta de alimento haría que pensasen en abandonar la aventura.

Ocúpate también de que no haya errores de concordancia ni mezcles las personas. ¿Desde cuándo le hablas al lector? ¡No es un e-mail! ¿O es que estás rompiendo la cuarta pared?

Pon atención a laísmos y leísmos: *La dijo que; *Pedí a mi prima que me le trajera al perro.

Por cierto:

  • ¿Texto justificado o no?
  • ¿Sangrías acordes con las necesidades específicas de cada frase, párrafo o destacado?
  • ¿Empiezan todos los capítulos donde deben?

Dentro de la forma, corrige la ortotipografía

Alguna vez me has preguntado por qué los correctores incluimos los espacios cuando hablamos de caracteres. Verás: los incluimos porque en los espacios pasan cosas.

Pasa que se cuelan dos y hasta tres pulsaciones entre palabras cuando debe haber una. Solo una.

Pasa que los signos gráficos (comillas, signos de interrogación y exclamación, rayas, paréntesis, punto y coma, puntos, comas y puntos suspensivos, entre otras maravillas) también se ponen fuera de las palabras. O sea, en los espacios.

Y pasa, también, que a veces se parten palabras que son matrimonio y llevan guioncitos que no corresponden (¡exacto!, en los espacios).

Aparte, cursivas, comillas, negritas, versalitas, cifras que deben expresarse en letras (hablamos de novela, recuerda). Etcétera.

Guíate por un criterio y sé congruente con él.

Propina 1

Corregir no es solo «cosa del profesional». Corregir es cosa tuya y exige varios abordajes. Es el segundo paso que das en el proceso de escribir. Después de escribir, el más importante.

Ya lo hemos dicho otras veces: escribir es reescribir.

De ese modo, el profesional podrá afinar mucho más: no es lo mismo corregir un texto lleno de imprecisiones, errores y erratas que uno con poquitas de ellas.

Propina 2

Tampoco pretendas un mundo mejor si a ese mundo que tú puedes manejar no le quitas el polvo. Quitarle el polvo es poner todo ese cuidado en cada cosa que haces.

Lo dijo Maruja Torres, a quien tengo en particular estima desde hace muchos años (también lo han dicho otros de otras maneras):

«Formo parte de ese grupo que pretende cambiar el mundo al que asomó. No se consigue casi nunca, pero el camino vale la pena. El camino».

Cuida tu camino literario. Te estarás cuidando a ti.

Propina 3

Para terminar, algo que sabemos muy bien los correctores: no hay libro sin erratas. Cuantas más vueltas y más lecturas, antes salta eso menudo que trataba de coger las de Villadiego en la faltriquera de Titivillus.

 

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