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Tanto la deseografía como la realidad literaria comparten sede: el universo ficcional. No necesitan otros avales que las santifiquen salvo los propios del equipamiento literario.

Puede que te preguntes cómo va a ser ficción lo que pasó, con lo difícil, lo duro, lo complicado que fue. Cómo meterle mano a todo aquello y que deje de ser lo que fue. Ojalá pudieras cambiar la realidad con tus palabras, te dices. Alguna vez has levantado la ceja ante toda esa tradición espiritualista de las afirmaciones positivas.

Pero hay algo que tiene la deseografía que no tienen otras novelas con las que comparte esencia: la deseografía es comprometedora. Es una misma quien se la juega en ella, quien se juega su pasado, su presente… y su futuro. Aunque, por el mero hecho de narrarlo, quede convertido en ficción más o menos realista y fidedigna.

La deseografía es comprometedora. Es una misma quien se la juega en ella, quien se juega su pasado, su presente… y su futuro. Share on X

Todo ello, con independencia de los planes que la vida le tenga reservados. Y es que en la deseografía se pone una porque tiene mucho que decir, incluso que decirle a la vida.

Deseografía y realidad literaria: en qué se parecen

La deseografía son memorias que construyen futuro.

¿O te parece que da igual tener proyectos que no tener de cara a garantizarte una vida creativa, saludable, enfocada…?

La realidad y la realidad literaria son dos cosas distintas

Ya lo decía aquí Víctor J. Sanz: «La realidad literaria es independiente de la realidad misma, no precisa de ella para ser creíble, para ser real».

La realidad literaria debe sostenerse sin más muletas que las propias de su realidad inventada. Ahora bien, si lo inventas todo, no es deseografía. Algo por completo inventado es una novela, pero no una deseografía. Una novela es una construcción que tendrá trazos de cosas que conoces, pero es invento en todos los sentidos.

La deseografía parte de lo que sabes de ti, de lo que recuerdas: cosas bonitas, entrañables, momentos de gran emotividad, agravios, dramas, decepciones; mandatos, cargas, deberías. La diferencia con la autobiografía es que la deseografía no solo da cuenta de las vivencias, sino que es un enorme tirachinas: te impulsa hacia adelante y lo hace ahora, cuando aún estás a tiempo.

Ya no te identificas con nada de aquello; haces una nueva lectura, concibes proyectos que te ilusionan. Digamos que te permites seguir viviendo la vida como lo que es: una aventura a la que le das un sentido particular. El tuyo. No tiene otro si tú no se lo das. De ahí salen un tema y un argumento.

La realidad nutre la deseografía para componer una realidad literaria

La deseografía se apoya en historias reales; en lo que cada uno recuerda de ellas y lo que se dice al respecto.

Porque no es cómo pasó. Es cómo lo recuerdas. A veces has querido cotejar algo con alguien de tu familia y te ha dicho: «Eso no fue así; ni mucho menos». Y te cuenta una historia distinta; quizá no respecto a los actores ni al escenario, pero sí respecto del registro que cada uno hizo de la vivencia en cuestión. Puede que te criaras convencida de ser la hija menos complaciente, la más difícil; y que un hermano, en cambio, argumente que eras la consentida.

Ambas miradas son importantes para la deseografía. A partir de ahí, importa la tuya, porque eres tú quien se juega su deseo. Y tomarás distancia contigo misma para ofrecer una visión poliédrica del personaje que te representa.

Deseografía: memorias que construyen futuro

Deseografía: lo que pasó y dónde te sitúas hoy (en qué frontera) para darle valor a lo vivido.

Imagina, si no, un debate en el que no hay posturas contrapuestas; todo el mundo opina igual y está del mismo lado ideológico; no hay desacuerdo en ninguno de los temas y las conclusiones son unívocas.

Está claro: es un debate amañado, pactado, sin interés.

La realidad, tal como tú la recuerdas, sumada a esas otras realidades antagónicas, es el material en bruto de la deseografía.

De la biografía a la deseografía: dos realidades literarias

Una biografía es un conjunto de memorias de la vida de alguien: nudos familiares, eventos, relaciones, intereses, vicisitudes; lo que el biógrafo quiera destacar. El resultado suele ser una historia con puntos suficientes como para pensar que refleja la vida de una persona.

Aun así, pertenecerá al ámbito de la realidad literaria, aunque se trate de uno mismo y de su propia voz.

También es así en la deseografía: uno pasa a ser protagonista de una historia. Las leyes de la narrativa (que uno ignora hasta que se aventura) dirigen la vida literaria, la realidad literaria.

En ambas —biografía y deseografía— ha de emerger una historia cohesionada, sin elementos aleatorios o sucesos desvinculados de lo que venía a contarse.

Real o no da igual. Uno podría inventarse una vida ficticia y llamarla biografía. Esto es así porque uno deja de ser quien es para transformarse en actor y tramar lo que recuerda: sus vaivenes, crescendos, puntos álgidos, tramas menores, personajes…

La deseografía: una realidad literaria pasada, presente y futura

La deseografía apunta al turrón —expresión que tomo prestada de una amiga—, al nudo, conflictos, malos rollos que le tiñen la vida al más pintado. Al paquete que una hizo con todo ello y que la impulsó a hacer cosas que no hubiera imaginado para salir a flote de los naufragios.

Pasado deseográfico y realidad literaria

En una deseografía no valdrá narrar así, por ejemplo:

Las mañanas transcurrían con la parsimonia propia de los días de estío y las vacaciones sobrecargaban de tareas a mamá. Aun así, papá madrugaba para irse bien temprano al trabajo, y nosotros, en cuanto terminábamos de desayunar, nos bajábamos al río y pasábamos unas cuantas horas pescando renacuajos.

Hay que atacar el pasado como lo que fue: un pretérito indefinido, acciones que empezaban y terminaban. Los pretéritos imperfectos parecen pedir a gritos que corra alguien a rematarlos.

Dónde se juntan deseografía y realidad literaria

La deseografía cuenta con pilares reales a los que sumas las mariposas que quieras y lo que tu fantasía dé de sí.

Compara el párrafo anterior con este otro:

Tenía [pretérito imperfecto] seis años, soñaba [pretérito imperfecto] con ser misionera y con tener una bici. La bici antes. El día que los Reyes me la trajeron [pretérito indefinido], me volví [pretérito indefinido] loca de la emoción. Me puse [pretérito indefinido] a dar vueltas por el salón hasta que un grito de mi hermano me hizo [pretérito indefinido] perder el equilibrio [pretérito indefinido]. Me llamó [pretérito indefinido] gilipollas por rodar sobre su Scalextric. Papá le dio [pretérito indefinido] un bofetón y nos castigó [pretérito indefinido] a los dos. Pero me había llamado [pretérito imperfecto] gilipollas antes de que tropezara y cayera. Le cogí [pretérito indefinido] miedo a la bici y pasó [pretérito indefinido] casi otro año hasta que la volví [pretérito indefinido] a montar. Durante mucho tiempo ignoré [pretérito indefinido] a Lolo. 1

Presente real versus presente deseográfico

Supondré que estás en la cuarentena de tu franja etaria (o sea, que tienes cuarenta y pico). Sitúate con veinte años más. O con diez. Ese es tu presente fingido mientras escribes. Y tu hoy real queda convertido en tu pasado, así, como por arte de magia.

Haz ese recorrido. Mírate desde esa altura de tus sesenta y pico o de tus ochenta y pico (¿hasta dónde llega tu capacidad de verte en ese futuro?) y cuenta qué haces y cómo te veías cuando eras como en este presente real.

Presente deseográfico: un futuro anticipado en su realidad literaria

El presente de la deseografía es posterior al presente real. Quien escribe se coloca en una edad futura, de manera que el presente real-actual formará parte de su pasado.

Te doy una idea:

Enrique quita las malas hierbas del parterre. El verdín de las piedras que lo rodean es traicionero y los noventa y ocho no son los sesenta. Pobre. Aún no se ha recuperado del disgusto por el resbalón que me di el año pasado. Lela prepara el té; alguna concesión hay que hacer a la robótica para que no se diga, porque vieja, vale; antigua, no. Me propuse derribar ese mito de que los viejos pierden contacto con la realidad, aunque reconozco que algo de cierto hay. Pero qué quieres que te diga: a mí me gustan los humanos de uno en uno y me gusta esta soledad. Lela me acerca el té y la taurina.

—¿Otro libro? —Enrique llega con una ramita de romero que deja junto al cuántico.

—Soy flor tardía. Tengo que apurarme.

—¿Y de qué va?

—De las heridas. De lo importantes que son. Y de apurarse en curarlas antes de que la vida empiece de otra manera.

—Me lo pediré a Librófilos para mi cumple.

Debe pensar que estoy zumbada porque hablo sola. Pero ni hablo sola ni le doy explicaciones que no entendería. ¿No es cierto, Calíope?

Deseografía y realidad literaria

No es solo que recreas tu vida a partir de una edad mayor de la que tienes hoy. Ni es eso lo que hace de la deseografía una realidad literaria. Podrías contar punto por punto cada evento real, cotejándolo con cómo recuerdan otros y plasmarlo en un papel: desde el momento en que le das forma literaria, deja de ser real y pasa a ser literatura (con más o menos arte).

Deseografía y realidad literaria: vínculos

Puede que en tu deseografía ese paisaje que recuerdas de cuando amaneciste en un refugio fuera así. ¿Quién dice lo contrario?

Lo que vengo a decir es que queda sometido a las leyes de la narrativa (sean las que sean) y al dictamen de la verosimilitud. Tiene que ser creíble, como un reloj que da la hora precisa.

Propina

Leo esto en el periódico: «¿Por qué no aprovechar todos los aprendizajes de una vida, toda la experiencia en relaciones sociales, en superación de retos y dificultades para acompañar y ayudar a personas vulnerables? ¿Por qué no disfrutar de esa convivencia bidireccional para el enriquecimiento personal y el envejecimiento activo?».

Vale la pena echarle un ojo al vídeo.

La vida corre que se las pela, y el futuro, ni te digo. Mejor anticiparse y echarle imaginación. Hoy, sí, hoy.


 

1 Nota acerca de los verbos utilizados

Pretérito imperfecto (-ía, -aba) se utiliza para todo aquello que transcurre como algo habitual. Estas acciones presentan un panorama, pero no son lo gordo. Lo gordo entra en el nudo. En el turrón (en uno de los bocados).

Pretérito indefinido o pretérito perfecto simple, que de ambas formas se llama, para el turrón, para lo que importa:

Son todas aquellas formas verbales que terminan en:

-é, -aste, -ó, -amos, -asteis, -aron, para los verbos terminados en -ar.

-í, -iste, -ió, -imos, -isteis, -ieron, para los verbos terminados en -er, -ir.

También hice, anduve, conduje, supuse, como otros que son irregulares y en los que no me extenderé aquí.

 

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