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Hay lecturas que te levantan del asiento. Cuando escribir es más que juntar palabras sucede algo imprevisto: te levanta y te zarandea. Cuando escribes y haces posible lo imposible, la magia de la literatura acontece. Es el frenesí que atrapa el instante único, convulso:

Viniste hacia mí y yo estaba de pie en el agua y no desviaste la mirada y no desvié la mirada y eras alto y flaco y yo era baja y estaba desnuda y tenías veinticinco años y yo veinte y bajaste hasta el agua y pisaste mi ropa y yo permanecí inmóvil en la trémula luz. Jamás volvería a ver nada parecido.

Escribes. Tienes un diccionario a tu vera que te señala de forma precisa qué significan todo y eso. Todo es algo completo que nada se deja fuera. Y eso es justo algo de lo que tú y yo sabemos y no necesita intérpretes ni explicitaciones.

Y ahora léelo; lee todo eso aquí, en este párrafo:

Conseguiste un trabajo. Fue rápido y sencillo. Un día volviste a casa y anunciaste: ya soy profesor. Y pasaste a ser eso, un hombre que por la mañana se marchaba al trabajo y por la tarde volvía a casa con las bolsas de la compra, que tengas dulces sueños y por fin es viernes, todo eso.

Un pronombre indefinido y un demostrativo neutro.

Escribir más que juntar palabras

Carátula de Nórdica Libros.

Ese par de palabras al final del párrafo dicen que escribir es más que juntar palabras. Y lo dicen porque es la nota que disuena y anuncia un quiebro en el devenir. Todo eso sugiere rechazo a seguir reproduciendo los tópicos en que se ha convertido la rutina. Lo escribe Ida Hegazi Høyer en su novela Perdón. La novela es la crónica de un amor intenso y de su paulatino desguace. En una entrevista, la autora afirmó que no escribió seducida por la literatura, sino seducida por la vida.

El punto de escribir

Y estoy convencida de que ese es el punto: dejarse seducir por la vida. Luego, si acaso, escribir.

Las palabras, por sí solas, no revelan el núcleo del alma humana. Y he ahí la clave: adentrarse en rincones a los que ellas no llegan salvo que hayas llegado tú antes. Es cuando podrás revelar a quien te lee que la vida no iba de blancos y negros ni de trayectorias derechitas. Cuando podrás transmitir que la vida era el banquete y las palabras, los ingredientes de la comida. En tales casos, escribir es más que juntar palabras.

Escribir es la oportunidad de decir lo que sin la salvaguarda de la ficción no te atreves a decir. Es así como escribir se vuelve más que juntar palabras. Share on X

Escribir va de reunir en una forma ideas y pensamientos; de plasmar la filosofía que alienta el hecho de vivir y que es única e intransferible. En ese sentido, no te queda otra que examinar lo que te rodea y adoptar una posición frente a ello.

Escribir más que juntar palabras

Adoptar una postura ante la vida antes de ponerse a escribir. Como este, que ha adoptado una postura y no solo física.

Nada es solo dolor o solo goce; ni hay un mirar solo hacia adentro ni un mirar solo hacia afuera. Tampoco hay solo oscuridad o solo luz: la oscuridad invita a ver de otras maneras y la luz a fijarse también en las sombras que proyecta.

¿O se trata solo de escribir por escribir y de juntar palabras sin más?

A veces la necesidad apremia y te lanzas y pones ahí todo tu sentimiento: verdad e intensidad de un momento atrapado desde la urgencia. Es igual cuando el estómago aprieta y agarras lo primero que tienes a mano; no necesariamente es lo más nutritivo ni con lo que tu cuerpo reparará mejor sus agujeros.

Ese instante arroja otra verdad cruda: se ha deslizado mucha paja. O siguiendo con la metáfora gastronómica: seguro que has comido de más.

Escribir es reescribir. Y es una invitación a hacer las paces entre emoción y razón. Escribir no va solo de lo que sientes. Va también de transferírselo a quien te va a leer.

Repasas tus notas y te dices: «Oh, sí, recuerdo cómo me sentía cuando pasó aquello. Esto se lo voy a hacer decir a tal o cual personaje».

Y se lo colocas.

Y no funciona.

A quien te lee no le importa cómo se siente tal o cual personaje. Le importa verlo. Nada de si la ama o no la ama. Quien te lee quiere ver al personaje regalando flores o tirándolas al cubo de la basura al poco de haberlas comprado. Quiere ver qué pasa en la escena y extraer de ahí sus propias conclusiones.

Más que juntar palabras para escribir de verdad

Ser capaz de adentrarse en lo minúsculo y ponerlo en palabras: eso es escribir.

«No me digas qué he de pensar, qué he de sentir o qué mensaje debo extraer de tu narración», te dirá cualquier lector.

No compensar con adjetivos y adverbios la carencia de sustantivos y verbos

La vida —y, por añadidura, lo que les sucede a tus personajes— es sustantiva y es verbal. Es sustantiva por el mero hecho de serlo. Todo lo que es, desde el punto de vista ontológico, es sustantivo.

Y la vida es acción; incluso no hacer es acción, como dicen los chinos.

Lo que no sirve es tratar de compensar con adjetivos y adverbios la carencia de sustantivos y verbos certeros. Sustantivos y verbos son esenciales en el discurso. El resto de palabras ayudan a matizar y a darles vuelo, pero no puedes encomendarles que los suplanten. Vuelvo a Ida Hegazi y rescato de ella estas palabras:

Si el lenguaje es bueno, puedes hacer interesante un trozo de pan. Tienes que poner algo de magia en las palabras. Literatura es poner magia en las palabras.

Si el lenguaje es bueno. Si tejes mucho hilo antes de pensar en escribir grandes novelas.

Porque escribir es más que juntar palabras

El lenguaje que utilizas en tus novelas no puede reducirse a ser un eco emotivo; a ser mera caja de resonancia en lugar de un destilado a favor o en contra de algo. Sustantivos y verbos han de ser vehículos que informen acerca de lo que acontece en la escena. Y luego ya, adjetivos y adverbios que vengan y redondeen la sinfonía.

Pero adjetivar es una tarea ardua  y se presta a ser vulgar o a ser solemne en exceso. Stendhal, cuando escribía Rojo y negro, reflexionaba sobre si colocar el adjetivo antes o después del sustantivo; y le llevaba un buen rato. ¿Cuál era su premisa? La claridad. La síntesis. Decir más con menos. Y hacía gala de otro requisito indispensable a la hora de relatar y adjetivar: conocía al dedillo a sus personajes.

La frase que sigue es de Juan José Millás, de una entrevista a raíz de su novela La vida a ratos: «Esta es una de las funciones del escritor: traer a la dimensión de lo dicho materiales del mundo de lo no dicho».

Y entonces sucede y juntar palabras es más que escribir.

Juntar palabras para que escribir sea más que escribir

No significa cambiar de plano ni adentrarse en metafísicas. Al contrario. En la novela que he citado, Perdón, de Ida Hegazi, la protagonista teme que su pareja se venga abajo. Y describe así su sorpresa cuando constata lo contrario:

… a medida que fui viendo cómo jugabas con Lady y conseguías que se sintiera segura en el agua, cómo limpiabas el pescado, encendías la hoguera, comías chocolate y mirabas las estrellas, cómo me acariciabas la mejilla con una brizna de hierba mientras me susurrabas una historia completamente increíble, cómo te zambullías en el agua, en aquella gélida agua primaveral y, al salir, te tendías al sol y estabas en la gloria, con esa sonrisa que había temido que desapareciera para siempre…

Hay algún adjetivo y algún adverbio terminado en –mente y algún otro que interroga y que no termina en –mente. En general, son un puñado de frases sencillas; sin alambiques ni rebozos ni explicaciones que cuenten al lector si estaba contento, satisfecho o animado el susodicho.

Escribir es más: es llegar al fondo

No digas que está triste o que se lo está pasando pipa. Describe lo que hay en la escena. Junta palabras para que escribir sea más que escribir.

O esto:

No siempre te contaba adónde iba y no siempre te contaba lo que hacía. Pero me encerraba en la biblioteca a leer sobre violencia y sobre protección, y leía hasta que ya no sabía por quién de los dos estaba allí.

¿Sabes qué es lo importante de estas palabras? Que hacen ver. Que de forma simple descubren, o bien un estado de ánimo, o bien una zozobra.

Es así como escribir es más que juntar palabras. Definitivamente.

 

Propina

El verano, con su dolce far niente, se brinda a mirar lo que da de sí la letra pequeña de la vida cotidiana. Y lo que veas ahí tendrá tantos significados como desees.

¿Qué mosca le ha picado a ese?

¿Por qué me dice que lo haga así y no asá?

¿Es que se cree con derecho a hablar como lo hace?

¿Qué hay en el fondo de todo lo que pasa en la superficie?

¿Qué título te sugiere? ¿O te sugiere más de uno? Anótalos.

¿Cómo armarías una historia de verano con todo ello, de principio a fin?

 

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