¿Es posible escribir con las circunstancias en contra? ¿Será mejor forzarse o será mejor esperar a que escampe y todo vuelva a la normalidad?
Seguro que alguna vez te ha pasado; y si no, al tiempo. El tiempo es un gran proveedor de experiencias.
La cosa es que, tarde o temprano, la vida nos atraviesa como para recordarnos que estamos en sus manos; como para decirnos «ten presente que solo controlas hasta cierto punto».
Ocurre cuando menos lo esperas.
Escribir con las circunstancias en contra te lleva a preguntarte por tus prioridades, tus objetivos a corto, medio y largo plazo. Clic para tuitear¿Qué haces entonces? ¿Lo dejas todo, dejas los proyectos que tenías entre manos hasta que, como digo, todo vuelva a la normalidad?
¿Es eso fluir?
El presente en contra y el arte de escribir
Mi agosto se trastornó y se cargó las vacaciones que debía disfrutar en septiembre. Así fue la cosa; y hasta tal punto, que septiembre me encontró en un destino imprevisto y con los planes echados al traste.
Ante cualquier contrariedad, lo primero que haces —y yo no iba a ser menos— es decir «no puede ser, esto no me está pasando a mí».
Diez minutos de revolución, de encaje, de asumir que las piezas del tablero han caído al suelo.
Diez minutos más para darme cuenta de que la riña interna no podía durar mucho o me dejaría desfondada.
Tenía que pactar entre lo ideal y lo posible (mantra en el que me apoyo cuando las cosas toman derroteros imprevistos). Agosto lo reservaba para adelantar contenidos (blog y pódcast, un nuevo proyecto). Agosto debía ser también el mes de perfilar el siguiente programa de Deseografía.
Y de volver sobre el segundo borrador de mi novela de autoficción.
En cambio, tenía que hacer maletas y buscar quien se quedara con mi gatita… cuando todo el mundo estaba de vacaciones.
Ese era mi presente.
Abrí una botella de vino, me puse un platillo de aceitunas y encendí la tele. No acostumbro a beber sola; siempre digo que, para mí, beber es un acto social. Y no veo tele.
Y, sin embargo…, también ese era mi presente.
La teoría, lo que hay que hacer
La teoría dice que ante lo inesperado hay que aceptarlo y conectar con el presente (algo que se presta mucho a interpretaciones); que hay que abrirse, entrar en contacto con uno mismo, ser flexible… y aprender de lo que pasa. Fluir lo llaman.
Dicen que si fluyes te desapegas de lo que pasa. Que te desapegas porque sueltas, porque dejas que las cosas pasen como pasan. Porque no te resistes. Si te resistes, el arañazo es más profundo.
Pero una cosa es la teoría, con la que todos estamos de acuerdo, y otra es cómo nos atraviesan los fenómenos. Cómo logramos encajar esa teoría y… los fenómenos.
¿No te ha pasado que en medio de una circunstancia dramática te asalte la risa? ¿No te ha pasado acabar llorando por no poder contenerla en un momento inoportuno?
Somos seres contradictorios. Predicamos teorías que pocas veces secundamos. De conceptos, vamos sobrados.
¡Eh!, ¿y no nos vuelve eso mismo la mar de interesantes?
¿Y si fluir es contemplarse como si uno fuera un personaje de novela? Quiebros y contradicciones son los que le otorgan riqueza al ser imaginario. Y detalles. Mostrar.
Solo hay que atreverse a mirar dentro y ver que uno mismo está hecho de opuestos.
Eso nos vuelve reales y hace de nuestros personajes seres verosímiles. ¿Sabes por qué? Porque las contradicciones pertenecen a la intimidad del personaje.
Son todas esas cosas que, muy posiblemente, jamás confesaría —jamás confesarías— en público.
El arte de integrar lo que pasa o escribir con las circunstancias en contra
Un personaje puede hacer algo ilógico cuando se espera de él todo lo contrario.
¿Me cargaba las plantas? Fue lo primero que pensé. No sabía cuánto tiempo estaría fuera, pero podía ser un mes, dos… Y me quitaba un problema.
Trago va y trago viene.
Lo que me estaba pasando era pura ficción. Y el personaje lleno de contradicciones —la cabeza ordenando unas cosas y los pasos dirigiéndome hacia otras— era yo.

Una botella, un vaso… Cuando la vida se quiebra no ofrece imágenes tan bellas.
Nada ideal, por cierto.
Contemplé las plantas con la copa de vino en la mano. Durante un instante tuve la sensación de que otra yo me miraba y aguardaba mi siguiente movimiento. Debía ser el vino, que me sube que da gloria.
Me metí en internet para investigar cómo hacer con el gingko biloba, la albahaca, la hierbabuena, el tomillo, el romero, el jazmín…
¿Qué ponía en la maleta? Tendría que llevar ropa de verano y ropa de no verano. Pero ¿cuánto podría acarrear yo sola? Solo las zapatillas de senderismo (trekking lo llaman; qué tendrá de malo el sendero) y las botas de entretiempo ocupaban medio carrito (trolley lo llaman; qué tendrá de malo el carrito).
Aparte, los polvos del desayuno (¡no sin mi proteína de suero de leche!) y todas esas cosas que me ayudan a compensar desequilibrios.
No sé en qué momento me dio por escribir lo que me pasaba, cómo me sentía. El desbarajuste. La pérdida repentina de la estabilidad.
Las circunstancias en contra y la escritura
Fíjate si todo esto no te ayuda a entrar en detalles cuando escribes una historia. O a enriquecer la que tienes en marcha.
Yo creo que conectar con el momento presente es tomarse esa copa de vino y ver que estás tomándote esa copa de vino. Atreverte a mirar el fuego cruzado.
Tal vez la forma de aferrarte a lo que tienes entre manos es un modo de escapar de lo que no quieres o no admites. O, tal vez, es un modo de sostener la angustia por haberte quedado sin guion ni papeles.
Quizá sea la primera vez que debas coger un avión sola, sin ninguna mano a la que asirte. Puede que debas enfrentar el pánico a volar.
Lo que está claro es que ese vuelco es una excepción, un desafío a la monotonía. ¿Por qué no tomarlo como material literario? ¿Por qué no plantearte si la resistencia a viajar es equiparable a la de continuar con tu pareja?
No me refiero a ti, claro. Me refiero a tu personaje.
Vuelvo a la ventana con la cuarta copa de vino en la mano. Ya no quedan aceitunas. Miro la gente que hormiguea en la calle y me digo que todo sigue igual, que seguirá igual sin mí. Siguen animados, vitales, en actividades que han escogido y que los siguen como perrillos falderos.
Me acerco al jazmín, tijera en mano, y le doy un tajo.
Me duele.
La práctica
Dentro de mí hay un tornado que me detiene y no me deja pensar. Dentro de mí nada sigue igual.
Virginia Wolf decía que el tiempo anodino constituye la esencia de la vida, que sobre él no hay nada que decir.
Y para Marcel Proust, es justo ahí donde está todo lo que hay que decir, donde se encuentra la potencia de la reflexión. Es uno quien puede dotar de interés a ese tiempo.
Si nada hubiera venido a asaltarme, habría seguido con mis proyectos. Ahora no sé qué tengo que hacer.
Así de erráticos eran mis pensamientos. Las maletas me miraban con sus grandes bocas abiertas.
¿Y sacarle partido a aquello, imaginar que podía convertir el instante en algo que valiera la pena contar?
Al desconcierto del principio, le siguió el sueño, a buen seguro, atontada por el vino. Al despertar y desperezarme, caí en la cuenta de que aquello solo me conducía al agotamiento.
Hice de tripas corazón. Simplifiqué todo lo que pude, como si me fuera a un «todo incluido». Tenía que llevarme solo lo que podía acarrear, pero también tenía clara una cosa: no me iría sin mis zapatillas de senderismo (sendero, de verdad, bendita palabra).
Nota al margen
Una circunstancia en contra te ayuda a construir un personaje y a escribir. De nada sirven los clichés, salvo que los parodies, ni sirve lo que es sensato hacer. No en lo literario. Lo que te inspirará es ser egoísta y hacer… algo insensato.
Las circunstancias en contra me han ayudado a escribir este artículo.
Ahora solo me queda despedirme de mi yo personaje. Me siento como una verdadera actriz de teatro, que se funda en vivencias propias para dotar de vida a quien representa.
Solo espero que mi personaje no se me coma a mí.
Escribir con las circunstancias en contra es escribir a pesar de todo
En toda ficción hay partes de verdad y partes recreadas. No es la primera vez que la vida se me trastoca ni es la primera que me estalla un vaso en la mano.
Escribir con las circunstancias en contra es escribir en medio de uno de esos atracos. Se declara un incendio y uno sigue plantado en la silla contando cómo es. Las llamas crepitan, las maderas crujen, los cristales suenan como botellas de champán al descorcharse.
Lo fácil es escribir solo cuando se tienen ganas. Lo fácil es hacerlo cuando la inspiración baja aleteando y posando sus delicados pies sobre los hombros del pretendiente.
Lo difícil es hacerlo con todo en contra.
Qué interesante es inventarse neurosis, calamidades, asaltos.
Propina 1
A menudo, mi personaje se me sube a la chepa y me suplanta. Pero ¿no era que los personajes son los que terminan pareciéndose a su autor?
En mi deseografía, se hace pasar por mí. Ojalá el próximo año vea la luz y puedas entender de lo que hablo. Si no fuera así, prometo escribir otro artículo y enlazarlo con este. (¿Tendré que desdecirme de mis premisas?, ¿podrá conmigo el fuego que se desata?).
Propina 2
Sé que no se trata de tener todas las certezas, ni siquiera para escribir. Se trata de confiar en que algo quiere decirse y en que ese algo lo busca a uno.
Dice el filósofo Daniel Innerarity: «La ventaja de buscar culpables en vez de resolver los problemas exige menos esfuerzo intelectual y le deja a uno infinitamente más satisfecho». A veces, son las circunstancias las que se presentan como culpables.
Quería volver, decirte que estoy aquí de nuevo, buscarte entre las palabras, y lo he hecho de esta manera: imbricando realidad y ficción. Es un modo de escribir que me libera.
Tienes que preguntarte por tus prioridades. ¿Qué te libera a ti?
Propina 3
Termino con estas palabras del gran Javier Marías, de cuyo fallecimiento tuvimos noticia este pasado domingo:
«…y lo que me hace levantarme por las mañanas sigue siendo la espera de lo que está por llegar y no se anuncia, es la espera de lo inesperado, y no ceso de fantasear con lo que ha de venir».
Se me hace que es como aliarse con el azar, como tener la actitud de verlo todo con ojos asombrados. Hasta lo que no gusta.
Por cierto, las plantas siguen estupendas. ¡Ah!, y al jazmín le ha brotado una flor.
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Me encanta leerte, realidad o ficción ♥ Te abrazo fuerte y a salir como el Fénix, siempre.
Muchas gracias, Cora, por este regalo que me haces. Tengo las alas dispuestas para reanudar el vuelo.
Un abrazo volandero desde ‘el rompeolas de las Españas’, como decía el gran Machado.
Marian Ruiz, escribes encantadoramente, es una delicia leerte y aunque no lo creas, veo tus expresiones faciales y escucho tu voz y esto me emociona y lo disfruto. Espero pronto ser uno más de tus afortunados discípulos
Alfredo, presiento que también está en ti la pulsión de escribir.
Gracias por tus palabras y tu aliento.
Un abrazo literario.