A veces se busca aclarar algo ya dicho y la repetición se vuelve necesaria; a veces, para aclararlo; otras, por mera cuestión formal, aunque se mantenga el mismo sentido o la misma idea (como en este mismo caso de este mismo párrafo).
Tanto repetición como paráfrasis son dos procedimientos que tienen que ver con retomar algo sobre lo que se quiere abundar. Ambas figuras se encuentran muy próximas la una de la otra.
La diferencia es que en la paráfrasis se modifica lo dicho para expresarlo de otro modo, pero sin alterar el significado. Me ocupé de este procedimiento aquí, al hablar lo que lo separa del plagio. Por cierto, no todo el mundo tiene clara la distancia entre lo uno y lo otro; quién no ha sabido de las polémicas que han rodeado incluso a autores famosos.
La repetición se vuelve necesaria cuando la sinonimia perjudica la propiedad de la idea o del concepto al que se refiere. A veces, es necesario repetir. Clic para tuitearPuesto que también me ocupé en esta otra entrada de la repetición (y repartí mandobles para cuando no tiene razón de ser), me ceñiré en este caso a cuando se vuelve necesaria.
Cuando un término o una idea se repite
Ver un término que se repite mucho sin una buena justificación da sensación de pobreza de vocabulario, de descuido.
Es bien distinto que aparezca en una misma página sin que eso tenga por qué dar la impresión de cacofonía o de machaconería.
En este sentido, hay de todo:
- Autores a quienes les entra urticaria porque cierta palabra se repite no ya en una misma página, sino en distintas.
- Otros que buscan que cierto término muy sonoro no aparezca más que una sola vez en todo el manuscrito.
- Y autores, renombrados incluso, que no tienen empacho en repetirse incluso en líneas próximas.
En el primer caso, el autor corre un riesgo que no es baladí: busca un sinónimo que no siempre hace justicia. Además, fuerza al lector a interpretar si va de lo mismo o si está queriendo decir algo distinto.
En una obra divulgativa, técnica o científica es natural recurrir a voces que se repiten. Por ejemplo, entrenador no tiene para nosotros la misma connotación que coach. Asociamos entrenador a deporte, y coach puede referirse a muchos otros ámbitos fuera del deportivo. Tampoco guía, mentor o cicerone suplen siempre a baquiano.
A modo de ejemplo:
Imagina esta escena en una novela:
—Es hora de hablar de dinero, de pasta… ¡Ah!, ¡y de horas extras!, que nadie dice nada. O me suben el sueldo o me largo.
—¿Seguro que es cosa de pasta y no de confianza o…, no sé…, de motivación?
Términos como capital, caudal, fortuna, pecunio o emolumentos no servirían. Por muy sinónimos que sean si tiramos del diccionario en cuestión.
La repetición se vuelve necesaria como procedimiento connotativo
Denotar es establecer una línea recta entre lo que se dice y lo que es; entre lo que se dice y aquello a lo que se alude.
Connotar, en cambio, obliga a interpretar, a descubrir el sentido que alguien quiso darle a aquello que dijo o escribió.
Denotan científicos y periodistas a fin de que el mensaje llegue claro y no se filtren dobles sentidos. Unos y otros —en general— suelen cuidar que no se desvíe su intención. Muy al contrario, buscan transparencia.
Un ejemplo de denotación:
Álvaro es muy buena gente y tiene la gracia de llevarse bien con todo el mundo, pero trabaja muchísimo y ha reunido a sus compañeros para aunar fuerzas y pedir un aumento de sueldo en la editorial. Pedro, en cambio, se muestra reticente: piensa que una subida a fin de mes llevaría aparejada la exigencia de más producción. Mejor dejar que todo siga como siempre.
Sirva este mismo ejemplo como muestra de connotación:
Álvaro se desloma trabajando, aunque sigue siendo el simpático de siempre y no tiene claro que la asamblea logre cambiar los pareceres de algunos compañeros, hatajo de meapilas desde mucho antes de que las cosas se enredaran. El hueso duro es Pedro, que todo lo hace pisando huevos. Con tal de seguir haciendo turismo por las copas de los árboles, sería capaz hasta de dormir en la editorial.
Deducirás fácilmente que denotar es territorio literario.
Repetir para no atentar contra la legitimidad de un término
Conviene evitar las repeticiones cuando dos términos se encuentran muy próximos, aunque si se trata de dar fuerza a una frase, a una idea, la cosa cambia. Conviene evitarlos, pero solo si la idea permanece sin sufrir menoscabo y si no se atenta contra la legitimidad del término de origen.
Quiero decir: no digas emolumentos si has agotado otras formas de decir dinero.
¿Crees que a nadie se le ocurriría tamaña pedantería?
Pues mira lo que te digo: lo vi yo misma con mis propios ojitos (¡toma pleonasmo!) en un guion. «Deberíamos exigir emolumentos ponderables», decía, para ser más exactos, y no estaba puesto en boca de un tipo redicho (en tal caso, quizá habría tenido un pase).
He aquí un ejemplo de términos repetidos tomado de la novela Perdón, de Ida Hegazi:
¿Cuánto tiempo necesitamos?
Nos hacíamos esa pregunta: ¿cuánto tiempo se tarda en empezar a vivir?
Íbamos a ahorrar, a casarnos y a hacernos con un velero. Íbamos a navegar, a ver el mundo y a vivir, como decíamos nosotros, y luego volveríamos a casa y tendríamos hijos, para que nos quedara algo, algo más, ese era el plan. En la vida cero había muchos planes. La vida cero tenía vistas tanto hacia la vida uno como hacia la vida dos, las que nos esperaban, las que anhelábamos. La vida cero contenía también la idea de algo que nos saciara, de una despedida digna dentro de mucho mucho tiempo.
Un ejemplo de repeticiones cuyo autor considera necesarias
Esto que sigue es un extracto de ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, de Raymond Carver. Se lo dedico a todos los dijofóbicos, a todos aquellos aquejados de fobia a repetir dijo.
—Hola, cariño —dijo él—. Hola —repitió.
—¿Quién es? —preguntó una mujer.
—¿Cómo? ¿Quién es? —dijo él—. ¿Con qué número quiere hablar?
—Un momento —dijo la mujer—. Con el 273-80-63.
—Ese es mi número —dijo él—. ¿Quién se lo ha dado?
—No lo sé. Me lo he encontrado aquí, en un papel, al llegar del trabajo —dijo la mujer.
—¿Y quién se lo ha anotado?
—No lo sé —dijo la mujer—. La canguro, supongo. Tiene que haber sido ella.
—Bien, no sé cómo lo habrá conseguido —dijo él—, pero ese es mi número, y no está en la guía. Le agradecería que lo rompiera y lo tirara a la papelera. ¿Oiga? ¿Me oye?
—Sí, le he oído —dijo la mujer.
—¿Algo más? —dijo él—. Es tarde y tengo cosas que hacer.
Claro, hay que ser Carver. Esa reiteración insistente crea un efecto de sofoco que conviene a la intención dramática de la escena.
Otro ejemplo de repeticiones en una obra maestra
Este es un breve fragmento de Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy, en cuya lectura (exigente) estaba inmersa mientras escribía este artículo:
En la retaguardia algunos habían conseguido hacer girar a sus caballos y volver calle arriba y los americanos estaban golpeando a los caballos sueltos con los cañones de sus pistolas y los caballos se arremolinaban despidiendo estribos hacia los lados y berreaban con aquellas bocas alargadas y pisoteaban a los que yacían muertos. Los repelieron y azuzaron a sus caballos hasta el final de la calle donde esta se estrechaba y subieron monte arriba disparando a los lanceros que huían por la vereda dejando atrás una lluvia de pequeñas piedras.
McCarthy se ahorra miles de comas e incurre en repeticiones que arrojan párrafos demoledores. Su voz es seca, agria, y su modo de narrar planta al lector en una suerte de realidad hosca y desapacible.
Créeme: con el grado de pormenor con que Cormac McCarthy describe escenas y pasajes, en lo que menos repara quien lee es, precisamente, en las repeticiones. Antes, se le ha congelado el alma.
Sinonimias forzadas
Cuando un tema trata de cierto asunto específico, por narices ha de repetirse el término que se considera central.
En un ensayo sobre la necesidad de cultivar hábitos saludables, en algún momento puede sustituirse la expresión por prácticas beneficiosas o rutinas favorables, incluso por conductas, pero es indudable que el término hábitos estará muy presente. Costumbres no servirá siempre como alternativa y resultará una inclusión forzada, desplazada, postiza.
El propósito del proceso era no solo adquirir hábitos saludables, sino consolidarlos y ser capaces de mantenerlos en el tiempo. Aunque los integrantes del experimento desconocían que, con la mera repetición de estos hábitos, no quedaba garantizado el éxito que perseguían.
La fuerza de los hábitos [la fuerza de las prácticas] radica, por un lado, en la reproducción diaria de cada rutina y, por otro, […].
Repeticiones viciosas
Ahora me toca desdecirme porque el artículo va de cuando las repeticiones se vuelven necesarias. Hasta aquí, ha sido así, pero no me resisto a mencionar estas que no solo no son necesarias, sino que se cargan el mejor de los escritos.
Me refiero a las redundancias y repeticiones en las que incurren muchos de los autores noveles:
Le ordenó a voces que bajara abajo y que volviera a empezar de nuevo. Apenas habían pasado unos minutos cuando tuvo que llamarlo otra vez nuevamente a gritos.
Al cruzar la ladera, miró por la ventanilla y se asombró del trecho que llevaban recorrido. Ahora pasaban por un estrecho pasadizo que le hizo pensar en la cantidad de horas pasadas en el interior de aquel estrecho carruaje.
Miró el libro que tenía entre manos. Era un libro de tapas azules y doradas. El libro se lo había prestado el viejo profesor con el compromiso de que ella misma sacara sus propias conclusiones.
Son párrafos que podrían enmendarse así:
Le ordenó a voces que bajara y volviera a empezar. Apenas habían pasado unos minutos cuando tuvo que llamarlo de nuevo. Resopló y gritó.
Al cruzar la ladera, miró por la ventanilla y se asombró del trecho que llevaban recorrido. La garganta por la que transcurrían ahora le hizo pensar en la cantidad de horas pasadas en el interior de aquel angosto carruaje.
Miró el libro que tenía entre manos. Era un ejemplar de tapas azules y doradas que le había prestado el viejo profesor con el compromiso de que sacara sus propias conclusiones.
Propina
La repetición es un procedimiento muy utilizado en poesía como recurso expresivo. Y, por supuesto, en canciones.
Me despido con este fandango que canta Rozalén:
Te quiero porque te quiero
Te quiero porque te quiero
Y en mi querer nadie manda
Te quiero porque me sale
De los reaños del alma
Te quiero porque te quieroCuando paso por tu puerta
Cuando paso por tu puerta
Cojo pan y voy comiendo
Pa’ que no diga tu madre
Que de verte me mantengo
Cuando paso por tu puertaMaría, si vas al prau
María, si vas al prau
Has cerrar bien la portiella
Que tengo yo un toro bravu
Que se va a la to praera
María, si vas al prau¿Para qué venís al baile?
¿Para qué venís al baile
Si no venís a bailar?
Venís a mirar, mirones
Para llevar qué contar
¿Para qué venís al baile?Despedida, y no partida
Despedida y no partida
Tuve anoche con mi amante
Despedida, y no partida
Que el amor nunca se parte
Despedida, y no partida
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Interesante el articulo, siempre aprendo algo nuevo y eso me encanta. Me encanta ese algo nuevo del cual aprendo siempre. Fascinada y agradecida
Soy yo la que te agradece a ti una acogida tan afectuosa, Arelis. Cómo me alegra saber que te ayudan mis artículos.
Recibe un abrazo literario.