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La creación literaria tiene una habitación propia, diríamos emulando a Virginia Wolf. O un cuarto de juegos, como diría Ángel Zapata. En definitiva, tiene un lugar asignado. Es un lugar a medio camino entre la realidad que uno conoce —en la que se inscribe— y ese otro lugar con el que sueña.

Sea real o inventada, la creación literaria le pide a cada quien un arco y unas flechas que no son intercambiables. El asunto estriba en abrirse a lo que le empuja a cada quien.

La creación literaria es exigente; y no tanto por lo estiradas que son las musas, que ahí poco puede hacer uno, sino por el brío con que use el pico y la pala. Clic para tuitear

Hay quienes sostienen que las historias le buscan a uno y que uno no es sino mero transcriptor. Claro, me dirás que qué mérito tiene escribir si las historias ya existen y solo le piden al artista que se ponga. Y si el artista va y se pone.

La habitación propia de la creación literaria

La habitación propia de la creación literaria está llena de ideas, pensamientos, papeles. De notas distribuidas por aquí y por allá. Y de la pulsión de escribir.

El problema es que esa pulsión está, a menudo, desnortada.

Vale que uno pueda ser escritor de brújula y no necesite más que la aguja que indica el norte. Valga que sepa escribir, que tenga algo que contar y que esté decidido a hacerlo. Y que se trate de una mente genial.

La creación literaria empieza por ponerse a extraer una del torbellino de ideas.

Porque si algo tiene la habitación propia de la creación literaria es muchos recovecos y rincones oscuros. La habitación propia de la literatura es un lugar exigente: de pronto tienes que ir de etiqueta como te toca vestir andrajos. O puedes no haberte quitado el bañador y tener que entrar en una iglesia.

Son metáforas. Quiero decir que puedes tener que vértelas en mil escenarios y no haber sabido adaptar tu lenguaje a ellos. Que no sepas cómo contar lo que quieres contar.

O que quieras echarte a escribir como quien se echa al agua sin calcular los metros de caída. También todo lo contrario: que quieras calibrar no ya los metros aproximados, sino aquilatar cada centímetro.

Escribir es difícil. Requiere habilidad, sensibilidad, conocimientos. Y disciplina.

La creación literaria y el lugar propio de Miguel Ángel

Es archiconocida la respuesta de Miguel Ángel cuando le preguntaron por el proceso de talla del imponente bloque de mármol: «La escultura ya estaba dentro de la piedra. Únicamente he debido eliminar el mármol que le sobraba». Veintitrés años tenía el angelito.

Como respuesta es genial, y como metáfora más todavía. Es como decir: «La historia está ya dentro de ti. Solo tienes que quitar lo que sobra».

A la vez, falta imaginación; al menos, si no escribes novela histórica que te obliga a documentarte. Si no, tienes que idear un mundo congruente con las circunstancias sobre las que escribas. O novelar el que ya conoces, que no es más sencillo.

¿Conoces bien a tus personajes? ¿Sabes qué manías tienen, qué temen, cuál es su zona de confort, cómo reaccionan cuando pintan bastos? Si todos reaccionan igual, todos son tú. Ahí tienes un problema.

Otra cosa importante: saber cómo lidiar con el barullo interno; cómo darle forma de novela a la pulsión de escribir. Cómo seleccionar esa idea de las diez mil que te rondan y encauzarla. ¿Cuál de ellas merece que le dediques tu tiempo durante tanto tiempo, valga la redundancia?

Escribe un borrador, sin expectativas, a lo loco. Ve relatando escenas, diálogos, parándote en este o aquel personaje. Escribe ese primer borrador de mierda. Y mira qué brota ahí. ¡Ah! Suelta las prisas.

A modo de regla nemotécnica: Dejar de escribir es como dejar de ir al gimnasio.

Cada escritor tiene su propio altar creativo

Hay quien escribe escandalosos montones de palabras y quien escribe fragmentos gruesos, sin apenas detalle. Al primero le tocará extirpar tumores y grasa y hacer como hizo Miguel Ángel; al segundo le tocará añadir músculos, tejido conectivo, piel, ropa.

El primero parará cuando vea que el panorama se aclara al cargarse párrafos enteros sin que la estructura peligre; cuando llega al hueso.

Vamos llegando al hueso. Hemos dado un paso importante en la creación literaria.

El segundo parará cuando ese borrador vestido se parezca a lo que había ideado o visualizado en su cabeza, siquiera, de forma aproximada.

En ambos casos hay mucho trabajo hasta conseguir arrancar con palabras algo parecido a una bella escultura… literaria.

Mientras decides a qué altar te consagras, escribe. ¿El qué? Escenas. Y deja fuera tus emociones. Hay días en que te apetece escribir y otros en que no. Escribe de todos modos o date una vuelta con la idea en la cabeza. Y grábala. Al volver, escribe. Igual sale algo fantástico.

O no. Y no importa. Si escribes, comprobarás que hay algo en ti que ¡sorpresa! manda más que tu ego.

La creación literaria tiene una habitación propia en cada persona que escribe

No seré yo quien te señale tu ruta idónea. Sé que, salvo que seas un genio, mapear, planificar, organizar funciona. Sin calcular los metros de caída, a las diez páginas puedes quedar ahogado, enmudecido.

Igual te da tirria planificar porque temes perder vuelo y ceñirte a un par de cartolas que determinan tu ruta. No es así.

A veces tendrás la sensación de que se te prenden las ideas en la cabeza; o todo lo contrario: que necesitas seguir una ruta milimétrica capítulo a capítulo y escena a escena. O con métodos o prescindiendo de ellos, pero el final del camino siempre es Roma. Para llegar, solo tienes que escribir.

No hay tal división paralela a la hora de crear. A veces, te pondrás y no sabrás dónde estás yendo y pararás a ver qué ruta te señala la cabeza. Es un modo de planificar. Nadie escribe literatura de forma automática.

Otras veces, necesitarás saber de antemano adónde vas para sentir el impulso de lanzarte.

Por fin hemos conseguido hacer algo creativo con el batiburrillo de la cabeza.

Deja que la cuadriga tire de ti. Haz lo que sientas, pero haz. Si no, es como temer perder un estilo cuando aún no lo tienes. Y para lo del estilo sí que podemos adaptar la respuesta de Miguel Ángel: tu estilo es lo que sobra cuando le has quitado los ruidos.

Pero eso viene después. ¿Qué ruidos quitarás si no escribes?

También aquí tiene una habitación propia la creación literaria

Confieso que me cuesta menos escribir para otros que para mí. Soy autoexigente, perfeccionista y muy de darle vueltas. Esto, que es bueno para algunas cosas, tiene un trol que tiende emboscadas continuas para ladearle a una de escribir.

Ese presunto nivel de perfección no lo consigo con solo pensar y darle vueltas. Sé que nunca lograré esas cotas de virtuosismo y que anhelarlas solo me lleva a la inacción.

Hay otra cosa que también sé: tal como yo veo la vida, nadie más la ve. Tal como viví lo que viví, nadie más lo vivió. Esa imagen tira de mí. Sé que la escultura está ahí; no la de Miguel Ángel, que para eso estuvo él, sino la mía. Porque no me da igual escribir que no escribir.

Virginia Wolf, en su libro Una habitación propia, reflexiona sobre las mujeres y la literatura. Compara a la mujer con un espejo mágico que distorsiona la realidad para favorecer a los hombres. Yo tuve un espejo mágico que falseaba la realidad en favor de cualquier cosa que no fuese yo misma.

Solo tengo que entrar en mi habitación propia y escribir. Y es lo que hago. Digamos que ya me conozco al trol y que hago pactos con él.

El trol está siempre con la cantinela del pudor, la inhibición, el prejuicio, la autoexigencia. Si le hago caso, solo me salen textos ridículos y pedantes. Textos que no son verdad. Ripios.

En la habitación propia de Virginia Wolf

Virginia Wolf dice que tanto hombres como mujeres tienen la misma dificultad para escribir buenas obras: tiempo, espacio y concentración. Para ellas —las mujeres—, es más difícil aún, sobre todo, si no disponen de habitación propia. Yo tengo suerte de tenerla y de tener mis libros, mis cuadernos, mi portátil.

(Tiempo para escribir mis cosas, poco; de momento).

La creatividad literaria tiene una habitación propia

La creatividad literaria tiene una habitación propia. Virginia Wolf se la dio. Imagen de Atchungmag.

Virginia Wolf plantea dos poderes dentro de cada uno: masculino y femenino. Y dice que el estado ideal en el momento de escribir es la fusión de ambos.

Adapto esto que dice al hecho de la planificación en favor de la creación literaria: aunque planifiques más o menos, necesitarás los dos cerebros, así que si le pones un altar a uno de ellos, pónselo también al otro. Aunque tengas para cada uno su propia liturgia, haz que vivan en armonía.

A veces, analizarás, pero en el momento de escribir necesitarás quitarte la camisa de fuerza que te impide el vuelo.

Y luego, después de escribir, volverás y harás los encajes; y revisarás, reescribirás, corregirás. Poco a poco, surgirá el ritmo propio de esa novela tuya.

Propina 1

Lo que está dentro se esconde en envoltorios. Si somos capaces de rasgarlos y desenmascararlos, escribiremos algo que valga la pena.

Nuestras esculturas están ahí. Nuestros afanes, nuestros ideales. Es ahí donde Miguel Ángel puede inspirarnos a albergar sueños. Solo habrá que quitar lo que sobre.

Propina 2

El momento de quitar lo que sobra enfrenta al autor al esfuerzo enorme de corregir, reescribir, recomponer, ajustar, recorregir.

Escribir una, dos, tres veces. Tienes tres borradores y sigues llenando la hoja de correcciones. Escribes una vez más el definitivo. Lo envías al corrector profesional. Te lo devuelve con marcas, matices, recomendaciones; algunos errores, incluso, impertinentes y garrafales. Te llevas las manos a la cabeza. ¡Cómo es posible! Son incontables las veces y las vueltas. Estás deseando acabar. Pero no hay otro camino para dar con la quintaesencia de la historia; menos, cuando empiezas. 

Lo peor que puede pasarte es desistir. Escribir tiene algo de locura, pero lo tiene también de empecinamiento.

¿Qué te funciona a ti? ¿Lo has descubierto?

 

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2 Comments

  • Pablo dice:

    Hola, Marian, un gusto poder saludarte:
    La primera reacción, ante algunas correcciones, sugerencias y/o comentarios sobre un escrito que hemos mimado, suele ser de enojo con uno mismo, pero eso no es del todo malo, pues nos asegura algunas cosas: que existe pasión por lo que se hace y que estamos dispuestos a seguir aprendiendo. Y podría asegurar que: es más sencillo detectar las licencias literarias en otros que en nuestras propias obras, aun con la ventaja de tenerlas delante de nuestra cara. La mente es engañosa, al conocer todo el hilo de la historia que acabas de escribir, puede, en una lectura, corregirte inconscientemente palabras al momento que nuestros ojos pasan sobre ellas y los errores se hacen invisibles. Es por ello, por lo que creo que los intercambios son fundamentales y suelen ser un aprendizaje compartido.
    Yo, jamás asistí a un taller literario, en la secundaria estudié lo que aquí en Argentina llaman: colegio industrial, donde se veía una sola materia relacionada lejanamente con la literatura: “lengua”, algo muy básico si se espera tener conocimientos específicos sobre las letras, etimología, estructuras, redacción y fluidez, planteamientos, puntos de vista, y la infinita batería de instrumentos que necesitamos hacer nuestros, para armar esa caja de herramientas que solía mencionar Stephen King.
    En la facultad seguí diseño industrial, otra carrera que tampoco estaba ligada a la escritura. Pero, a la larga o a la corta, la pasión se revela y ya no quedan excusas, (ahora soy grande, no sé cómo escribir, no estudié nada sobre escritura, no tengo tiempo, cuando no tenga tantos líos, cuando la vida sea perfecta y la gravedad este en cero, etc., etc.), todas ellas se quedan sin fuerza para seguir reteniendo lo obvio. Y un día te encuentras escribiendo, sin saber cómo hacerlo, sin poder evitarlo, sin lograr recordar esos coqueteos con el arte que uno tuvo en la juventud. Así pues, en mi caso, primero tuve que limpiar mi habitación literaria antes de poder ocuparla. En ella no solo había telarañas, también moho en las paredes productos de las frustraciones y cajas repletas con todos los tomos existentes, ampliados y perfeccionados, sobre autocompasión. La mayor parte de esas cosas, junto a todo lo mal aprendido en el colegio, terminó en la basura. Ahora, cada día, trato de sumar cosas nuevas en la que ahora sí siento como mi habitación. Hoy, siendo madrugada del día 8 de julio de 2021, después de que ayer me dieran la primera vacuna contra el covid 19, sumo a mi habitación, a mi caja de herramientas, tu sitio web, con una enorme alegría por haberte encontrado. Luego vendrá lo más lindo, comenzar a leer tus entradas, aprender de la mano contigo y hacernos amigos aunque tú nunca te enteres de ello.
    En este camino apasionante de aprender a escribir, de llenar la caja de herramientas y además muscular para poder cargar con ella, me encontré con innumerables escollos. Por ejemplo: la lectura es todo para un escritor, pero el tiempo de una vida resulta corto, si lo que se quiere es ser literato. Es por ello, que ya no regalo ese bien escaso a libros no concluyentes, imprecisos, dudosos.
    Hay personas que me suelen nombrar esos “escritores clásicos” que son imposibles de esquivar. Aunque tengo que señalar, en especial en los autores rusos, que las traducciones son, como mínimo, pobres. Tengo un amigo, más grande que yo (en muchos sentidos, no solo en la edad, aunque ya tiene 74 abriles), que estudió ruso, para poder leer esos clásicos en el idioma original. Fíjate hasta dónde puede llegar el amor por las letras, por la literatura en todas sus formas. Aunque no espero llegar a ese nivel de sapiencia, como para entrarle al idioma de los camaradas. Pero sí, sé de buena mano, de personas que están en el paño hace años, que, a muchos, los clásicos mal traducidos le han creado ciertos vicios a la hora de escribir, luego, sus propios textos. No podría decir, arriesgar tan libre de cuerpo, de que hay que evitar esos libros, por el contrario, los creo literatura imprescindible, pero estoy convencido de que debe matizarse con otros autores que su idioma materno sea el nuestro o el de los otros hermanos de habla hispana…
    Bueno, mejor corto aquí que te estoy dando mucha “lata”, es que hay tanta tela que cortar en esta sabana literaria interminable que, muchas veces, las plumas noveles como la mía se pierden por el camino. Es por ello que comienzo en un sitio y luego termino trepado en otra de las tantas ramas seductoras que tiene este oficio. Y puedo llegar a olvidar que el momento del saludo y agradecimiento, quedó varios párrafos arriba.
    Un placer pasar por tu sitio y ver ese enorme respeto por las letras que desbordan tus entradas, Marian. Agradecido por la calidad, la pasión, el empeño y dedicación, que se siente a cada paso al navegar en este, tu mundo.
    ¡Gracias por compartirlo con otros!
    ¡Cariños!
    Pablo.

    • Marian Ruiz dice:

      Hola, Pablo:

      Me asombra tu comentario y no solo por lo extenso, que también, sino porque cada palabra tuya me dice que eres un enamorado de las letras. Apasionante la tarea de armar esa caja de herramientas y muy emocionante para mí saber que incluyes mi sitio en ella. Siempre me ha parecido arbitraria esa separación que se ha venido haciendo entre ciencias y letras. Te asombraría saber cuánta gente que viene de ciencias tiene ese impulso de escribir (y de leer) y, al contario: cuánta de letras jamás escribió algo que no fueran meros deberes; aparte, quienes lo hacen sin cuidar el mínimo ese material con el que trabajan. Así que ¡bienvenido!

      En cuanto a escritores y lecturas de clásicos: creo que han de tener su momento, que si uno se adentra a la fuerza en ellos puede no extraer lo que tienen de inmortales. Los modos de decir, de escribir y de hacer literatura no son inmunes a los tiempos, así que un estudiante al que se lo obliga a leer clásicos (antes que otras cosas que le gustan y con las que, sin duda, encontrará mayor afinidad) puede acabar aborreciéndolos. Es como la pintura, como el cine, como todo: se necesita valorarlo cada cosa en su contexto, y para eso, haber ensanchado la mirada. No se ensancha la mirada a la fuerza.

      Me quito el sombrero por tu entusiasmo y por toda esa pasión que manifiestas (que no hará falta que te lleve a aprender ruso, pero que con seguridad te llevará a leer mucho). Y celebro tenerte a bordo.

      ¡Un abrazo literario!

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