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He aquí una nueva entrega en torno a nueve errores al escribir una novela. Nueve más. Si te perdiste los otros nueve, puedes consultarlos aquí.

¿Nueve más?

Errores al escribir una novela(II)

–¡No fastidies! ¿De verdad es posible incurrir en tantos errores? Me matas…

Pues sí. Los errores en que es posible incurrir —y en los que, de hecho, se incurre— son numerosos. Ni siquiera prometo que los agotemos todos; solo los que se me vienen a la memoria o tengo más recientes. La mayoría tienen que ver con un uso deficiente del lenguaje. También con el registro literario, pero esto es harina de otro costal… futuro.

Es llamativo que quien se dedica a escribir no se esfuerce en hacerlo cada vez mejor. Esa debería ser la piedra angular de toda escritura. Clic para tuitear

Significa que estamos dando por sentado que las tramas funcionan y que podemos dedicarnos a evaluar estos otros aspectos. A la construcción de personajes, por ejemplo, ya nos referimos en esta otra entrada que he mencionado antes.

Aquí van, pues, nueve más:

Primero de los errores al escribir una novela: Ausencia de ritmo

Ritmo, en una canción, es una combinación de notas que se entremezclan; unas más rápidas, otras más lentas y, entremedias, pausas y silencios.

En narrativa es igual. Se combinan palabras (que no se escogen al azar), frases, pausas y silencios. Entre todo ello se crea un equilibrio. O debería crearse.

Si escoges términos de más sílabas y oraciones largas, encadenadas y subordinadas, el ritmo se atenúa.

Si, en cambio, escoges términos de menos sílabas y oraciones cortas, el ritmo crece. A una escena angustiosa, le conviene un ritmo entrecortado, y a una descripción, uno más sosegado, dicho sea en términos generales.

Las pausas y los silencios vienen dados por los cambios de párrafo, de escenas y de capítulos.

¿De qué se trata entonces, si hablamos de ritmo en una novela? Por un lado, de seleccionar el tipo de escena y de acomodar la longitud a la medida necesaria; por otro, de que todo el texto en su conjunto tenga una armonía.

Y de ausencia de estilo, que tiene que ver con pelearse con el lenguaje, me referí aquí y vuelvo a hacerlo más adelante.

¿Es otro error no batallar con él? Sin duda. Buena parte de la belleza de un texto literario se encierra ahí, en forcejear con la mejor forma de decir.

Segundo de los errores al escribir una novela: Anticipaciones

Este error es imperdonable.

No me refiero al arma de Chéjov. Introducir un elemento, banal en apariencia, que después tendrá su juego, es una excelente estrategia. Tiene, además, un doble mensaje: nada debería ser banal (prescindible) en la novela. Y, si lo hace, será una historia pobre.

El error al que me refiero tiene que ver con lo siguiente: una voz —la narradora— se adelanta a lo que está a punto de decir el personaje. En tal caso, ¿para qué habla el personaje?

Por ejemplo:

Mario se remanga: está a punto de eliminar todo lo que no es imprescindible en su novela. Entra Sandra sin avisar.

—¿Terminas?

—Uf, qué va. Voy a eliminar de la novela todo lo que no sea imprescindible.

—O sea, que no terminas.

¡Por la pipa de Sherlock!, ¿no sería más cabal, eficaz, interesante, funcional, atractivo, operativo, literario, algo así?:

Mario se remanga: está a punto de eliminar todo lo que no es imprescindible en su novela. Entra Sandra sin avisar.

—¿Terminas?

—Uf, qué va. Ni creo que termine hoy. Ve tú. Llámale a Santi y que te lleve.

—¡No fastidies! —dice con cara de querer matar a alguien—. ¿Cómo me haces esto media hora antes de salir?

Tercer error: Explicaciones versus descripciones

No confundas descripción con explicación. Las descripciones son la mahonesa de la novela, la masa de los buñuelos.

Deja las explicaciones para los textos académicos.

Las explicaciones se dan desde un estrado a un público poco informado; un público al que le estás diciendo «tú, que no sabes, atiende, que yo sí sé». No le hagas esto a un lector que se precia de ser inteligente. Trátalo con esta premisa por delante.

¿Se trata de que no debe haber explicaciones en absoluto?

Se trata de que no parezca que las hay; de contar las cosas como sobre la marcha. Por supuesto que el lector debe disponer de datos suficientes para adentrarse y no perderse. Es lo que le permitirá conjeturar por dónde puede caminar la historia (y donde tú lo sorprenderás habilitando soluciones que no aventuró fácilmente).

Mira, este párrafo que lo explica así de bien:

De Ana Bolox, para la revista Moon Magazine

[…] si, por una parte, debes proveer al lector con las aclaraciones necesarias para que no se sienta frustrado, por otra debes evitar ser demasiado explicativo. Ese tipo de enfrentamiento final entre el protagonista y el antagonista en el que estos dos personajes, uno frente al otro y preparados para luchar, no comienzan esa batalla final porque primero tienen una charla en la que nos van explicando cómo han llegado hasta la situación actual, es una de las formas más efectivas de fastidiar el final de tu novela.

No puedes dejar que el ritmo decaiga, porque el lector tiene encendidos los motores, su emoción está al rojo vivo y no puedes apagarla de repente con una charla que está quitando protagonismo a la acción.

Aquí tienes el artículo completo.

Cuarto de los errores al escribir una novela: Recursos bobos

Los llamo bobos cuando se abusa de ellos. Cuando, por ejemplo, todos los personajes titubean por defecto ante una situación inesperada: he ahí un error de bulto.

Titubeos a porrillo

A veces se necesitan, claro que sí, pero algo anda mal si cada personaje se atasca del mismo modo al hablar.

Puntos suspensivos

Valga la misma apreciación cuando se trata de los finales de frases de la novela: no tiene sentido que la mayoría de ellas terminen con puntos suspensivos.

Temor, duda, vacilación o sorpresa; incluso cuando algo se sobreentiende: esos son los casos en los que se usan. Por lógica: en la mayoría de parlamentos no concurren estas circunstancias. Y si sí, pasa algo raro… (Expresión de temor; añádeme una ceja levantada).

Tartamudeos a tutiplén

El tartamudeo repite sílabas y se atasca al hablar. Hay quien lo representa con puntos suspensivos y quien lo hace con guiones. Lamento no poder citar una figura de autoridad que sugiera mejor una forma que otra. Si hubiera alguien en la sala, que se pronuncie en los comentarios, por favor.

«Y n… no dig… digas es… so, coco… coño».

«Y n-no dig-digas es-so, coco-coño».

Aunque Alonso Cano tartamudea en el capítulo XLVI del Don Quijote, Cervantes lo representa así:

«Oh, válame Dios y cuán grande fue el enojo que recibió don Quijote oyendo las descompuestas palabras de su escudero. Digo que fue tanto que, con voz atropellada y tartamuda lengua, lanzando vivo el fuego por los ojos, dijo:

—¡Oh, bellaco villano, mal mirado, descompuesto, ignorante, infacundo, deslenguado, atrevido murmurador y maldiciente!».

Quinto error: Perífrasis retóricas o circunloquios inacabables

Este quinto de los nueve errores al escribir una novela invita a echarse a dormir. Una perífrasis agotadora o un circunloquio inacabable es lo que toda la vida hemos llamado marear la perdiz; de paso, impedimos que el lector vea más claro y lo forzamos a releer solo para fatigarlo. Es el camino corto para que salga a comprar tabaco (aunque no fume) y nunca regrese.

Perífrasis cortas

De verdad: no es preciso decir siempre se decidió a ir en lugar de fue.

Perífrasis largas o circunloquios

*«Haciendo acopio de las últimas fuerzas que le quedaban [si son últimas, ¿verdad?], ascendió por la escarpada pared mientas el luciente Febo con la intensidad desmesurada de las lanzas que despedía [o sea, el sol en hora punta] la castigaba sin gota de misericordia».

Y más corto y con menos alambiques, ¿no será más claro?:

«Hizo acopio de las últimas fuerzas y ascendió por la escarpada pared mientras el sol del mediodía caía inclemente sobre ella».

Sexto de los errores al escribir una novela: Ausencia de anáforas

La anáfora se vincula a la idea de repetición. Dicho de manera sencilla y sin entrar en complejidades académicas: anáfora es una expresión que viene a sustituir a otra que se conoce por el contexto. 

Ojalá todas las repeticiones lograran efectos así de estéticos.

En un texto, hay términos que repites con intención de enfatizar. Hay otros, en cambio, que no tienen función alguna y que solo saturan el texto.

Álvaro soñaba con ovejas que balaban en un campo verde. Álvaro amaba a las ovejas. Álvaro pasó la noche en un campo oyendo balar a las ovejas.

Hagámoslo más llevadero:

Álvaro soñaba con ovejas que balaban en un campo verde. El muchacho de la mirada dulce las amaba y pasó la noche allí mientras las oía balar.

Los términos en negrita designan términos que ya han aparecido y que no es preciso repetir. Y por si te preguntas quién es ese Álvaro: me echó un capote bien guapo para hablar de gerundios.

Séptimo error: Engolosinamiento con ciertos términos

Escribes bien, pero se te pegan términos como si caminaras por una calle recién asfaltada. En este primer párrafo se repite hasta cuatro veces edificio y promesa/prometía. Y no solo eso: ¿qué falta hace decir que nunca llegó a terminarse si antes hemos dicho que quedó en promesa?

*El edificio, que se alza frente al Parque del Oeste, apuntaba maneras de edificio llamativo. Pero quedó en promesa de lo que prometía. Nunca llegó a terminarse y hoy solo exhibe una estampa lamentable. Me pregunto por qué sus propietarios nunca quisieron ponerle el broche que merecía ese edificio.

Aplicamos las premisas del manual de limpieza, con permiso de Lucia Berlin (es una ironía):

El inmueble, que se alza frente al Parque del Oeste, apuntaba maneras de edificio llamativo. Pero quedó en promesa: hoy solo exhibe una estampa lamentable. Me pregunto por qué sus propietarios nunca quisieron ponerle el broche que merecía.

Octavo error: Diálogos que no funcionan

Supongamos que Julieta, la amiga de Norma, está molesta con ella. El propósito de la escena es informar que pasa de su novio y de ella. Supongamos también que un diálogo que no fuera ficcional podría darse en estos términos:

—¿Qué te pasa? —pregunta Norma.

—¿A mí? Nada.

—¿Estás enfadada conmigo?

—No. ¿Por?

—Te veo seria.

—Es que… no he dormido bien —responde Norma.

Y tres días más tarde —varias páginas después—, Julieta se encuentra con Pepita y le cuenta que cree que Norma se la pega con su novio y que está pensando en cortar con él.

Sin marear la perdiz, por favor, que el diálogo ficcional tiene que ser mucho más expeditivo:

—¿Qué te pasa?

—¿Y tú me lo preguntas?

—Eh, tranquila… —dice Norma poniendo las manos de parapeto.

—No, si estoy tranquila. Solo que vas de mosquita muerta y a la primera de cambio me levantas el novio.

—Pero ¿qué dices?

—Que podéis iros a la mierda los dos.

Mucho más eficaz, sin duda.

El noveno de los errores al escribir una novela: Desaprovechamiento de la oportunidad que brinda la corrección profesional

Hay quien huye de la corrección profesional por distintas razones; quien desaprovecha la oportunidad de crecer en su carrera literaria. Suele aducir algunas de estas pegas:

  1. Es cara.
  2. Le cambia el estilo.
  3. Lo suyo tampoco está tan mal.
  4. Lleva prisa por publicar una vez que puso la palabra fin.
  5. La correctora (o el corrector) es muy borde y no lo trata con paños calientes.

¿Es cara una corrección? Mira lo que dice L. al respecto.

Vaya por delante que hay correctoras y correctores; que hay quienes venden su trabajo como si fueran billetes Business Class cuando ofrecen asientos en la cola de la avioneta. Pero, mire usted, para eso están las pruebas que se emiten sin forzar a nadie a pasar por taquilla.

Que el solicitante (solicitanta no, por favor) saque la cuenta de la minucia y de la minuta.

¿Cambio de estilo? Esta pega es típica de quien no lo tiene. Te remito a esta entrada para no ser pesada.

Lo suyo tampoco está tan mal es la defensa que le queda a quien no entiende el valor de una corrección. Ni ortotipográfica ni de estilo. Igual: para no abusar de tu paciencia, date un garbeo por aquí y por aquí.

Mención aparte para las prisas

Las prisas, ¡ay!, las prisas, esas infames que manejan nuestras vidas. Antes se decía aquello de «vísteme despacio que…». Pero eso era antes de que las ansias por llegar al estrellato se hicieran con el cotarro y lo pusieran todo perdido.

No seré malvada y solo diré que suelen acabar derrapando en barro.

Tú eliges.

Y otro aparte para las formas de la correctora

Que la correctora sea borde… puede ser. Es la única razón plausible y la única que tiene remedio fácil: uno (o una) pone fin al recorrido si ve que no le da lo que prometía. Un contrato es susceptible de cancelarse en cualquier momento: se hace una liquidación y punto. A buscar agujas en otros pajares.

No te ocurrirá conmigo. Si eres amable, ¿por qué no tendría que serlo yo? 😉

 

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