Quizá te has preguntado qué tienen que ver la sintaxis y el estilo. Pues, mira tú: son pareja de hecho.
Querrás saber, si es así, hasta qué punto afecta esto a tus textos y si es que lo hace.
De entrada, una obviedad: las palabras cuentan cosas, despejan incertidumbres. Tienen ese vicio.
Y añadiré que son caprichosas, que se reúnen en torno a saraos. Un sarao —permite que lo diga así, en forma metafórica—, es la fiesta que decide montar una palabra que es más chula que otras. Bueno, una no; dos: sustantivo y verbo.
Quédate con eso.
La sintaxis y el estilo se hacen pareja de hecho cuando un autor emplea formas de decir que se apartan un tanto de la norma. Clic para tuitearY vayamos por partes:
¿Qué es una frase?
En este instante, la sintaxis y el estilo aún no son pareja de hecho.

Así andan los estilos y las sintaxis: buscándose.
Pongamos por caso que quedas con alguien. Imagina que se te ha caído algo, un documento importante, y sueltas un taco. O que escapa el bus. O que decís cualquier cosa que a uno de los dos le venga en gana en ese momento.
Tú dices o tu colega dice:
—Hola, ¿qué tal?
—Ya estabas tardando…
—¡Hey, corre, que se va!
—¡Mierda!
Lo que tienes alrededor de esos enunciados es:
- una situación que compartís;
- palabras que se refieren a algo que os involucra a ambos.
¿Qué es una oración?
Una oración es un avemaría. Eso lo sabes. Hay otras, pero no esperas que hablemos de ellas aquí. Estamos tratando de averiguar en qué punto se hacen pareja de hecho la sintaxis y el estilo.
Es también, y es lo que nos importa, la suma de esos dos chulos que hemos mencionado ahí arriba: el sujeto y el verbo. Algo que se dice acerca de.
La oración ofrece un sentido completo. Es decir, no llegas a una reunión de empresa y dices «hey, corre, que se va». Dirás, en todo caso: «Si hay alguien esperando el autobús, ya puede correr, que se va».
La frase, en cambio, se ajusta a un contexto determinado y, fuera del mismo, puede no tener sentido.
Bien. Pero no todas las oraciones han de ser complejas y tener apéndices o subordinadas. Ahí va una oración simple:
El autobús escapa.
¿Y qué es la sintaxis?
La sintaxis es la que pone orden, la que consigue que nos entendamos.

A veces hay que encomendarse para que las oraciones sean cabales, que no siempre. Y sin oraciones cabales, ni sintaxis ni estilo.
Retrocedemos un poco para ir avanzando hacia el estilo y hasta esa santificación como pareja de hecho.
Imagina ahora que digo:
Orden consigue la que sintaxis pone nos es decir entendamos.
Como diría algún colega mexicano, ni modo.
Pone orden la sintaxis. Para que nos entendamos. Y lo consigue.
Tampoco, ¿verdad? Tal vez, en otros contextos.
La santa madre sintaxis mete mano en el desconcierto y hace que me entiendas: me dice cómo organizar la secuencia para decir del modo más eficaz posible lo que tengo que decirte. Ella es así de estupenda.
Antes de que la sintaxis y el estilo se encuentren
… y se conviertan en pareja de hecho, aún hay recorrido, pero no perdamos de vista el objetivo.
Volvemos a detenernos en los chulos: sustantivo y verbo.
Seguimos imaginando: es otoño y te acomete un arrebato poético. A lo mejor te sale decir…
Otoño entre hojas secas.
Ni un solo verbo. Dos sustantivos: otoño, hojas; un adjetivo: secas; una preposición que es como un gluten que ensambla esas tres palabras. Ahí tienes un sintagma nominal. Al verbo, ni se lo espera.
Y ahora, te centras en una acción, en un proceso o en un estado; ahí, el rey sí que es el verbo.
El otoño es multicolor.
El otoño —me ha dado por el otoño…— se desliza hacia el invierno.
Este invierno parece de cuento.
Y tienes tres ejemplos de sintagma verbal, es decir: tres verbos (es, se desliza, parece) que dicen algo de un sujeto, en este caso, otoño.
La sintaxis y el estilo se van aproximando
Si la sintaxis organiza los mensajes, no va a dar lo mismo decir las cosas de una manera que de otra. Pero hay resquicios, margen de maniobra. El lenguaje está lleno de giros, expresiones, ocurrencias, neologismos, formas peculiares de decir.

Sintaxis y estilo se iban buscando sin saber que se buscaban para encontrarse.
Es cuando hace acto de presencia el estilo.
Por ejemplo, podrías decir:
Se ve un arpa en el ángulo oscuro del salón, silenciosa y cubierta de polvo; tal vez, olvidada de su dueña.
Pero Bécquer dijo:
Del salón en el ángulo oscuro
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase el arpa.
Quiso poner el acento en el hecho del arpa silenciosa, olvidada, condenada a un rincón oscuro… Casi como si el arpa pudiera ser acreedora de un sentir desamparado.
Bécquer fue un poeta romántico —¡ah, si una dama tocara el arpa!— y quiso hacer una mirada íntima sobre el instrumento. Puede que aludiera a su propia poesía y que el arpa no fuera sino trasunto de ella: ¡ah, si los versos brotaran!, ¡ah, si hubiera algo que disparase su música! El arpa trae también la simbología del pájaro que no canta; es como sigue el poema en otras estrofas. Por cierto, en este caso, es la reina: no le dio igual colocarla en un lugar que en otro.
Ahí puedes ver cómo la sintaxis y el estilo empiezan a ser pareja de hecho: es en ese modo particular de decir.
Pero el modo particular de decir ha de obedecer a algo. No nace de una combinación aleatoria.
De qué depende decir de un modo u otro
Depende de la mirada. ¡Ah, la mirada! Para que el estilo y la sintaxis consigan ser pareja de hecho, el pegamento es la mirada.

Hay cuatro o cinco estilos literarios básicos. Este va para barroco.
Sin entrar en sesudas consideraciones lingüísticas, podríamos consensuar que hay cuatro o cinco estilos básicos:
Estilo sencillo: es llano, claro, accesible, sin circunloquios. Nada sobra en él.
Estilo grave o barroco: oscuro, adornado, perifrástico; dice con rodeos, como quien se engolosina con algo.
Estilo fragmentado: frases cortas, de las que van al grano. Es el propio del estilo periodístico… cuando el estilo periodístico va al grano y no se enreda.
Estilo conciso: elocuente; consigue decir mucho con poco. Como que le saca rendimiento a cada palabra.
Estilo poético: emplea recursos de estilo para suscitar determinados estados de ánimo. Malo cuando se cae en la sensiblería y el melodrama: no se trata de decir «mira si es triste esto que te voy a hacer llorar». Aquí, la evocación es la reina.
Y el uso de uno u otro depende de con qué se identifica quien lo utiliza. Digamos que uno no se propone un estilo, sino que lo descubre sobre la marcha. De igual modo que uno no se propone ser de una manera determinada; en todo caso, podrá constatar que es así o asá a tiempo pasado.
¡Eh!, y si constata, puede decidir cambiar porque le convenga más ser de otra manera. Pero le precede un darse cuenta y una intención. Con el estilo, igual.
La sintaxis y el estilo: pareja de hecho
Hablar de estilo es hablar de forma; pero de la forma en que uno mira, que siempre es distinta a como mira otro.
Vas paseando y ves las hojas secas; quizá es lo que más te llama la atención. O te llama la atención el hecho de que el otoño está en una deriva hacia el invierno. Ahí sí, eliges, y eliges también las palabras que mejor darán cuenta de tu experiencia, pero lo haces casi de forma involuntaria; más bien, se te propone qué mirar y cómo mirar. Y surgen las palabras porque te conectan con esto o aquello que es íntimo tuyo; si prestas atención, lo hacen.
Y entonces te surge decir de una manera o de otra y te surge modificar esta secuencia ortodoxa que podría ser:
El otoño produce hojas secas y desemboca en el invierno.
En cambio, esa mirada tuya puede hacerte decir:

Esto es lo ideal: que se terminen encontrando; si no, pa’ qué.
En su deriva imparable hacia el invierno, el otoño se conduce entre hojas secas.
Qué hará el otoño sino deslizarse hacia el invierno con ese río de hojas.
Hojas secas de camino hacia el invierno. Es otoño.
Otoño: quién lo mandará venir. Hojas secas y barro por todos lados.
Hace nada era verano y ahora llega el frío como un sabelotodo.
Otoño: más viejo que Matusalén y voluble como un muchachito de quince años.
Cambian las maneras de decir y cambia el foco; cambia tu percepción: no dirás de igual modo si algo te gusta o te evoca equis que si te fastidia.
¿Te animas a hacer este ejercicio?: entresaca las palabras centrales de esos ejemplos que he puesto, las que piden paso, las chulas; o las que te parece a ti que lo son. Y me las mandas.
¿Sí? ¿Te animas?
Propina 1
Cuando no has escrito mucho, también tienes un estilo; ahora bien, no tendrá esa connotación de belleza a la que aludimos cuando decimos estilo. Cuando llevas mucho escrito, se vuelve inconfundible. Entonces, sí, eliges, pero lo haces dentro de una huella reconocible: la tuya, que ya sabe cómo ir y venir.
Propina 2
El recorrido de lo escrito te vuelve cada vez más sensible a los aspectos secundarios que tienen las palabras. Sus valores no son solo denotativos, sino connotativos; esto es: pueden decir más de lo que dicen a simple vista.
Te mueves dentro de un código lingüístico, igual que tus lectores. Entonces, echando mano de estas posibilidades, puedes promover en ellos emociones estéticas.
Así, por el poder que te ha sido otorgado, conviertes sintaxis y estilo en pareja de hecho.
Y colorín colorado…
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