Una tarea ardua la de cómo diferenciar los narradores en la novela, tan variados como son.
Que si el narrador omnisciente o sabelotodo, que si el subjetivo en primera persona, que si el testigo, el equisciente, el involucrado en la historia, el protagonista, los narradores corales… Y no pasaremos por todos, pero sí por los más usuales.
No es fácil diferenciarlos solo con definiciones.
Quién es el narrador
Lo primero que hay que decir es que el narrador es el personaje creado por el autor para que cuente los hechos. Nos meteremos en la historia a través de él, luego es importante conocer de antemano con qué atributos lo revestiremos; cuánto sabe y desde dónde cuenta; ¿narra los hechos tal cual pasaron y sin involucrarse, tal cual se los contaron, tal como los vivió él mismo?
Seleccionar bien el narrador y definir el punto de vista es una de las claves para que la novela cuente con auténticos seres de ficción. Clic para tuitearNada como verlo con ejemplos, con una escena y la misma. Solo cambia el narrador y cambian, por tanto, los puntos de vista.
Por tanto, ¿cómo diferenciar los distintos narradores en la novela y hacerlo de forma práctica?
La escena de referencia la tomo de uno de los capítulos titulado «El justificante perfecto», del libro de textos breves El idioma materno, de Fábio Morábito; párrafo que ya utilicé en este artículo para la revista Capítulo 1.
Cómo diferenciar a un narrador que cuenta en primera persona algo que les sucedió a otras
Cómo diferenciar a un narrador que cuenta en primera persona algo que les sucedió a otras. En concreto, este narrador pasaba por allí, pero no tiene inconveniente en emitir una opinión. Se involucra con sus apreciaciones.

—No os lo vais a creer…
En este caso, alguien cuenta desde su punto de vista. Lo manifiesta al principio, cuando dice «me fascina», y casi al final, cuando remata con «y no me extraña, porque…», y ofrece sus razones.
Me fascina la anécdota de aquel hombre a quien su mujer le pidió que escribiera un justificante para su hijo que había faltado a la escuela. Mientras ella se apura en los preparativos para salir con el niño rumbo al colegio, el hombre lucha en la mesa del comedor con el justificante; quita una coma, vuelve a ponerla, tacha la frase y escribe una nueva, hasta que la mujer, que está esperando en la puerta, pierde la paciencia, le arranca la hoja de las manos y sin ni siquiera sentarse garabatea unas líneas, pone su firma y sale corriendo. Era solo un justificante escolar, pero para el marido, que era un conocido escritor, no había textos inofensivos y aun el más intrascendente planteaba problemas de eficiencia y estilo. «Quise escribir el justificante perfecto», confesó el hombre en una entrevista, y no me extraña, porque escritor es aquel que se enfrenta al fracaso de escribir y hace de ese fracaso, por decirlo así, su misión, mientras los demás sencillamente redactan.
Cómo diferenciar a un narrador protagonista
Pongamos ahora que es el propio hombre quien cuenta cómo le pasó lo que le pasó. A él, sí. Lo hace en primera persona y, lógicamente, en tiempo pasado.
Mi mujer me pidió que escribiera un justificante para Nando. Faltó a la escuela, sí, pero como venía faltando muchos viernes ya. Cómo escribir algo que no sea lo mismo de siempre. Si no fuera porque lo excusa cuando los clientes llaman preguntando por el libro que pagaron y que aún no llegó y ella tiene una respuesta imaginativa a mano…
Esta coma va fuera y esta otra mejor aquí.
—Estás nerviosa, mi amor, cálmate, que ya termino.
«No se calmará. El marco de la puerta se vendrá abajo antes de que se calme».
Me quita la hoja al vuelo. Ni siquiera se sienta. Escribe como si arañara el papel, firma y se va dando un portazo. Quince años juntos y ahora esto.
En la entrevista que concedí al periódico Las provincias me resarcí: «No hay texto intrascendente. Yo quise escribir el justificante perfecto. Me enfrento de continuo al fracaso de escribir. Solo desde ahí llevo a cabo lo que siento como misión. Soy escritor, no un mero redactor».
Cómo diferenciar al narrador de la novela cuando participa de lo que pasó

—Lo sé, colega. La cosa iba conmigo, pero me ignoraban. Pienso hacer un corto con la historia. O un microrrelato. Tengo que ensayar.
Cuando quien narra es uno de los personajes y estuvo involucrado en los hechos, dispone de información privilegiada; no es el protagonista, pero sabe mucho, aunque también con un sesgo inevitable: el de su propia percepción.
Imagina que es el niño quien presencia la escena y se la cuenta a un amigo. Como verás, el estilo no tiene comparación con el caso anterior: frases cortas, expresiones de familiaridad, palabrotas. El ritmo se acelera. Pierden presencia los progenitores y sube ese hijo a un primer plano. Lo importante en este caso es no perder de vista el habla de ese personaje:
—La clase los viernes es una mierda, colega. Y a mi madre le flipa que me quede.
—¿En serio?
—Corto el césped y le hago la compra. Los viernes le tocan tres casas y el colegio. Total, que va y le pide a mi padre que escriba el justificante y, ¡hostia!, como si le hubiera pedido que escribiera el BOE.
—Es escritor, ¿no?
—Es un histérico. Que si las comas y toda esa mierda.
—Ya.
—¡Que es un justificante, coño!
—Ya, ya…
—Total, que mi madre ha pillado la hoja y… Nada, ha puesto lo que sea, ha firmado y santas pascuas.
—Dice mi padre que el tuyo ha salido en el periódico. No sé qué de los textos y de que hay que escribirlos de puta madre.
—Y tu padre, ¿qué es?
—Albañil.
—Qué potra, colega.
El narrador omnisciente o sabelotodo
La historia no tiene secretos para este narrador, que la relata con la solvencia que le es propia. Lo hace con distancia emocional, es decir, lo bastante alejado como para que nada lo perturbe. Quizá se moje algo (la objetividad absoluta es difícil), pero lo hará de manera muy sutil, casi imperceptible.
En este caso, la historia está narrada en tiempo presente y se intercalan figuras literarias: césped como solícito anfitrión, viejas amigas, tacita de plata, agarraría los viernes, la hoja arrastra un rayajo consigo, ha encasquetado.

—Yo, dios.
Aun cuando es un narrador omnisciente, parece que se alía más con la mujer que con el marido («cuando menos, ¡un punto y coma!», dice).
La historia
La mañana amanece lluviosa y en el jardín se acumulan hojas que el césped recibe como un solícito anfitrión y el viento como a viejas amigas. No piensa igual la madre de Nando, que aguarda con los nervios a flor de piel a que su marido termine de redactar el dichoso justificante. Nadie le echa una mano como no sea su hijo y, después de todo, no es más que un día cada tanto cuando falta. Nando deja el jardín como una tacita de plata y hace la compra mejor que un encargado del servicio a domicilio. Pero qué sabe de eso su marido.
El hombre se demora en escribir, borrar, volver a escribir, releer… Desde luego, no es él quien tiene que correr. Ella agarraría los viernes y los papeles que se acumulan en el escritorio y de buen grado los vería arder en la chimenea.
No resiste más. Da un manotazo y se lleva la hoja que arrastra un rayajo consigo. «Fernando ha tenido mala noche, no irá a clase», escribe. El marido no ha visto esas dos frases entre las que su señora ha encasquetado una coma aun cuando son independientes. Cuando menos, ¡un punto y coma!
En una entrevista que concede al periódico saca a relucir la anécdota y se justifica: él solo quiso escribir el justificante perfecto. Para él no hay texto banal. Es un escritor y se debe a su oficio. «Redactar es otra cosa», afirma.
Cómo mostrar narradores corales y ajenos a la historia
Aquí dejamos a dos vecinas departir en el rellano de la escalera. Una vez más, la historia sigue siendo la misma, pero la forma de contarse es muy distinta. En este caso, además, está referida desde dos puntos de vista.
—Son buena gente; ahora, como todos: tienen sus cosas. Si lo sabré yo…
—Pues parece que mean colonia, hija.
—Huy, calla, calla. Ayer, sin ir más lejos, Carmen salió dando un portazo y se menearon hasta los cimientos. Mi chiquitina se despertó, no te digo más.
—Pues mira que él es un santo, que ni se lo oye… Pero ella tiene una mala leche…
—Y tiene cuajo la doña, que lo sé de buena tinta. Dice mi chico que muchos viernes el Fernandito no va a clase. Y yo lo veo hacer la compra y cortar el césped.
—O sea, que es verdad lo que dice la Amparo, que la tiene debajo.
—Si es que no pilla más casas porque no puede, pero si la dejaran echaría horas hasta por la noche.
—Lo mismo él no le gana bien, mujer. Los escritores son unos muertos de hambre.
—Hoy sale en el periódico.
—¿Él?
—Él, sí, él.
—¿Y qué dice?
—Que es escritor. Ya ves tú. Como si fuera médico o ingeniero…
—No dirá que tiene una esclava en casa y que gracias a eso. Qué pena.
—Pues sí. Y te dejo que se me quema el cocido y Paco está al llegar.
Cómo diferenciar los distintos narradores en la novela: el objeto protagonista

—Parece que soy yo la prota, ¿verdad? Pues, mira, no: es la carretera. ¡Pero tendrás que leer mi novela!
Y he aquí, por fin, un personaje menos habitual: un objeto personificado, sentimental, y un punto de vista futuro. Que sepas que los objetos narrativos son tan importantes como cualesquiera otros personajes.
¿Has reparado alguna vez en los lazos invisibles que se forman entre ellos y el lector? Estos objetos configuran y amplían las identidades de quienes son los demás personajes de carne y hueso literarios. Él mismo acaba participando de esa estructura orgánica.
Alguien me tomará de su mano y querrá delinear en mí frases concisas, elocuentes y conmovedoras. No será un dictado y tendrá que probar y se afanará con buscar el argumento y los adjetivos capaces de desmontar cualquier suspicacia en el destinatario. Un destinatario ilustre, por cierto: un colegio. Ahí es nada. No se presenta una oportunidad de esas cada día.
Alguien me tomará, pues, y destilará en mí una pequeña obra de arte hasta que otro alguien, exasperado, me arrebate y, con tan mala fortuna, que quien tendría que deslizarse sobre mí con el mimo de un pintor, me arañará sin remedio. Me tienta disculparla, porque la mujer tiene ese carácter y tantas cosas de las que ocuparse; ahora bien, ¿cómo disculpar a quien ni siquiera repara en mí, a quien con gusto me usaría como leña en una chimenea?
El niño nada tiene que ver, pero están haciendo de él un adulto que solo emana fluidos animales.
El hombre resiste y se justifica ante los medios, pero no creo equivocarme si digo que no resistirá mucho tiempo junto a esa mujer. Es el único que me entiende.
Propina 1
No hay un estilo mejor que otro. El estilo emerge cuando desaparecen los ruidos que afean la música del texto. . ¡Ah, claro!, y tiene que ver con la sintaxis, la distribución de frases y párrafos y siempre siempre (¿he dicho siempre?) es mejorable.
Otra cosa es que no siempre sea fácil. A veces, hay que meter la centrifugadora.
Propina 2
Permíteme un broche humorístico:
Por el humo de los textos se sabe dónde está el fuego… de las relaciones. Y hay fuegos que no queman y se extinguen sin metáforas que los alimenten.

—Está feo que yo lo diga, pero sería muy ingenuo si le augurase futuro a esa pareja.
Por cierto, ¿qué narrador sería este?
¡Te espero en los comentarios con tu apuesta!
![]() |
Hola,
me ha gustado mucho el artículo, explica de manera divertida la cuestión, y ayuda a encontrar el lugar adecuado desde el que queremos escribir el texto, cosa que no es fácil cuando se trata de textos largos,
gracias,
Juan Antonio
Hola, Juan Antonio:
Esa era la intención: hacer fácil lo difícil y, a ser posible, divertido.
Gracias a ti por dejarme tu comentario.
Saludos literarios,
Marian