Este oficio encierra cara y cruz y una curiosa deriva: el dudoso gozo de escribir. El goce o la —a veces— tortura.
Está, por un lado, ese tiempo en que uno escribe de forma espontánea; y está, por otro, ese momento en que alguien decide zambullirse en la escritura con todas las consecuencias. Y las consecuencias son hacerse una persona de letras con todas las ídem. Incluso dentro de ese grupo, hay dos subgrupos más: el de quienes parece que escribieran sin esfuerzo y el de quienes derraman sangre, sudor y lágrimas; en ocasiones, hasta un punto tal que lo acaban dejando.
Entre los escritores avezados, hay quienes, además de escribir, se dedican a impartir cursos de escritura. Tienen un mantra: «Muestra, no digas ni expliques». Puedes leer acerca de qué es esto aquí y aquí.
Como si eso fuera fácil. Como si solo con decirlo valiera.
El gozo de escribir se encuentra después de haber desechado mucho, cuando se materializa en el papel o en la pantalla cierta palabra como caída del cielo. Share on XTambién dicen que los principios sobre los que se sustenta lo escrito deben ser economía, simplicidad, claridad. Pasa como con el mantra: como si fuera fácil y como si valiera con solo decirlo.
El gozo de escribir
Natalie Goldberg publicó en 1986 El gozo de escribir. Mi edición es de 1997 y no lleva ese subtítulo que añaden las nuevas ediciones: El arte de la escritura creativa.
Dice cosas muy bonitas e inspiradoras, como que «la unidad base para el adiestramiento en la escritura es el ejercicio por tiempo». Y recomienda seis reglas que deberían ser el santo y seña de cualquiera que se adentra en este noble arte:
- Mantened la mano en movimiento. No os paréis para releer la frase que acabáis de escribir. Esto solo significa poner obstáculos e intentar asumir el control de lo que se está diciendo.
- No borréis. Esto significaría confundir la creación con la revisión. Aunque hayáis escrito algo que no teníais intención de escribir, dejadlo.
- No os preocupéis por la ortografía, la puntuación y la gramática. (Ni siquiera os preocupéis por quedaros dentro de los márgenes o líneas de la página).
- Perded el control.
- No penséis. No os dejéis engatusar por la lógica.
- Apuntad a la yugular. Si al escribir, sale algo que os da miedo u os hace sentir vulnerables, zambulliros dentro. Probablemente está cargado de energía.
Sigue hablando de la escritura como práctica: mejor sale cuanto más se practica.
Claro, como todo.
Un cierto síndrome tras el gozo indudable de escribir así
Escribir no es siempre gozoso, ni cuando escribes así.
Hay autores que escriben entre la desesperación y la desilusión (léase Bukowski), autores que, sin embargo, encuentran ahí su gasolina. Fue el caso también de Marguerite Duras o el de Kafka.
Escribir así, como dice Goldberg, dejando que todo salga sin juicios ni cortapisas, está muy bien. Y debe ser gozoso. Ya lo creo que sí.
Bien es verdad que luego habla de cómo se construye el oficio; de cómo es eso de ir dando voz a la propia interioridad y ladear la cantinela que invita a dejarlo; habla de disciplina, de cómo dar con los temas, de la fuerza de los detalles. De concentración, de precisión, de comunicación. También de meditación.
Habla, por supuesto, de algo que a muchos autores noveles se les atraganta: releer y reescribir.
Un libro delicioso que deja para el final otra verdad inapelable. Reproduzco las palabras que la propia escritora escribe en el epílogo:
Terminé de pasar el manuscrito el domingo, a las once de la noche. Me dije a mí misma: “Sabes, Nat, creo realmente que el libro está acabado”. Me levanté y me sentí irritadísima. Me sentía explotada. (“Explotada por la Musa”, como dijo más tarde mi amiga Miriam). De repente, ya no sabía de qué trataba el libro, de qué hablaba; no tenía nada que ver con mi vida. No me serviría para encontrar un amante, o para lavarme los dientes por la mañana. […].
Una reflexión al respecto
Eso que dice Natalie Goldberg se me antoja algo parecido a un síndrome posparto; al cúmulo de sensaciones al encontrarse de cuerpo presente con aquello terminado. No me parece raro que sobrevenga una especie de moderada depresión, como ocurre en la mujer que acaba de dar a luz.
Escribir —y quien escribe lo sabe— es una aventura solitaria y muy muy exigente. Como la de esa misma mujer que alumbra un hijo, por más que el proyecto sea compartido. Tendrá pareja y tendrá visitas y personas que la apoyen, pero la propia Goldberg lo dice: «no se pueden albergar expectativas en este sentido».
Nadie que no sea uno mismo —a excepción de un otro en una circunstancia similar— siente lo mismo ni comprende las dimensiones del pozo en el que osó adentrarse.
Sin rabia, sin fustigarnos y sin autocompadecernos, sino simplemente aceptando la verdad de lo que somos. Si, al escribir, sabemos alcanzar ese nivel, conseguiremos encontrar un punto de apoyo que nos permitirá crecer como escritores. Y aunque prefiramos estar entre las montañas del Tíbet y no en nuestro escritorio de Newark, en New Jersey, y aunque la muerte aúlle a nuestras espaldas y la vida ruja ante nosotros, podremos sencillamente empezar a escribir lo que tengamos que decir.
Natalie Goldberg
El gozo de escribir frente al sufrimiento por escribir
Tenemos una cierta imagen del escritor como una figura ligeramente bohemia que escribe desde que raya el día. Siete u ocho horas sin que nadie lo interrumpa, salvo para ofrecerle un té. Escribe con gozo, relajado, y las palabras fluyen sobre la página como al dictado de un vocero de los dioses.
«Yo trabajo todos los días un mínimo de seis horas; por las mañanas escribo en casa y por las tardes leo, corrijo y rehago en una biblioteca o un café».
Son palabras de Mario Vargas Llosa.

Uno se imagina así el escritorio de Mario Vargas Llosa y ese indudable gozo que debe recorrer al autor a todas horas.
La desesperación sobreviene cuando no sale lo que uno querría. Y puede entenderse: escribir es exigente. Y cuando uno ya no es un ingenuo sabe que ni es fácil ni es divertido.
Desesperación, cuando las palabras no salen ni con fórceps a pesar de que uno persiste en sus renuncias y se entrega como un cartujo.
Hay sufrimiento cuando la disciplina llega desprovista de las buenas intenciones que la fundaron.
Azorín legó para la posteridad este bálsamo: «¿Qué sería un escritor sin esa traba que le obliga a sutiles vueltas y revueltas para decir lo que no se puede decir? La técnica literaria sale ganando».
No significa que no se sufra.
Escribir es servidumbre y gozo
Dice Goldberg que la palabra disciplina tiene algo de desagradable.
«Que tienes que escribir».
«Es que no me apetece».
«Pero fue lo que acordaste».
«Bueno, pero no firmé nada con nadie».
«¿No vale de nada lo que acuerdas contigo misma?».
«Qué pesada eres, joé».
Ahí están las dos partes forcejeando en el momento justo de ponerse a escribir. Y la mente, como dice Goldberg, es tremendamente creativa inventando excusas.

«Pues he salido a la calle y, oye, a lo tonto, me ha venido la inspiración y llevo ya un par de horas escribiendo y… gozando. Por supuesto, traía la libreta conmigo».
No es posible arrancarse la cabeza. También sería práctico sacar a las partes a la calle y quedarse en casa haciendo lo que se acordó hacer. Pero las partes son rastreras: con astucia sibilina, seguirían al más corajudo y voluntarioso hasta la mesa del ordenador o hasta su cuaderno.
En todo caso, es otra utopía.
Lo único que puede hacerse en tal caso es cederles la palabra; que sean ellas quienes se pongan por escrito.
«Qué imbécil eres; te creerás muy lista si piensas que puedes escribir una novela; ni un puñetero relato escribirás. Ve a darte una vuelta, anda, que es lo mejor que puedes hacer».
Así, hasta que se cumple un cuarto de hora. Y al cuarto de hora, sigues con esa tarea que te llevó hasta el ordenador o hasta el cuaderno mientras observas tu resistencia.
Cuando quieras darte cuenta, se habrá ido.
Contradicciones del hecho de escribir: a veces, gozo; otras, tormento
Escribir tiene un goce que es dudoso porque es inestable, sobre todo, al principio.
Habrá ocasiones en que estés triste y tengas que darte una vuelta. Incluso entonces llévate cuaderno y boli o utiliza la grabadora del móvil. Si no, puede ser una solución momentánea, pero puede convertirse en una burda treta.
Está claro que escribir es arte solo a veces. Pero siempre es oficio. Y nadie se hace con un oficio si no se empeña, si no se propone un programa diario de trabajo.
Si huyes de tu oficio con la excusa de que te falta inspiración, es como decir que estás huyendo de él. Coge un libro, mira cómo contaron otros, mantente al acecho; en cualquier momento, te visitará una idea. Si entonces no te pones y tecleas, mira a ver si lo que te detiene es miedo.
Yo creo que solo el escritor de verdad tiene coraje de enfrentarse a ese momento en que la miseria y la bajeza del ser humano se le revelan. Ese es el camino del conocimiento. Y es, también, cuando se abren todas las posibilidades: la del duelo, sí, pero la del disfrute también.
«Escribir es servidumbre y gozo». La frase, una vez más, es de Mario Vargas Llosa.
Propina
Mi recomendación es que busques tu fórmula, que descubras qué te funciona mejor: la noche o el día, la música o el silencio, la mano o el procesador de textos; tal vez, la grabadora; o escribir del tirón o repasar una y otra vez la frase hasta que la doblegas.
Que sepas que, a fin de cuentas, se trata de ti, de lo que te atrapa o te conmueve a ti. De que tus objetivos sean claros. Ponte un cartel que te lo recuerde: ¿para qué querías escribir?
Creo que nadie te enseñará eso, pero creo de veras que tú puedes aprenderlo. Y, a veces, sufrirás, y a veces, gozarás. Tenlo claro también.
¿Te atreves?
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