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La correctora de textos bloguera es un híbrido relativamente común. Y ocupa un lugar tan predecible como insospechado; predecible porque sabes entre qué elementos se desenvuelve: una mesa, un ordenador, una silla donde aposenta su trasero; e insospechado porque puede estar trabajando cuando todos duermen o dormir cuando el resto trabaja. Y lo mismo puede ser aquí que allá. (Yo misma me he tirado años alternando domicilio cada tres semanas, pero no lloraré por eso: cosa asumida).

También es insospechado el contenido de cada nuevo artículo. Hay que darle a la cabeza semana tras semana y rogar que a las ocurrencias no les dé por ausentarse: es la peor pesadilla de la correctora bloguera (esta se repite en sueños y, a su lado, El silencio de los corderos parece el cuento de Caperucita).

El lugar que la correctora de textos se da a sí misma a veces coincide con el que le dan quienes la solicitan; son momentos felices. Pero no pasa siempre. Clic para tuitear

Hablo, lógicamente, de la correctora de textos que además de trabajar como freelance, es bloguera. Puede que incluso escriba más cosas: colaboraciones, textos propios, una novela. O una novela que abandona por una deseografía.

El papel de la correctora de textos y bloguera

La correctora bloguera pertrechada hasta de ecualizador para el abordaje fino del texto de turno.

Hablo de esa correctora de textos que además de corregir textos ajenos debe aplicar látigo a los suyos propios.

Por partes.

El lugar que le dan como correctora

Hay quienes la ven como una especie de jueza implacable que no se deja el mazo ni para dormir. Fíjate si será inhóspito ese lugar —simbólico, pero lugar, al fin y al cabo—, que hay correctores que ya se están cambiando el nombre: asesores lingüísticos suena mucho más refinado y amable; no irrumpe en la mente la imagen de quien sentencia con un zambombazo en la mesa.

Cuando a mí, que corrijo textos ajenos, me llega un reconocimiento de un cliente, me broto. Son instantes en los que me doy permiso de ponerme tontorrona.

Luego está ese otro: ese que te escribe, te solicita; ese a quien le haces las pruebas de rigor. ¡Maravilla! Es justo lo que quiere. Te aseguras del cómo (ni todos buscan lo mismo ni están dispuestos a lo mismo). Hay quienes no quieren que la corrección les suponga trabajo; otros se batirían en duelo por preservar un adverbio terminado en –mente y exige que cada intervención vaya justificada.

A cuánto. A tanto, si así, y a tanto, si asá; y si asó, a tanto otro. Las horas de trabajo no son las mismas en un caso y en otro y en otro. Correo va y correo viene. De últimas, quien solicitó no vuelve ni para dar las gracias.

Y se añusga. La correctora bloguera se añusga, como dicen en Salamanca. Bueno, yo me añusgo, que añusgarse es más poético que cabrearse y carga menos el hígado.

La correctora de textos y bloguera y su lugar

La correctora de textos y todo ese fuego que emana de algunos manuscritos.

La correctora se explica cuando tiene a bien. No está obligada a justificar sus intervenciones.

El lugar que se da a sí misma como correctora

Tú —o sea, yo—, como correctora, tienes un modo peculiar de ser consciente de las palabras. Y hay palabras que tienes atravesadas por más que las contengan por centenas los textos que corriges. Y verbos, que también son palabras.

Sabes que las palabras defienden su propia inocencia; que son los autores quienes no son inocentes cuando las usan. Ahora, no cambiarás una palabra por otra sin hacer consenso ni pasar antes por consultar al autor. Puede que la haya deslizado de forma inconsciente, o ingenua, pero puede que no. Te aseguras. Cuidas el texto y cuidas a quien lo pergeñó.

2020 arrojó personas de uno y otro tipo; más de las primeras que de las segundas. Pero tengo que acordarme de las que me han hecho la vida un poco más difícil. Renuevo las buenas intenciones de los primeros de año y para ellas tengo un deseo: que la vida les señale el camino que corrige la ingratitud. Que dar las gracias no compromete tanto tiempo; que añadir razones, puesto que son escritores, tampoco.

Valdría algo del tipo…

Gracias, pero ya me he encontrado con mi alter ego de la corrección de textos.

Te estoy agradecido, pero la pasta manda; acaban de darme unos precios que incluyen caída de ojos y piso en la playa.

La otra correctora es más alta, más guapa y mucho más ágil cuando se trata de saltarse semáforos.

Entonces te dices eso de vaya, tengo que mejorar mi marca.

Y tan amigos.

Cuando no responden es…

Ahí sigo.

En su papel de correctora y bloguera

Puedo destacar y destaco dos comportamientos opuestos:

a) Imagina que vas por la calle y alguien te pregunta una dirección y no contestas. Es de muy mala educación, ¿verdad? Educación es un concepto que todo el mundo tiene en la boca. Cuando te envían un correo y no respondes, igual: es de mala educación. No verse las caras no exime de ejercer comportamientos de persona normal y, básicamente, instruida en fórmulas sociales.

El lugar de la correctora de textos y bloguera

A la derecha, la correctora de textos en situaciones así.

Ahí está feo despedirse a la francesa. Actuar con naturalidad debería ser algo que se ofreciera de forma espontánea. La correctora es persona normal; incluso cuando le cuesta. Hizo un trabajo gratis, qué menos que agradecérselo y ofrecer alguna razón para la negativa. O un mínimo reconocimiento por el tiempo empleado, si acaso.

b) Están quienes la salvan de perder las ganas y la motivación. Por ellos sería capaz de hacer el Camino de Santiago a cuatro patas. Larga vida y más largos éxitos para cada uno de ellos, y de ellas, que suelen ser las más.

La correctora, en su papel de correctora y bloguera, cuenta con una ventaja que quienes carecen de blog no tienen: dispone de esta plataforma para el desahogo. No le sirve solo para dar cuenta de sesudos contenidos que alivien apreturas ajenas. Y lo agradece, ¡vaya si lo agradece!

A ese otro que te levanta del suelo, compañera correctora bloguera, larga vida y más largos éxitos.

El lugar que se da como bloguera

Soy bastante fiel a mí misma. Este es un camino que, como las intenciones, renuevo cada tanto. Cada tanto me meto en jardines desconocidos y es mi modo de ir hacia delante, de construirme. Y las he vivido de muchos colores, pero no reniego de ninguna de las aventuras por las que pasé: o por activa o por pasiva, todas me sirvieron y todas han sido —y son— escalones que me van llevando.

Como bloguera me salvaguardan las ganas. Es algo que me gusta hacer. Es una puja que no sé de dónde viene de entender más y de captar mejor.

Pilares sobre los que se sustenta ese lugar como bloguera

Los proyectos son como los edificios: tienen estructuras y se sustentan sobre pilares. El proyecto de la correctora bloguera no iba a ser menos, de modo que también tiene pilares. Ahí van.

Los siete pilares

  1. Un objetivo: enseñar a mejorar los textos. Ayudar también a salvar ciertos obstáculos cuando alguien trata de salir de algún armario. En este sentido, mi proyecto Deseografía tira de mí y me obliga. También en este sentido, la construcción de una marca personal es otra de mis inquietudes blogueras.
  2. Público objetivo: A falta de uno, tengo dos: por un lado, escritores con obra para corregir; por otro, personas con talento literario y deseos de dar testimonio novelado de su vida pasada, presente y… futura.
  3. Tiempo: soy organizada y distribuyo las tareas. ¿Me sublevo a veces? Me sublevo cuando la tecnología se me pone de punta. Aparte, lo dicho: soy organizada y me distribuyo. (Algunos días deberían tener más horas, por supuesto; la mayoría). Los domingos es el día que dedico a dar forma al artículo semanal.
  4. Motivación: nadie me ha metido en esto. Escribir, buscarle tres pies al gato del texto, ayudar… ¿Te he dicho ya que me encanta?
  5. Conocimientos: adoro la lengua y sus entresijos, leer, comunicar. Soy curiosa, filóloga de corazón, de formación y de persecución (no paro de aprender). Trabajar en una editorial me proporcionó un cuerpo de conocimientos que atesoro. Y me gusta reflexionar. ¡Ah! Y seguir aprendiendo por mi cuenta.
  6. Autoexigencia: me lo curro para hacerte fácil lo que no siempre es fácil.
  7. Sentido del humor: me gusta hacer guiños y… los hago también aquí. ¡Esta es mi tribuna!

La correctora de textos bloguera pide a los dioses…

Tiempo para leer más y escribir más. La correctora bloguera ha leído mucho y le gustaría haber leído el doble, el triple; pero no por afán de apilar cantidad, sino calidad y tiempo de reflexión, de metabolización de lo leído. ¡Ha aprendido tanto de los libros!

Porque no solo los ha leído. Ciertos autores le han apuntalado ideas difusas que ha redondeado y la han motivado a actuar. Ese es su tesoro.

 

La correctora bloguera, los textos y sus clientes

La correctora bloguera pide a los dioses que difuminen la línea del tiempo si es que borrarla es mucho pedir.

Y pide a los dioses que manejan el tiempo más de eso mismo para escribir sus cosas; cosas que siguen acusando pérdidas en los pactos que le toca hacer entre lo ideal y lo posible.

No hay forma de escribir bien sin haber leído mucho y escrito mucho y haberse fijado mucho. Que alguien le diga, si no, cómo hacer propios los mecanismos que sirven para contar. Se necesita un poco de talento, sin duda, pero a veces se sobrevalora en demérito del esfuerzo. Y hay que esforzarse. Mucho. Y hacerlo sin garantías: ¿alguien lo leerá?, ¿qué alcance tendrá lo que escriba?

Una voluntad firme y una perseverancia más firme aún. De eso también tiene la correctora bloguera.

Propina

A la correctora de textos bloguera no le faltan razones que avalen su petición. Vive aquí, entre las teclas. Lleva corregidos unos buenos millones de matrices que son argumentos en defensa de su rectitud; siempre a la búsqueda de ese término que mejor se ajuste a lo que su cliente quiere decir; a la búsqueda del ritmo y del cómo lograr mayor alcance con menos; y teniendo muy presente que —aparte de que la araña de Google le hace cosquillas— es a las personas a las que se debe.

Pero tú, que te das la media vuelta sin decir ni gracias, ve con paz. ¡Ah!, y no vuelvas, salvo que alguna vez te vuelvas  jodidamente grande.

Y  a ti que le escribes y que le dejas tus comentarios, ¡¡gracias!!

Para despedirme, vuelvo a la primera persona, que es lo suyo: gracias por leerme, por comentar, por preguntarme cuando dudas. Por tu aprecio. Por ser jodidamente grande.

6 Comments

  • Lia dice:

    Lo que siento ahora es darte un abrazo; estando a muchos kilómetros de distancia (pero no lejos), es imposible, y me resumo a darte las gracias por estar ahi siempre. Por tener la suerte de resolver dudas ortográficas, lingüísticas, etc…, con solo leer un artículo tuyo. Gracias.

  • Desde hace 15 días (cuando conocéis a la Escritora bloguera) me he vuelto su fan incondicional. He leído Los 51 errores…, las entradas, sobre las comas, los verbos comodín, etc. Decidí que sería mi maestra y guía. Por que también me gusta aprender por mi cuenta.
    Un saludo cordial desde Lima, Perú, de parte de un incipiente corrector. Y, gracias, gracias, gracias.

    • Marian Ruiz dice:

      A la correctora bloguera se le suben los colores, lo cual está muy bien porque es de natural paliducho, y siente que le crecen las alas junto a quienes no solo planean, sino que (como ella) vuelan. Sigamos aprendiendo y afinando la técnica.

      Gracias a ti, José Antonio, un abrazo desde Madrid y saludos a Lima.

  • Ay, cuando nos tocan esos que no dan las gracias, que te miran mal, que se quejan sin saber de qué va el oficio, que rebaten cada una de tus palabras, que te obligan a trabajar durante mil correos y luego se van a otros porque lo hacen casi gratis y ni te lo dicen.
    Y ese no volverá, porque nunca será «jodidamente grande», y si lo es, no tardará en caer y su grandeza quedará en un espejismo. Pero tú y yo ya sabemos eso, cosas de ser profesionales de verdad en esta industria y conocer sus entresijos.
    Un beso, compañera.

    • Marian Ruiz dice:

      Querida Lidia, compañera:

      Antes uno no se cruzaba en una puerta con otro ser humano sin musitar un «por favor» o un «gracias». El panorama hoy es ligeramente distinto: le abres la puerta a alguien y es capaz de despacharse con un «ah, vale» sin despeinarse. Y cuando pase la pandemia, puede que ni eso, que aún haya quien ponga cara de «por qué me haces esto». De manera que si tal cosa pasa en un directo, qué no pasará con las pantallas de por medio y el anonimato que brinda lo virtual, que en vez de hacernos jodidamente grandes (misión de cada uno) aún ampara lo jodidamente pequeño. Y que no vuelvan mientras sigan siendo así, que buena paz dejan.

      Un abrazo clandestino.

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