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Qué malas consejeras son las prisas. Y qué malos son prisas y prejuicios en el escritor novel.

Vaya por delante que, a veces, prisas y musas se alían, pero es raro. Si hay oficio, ayuda y, si no lo hay, un momento de dulce inspiración puede que auxilie; aunque más vale no confiarse: es como echar una moneda al aire y esperar que salga de canto.

Y vaya por delante también que prejuicios tenemos todos y que a la hora de hacer limpieza molestan mucho.

Ni prisas ni prejuicios, escritor novel: te harás un gran favor.

Prisas y prejuicios en el escritor novel: un camino hacia la deriva

No hace falta buscar mucho: las prisas nos rodean y prejuicios los tenemos todos en mayor o menor grado. Es la resistencia de los egos a la enmienda. Al ego le cuesta ser honesto, reconocer que escribe o por fama o por dinero. Dirá que le sale, que no sabe hacer otra cosa, pero seguirá aferrado a su posición. Admite con disgusto que le señalen los errores en proporción inversa al grado de pericia. Aparte: las prisas por publicar juegan malas pasadas.

Entre unas cosas y otras, así sale lo que sale.

Escribir bien es escribir raro: uno de los prejuicios más habituales

Palabras rimbombantes o poco habituales, que no hay por qué denostar, pero que tampoco las puedes sentar a cualquier mesa. No dices «voy a degustar el postre que ha hecho Álvaro», cuando puedes decir probar.

Y puede que Sherlock Holmes dijera: «Craso error, mi buen amigo», pero prueba a decírselo a Álvaro y —salvo que estés de cachondeo— verás qué cara pone.

Saber que para escribir hay que reflexionar no basta. A menudo prisas y prejuicios se cargan las mejores intenciones del escritor novel. Share on X

Es fácil que quien no está familiarizado con sus significados distribuya palabras altisonantes al tresbolillo; por aquello de que quedan bien y dan rollo intelectual.

Otro prejuicio en el escritor novel: escribir bien es escribir «con naturalidad»

Escribir con naturalidad, como cuando se habla. Porque escribir y hablar cada uno lo hace como le sale, ¿no es así? A veces me tengo que parar cada tres palabras; otras, me sale del tirón un discurso atropellado y ni puntos me pongo; de comas, ni hablamos. Y si hay que decir pedo se dice pedo y si hay que decir coño se dice coño.

Pues sí, pero no. Hace falta sentido del equilibrio, oído musical para detectar los armónicos del texto. Y sentido de la oportunidad.

Ahí las prisas tampoco ayudan.

«Si doy mi texto a corregir, me cambian el estilo»

Una inquietud habitual es «no me cambies el estilo» o «yo no utilizo esa palabra» y se hace un prejuicio con el corrector. No debería. Primero, porque uno ni siquiera «tiene un estilo» hasta que lleva cursada mucha mili. Lo que tiene son maneras de escribir que irá refinando. Y segundo: si algo puede hacer el corrector es sugerir, dar ideas, plantear opciones. Ayudar a mejorar. Nunca impondrá nada. 

Hace unos días, en un artículo para la revista Capítulo 1, me preguntaba si tiene sentido hablar hoy de estilo literario; si hay palabras mejores que otras ahora que nos ha dado a todos por dejar huellas aquí y allá. No las hay; no es esa la historia. Lo que hay son palabras que se adecuan mejor que otras a ciertos contextos e intenciones.

De la mano de ese prejuicio, nace este otro:

«Me van a hacer dudar»

Las dudas nunca deberían acantonarse como prejuicio, escritor novel. La duda es sana e invitadora. Lo malo es no dudar.

Imagina que escribes:

Carla hacía gala de una inusitada tendencia a hurgarse su preciosa y chatita nariz cada vez que desaparecía de la vista de su amorosa madre.

Puede que quieras caracterizar a un personaje por su lenguaje inflado, pero seguro que no siempre es el caso; puede que se te haya ido la mano con el narrador y que el corrector te haga una sugerencia de este tipo:

Carla se hurgaba la nariz en cuanto su madre se daba la vuelta.

O esto otro:

Álvaro y el rebaño de ovejas han tomado la decisión de comenzar a dirigirse a la linde del florido campo en busca de la ansiada paz por ambas partes.

Y que el corrector de turno, después de haberse echado las manos a la cabeza, sugiera:

Álvaro y las ovejas se dirigen a la linde del campo a ver si, por fin, pueden dormir; uno y otras.

No es solo más sencillo, sino más eficaz: con menos, dices mucho más. Shakespeare recomendaba «no añadir colores al arco iris».

Los prejuicios y las prisas son malos consejeros del escritor novel

Álvaro les ha caído bien y ahí lo esperan, en la linde, dispuestas a darle otra serenata nocturna. ¿Prisas? Ni media. Y prejuicios, ¿para qué?

Si prejuicios y prisas son malos siempre, en el escritor novel son nefastos. Prisas y prejuicios suelen estar ligados al miedo y el miedo fuerza a la persona a mantenerse atornillada al sitio.

Ya empezamos mal.

«Con la imaginación, basta»

Tienes miles de ocurrencias. Continuamente. La pregunta, escritor novel, es si quieres escribir sobre todas ellas.

Puedes llegar a sobrevalorar la imaginación, pensar que todo lo que imaginas vale. Está claro que sin imaginación vuelas como las gallinas: poco y mal. Pero no basta. Necesitas buen combustible, conocimientos, materia prima. O corres el riesgo de no alimentar la estufa con leña suficiente; o que la leña no esté lo bastante seca.

Seguro que tu respuesta es no, que quieres escribir buscando trasladar un mensaje coherente. Entonces, después de la imaginación, tienes que poner sentido y dirección.

«Si se publica, queda santificado»

Si Amazon no te censura, ¿verdad?, donde esté lo espontáneo… Además, se trata de tener varios libros en el mercado y cuantos más y más rápido, mejor.

Pero la verdad de la milanesa, como dicen los argentinos, es que Amazon publica. Punto. No aplica controles de calidad, así que es fácil hacerse con otro prejuicio: la publicación lo santifica todo y, total, ¿quién se va a fijar como no sea alguna grammar nazi (o gramanazi)? El escritor novel puede tomar por excelente lo que de excelente tiene que sobresale por los defectos. Todo en aras de la espontaneidad.

Lo difícil es trabajar un texto hasta ese punto en que parece que salió de corrido. Se hace con pico y pala. Sin prisas.

«El diccionario es un rollo»

Ni prisas ni prejuicios dejan asegurarse. Hay quien vuelca palabras como quien vuelca harina en una tolva; con eso de que la Academia (RAE) se ha vuelto más prescriptivista y menos normativista… De pronto parece que no hubiera nadie en el puesto de control.

Ja. Pues resulta que ahora en el puesto de control estamos todos; que somos los hablantes quienes hemos adoptado una serie de acuerdos. ¿Y sabes qué? Que en la base de todos esos acuerdos está el diccionario.

Porque seguro que quieres que te entendamos.

«Las reglas están para transgredirlas»

No te llevarán a la cárcel si las transgredes. Pero necesitas saber qué sentido tiene transgredirlas. Si no las conoces, ¿cómo podrías? La norma es cambiante: acoge términos que antes fueron préstamos, hace sus recomendaciones sobre extranjerismos, descarta fórmulas que no tuvieron éxito.

Además, tampoco la calidad de tus escritos depende de que transgredas más o menos. La calidad de lo que escribes está vinculada a la capacidad de ver dentro y fuera de ti; de lo que extraes y de lo que te dices a cuenta de ello. Ni prisas ni prejuicios ayudan, escritor novel.

Espontaneidad versus cálculo

Hay textos de apariencia espontánea que son el resultado de una arquitectura minuciosa. Y los hay que rozan la pedantería por no haberlos sometido a criba. Y es que una cosa es hablar, otra escribir y otra corregir. Cada uno de esos actos tiene un lenguaje propio que te permite no solo estar a lo que tienes que estar, sino reparar en las diferencias.

Así que, escritor novel, si tienes que hablar, habla y, cuando escribas, date el lujo de hacerlo con la mano suelta. Después, vuelve sobre tu escrito, organízalo, aplica las reglas; hazlo hasta que no tengan secretos para ti y, ya luego, si quieres, rómpelas.

Prisas y prejuicios en el escritor novel: ¡reto superado!

Llegar a ser escritor pasa por ir solventando errores. Aunque el camino esté empedrado de buenas intenciones, los desaciertos están servidos: tienen que ver con las ilusiones y expectativas, pero también con el desconocimiento.

Escritor novel que armas tus prejuicios para no tener que cuestionarte: hay una noticia estupenda y es que la gracia del asunto está en que uno se hace escritor cuando se cuestiona y se enfrenta. Lee con curiosidad, revisa, pule, date tiempo. Abandona prisas y prejuicios: céntrate en ver qué es lo que otros no ven y pon luz ahí.  

Propina

Una de Confucio: Exígete mucho a ti mismo y espera poco de los demás. Así te ahorrarás disgustos. 

Y búscame en todo lo que puedo hacer por ti.

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4 Comments

  • Cecilia dice:

    La verdad de la milanesa… Genia por demás.
    Excelente este artículo, Marian. Como siempre, nos sigues ayudando a mejorar cada día. ¡Miles y millones de GRACIAS! ( eso sí…Sin prisa) 😛

    • Marian Ruiz dice:

      Me encanta la expresión. Ojo, que la conocí de ti, pero la investigué… 😉
      Gracias, Ceci. Lejos de ser genia, pongo mi mejor saber en cada cosa que hago. Va con esa intención: ayudar, siquiera induciendo pequeñas reflexiones.

      Abrazo panda (y sigo copiándote).

  • Esther dice:

    ¡Hola!
    Me ha parecido muy bueno el artículo. Me ha hecho reír, me ha descubierto una revista y me he cerrado en alguno de los puntos como buena escritora novel (después he recapacitado ante mi reacción jeje).
    Vengo gracias al twitter David Generosos.
    Te seguiré.
    Un saludo,
    Esther.

    • Marian Ruiz dice:

      ¡Vaya, Esther, cuántas cosas! Creo que no hay nada mejor que desdramatizar. Escribir es una aventura y si se le pone humor, fluye sin tanto peso (como pasa con cualquier aventura). David Generoso es un crac y sabe de esto. Gracias por dejarme tu comentario.
      Hasta cuando quieras.
      Saludos literarios.

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