Escribir es una tarea ardua; gozosa pero ardua. De escribir se puede decir que es el esfuerzo de escribir. Llegar a hacerlo como si las musas soplaran al oído se consigue después de mucha batalla.
¿Batalla?
Batalla, sí; por decir lo que no es fácil de decir.
Y por este orden: primero, tener algo que contar que valga la pena contarse; segundo, poner orden en el pensamiento atropellado, errático y divagante; tercero, darle una estructura en la página.

Las musas te soplan y se sientan a ver cómo escribes y cuánto te esfuerzas.
Porque las musas soplan a quien escribe, pero ni le teclean los textos ni revisan después lo que le soplaron. Ahí te quedas, enfrentado a cosas que, tal vez, te resistes a decir; que se te atragantan porque se parecen sobremanera a nudos gordianos de tu propia vida. Con el runrún de que la idea era buena y con un barrunto de por dónde seguir.
Y entonces empieza lo bueno.
Escribir es un tiempo de conflicto
Escribes palabras. En tu cabeza hay imágenes que solo puedes traducir a palabras si quieres hacer materia de ellas. No caeré en la falacia de decir que la palabra lo es todo, pero sí diré que es la telonera. Cada pensamiento tiene una traducción y, en la medida en que importan los hechos, el sentido de los mismos lo desvela la palabra. La tuya. No hay un sentido general. Cada quien se enfrenta con su mirada y su particular modo de hacer.
Escribir implica un esfuerzo y no ofrece garantías. La élite del oficio sugiere que la literatura tiene una parte de leyenda y otra de fama que pueden nublar la vista del aspirante. Clic para tuitearEn la escritura de ficción ocurre algo distinto a los hechos reales. Aunque te tomes como protagonista, cuando narras, ese tú es otro; un otro que no tiene operatividad en la vida real, que no existe de veras. No podrías invitar a ese yo ficcional a un café ni llamarle por teléfono ni pedirle que te baje la basura. Esa distancia facilita las cosas.
Aun así, escribir es conflictivo.
La necesidad de escribir ficción
¿Por qué la necesidad de escribir ficción para relatar algo? ¿Por qué ese empeño de darle forma literaria al nudo y al mundo? Son interrogantes que a priori no tienen respuesta.
«Intento de buscar nuevas formas de expresarme y nuevas formas de mirar la realidad», dice José Ovejero. Para Rosa Montero, la escritura ha sido ese lugar donde olvidar la muerte pero también trabajarla. Lo explica Edurne Portela, ensayista, en un vídeo titulado Vida y ficción: ¿por qué escribir?

Desde la idea que irrumpe en tu cabeza hasta que del texto surge algo tan verosímil como esto, hay un trecho.
A mí me parece que es un modo de intentar comprenderse y comprender lo que a uno le inquieta en mayor o menor medida, y para eso monta un escenario donde representarlo; a fin de cuentas, escribir ficción es adentrarse en un mundo determinado, el que uno necesita para dar salida a ciertas inquietudes; un modo de empujar la realidad plana y de sacarle punta.
Pero implica esfuerzo y no pocas tensiones.
El esfuerzo de escribir sin ventanas que den al mar
No hay mar, ni real ni figurado, ni sugerentes praderas frente a tu ventana. Tal vez, ni hay ventana delante de ti. Puede que escribas mirando una pantalla con una pared detrás o curvando la cerviz sobre un cuaderno; sin más imágenes que las que te proveen memoria e imaginación.
Pero pongamos que tienes una ventana y un mar delante: el esfuerzo de escribir sigue siendo monstruoso. La página en blanco no la rellenan ni el mar ni las caracolas. Las gaviotas también van a su aire.
Te contaré cómo suceden los hechos…
Acto primero relacionado con el esfuerzo de escribir: emoción
Escribes una historia. Te ha salido casi del tirón. Algo increíble, genial.
Dicen que lo propio es dejar pasar un tiempo antes de volver sobre ella. Que como escribir es el esfuerzo de escribir y nada sale a la primera, mejor dejarla en barbecho.
Pasado un tiempo, vuelves.

Pasado un tiempo vuelves a tu manuscrito y negocias tiempo por calidad.
Si hablamos de meses e incluso años, tú ya eres otra persona, más capaz, más sabia y evolucionada. Aquella primera versión no sirve; hasta tiene un nombre tipificado: primer borrador de mierda.
Vuelta a empezar, aunque te dan ganas de mandarlo todo a tomar por ese sitio en que amargan los pepinos.
Acto segundo relacionado con el esfuerzo de escribir: depresión
Te dices que p’alante, que fracaso es abandonar. Que el esfuerzo de escribir es un esfuerzo mayúsculo de verdad. Nadie dijo que saliera a la primera y, si otros lo hacen… Si otros se arman de paciencia y de tesón y perseveran, tú no vas a ser menos.
Porque algo es claro: menos garantías hay si no lo intentas.
Acto tercero vinculado al esfuerzo de escribir: punto de giro
Escribes una segunda versión haciendo valor del esfuerzo de escribir. Te sale incomparablemente mejor que la anterior.
Como vas en serio, se la envías a la correctora de turno. Esperas con ansia su dictamen si la pobre —te dices— logra sobrevivir al impacto de tamaña virguería.
Y, sí, sobrevive.
El documento vuelve a ti hecho unos zorros y tú te llevas las manos a la cabeza, sobre todo, si es tu primera experiencia de corrección. Repasas cada intervención en rojo criminal y te acometen unas ganas tremendas de matarla. ¿Va a decirte esta que no sabes escribir, que te has montado una película tú solito? Nunca fuiste el más torpe de la clase… ¿Lo vas a ser ahora?
No.
Has debido enviarle la primera versión.
Acto cuarto o fase de negociación
Abres el manuscrito asaeteado como si mordiera y vas retirando línea a línea cada puntilla. Aún puedes aceptar o rechazar cada manchita. Vale, eso sí, lo aceptas; y eso, también. Y eso. Y eso otro.
Claudicas: la correctora sabe lo que hace.
Tú debías estar o dormido o durmiendo —no me hagas explicarlo, que ya lo hizo Camilo José Cela— cuando escribías. Pero tienes que asegurarte: seguro que en algo se equivoca.

Escribir es más difícil que el salto mortal del caracol suicida.
Eso lo vas a consultar. La Fundéu o la RAE pondrán a la correctora en su sitio. Será una modesta vengancita, pero menos da una piedra.
Acto quinto o aceptación: resultado del esfuerzo de escribir
El oráculo (RAE, Fundéu) da la razón a la correctora. Te toca plegar velas y admitir que el texto queda mucho mejor después de aceptar sus indicaciones.
Respiras. No solo tu manuscrito, también tú has evolucionado en todo ese proceso. Ahora recomiendas a todo dios que no ose enviar su obra sin que la haya bendecido un profesional de la corrección. No sabes cómo lo hacen, pero ven cosas que de otro modo…
Por fin encajas que ahí hay un paso im-pres-cin-di-ble.
Ese manuscrito tuyo ha subido de nivel. Ya puedes enviarlo donde te dé la gana sin menoscabo para tu autoestima.

No creas que horadar el hormigón fue fácil. Aprender a escribir implica un tesón similar.
Empiezas a sentir algo parecido a eso que llaman felicidad.
Propina 1
Puedes tener facilidad para ensamblar palabras y no tener el conocimiento que se necesita para organizar un texto. O tener una gran capacidad de inventarte mundos y, en cambio, no tener idea de cómo tramar historias en ellos. También puedes ser un aristócrata de las letras… con una imaginación menesterosa.
Porque una cosa es talento y otra oficio. Una cosa es traer cierto equipaje de serie y otra, emplearse con pico y pala y sacarle lustre.
Propina 2
Y hay algo más: puedes tener talento, ser concienzudo y empeñarte y que el éxito no llame a tu puerta. A veces, el esfuerzo de escribir no desemboca en logros contantes y sonantes.
En ocasiones, todo parece volverse en contra y, sin embargo, ¿puedes dejar de hacerlo? Si puedes, hazlo; si no, sigue escribiendo, puliéndote y… soñando. A veces los sueños…
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¡A mí me lo vas a decir! Pico y pala, pico y pala…
Ja, ja, ja. Quien lo probó lo sabe y me consta que tú estás dentro.
¡Saludos literarios!
Marian, sin duda, tal como lo manejas en el texto, escribir no es fácil; nadie ha dicho que lo fuera: se requiere constancia, conocimiento y mucha talacha , para que un texto quede más o menos.
Eso, por un lado.
Por el otro, faltan respuestas genuinas, sin maquillajes, a la pregunta por qué escriben los escritores.
He oído y leído muchas y variadas respuestas de literatos sobre las razones que los llevan a escribir: que para liberarse de los demonios; que para dejar un legado; que porque es un gusto crear mundos imaginarios…
Creo que el literato no dirá nunca la causa genuina que lo lleva a escribir: ser leído y obtener el reconocimiento; por que los escritores son como vedettes que buscan los reflectores.
Hola, Javi:
¿Te imaginas que un escritor dijera «escribo por puro narcisismo y afán de notoriedad?». Sería como mostrar la propia desnudez, pero ese mismo narcisismo lo impediría. Se me hace que esto es como lo de los gurús: si el gurú dice cosas que inspiran a quienes lo siguen y le instan a cambiar y a superar al maestro, que el maestro sea lo que quiera, ¿no te parece? Desde fuera, cada uno verá lo que quiera ver. O lo que pueda. Si el narcisismo impulsara buena literatura, hasta podríamos darlo por válido. Lamentablemente, pocas veces es así. Por cierto, ¿no dirías que pasa igual con médicos, abogados, arquitectos…? ¿Reconocerían que les guió la vanagloria antes que un afán genuinamente humanitario? Difícil.
¡Saludos desde esta orilla!