Querías saber del narrador de historias y de sus voces, pero no de un modo teórico, sino práctico. Querías que te pusiera ejemplos donde comprobar cómo es un narrador y otro y todos.
O los más representativos.
Pero tengo que contarte alguna cosa antes. Por ejemplo: puesto que eres tú quien escribe la historia, quizá piensas que eres el narrador. Y no. Tú eres el autor. El narrador es otro personaje que eliges y en quien decides confiar para que reparta la información tal como esperas.
Imagina una orquesta, un director batuta en mano, y unos músicos, cada uno de ellos instrumento en ristre: ejecutan una melodía que alguien escribió en otro tiempo y lugar y cuyo resultado se refleja en una partitura. Pero, a veces, compositor y director son la misma persona…, aunque ejerzan funciones distintas. Es el caso del escritor respecto de la voz narradora que escoge.
El narrador de historias versus el autor del relato
Como autor, lo sabes todo: a quién le pasa esto o lo otro, quién gana o pierde, qué se ha de contar y qué omitirse… o postergarse. Y hasta cuándo. Sabes qué impacto quieres causar en el lector: para eso tienes un tema, un argumento, unas preferencias y un punto de vista.

Tamara Alejandra de Vasconcelos está sopesando si no habría sido mejor contarlo como si hubiera estado allí, esto es, en primera persona del singular, que para algo es ella así: singular.
En función de ese punto de vista, eliges un narrador u otro.
Es lo que determinará que la historia se cuente con un determinado sesgo, con una voz u otra. A grandes rasgos, dependerá de que:
- Quieras despertar simpatía por cierto personaje.
- Pretendas que alguien cuente cómo vivió los hechos porque además protagoniza la historia.
- Persigas que alguien dé cuenta de tales eventos porque estuvo, aunque sin implicarse, como mero espectador.
- Prefieras que varias personas se alternen en el relato y ofrezcan sus razones.
- Escojas que la historia resulte lo más objetiva posible y sea el lector quien tome partido o juzgue. Sin condicionarlo.
Distintas voces narrativas para distintos abordajes
Si te resulta más cercano un determinado personaje, escogerás un narrador que adopte su punto de vista; que cuente la historia en tercera persona, pero pegadito a él. Con su voz. Metiéndosele en la piel.
El narrador de historias adoptará una u otra voz según su grado de implicación en lo que relata. En ocasiones, puede que hasta decida engañar al lector. Clic para tuitearEl sexo suele ser fuente de desdichas y generador de sombras. Imagina que tienes un asesino pederasta como protagonista y quieres que el lector sienta un mínimo de compasión por él. Intentaré, con un mismo texto, adoptar distintas voces narrativas, a ver si lo consigo.
La voz del narrador testigo
Bien puede un narrador despertar consideración por un ser abominable. Este punto de vista está mimetizado con el del personaje. ¿No despierta empatía Joker? Pues eso. Imagina algo en estos términos:
La niña dormitaba a su lado. Él solo quería que no volviera a gritar. No quería hacerle daño. Tomó sus braguitas para taponarle la boca porque sabía que en cuanto intentara jugar de nuevo, volvería a ponerse histérica, como cuando papá quería y Lena chillaba y chillaba… Cualquiera podía entender a papá.
Pero a las mujeres no les gustaba jugar. Eran bobas. Bobas de remate. Tampoco a su madre le gustaba, que chillaba como una rata cada vez que el hombre del puro entraba por la puerta.

Este también estuvo y está dispuesto a ponerlo donde haga falta. En 3.ª persona, pero por poco, porque estuvo, vaya si estuvo, y lo vio todito.
La voz es la de una tercera persona que, por como lo cuenta, se diría que estuvo en el cogote del personaje.
El narrador en primera persona: la voz de quien estuvo allí
Esa misma escena, narrada en primera persona no revelaría grandes diferencias. Cambia, eso sí, la persona que relata, que pasa de tercera a primera. El punto de partida es «yo estuve allí» o «nosotros estuvimos allí».
La niña dormitaba a mi lado. Yo solo quería que no volviera a gritar. No quería hacerle daño. Tomé sus braguitas para taponarle la boca porque sabía que en cuanto intentara jugar de nuevo, volvería a ponerse histérica, como cuando papá quería y Lena chillaba y chillaba… Cómo no entender a papá.
Pero a las mujeres no les gustaba jugar. Eran bobas. Bobas de remate. Tampoco a mamá le gustaba, que chillaba como una rata cada vez que el hombre del puro entraba por la puerta.
Narrador omnisciente: la voz más próxima a la del autor
Ahora bien, ¿cómo será la mirada de un narrador que relata la historia sin inmiscuirse, desvinculándose emocionalmente? Ponemos una cámara y pulsamos la tecla de grabar:
La niña dormita junto al hombre, que toma la braguita, la huele, hace un ovillo con ella y se la acerca a la cara. En su cabeza desfilan imágenes a toda velocidad: su padre encerrándose con la hermana, los gritos. Pero él sabe que el papá sólo quiere jugar.
Como sabe que a las mujeres no les gusta jugar. «Son bobas» —piensa— «bobas de remate». Y ve a su madre encogerse y emitir grititos agudos cada vez que el hombre del puro entra por la puerta.
Lógicamente, el relato va en 3.ª persona.
Narrador equisciente: el ecuánime
Esta es la figura del narrador imparcial. Entra en escena con cada personaje, adopta su punto de vista y los va alternando. Tenemos dos actores, en este caso: una niña y hombre.

El narrador ecuánime dice eso de «a mí, que me registren; no estoy dispuesto a tomar partido por nadie. Que los juzgue la historia».
Añadiré un tercer actor para ganar en perspectiva:
Punto de vista del hombre
La niña dormitaba a su lado. Él solo quería que no volviera a gritar. No quería hacerle daño. Tomó sus braguitas para taponarle la boca porque sabía que, en cuanto intentara jugar de nuevo, volvería a ponerse histérica, como cuando papá quería y Lena chillaba y chillaba… Cualquiera podía entender a papá.
Pero a las mujeres no les gustaba jugar. Eran bobas. Bobas de remate. Tampoco a su madre le gustaba, que chillaba como una rata cada vez que el hombre del puro entraba por la puerta.
Punto de vista de la niña
Con el cuerpo inmóvil, se esforzaba en no despegar los ojos para parecer dormida. El hombre era amable con ella el resto del tiempo. «Jugar» decía él, pero jugar no dolía, pensaba ella. Y la sangre. Se moriría si volvía a meterle aquella cosa terrible que la rompía por dentro.
Punto de vista del inspector
Había casos que no parecían salidos de la realidad cercana. Llevaba días interrogando a un hombre que no era un hombre. Iba y venía de un tiempo detenido cuarenta años atrás. Dedujo de su testimonio errático que siendo crío presenció a menudo cómo violaban a su madre y a su hermana. Decía que el hombre del puro solo quería jugar. La mala suerte era que les daba por chillar, la niña también chillaba, y pensó que sería buena idea taponarle la boca con la braguita. No soporta los gritos. Luego la cría se puso azul y el imbécil seguía sin encontrar el hilo que conectaba acción y resultado.
No era la primera vez que lo lamentaba y volvía a preguntase en qué mala hora se le ocurrió hacerse inspector de policía. Iba a estar viendo por los siglos de los siglos el cuerpo breve tendido en el camastro, la carita azul, los ojos desorbitados. Aquellos ojos de miel inyectados de horror.
En este caso, el narrador va adoptando distintas voces que se conjugan de forma alterna y ofreciendo así una perspectiva coral. Siempre en 3.ª persona.
Narrador en segunda persona: una voz peculiar
Es la voz de la confidencia, la que utilizas para dirigirte un amigo, por ejemplo, en un correo. Es la que utiliza Paul Auster en Diario de invierno, su autobiografía en forma de novela: transmite que lo que le pasa a él es algo tan cercano que podría pasarle a cualquiera.

–Pues sí, como te lo cuento. Pero tú, disimula, que esto no va con nosotros.
Para seguir con el ejemplo que nos ha venido acompañando, tomo la voz del inspector:
Y ahora tengo que ser yo quien informe a tu padre. Busco las palabras, pero no me sale nada. Estoy perdido. Un miserable capullo ha sofocado a tu hija metiéndole la braguita hasta salírsele por la nariz… mientras la embestía. ¿Qué has hecho, hijo de puta? ¿Por qué no llegué a tiempo? Y tú eres un padre modélico, y aquella, la única puta tarde en que el puto jefe te pidió que terminaras el puto informe. Tuvo que ser aquella.
Engaña. Engaña con esa cara de hombre normal y modales de hombre normal. Que alguien le meta un par de tiros entre ceja y ceja, que la cárcel es un hotel de lujo para esa bestia. Que no lo perdone Dios. Ah, Dios, ¿puedes explicarme cómo es posible? ¿Tienes lo que hay que tener para explicarme por qué ocurren cosas así?
Y que no tenga que ser yo ni contarle toda esta pesadilla de su niña azul a ese pobre padre.
Personalmente, utilicé la voz en 2.ª persona en este relato con el que competí en la convocatoria literaria ¡Stop homofobia!
El narrador de tu historia y las voces en los diálogos
Sea cual sea la voz que escojas, recuerda que el narrador es otro personaje. Que no eres tú. Y cuando tengas que insertar un diálogo, evita acotar cada intervención con los consabidos dijo, preguntó, respondió o replicó del narrador.
Como autor, debes estar muy alerta para que la voz de narrador y la voz del personaje no se confundan ni se suplanten. Clic para tuitearAhora bien, si el lector tiene riesgo de perderse o de confundir el parlamento de un personaje con el de otro, indícalo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Triple en el silencio de la capilla, temeroso de que alguien oyera los ruidos.
—Ya acabo.
Si en el primer caso interesa informar quién es quien pregunta, en el segundo no hace falta un «respondió su compañero». Resulta, además de inútil, pesado. Interesa más que el narrador se quede calladito y deje que el personaje hable con su propia voz.
El vocativo es otro recurso, pero también pide precaución. Es antinatural estar repitiendo el nombre del interlocutor a cada momento:
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Triple en el silencio de la capilla, temeroso de que alguien oyera los ruidos.
—Ya acabo… —Puso la recortada en el suelo, la deslizó a un palmo de sí y, al poco, susurró—: Manu, dame tu pipa. Esa ya está.
Propina
Toma distancia con la narración. Mira a ver si has ambientado las escenas con detalles que sitúen al lector y lo adentren en la historia. ¡Engánchalo! Añadir pequeñas siembras que fructifiquen más adelante siempre es un recurso valioso.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Triple en el silencio de la capilla, temeroso de que alguien oyera los ruidos.
Le está leyendo la intención en esos ojos de piedra y en ese guarrazo a punto de descargar en su calva a poco que se despiste.
El Triple miraba las imágenes, los ojos inmóviles de un santo con un cordero a sus pies, ojos que iban a parpadear de un momento a otro. Pero ya no había marcha atrás. Por primera vez en su absurda vida rezaba para que no asomase nadie y se armara la de Dios es Cristo. Ellos no tenían remedio, pero él conservaba cierto pudor y una iglesia era una iglesia, aunque el cura fuera maricón y las lenguas dijeran que se había beneficiado a una criatura.
—Ya acabo… —Puso la recortada en el suelo, la deslizó a un palmo de sí y, al poco, susurró—: Manu, la otra pipa. Esa ya está.
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