El punto de vista en una novela es esa ventana desde la que mira quien da cuenta de lo que pasa.
Supón que me fijo en dos señoras que se han parado a hablar y decido narrarlo introduciéndome a mí misma en la ficción. Armaré un personaje que será trasunto de una yo imaginaria para que lo cuente.
Quién cuenta, cuánto sabe, qué intereses tiene o qué se le juega a ese personaje que narra la historia es clave. De ahí que prevalezca su punto de vista. Clic para tuitearComo estas dos a las que me refiero en el apartado «Cómo mostrar narradores corales y ajenos a la historia». En tal caso, no les daré la palabra a ellas, sino que lo harán mediatizadas por la mirada de ese personaje-narrador que hace de mí; por lo que le parece, por lo que opina de ellas; incluso por si está o no de acuerdo con lo que dicen.
El punto de vista en la novela: un punto de vista propio
Tomemos ese ejemplo para que puedas comprobar el cambio del punto de vista una vez que les retiro la palabra y hablo yo-que-no-soy-yo. Más adelante vuelvo sobre esta idea.
Verás que la historia de referencia sigue siendo la misma, pero que la forma de contarse cambia de forma sustancial.

He ahí un ojo. Es un ojo importante, tanto, que te hará creer que no hay uno mejor desde donde obtener una perspectiva más interesante. El resto de ojos están ahí para que pueda decirse que hay un puente; perdón, una novela.
De manera que esta soy yo-que-no-soy-yo contándotelo a ti, lectora o lector. A esa yo que habla no le gusta que se cotillee, pero ella misma incurrirá en lo que critica (¿ves por qué es importante ver dónde se sitúa respecto de la historia quien la cuenta?).
La historia desde el punto de vista de Marian ficticia
Ahí se han parado las dos lagartas. Las más lagartas y envidiosas del barrio. Lo suyo es criticar a quien no puede defenderse, así que lo mismo hablan de mí. ¡Ah, no!, no hablan de mí. Hoy están pasando por la piedra a Álvaro y Elena, los del quinto derecha. No los tragan. Como si ellas no discutieran y no se las oyera cuando crujen al marido; o porque no tiende la ropa como debe hacerse (esa es la Angustias) o porque no da un palo al agua (ese el Paco, el de Rosa, que lleva en ERTE ni sé los meses y no hace más que fumar petas con los amigotes). Se mueren de la envidia porque no entienden que Álvaro gane sus buenos dineros como pastor y que entre cría de ovejas y contemplaciones de prados verdes y montañas se le haya soltado la vena poética y le haya dado por escribir.
Qué más dará, además, que el chiquillo se salte la clase de los viernes, si dice el mío que los viernes toca religión y gimnasia y manualidades y charlas del director. Un peñazo. Elena apoya a su marido y hace todo lo que puede por que él triunfe con lo de la escritura; lo malo es cuando ella va atacada y a él le da por escribir una novela cuando lo que hace falta no es más que una nota para el colegio. Esto me lo contó la propia Elena la semana pasada…
Ventajas de narrar la historia desde un punto de vista subjetivo
La consecuencia que se extrae del ejemplo anterior es que solo cuenta mi manera de ver las cosas. Si a mí me caen mal esas señoras y, en cambio, me caen bien los del quinto derecha, mi punto de vista lo delatará: me posicionaré en contra de ellas y los disculparé a ellos.
Como ves, me meto en la historia, me mojo; no como participante en los hechos, sino como testigo. Veo a las dos lagartas (fíjate si este apelativo no es ya un punto de vista condicionado por lo que opino) y me posiciono. Las miro con una ceja levantada. Sé que, digan lo que digan, me opondré.
La ventaja es que empatizarás con mi punto de vista. Me acercaré más a ti y te influiré con mi opinión.
Por otra parte, la historia gana en agilidad. Tú que la lees te aproximas más al hueso. Y es inevitable: si a mí me caen mal las señoras, te caerán mal a ti. Participarás de mis filias y mis aborrecimientos.
Desventajas de narrar la historia desde un punto de vista subjetivo
La desventaja es que no conocerás otros puntos de vista; no sabrás cómo razonan otros personajes ni qué motivos tienen para reaccionar del modo en que lo hacen.
Otra desventaja que se deriva de esta es que pierdes perspectiva.

Sin embargo, hay más ojos desde donde mirar. Desde cada uno de ellos se ve algún aspecto que queda oculto a los demás.
Otra más: dispondrás de la misma información que yo y tendrás que ir averiguando qué pasa a medida que yo misma lo voy haciendo.
En los relatos con un narrador sabelotodo, puedes encontrarte con jugosas anticipaciones que ignoran los personajes. Por ejemplo:
Estaban a punto de adentrarse en puras arenas movedizas, pero ¿cómo podían saberlo? La noche había caído sobre ellos como un negro telón.
O como en este otro ejemplo:
Se levantó, se duchó, se puso su perfume favorito. Desayunó fruta y una tortilla francesa y llenó el cuenco del galgo. Se hizo un café. Había dormido como nunca. A las ocho y media de la tarde, con el último paseo del día, un camión lanzaría por los aires a Dado, pero solo eran las siete de la mañana.
En tal caso, lo que se pierde es cercanía con tal o cual personaje.
Y te preguntarás: ¿solo existe la posibilidad de que un yo en calidad de narrador relate desde su propio punto de vista?
La respuesta es no.
El punto de vista de otro personaje (Marian ficticia se alía con él)
Insisto en que no soy yo propiamente dicha quien narra desde su punto de vista. Yo soy el fantasma tras la cortina; un fantasma que escoge a una mujer llamada Marian para que narre. Esto es así porque en cuanto tomo la decisión de incluirme en el relato, dejo de ser yo y me convierto en un personaje más de ficción.
Y Marian se alía con Felipe, lo escoge para que tú conectes con su punto de vista.
¿Has oído hablar del narrador equisciente? Esto es. Resulta que Marian ficticia (o el personaje que te hayas inventado como narrador) te cuenta la historia, pero situándose en cómo la percibe otro.
Imagina que se trata de tomar al vecino del segundo como eje y observar la escena desde donde ve él.

Cuanta más altura, más se ve. El punto de vista cambia de manera significativa.
Estos son los antecedentes:
A Felipe le encanta escribir y, como le encanta, se fija. Y envidia al pastor, que ya lo entrevistan hasta en las televisiones. Las voces bajo la ventana lo pillan convocando a las musas, o sea, buscando ideas. Además, Felipe tiene un modo de mirar, de ver el mundo. No puede evitarlo.
La historia narrada por Marian ficticia desde el punto de vista de Felipe
Felipe se asoma y ve a las dos mujeres. Se van quitando la palabra hasta que la de la izquierda dice algo que atrapa la atención de la de la derecha. Llueve y se guarecen bajo sendos paraguas; tiene que agudizar el oído para saber quién es quién. Hablan de los del quinto derecha. Felipe no cree que tengan de veras algo en su contra. Son mujeres de barrio: es normal que hablen así. En los barrios, todo el mundo habla de todo el mundo. ¿Qué pasa con el chaval de los Hernández? ¡Ah! Se salta alguna clase. Nada grave, pero el tono que imprimen al asunto da para pensar en algo gordo. Mujeres de barrio. Conste que los hombres son igualitos, que lo sabe porque se fija, que para eso es escritor. Como Álvaro, el marido de Elena, la del quinto. Hace unos días que lo vio en una entrevista y se le pusieron los dientes largos. Dijo algo que le resonó. Revisa su cuaderno de notas. Ahí está:
«Escritor es aquel que se enfrenta al fracaso de escribir y hace de ese fracaso, por decirlo así, su misión, mientras los demás solo redactan».
Felipe no pierde ripio: las mujeres hablan de algunas diferencias entre el marido y la mujer. También es normal. A los escritores es difícil entenderlos. Buena suerte si ella lo aguanta; si lo sabrá él, que la suya tomó las de Villadiego cuando se le ocurrió meterla en una historia.
¿Es posible mezclar puntos de vista y voces narrativas?
Es posible. Requiere pericia, pero se puede.
Con la misma escena, intentémoslo:
Punto de vista del primer párrafo en tercera persona y en tiempo pasado
Estaba a punto de gritarles. No es que fuera su manera de proceder, que para eso se valían otras cotorras del barrio, pero la perorata que se traían lo ponía malo. Miró a Brígida, que callaba en ese momento. Ella apartó el paraguas para mirarlo de reojo y le sonrió con aquella cara de tísica y aquellos ojos de rapaz. La otra ni perdió el hilo ni el frenesí de su discurso.
Punto de vista del segundo párrafo en segunda persona y tiempo presente
Cuándo te volviste así, Brígida, cuándo hicieron de ti la urraca que eres hoy; cuándo saliste de tu familia de mierda para meterte en otra igual que construirías tú junto a ese armario de tres cuerpos que es tu marido. Se te llena la boca al hablar de ellos, de tus hijos sobre todo, pero se nota a la legua lo que callas. Con Rosilla has encontrado la forma de distraer tus pesares por la vía de desplumar a quien se ponga por delante. Qué culpa tendrán los del quinto de tus miserias.
No negaré que te creí bien distinta cuando llegué, como creí que el barrio también era distinto. Así fue hasta ese día en la carnicería, cuando el hombre me preguntó si quería jamón del corriente e interviniste tú diciendo a esta le gusta todo lo bueno. Lo malo es que no es culpa tuya, no, Brigi. Te la hicieron.
Punto de vista del tercer párrafo en primera persona y tiempo presente
Y mira de nuevo de reojo a la ventana del primero por si sigo ahí y me sonríe sin que la otra lo advierta. Creerá que soy cómplice de lo que están diciendo. Ah, ya: los vecinos del quinto, que no mandan a la escuela al chico cada vez que su madre lo necesita. Y sí, soy cómplice, pero un cómplice desapegado: de los del quinto, de ellas, de todo. Ya no quiero gritarles, sino apenas agradecerles la oportunidad que me brindan. Soy escritor y no juzgo; solo observo.
Punto de vista del cuarto párrafo en tercera persona y tiempo pasado
Calló. Gritarles…, ¿para qué? Eran unas pobres ignorantes, arpías envidiosas zambullidas en las vidas de otros para no descubrir la mezquindad que gobernaba las suyas. Los del quinto, en cambio, hacían de su capa un sayo sin pedir cuentas a nadie. Cómo se organizasen era asunto suyo; si la mujer tenía que echar mano del hijo para que el marido escribiera, ¿a quién le importaba?
Y siguió aporreando las teclas. A él ya le habían arreglado el día. No veía la hora de que lo entrevistaran como habían hecho ya con el pastor, ese momento en que dejaría helado a quien lo escuchara diciendo algo así como que la literatura era la forma de devolverle al mundo en forma bella lo que el mundo solo sabía hacer de forma zafia.
Propina 1

El tren venía de Zaragoza y seguía la ruta hacia el Pirineo catalán. Los pasajeros ignoraban que a la altura de Huesca tomaría un desvío que los apartaría del destino previsto. Solo ese que está ahí y que se llama a sí mismo narrador omnisciente tenía potestad para saberlo.
Como has podido comprobar en este artículo y en este otro, hay varios aspectos que deben tenerse en cuenta:
- Por un lado, el narrador, que puede ser ese dios que sobrevuela a los personajes y no se involucra en lo que pasa aunque está al quite de todo: lo pasado, lo presente y lo futuro. Y que, a veces, opina; sin que se note mucho, pero opina.
- Por otro, ese personaje que se toma a sí mismo como protagonista, con el que vas identificándote y participando de su mirada, de su punto de vista.
- Aún hay otro: ese medio camino en que el narrador va pegándose a los distintos actores de su historia. Alternativamente, muestra puntos de vista con los que puede o no identificarse; o, tal vez, lo haga más con uno que con otros…
Propina 2
Si necesitas hacer un repaso de la teoría, echa un ojo a este artículo por si no lo has visto antes. Es más que solo teoría dura.
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Gracias Marian, como siempre muy interesante.
Un abrazo.
Es estimulante saber que te gustó y que te desvelase algo que no sabías.
Gracias a ti, Ángel, por tu aprecio.
Un abrazo.
Marian
Muy interesante, como siempre.
Celebro que te sirva, Maraya.
Un abrazo,
Marian