Desentrañar en qué consiste el poder de influir en los demás: he ahí la clave para labrarse un buen futuro, sobre todo, en lo que a brillo social y solvencia económica se refiere.
Para ello hay fórmulas de sobrada eficacia: mantras de que para triunfar hay que provocar, morbosear, alzar la voz en los platós de televisión, actuar con imprudencia, calumniar; estrategias, a veces finas y otras no tanto que parecen aupar a quien las utiliza al deseado Olimpo.
También están quienes tiran de ingenio. Quienes se salen y nos hacen disfrutar; personas que juegan consigo mismas, con nosotros, y con tal gracia que quedan a salvo de amenazas y reproches. Estas, a diferencia de las otras, tienen mucho más arte en el manejo de las emociones ajenas. Se podría decir que hacen gala de una eficaz economía interpersonal.
Los influidores están de moda
Los del primer grupo al que me refiero se convierten en influidores sin méritos reseñables. (Observa que digo influidores y no influencers). Aducen espontaneidad y naturalidad, pero tiran de una magia que no es tal. ¿Tienen atributos? ¿Y filosofía?

Imagen tomada de Internet.
Tienen, tienen.
- Sus atributos: ser jóvenes, bellos y desinhibidos.
- Su credo: la imagen es la reina en una sociedad de consumo.
Se comen el mundo. Y quienes menos parecen aportar se lo comen más.
Hablan de visión comercial y, sobre todo, de imagen; una imagen cuyo objeto queda encapsulado en sí mismo. Quiero decir: todo empieza y termina en lo que muestran; no hay que buscar detrás. No hay dobladillos. Y tienen éxito a juzgar por la multitud de imitadores, aunque la suerte a estos últimos no les sonría igual.
Aaron James, en un artículo publicado en Zenda, habla de algunos que forman parte de esta especie; mejor dicho, de cierta casta de influidores y de su séquito. Aquí también hay variables.
El carisma y el poder de influir en los demás
También tú anhelas ser dueño de tu propia vida, tener la clave de lo que llaman el poder de influir en los demás: ser tú quien mande en ti y que otros corroboren tu capacidad y poderío. Además, te han contado cómo se hace: un blog de contenidos interesantes, fotos en Instagram, ocurrencias en Twitter. Facebook, para cuestiones más particulares, salvo que tengas una página profesional donde despachar contenido específico. LinkedIn, para lo serio. Y el resto de redes en las que intervendrás, si te da la vida, cada una con sus particularidades e imperativos.
Pero todas esas acciones no te garantizan nada. Son los demás quienes te aúpan. De manera que según seas, atraes un tipo de público u otro.

El uno habla y el otro hace una escucha activa. Es todo carisma: no hay más que verlo.
Carisma es una palabra de gran relevancia en esto de influir. Carisma es escuchar, es dar confianza, ser inconformista y que ese inconformismo se manifieste en acciones. Es ser arriesgado, creativo.
La imagen: una moneda de dos caras
Al tipo de influidores a los que me he referido en primer lugar les gusta hablar de imagen. De una imagen plana, hay que precisar, porque toma en cuenta una sola de sus caras: la de la percha. Lo que hay detrás, si acaso lo nombran, es postureo; no nos engañemos.
Y lo argumento:
¿Tienen visión comercial? Sí.
¿Saben cuál es el lenguaje que moviliza audiencias? Sí.
¿Convierten en oro todo lo que tocan? Sí.
¿Saben qué demanda el público? Por supuesto.
¿Distinguen vida privada de vida pública? En teoría, sí, pero es una teoría frágil. A poco que te descuides, airean sus miserias sin el menor complejo. Hay que ganarse los cuartos; si es ahí donde dormita el poder de influir en los demás, si es eso lo que te saca de pobre… El mercado manda. Es un dogma.
¿Son honestos? Hmmm.
¿Son confiables? Hmmm.
Puede que algunos. Dado que no los conocemos a todos, sería aventurar mucho decir que lo son todos.
No sé a ti, pero quiero pensar que, como a mí, te interesa el trasfondo.
Pequeñas mezquindades que se lo cargan todo
Piensa cuántas veces te has visto a ti mismo diciendo una cosa y haciendo otra. (Esto me recuerda que ayer me prometí que de hoy no pasaba, me he puesto a echarte la charla y… En fin, que no estoy para echar muchas piedras).
Dime si no te pasa este tipo de cosas:
Lees frases que te conmueven y defiendes con pasión la solidaridad, el respeto, la empatía. Persigues un mundo mejor, aborreces la mezquindad y te mortifican los comportamientos inmaduros.

Aquí hay una reunión de personas maduras. No hay más que verlas.
Pero seguido, ladeas la cortina para vigilar a tu competencia. Escudriñas qué dice, qué hace, cómo lo hace. Evalúas constantemente si eres mejor; aseguras el cerco; afianzas la valla que protege tu ganancia. Deseas, como mucho, que le vaya bien, pero siempre y cuando sea un poco peor que a ti.
Y esto es porque por bien que te vayan las cosas, sigues teniendo mentalidad de pobre. Y de este modo, el poder de influir en los demás se va acortando.
El poder de influir en los demás
Mientras tú y yo nos mantenemos en esa precariedad, alguien como Michael Sandel pronuncia estas palabras al recibir el Premio Príncipe de Asturias, de las que extraigo lo siguiente:
«Pero incluso cuando empecé a enseñar y escribir sobre filosofía, quise conectarla con el mundo. Lo que me atrajo de la filosofía no fue su abstracción, sino su carácter ineludible y la luz que arroja sobre nuestra vida cotidiana. Entendida de esta manera, la filosofía pertenece no solo al aula, sino a la plaza pública, donde los ciudadanos deliberan sobre el bien común».
Y esto:
«Reginaldo aún vive en la favela y lidera los debates allí. Creo que él y yo estamos comprometidos con el proyecto que Sócrates comenzó: invitar a los ciudadanos, independientemente de sus antecedentes o circunstancias sociales, a hacer preguntas difíciles sobre cómo debemos convivir. En un momento en que la democracia se enfrenta a tiempos oscuros, hacer estas preguntas es nuestra mayor esperanza para arreglar el mundo en el que vivimos».
Y si tú y yo nos seguimos mirando de medio lado, vamos a influir menos. El poder de influir en los demás crece si caminamos sin reservas.
Caigo y tú me apoyas; caes y te apoyo yo. Perdemos el miedo a errar, incluso a hacer el ridículo. Dejamos de pensar que el otro es el enemigo; que mis problemas desaparecerían si desaparecieras tú. Cae el artificio propagandístico que defiende que a más seguidores, más éxito social, y a más éxito social, más éxito económico.
De qué va esto, a fin de cuentas
Va de que tú y yo nos demos cuenta, valga la redundancia. ¿Cuenta de qué? De que hay que cosas que este tiempo depredador destruye. De que el poder de influir en los demás crece si somos capaces de mantener un tono emocional alto y abierto. Si afinamos nuestras habilidades sociales.

¿Ves? Estas buenas personas sí que lo han entendido.
No va de una acción concreta, sino de actitudes.
Lo consigues si antes puedes gestionarte tú; si te lideras internamente y aprendes a conocerte mejor. También si dejas de hacer publicidad de valores que no tienes y te muestras vulnerable. Si puedes identificar qué te une con alguien, más allá de lo profesional.
Sostengo que te haces con el poder de influir en los demás al ampliar tu discurso; al ir más allá de los hechos y considerar los factores que están en juego (y en el juego estamos tú y yo: carne, huesos, ideas, pensamientos, sentimientos, emociones). La clave está en ir más allá de las apariencias, del lustre social de la superficie y de la habilidad solo al servicio de uno mismo.
Entonces podremos hablar de imagen como algo que trasciende lo que está a la vista. Y desde ahí sí compartir nuestros sueños.
Propina 1
Son estas pequeñas acciones las que cambian el mundo. Abandonar la queja de lo mal que funciona y hacer algo al respecto. Es tiempo ya de que las guerras sean otras y no las que comienzan con la avaricia, la envidia, el miedo. Hora de que a todo eso lo suplanten el ingenio, el humor, la colaboración… Auténticos valores.

He aquí una influyente de libro: con apenas un tenue aleteo en las antípodas, provoca un torbellino en tu barrio de agárrate y no te menees.