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En efecto: mostrar en narrativa necesita matices, o lo que es igual, mostrar exige hablar de proporciones si se trata de narrativa. ¿Por qué cuando decimos «no cuentes, muestra», decimos una verdad a medias?

No es un juego de palabras ni mera retórica. En narrativa se cuentan cosas, y si están bien contadas, las vemos como si las tuviéramos delante.

En narrativa, no todo es mostrar ni todo es contar: una y otra fórmula se dan la mano. O deberían Clic para tuitear

Y del resultado de esa combinación nace —debería nacer— eso que llamamos «una buena historia».

Cuando para mostrar se emplean más palabras que para contar

Te invito a leer los dos párrafos que siguen. Si no te digo más, puede que pienses que el mostrar y la concisión están peleados; que son conceptos contradictorios.

Me habrás leído en muchas ocasiones —y te lo habré recomendado más de una vez— que busques la concisión: decir más con menos. Sin embargo…, aquí van dos párrafos que giran alrededor de lo mismo y que no se parecen en nada:

Párrafo a)

Es un hombre —joven, muy joven— y a pesar de su edad, está hastiado de todo y de todos. Día tras día, ejecuta las mismas acciones, reproduce los mismos gestos, nada lo estimula. Podríamos decir sin temor a equivocarnos que la vida ha dejado de interesarle.

Párrafo b)

Apenas has vivido y sin embargo ya está todo dicho, terminado. Solo tienes veinticinco años, pero tu senda está toda trazada. Los roles asignados, las etiquetas: del orinal de tu primera infancia a la silla de ruedas de tu vejez, todos los asientos están ahí y esperan tu turno. Tus aventuras están tan bien descritas que la revolución más violenta no haría pestañear a nadie. Da igual que bajes a la calle lanzando por ahí los sombreros de la gente, cubriéndote la cabeza de basura, descalzo, publicando manifiestos, disparando con un revólver al paso de cualquier usurpador: tu cama ya está hecha en el dormitorio del asilo, tus cubiertos dispuestos en la mesa de los poetas malditos.

Este segundo pertenece a la extraordinaria novela Un hombre que duerme, de Georges Perec.

Mostrar en narrativa necesita matices: un ejemplo

En el párrafo a) el autor (en este caso, yo misma) ha hecho una abstracción de cómo es cierta persona. ¿Es suficiente? Nadie diría lo contrario: como mero acto informativo, lo es.

La siguiente pregunta es esta: ¿cuál te seduce más, si de meter la cabeza en una historia se trata?

Diré una simpleza, puesto que solo pretendo que sirva para el ejemplo. El párrafo a) es fantástico como introducción de ese señor en una especie de comunidad terapéutica.

¿Significa que no podría incluirse en una novela?

En absoluto. ¿O es que descartamos aspectos de la realidad en las novelas?

El párrafo b), que como digo pertenece a la novela Un hombre que duerme, de Georges Perec, tiene una indudable virtud: hace diana en alguna tecla profunda del lector.

¿Quién no se ha sentido, a veces, con la sensación de «y esto era todo», «vivir era esto»? ¿Quién no ha sentido hastío, desaliento y hasta desesperanza por las enojosas leyes biológicas y la pesadumbre del vivir?

Además, la elección de la segunda persona no es baladí: interpela directamente a quien lee, lo encara.

No son cuestiones superficiales, al contrario, es muy recomendable que te plantees preguntas de este tipo cuando escribes.

¿Para qué?

Para decidirte entre contar y mostrar y no errar el tiro. Solo así obtendrás un buen balance de esa elección. Si solo muestras, puedes pasarte de frenada. Si solo cuentas, igual.

Por cierto: ambos párrafos son concisos: ambos van al grano; la única diferencia es dónde está puesto el eje (la intención) en cada caso.

Cuándo vale la pena mostrar

Vale la pena mostrar en las escenas más representativas de la novela.

Pongamos un ejemplo. Este cuento se desarrolla en ocho secuencias:

  1. A Julia se le mueve un diente. Su mamá le ha dicho que se le caerá y que el ratoncito Pérez, a cambio, le dejará un regalo.
  2. Su mejor amiga le dice que el ratoncito Pérez no existe, que es un invento.
  3. La niña tiene una crisis: ¿quién dice la verdad?
  4. Ve que Martina ha llevado a clase un estuche que le ha dejado el ratoncito. Ve que enseña el hueco que le ha dejado el diente.
  5. Julia se enfada con su mejor amiga.
  6. Su madre se entera y le pregunta las razones del enfado. La niña le confiesa su decepción.
  7. La madre le explica que hubo un tiempo en que así lo decía la leyenda. Lo importante era que los niños a quienes se les caía un diente ya no se entristecían porque, en compensación, recibían un regalo. Entonces algunos papás —no todos— decidieron seguir la tradición.
  8. Julia llama a su amiga para hacer las paces.

¿Crees que sería necesario mostrar las ocho escenas?

Ya te anticipo que no.

Cuándo interesa más contar en lugar de mostrar

Hay escenas que sirven para que el lector tenga contexto, se sumerja en la historia. Esto es más cierto aún en la novela, tan proclive a las descripciones, la creación de ambientes, a confiar en la voz narrativa, que sabe lo que se dice y que invita a ceder el control.

En el caso del cuento en ocho pasos, vemos qué escenas cumplen esa función de dar contexto:

  • 1). A Julia se le mueve un diente. Su mamá le ha dicho que se le caerá y que el ratoncito Pérez, a cambio, le dejará un regalo.
  • 4). Ve que Martina ha llevado a clase un estuche que le ha dejado el ratoncito. Ve que enseña el hueco que le ha dejado el diente.
  • 7). La madre explica a Julia que hubo un tiempo en que así lo decía la leyenda. Lo importante era que los niños a quienes se les caía un diente ya no se entristecían porque, en compensación, recibían un regalo. Entonces algunos papás —no todos— decidieron seguir la tradición.

1) Es fundamental plantear el asunto. Los detalles de cómo se le mueve el diente a la nena no son tan relevantes como para mostrarlos. Nos quedamos con el mensaje que le da la madre, que es el que detona la historia.

4) Importa la mirada de la niña, fija en el estuche y el corro de niñas alrededor de Martina… ¿No interesará más distanciarse un poco de ella para observarla?

7) La voz narrativa puede asumir el papel de esa madre que se hace eco de la leyenda.

Mostrar necesita matices y el autor decide

¿Quién dice la verdad?

Puede que tú hubieras querido dejar en manos de quien narra estas otras escenas en lugar de mostrarlas.

  • 2). Su mejor amiga le dice que el ratoncito Pérez no existe, que es un invento.
  • 3). La niña tiene una crisis. ¿Quién dice la verdad?
  • 5). Julia se enfada con su mejor amiga.
  • 6). Su madre se entera y le pregunta las razones del enfado. La niña le confiesa su decepción.
  • 8). Julia llama a su amiga para hacer las paces.

Tomemos la escena número 2. Veamos qué podríamos haber hecho con ella, tanto en forma narrada como en forma mostrada:

Caso 1.

Su boca desdentada había sido como el pasaje del terror la noche pasada. Susana, su amiga, se había atrevido a adentrarse y la habían asaltado Fredy Kruger, la niña del exorcista, Drácula y el hombre lobo. Se despertó por una tos. Algo le bailaba en la boca: ¡era el diente! Mamá le había dicho que el ratoncito Pérez compensaba los que se caían con regalos que dejaba bajo la almohada.

Toda expectante, pasa la mano, levanta la almohada: no hay nada. Baja a desayunar, pero calla y oculta la decepción a su madre. Poco después, de camino al colegio, Susana le dice que lo del ratón es un invento.

Caso 2.

—Mira. —Llevaba el diente envuelto en un clínex.

—Oh, pues a Lena se le cayeron tres de golpe.

—Mi madre dice que el ratoncito Pérez trae un regalo por cada uno que se cae.

—¿Y a ti qué te ha traído, idiota? ¡Menuda patraña!

¿Es obligatorio mostrar?

No, no lo es.

Lo que es obligatorio es que sepas a quién te diriges, qué intención pones y qué reacción quieres suscitar. No es igual escribir un cuento para una criatura de seis años que para otra de nueve o para un adulto.

Quizá habrías preferido contar cómo es la niña, a quién envidia, cómo se lleva con su amiga, con sus compañeras. O cuánto le importa su aspecto físico; si tiene una madre que no sale de casa sin ponerse de punta en blanco  y con una buena capa de maquillaje. Si la ha cazado con otras promesas que no cumple o que no se cumplen.

Otro autor quizá hubiera preferido mostrar la escena entre la niña y la madre; oír las palabras que se dirigen la una a la otra.

Tampoco es igual una novela que un cuento, donde se vuelve mucho más imperativo mostrar que narrar. Es importante que, si está dirigido a un público infantil, se vea lo que ocurre y los detalles de la historia.

Todo depende, como dice la canción. Depende de qué objetivo tenga el autor. Como regla general te diría que las escenas más importantes sí deberías mostrarlas. Y eres tú quien debe decidir cuáles son.

Escribir no es fácil y hacer literatura es más difícil todavía. Y cualquier historia es susceptible de contarse de multitud de formas. Solo hay que saber qué se quiere transmitir.

Propina

¿Sabes cómo puedes asegurarte de que muestras y de que no cuentas?

Te doy un truco:

Si quieres mostrar decepción, dolor o sufrimiento, abstente de emplear términos como decepción, dolor, sufrimiento o cualesquiera de sus sinónimos.

Pregúntate, en cambio, qué hace un personaje decepcionado, dolorido, un sufridor; qué hace esa niña a la que su madre le ha prometido equis (que no se ha cumplido); qué hace cuando su amiga la llama idiota.

El lector no es bobo; no lo trates como tal. Describe las acciones de modo que sea la persona que tiene el libro en sus manos la que deduzca cómo se encuentra ese personaje.

Y, por supuesto, discrimina qué escenas merecen ser narradas y cuáles ser mostradas.

 

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