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La corrección literaria y las prisas son conceptos antagónicos, nociones que se conjugan mal y tan poco compatibles como harto frecuentes; sobre todo, entre quienes menos prisa habrían de tener: los autores noveles.

Pero antes de seguir, te pido disculpas: a lo mejor soy injusta. La prisa puede afectar por igual a todo tipo de escritores, por más que la del novel sea un clásico. Quizá tiene que ver con esa especie de ansiedad generalizada que es el magma de nuestra época.

Las prisas son a la corrección literaria lo que la falta de entrenamiento a un cuerpo que pretende estar en forma. Clic para tuitear

Por descontado, hablo de lo que me toca: en general, el autor novel se tira escaleras abajo saltándoselas de tres en tres.

Las prisas no son buenas

Este artículo no va dirigido en exclusiva al novel. Me dirijo al novel, al escritor avezado y a todo pichichi: quien diga que no lleva prisas —por las razones más variadas—, o es raro o es de otro planeta. Desconfía.

Pero mal de todos no las hace buenas. Lo dijo Machado: «Despacito y buena letra/que el hacer bien las cosas/importa más que no hacerlas».

La corrección literaria es incompatible con las prisas

¡Para! ¡Por todos los dioses, para!

También el dicho recomienda con gran sabiduría: «Vísteme despacio, que tengo prisa». A modo de anécdota: Benito Pérez Galdós cuenta en los Episodios Nacionales que la frase es de Fernando VII. Al parecer, se la decía a su asistente mientras el pobre se trastabillaba al vestirlo para una reunión. Esto pasaba dos siglos atrás (s. XIX), cuando las prisas ni siquiera eran las mismas de hoy.

Lo que leemos de autores consagrados, por más que parezca lo contrario, no proviene de la improvisación ni, menos aún, de conducirse con prisas. Clic para tuitear

Sin embargo, la recomendación parece no ir con nosotros. Nosotros vamos de un extremo a otro, como montados en un péndulo fatídico: de postergar-procrastinar y autosabotearnos a meter primera y salir zumbando.

Consecuencia: caemos en la chapuza, en el bueno, si total…

La cultura de la prisa ha asaltado la casa y nos ha tomado como rehenes. Eso sí: quien está a tiempo de todo es el novel, así que este artículo va para todos, pero inspirado por él.

Tomarle el pulso al texto antes de la corrección

Es una manera de decir poner distancia, desfamiliarizarse. ¿Cuánto tiempo? Un par de meses, seis… Depende; depende, sobre todo, de qué hagas durante ese tiempo. Si lo empleas en seguir escribiendo (relatos, cuentos, novelitas) y en ir afinando la oreja, cuanto más, mejor. Al volver te será posible contemplar no solo el bosque, sino los árboles. Me pasó. Sé de lo que hablo.

No te será difícil si lo tuyo es un anhelo decidido por escribir. De hecho, será un tiempo muy productivo si lo empleas en ensayar más de un registro; o en hacer cursos que te capaciten.

La corrección literaria y las prisas: conceptos antagónicos

Poner distancia hace posible que puedas tomarle el pulso al texto. Ni prisas ni apresuramientos dejan oír el tictac.

Mi recomendación es que dilates esta etapa todo lo que puedas. Dales tiempo a los ritos de preparación y de acercamiento; a los actos de aproximación y de salida. Esto se lo oí decir de forma más bonita a Andrés Neuman.

Porque se hace demasiado hincapié en el hecho de escribir y demasiado poco en el resto de las etapas. Y lo cierto es que no hay obra bien hecha que salga de una estampida. Mira: tampoco a la naturaleza le van las prisas.

Lo que ocurre deprisa son los derrumbes.

Cosas que piden corrección literaria y que detectas al volver… sin prisas

Al volver, y ya solo por el hecho de haber tomado distancia, ganas en objetividad. Y lo primero que ves es esto: repeticiones, cacofonías, estructuras mimetizadas, verbos comodines, palabras festivaleras, adjetivos que no informan (espectacular, maravilloso, precioso, feo, elegante).

Y te encuentras también con mucha tela que cortar: explicaciones que el lector no necesita. Al lector le gusta conjeturar y le gusta que lo sorprendan; si cuentas de más o cuentas a destiempo, nada de eso tiene lugar. Cuando vuelvas, vuelve sin prisas y aplica la mirada crítica.

La mirada extrañada —la que vuelve de lejos y, por lo mismo, más afinada— ofrece esa valiosa posibilidad.

Lo siguiente con lo que te tropiezas es con tu propio estilo, tus maneras de decir. Si miras con desapego y no temes cargarte todo lo que interfiere, asomará eso que el texto quiere decir. Una frase bien escrita es mucho más que una frase bien escrita; de ahí, el mensaje salta sin trabas.

Escribir es una parte del trabajo. Otra, fundamental, es revisar; otra, reescribir; y luego volver a enmendar y a corregir. Esta es dura porque hay que tachar. Tacharse. Es cometido solo para valientes.

Para eso, santiguarse y huir de las prisas.

Elogio de la lentitud

Solo debería importarte la belleza del final, tanto como les importaba a los monjes medievales la belleza de sus códices. De qué es belleza se ha ocupado Óscar Iborra hace poco, así que a su artículo te remito.

La lentitud es una señora muy condescendiente: te da el permiso de crear, de volver sobre ello, de atinar con un resultado mucho más redondo; la posibilidad de ser útil tanto al texto como al lector. Las prisas se cargan el mejor chubasquero; pena que lo adviertes cuando puede ser demasiado tarde.

La corrección literaria pide huir de las prisas

Cosas bonitas que suceden sin prisas. Aplíquese a la corrección literaria.

Vale, sí: hay mentes ágiles y plumas casi tan ágiles como esas mentes. De todo hay en la viña. Pero desconfía: quizá no son las tuyas. Refrénate. Lo que quiero trasmitirte hoy es que un exceso de énfasis en la fase de escritura —y solo en ella— es autodestructivo.

Porque escribir es como subir una cuesta empinada, pero el auténtico picar piedra es corregir. Ambas etapas son imprescindibles —en este caso, necesarias es un adjetivo que se queda corto—; y vale que escribir escribes en soledad y que como no ames la soledad, se te diluirán las mejores intenciones; vale también que pones toda tu artillería al servicio de la revisión y la corrección… Todo eso está muy bien, pero no basta.

Solo con la soledad no salen buenos textos y creer que puedes hacerlo todo por ti también te autodestruye.

La corrección literaria y las prisas del encargo profesional

No solo de soledad —redundancia necesaria— vive el hombre ni vive la mujer. De entrada, un texto que no ve la luz no es un texto literario.

Al menos, yo lo veo así: dar un texto a corregir de forma profesional es darlo a reparar… más allá de la mera reparación. «Es proveerlo  de una lingua franca —palabras de Andrés Neuman que se me adhieren con pegamento de doble componente— que va más allá de solo publicar».

En la cita de Neuman se me desvela: el asunto va de establecer una especie de pacto tácito por el que quien te lea te reconocerá porque —y esto es fundamental— se reconocerá.

No se hace con prisas.

La corrección literaria profesional tampoco es infalible: también ahí pasan cosas para las que las prisas no son nada recomendables. Pasa, por ejemplo, que hace falta tiempo para dar con ese lugar despejado entre quien escribe y quien leerá; tiempo para extraer la lingua franca que surge de un estilo particular de decir… una vez que se limpió.

Significa que hay expresiones propias de una manera de ser y de observar el mundo; expresiones que no serán estándares y que deben respetarse como marca de fábrica.

Quien escribe se descubre y quien corrige de forma profesional lo descubre para darlo a luz con su mejor luz. Los autores nos necesitan a quienes ejercemos la corrección literaria profesional para eso, para brillar.

Tampoco se hace con prisas.

Soltar las prisas cuando hablamos de escribir y corregir literariamente

Escribir no es fácil. Que todo el mundo escriba hoy no significa que sea escritor. Jakobson decía de la literatura que es «una violencia organizada que se ejerce sobre el lenguaje ordinario». 

No hay nada metafísico en esto; hay de física, de observación y de gestión. Escribir es la parte lúdica, divertida. El oficio viene después, con las sucesivas revisiones, pulidos y reajustes.

La corrección literaria versus las prisas

Esto es una carrera; nada tiene que ver con la corrección literaria. Aquí podríamos justificar las prisas.

Escribir con prisas puede arrojar discursos tan brillantes como artificiosos. A menudo, incluso, artificios sin brillo (no todos somos Umbral).

Juraría que se logra leyendo mucho, pero, sobre todo, escribiendo mucho y reflexionando mucho. Leer mucho sin extraer chicha y sin detectar en qué punto le interpela a quien lee no sirve; no sirve para escribir mejor. 

Hay que ser valiente no solo para escribir, sino para autoconducirse por el camino del propio descubrimiento. Después de todo, es como si escribir no fuera otra cosa que descubrirse por detrás de la máscara social. Brindar un homenaje a quien se fue y a quien se es.

Propina 1

Permíteme un minutito de filosofía:

El mundo ha cambiado y no sabemos si volverá a ser el que era. Ojalá no. Ojalá reduzcamos la velocidad y pongamos marchas más largas. Para mí que nos invita a vivir de manera más pausada, más relajada; a poner atención en los detalles sin perder de vista el conjunto.

Propina 2

Desoyendo a los gurús del marketing, hago esta recomendación por primera vez o por segunda, si acaso: ¿te mola esta cuerda mía? ¡Suscríbete a mi blog! Nada me gustará más que ayudarte en la noble tarea de escribir… con todo lo que conlleva.

¡Hagamos un pacto con las prisas y no seamos amantes de una sola noche!

 

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4 Comments

  • Confieso que soy un impaciente casi perfecto, diría yo. Quiero las cosas ya, hechas, acabadas, nada más surge la idea en mi mente. Y esto es aplicable tanto a la escritura como a cualquier otra acción que requiera un tiempo para llevarla a cabo. Pero habrá que aprender a no tener prisa: porque pienso que si ahora tengo prisa para todo es que en algún momento lo aprendí, aprendí que ese era el modo correcto. Así que a desaprender y reaprender.

    Volveré a leerme tu entrada de nuevo, sin prisas. Y muchas gracias por incluirme en ella.

    Un abrazo (en esto sí que no tengo prisa por acabarlo)

    • Marian Ruiz dice:

      Desconozco si tiempo atrás había seres humanos dotados de «paciencia de serie». Hoy día, creo que se conquista a base de mucha voluntad y mucho OM. Yo me reconozco con la misma perfección que tú y, si alguna paciencia he conquistado, ha sido «a mi pesar». ¡Eh!, pero hay un momento en que le ves la gracia. O el chiste. O la ventaja. Sobre todo, cuando estás arrebatado por alguna ansiedad y recuerdas que los nuevos modos revolucionarios van por ahí: respirando, dándose cuenta, albergando proyectos de largo aliento, rebajando la ansiedad. Pocas batallas más nos quedan que no hayamos librado ya y esa es una de las pendientes.

      Gracias, Óscar, por tus entradas, por ese abrazo.

  • Iván Giraldo Giraldo dice:

    Extraordinario artículo. Felicitaciones. Despierta interés y emociona leer y escuchar las consecuencias de la premura y la ansiedad. Estoy interesado en aprender de los 51 errores imperdonables al escribir y cómo evitarlos. Gracias.

    • Marian Ruiz dice:

      Muchas gracias por tu entusiasmo, Iván.
      Hay quien se sigue apegando a las urgencias, cuando solo se requieren si te ha pasado por encima un autobús o si (menos dramático) estás a punto de perderlo.
      Espero que disfrutes y que aprendas mucho de los ’51 errores’ y, sobre todo, cómo evitarlos.

      Un saludo literario,

      Marian

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