Te traigo once premisas para escribir una deseografía, por si le das vueltas a tu candidatura. Quizá no las cumplas todas, pero ¿y si…?
Me preguntas si es condición indispensable escribir desde la perspectiva de los cien años o de los noventa; es decir, desde esa edad lo bastante avanzada en que (probablemente) hay ya más vida detrás que delante.
La deseografía no es un relato de memorias, sino la crónica de una superación. Es memoria y es inventiva y capacidad de proyectarse. Clic para tuitearTú tienes escasos cuarenta. Y claro, te preguntas si podrías.
De qué va la Deseografía®
Si descompones la palabreja, deseo y grafía intuyes que va de apetecerse de algo y de escribir; grafía no es otra cosa que representar por escrito los sonidos.

El deseo es un trébol de cuatro hojas. Vives creyendo que haces lo que quieres, pero es más probable que hagas pactos entre lo que quieres y lo que puedes. Y, así, se te va olvidando seguir el rastro del trébol.
Va de tomar en cuenta experiencias, pero no de memorias. Tampoco es escritura terapéutica, aunque recoloque cosas. El timón es el deseo. Para que cuando suene la hora de hacer balance, sientas orgullo de la vida que elegiste. Va de escribirlo ahora en forma de novela. Eso es una deseografía.
—Hija, arranca, dime algo práctico.
—Fíjate en una experiencia tuya y cuenta cómo te hubiera gustado salir de ella. O alguna de la que te sientes satisfecha de cómo saliste. No fue fácil, pero lo lograste, ¿no? Si se trata de algo vivido en carne propia, la cotización sube. Haz una novela de eso.
—Ya. ¿Y si quedo mal con mi hermano o con mi madre? ¿Y si el cabrón de mi jefe…?
—¡Ah, el hueso! Es la parte divertida. Pero que no te inquiete; es lo de menos.
—¿En serio?
—Hablaremos de ello. Lo que importa es ver donde otros no ven.
—Entonces, ¿da igual la edad?
—Cuando tienes pocos años parece más difícil: menos capacidad de abstracción, de reflexión y de separarte de tu propia experiencia. Porque va de lo que tú haces con lo que te pasa.
Sigamos…
Tres premisas para escribir una deseografía
Cada persona lleva consigo la historia de su vida; una vida vivida de un modo particular e intransferible. Es fácil que repita patrones, que se vea envuelta en situaciones que guardan una especie de parecido de familia. De vez en cuando, conviene rebobinar y adentrarse en lo que muerde.
Ahí van las tres primeras premisas para escribir una deseografía:
- Tienes una historia que contar; conoces bien el meollo porque es tuya. Sabes perfectamente de qué va.
- Te gusta escribir. En más de una ocasión te recuerdas poniendo por escrito algo que te afligía: un disgusto, una injusticia, un apagón, una noche oscura. Tus sueños.
- Piensas en cierta persona como si le estuvieras hablando. Le dices cosas, muchas cosas, cosas que te hacen ruido por dentro. Y la persona te responde en medio de la noche, en forma de pesadilla. Sabes que no es muy razonable mantener esa olla caliente sin hacer algo nutritivo con ella.
Escribir te transforma, vuelve más rico tu pensamiento y refina tu estilo.

La deseografía empieza entrando ahí, en la maraña indefinida de la memoria.
¡Ah, pero qué capacidad de adentrarse se requiere para extraer algunas pepitas de oro de la mina!
Y es a lo que venía: muchas veces la edad es engañadora y los años no te vuelven por sí solos más reflexiva. Ni más animosa ni más valiente. A menudo, es todo lo contrario: te vuelves más temerosa, más gris, más acomodaticia.
Cuatro premisas más para abordar tu propia deseografía
Dentro de la olla hay cosas que no pasaron y que se añaden como algo que parece caprichoso. Eso se dice de la memoria. Pero yo opino que nada hay de caprichoso en lo que recuerdas y en cómo lo recuerdas. Hay cosas que no fueron verdad del todo. No importa. La verdad como tal ni siquiera existe. Y cuando escribes literatura, lo que importa es la verosimilitud, no la verdad.
Van cuatro premisas más:
- Estás deseando pasar página, cerrar capítulos, hacer capital de lo vivido; en cambio, se entremezclan cosas que quieres contar y otras que contarías si pudieras desdibujarlas.
- Sabes —íntimamente— que es la muerte la que otorga sentido a la vida. Y que el sentido a tu vida se lo das tú. (O no lo tiene).
- Quieres tirar de un hilo que arrastrará consigo zonas olvidadas e incluso desconocidas de tu existencia; de la vida secreta de ciertas cosas que te pasan.
- Cuentas con los elementos, pero no sabes cómo convertirlos en narración.
Tu vida es narrativa, es lo que te cuentas de ella y las palabras que empleas para describírtela. La cuestión es si las palabras las eliges tú o si se te imponen «porque es lo que hay». La cuestión es si escribes tú tu propia historia o ingresas en una marea que te lleva sin que puedas oponerte.
O si te plantas y dices «esta boca es mía; y esta manera de narrarme, también».
Tres premisas más para escribir una deseografía genuina
Te pones a recordar y te sorprendes: tu vida diaria es como el cabo de una madeja que alguien enrolló atrás; más un laberinto que una línea recta. Las imágenes que te vienen se solapan: se parecen a la cabecera de una serie de la que hubieras visto capítulos sueltos.
Y coincides con esto:
- Tienes muchas preguntas y buscas respuestas.
- Sospechas que la ficción es reparadora y andas en busca de tiritas. Para heridas que se te revelan en aspectos nimios, como moscones alrededor de la… Mejor no lo digo.
- Te preocupa cómo contar.
No es momento aún de pensar en literatura, estilo… Solo observa la calidad de tu emoción y de tu percepción.
No terminas de recoger el hilo de la madeja que eres. Pero si no lo haces, ¿adónde irá lo que viviste, sufriste, descubriste; todo eso que nadie más conoce? ¿Adónde tus vacilaciones y tus certezas de andar por casa?

Te adentras y, en medio de la arena, van saliendo conchas, la palita que dejaste olvidada, algo que parece un peluche pero es otra cosa.
Lo piensas y te armas de valor, te equipas (mochila, mapas, brújula), pero no te pones en marcha. Y la aventura no empieza.
A la conquista del deseo que hace buena la deseografía
La conquista de un deseo no siempre nos hace más felices; a veces, incluso, es todo lo contrario. Pero son los deseos los que ponen en marcha las tramas de la vida. Deseos declarados o deseos acomodaticios, negociados, ignorados. Deseos activos o deseos inactivos, pasivos.
—No me has contado cómo hacer con el hueso.
—Desdibújalo. Si es tu jefe, idea una trama con un amigo, con un hermano. ¿No tienes? ¡Créalo! O con un vecino. Idea algo con ese personaje. La única condición es que refleje el conflicto y el modo de salir airosa.
—¡Bah!, pero seguro que se reconoce.
—¿Es que está prohibido escribir ficción? Y si es el enemigo, qué más te da… Idea algo que se cargue lo chungo. También eso puedes.
—Sí, pero el pasado, pasado está.
—Hasta eso puede cambiar.
Eso sí: también en la deseografía el principio de verosimilitud es sagrado. Pero el propio tema te da posibilidades de indagar en cómo hacer. Te lo dice esta, que ha mordido el polvo unas cuantas veces: se puede.
—Ahora va a ser que crees en los milagros.
—Como creo en ti.
—¡Bah!
—Sigue el rastro de tu deseo y sé muy honesta con lo que sientes.
—Soy honesta: me acojona un poco.
—El miedo se interpone siempre entre tu deseo y tú. No es real, pero crees que lo es. Invítalo a que se sume y dile quién manda en casa.
La auténtica premisa y conditio sine qua non para escribir una deseografía
La premisa estrella para escribir la deseografía es dar cuenta de una travesía. Y no una travesía cualquiera, sino la del Rubicón. No eres la misma cuando te echas al agua que cuando sales.
Superar un desafío te hace querer contarlo, ayudar a otras personas a que pongan en juego sus propios recursos.
Hablando de desafíos y de esa metáfora del Rubicón: igual me dices que podrías no tirarte. Pero, amiga mía, ya estás metida. El Rubicón es la vida y estás metida hasta las trancas. Si puedes mirar qué lleva la corriente y dónde salta y qué hay en el lecho del río…, no necesitas más.

Esta acaba de hacer balance y le ha quedado una deseografía preciosa. Mírala qué ufana.
A fin de cuentas, somos las personas las que salimos de los bretes, los malentendidos, las discrepancias, las envidias, las pérdidas, los fracasos, las fobias, los complejos. Somos nosotras quienes salimos de temblores y terremotos que nos mueven el suelo y lo ponen todo patas arriba.
La deseografía va de salir airosa, con un sentimiento de íntimo orgullo. Y no porque sea fácil, sino todo lo contrario.
Si estuviera en tu mano, serías la gran protagonista de tu vida. ¿O no?
Esta es tu oportunidad.
Dudas que te acometen
Las dudas son inherentes a cualquier desafío. ¿Podré? ¿Seré capaz? No lo sabes ni puedes responderte cuando empiezas. Lo sabrás al final. De entrada, lo que necesitas es determinación.
—¿Y por qué lo de los cien años?, insisto.
—Se supone que es el momentazo para hacer balance. Y si te ves desde esa altura, satisfecha de lo que hiciste en tu vida, tienes la oportunidad de proyectarte desde ahora. De hacer que tu deseo dirija tu vida.
—¿Y si no puedo dedicarle el tiempo necesario…?
—Vamos a ver. Te apuntas al gimnasio porque tienes un deseo. ¿Le preguntas al monitor si podrás dedicarle el tiempo necesario al entrenamiento? ¡Pero si eres tú quien se apunta!
No caeré en la falacia de reproducir el eslogan de «si quieres, puedes». No siempre querer es poder. Ya me gustaría a mí hacer las acrobacias de Gemma Mengual, pero ni tengo su dotación física ni tesón para entrenar como entrena ella. Escribo; esa debilidad tengo. Y tú escribes; solo necesitas aprender las técnicas que harán de tu vida una novela. Y ponerte a ello un rato cada día.
—¿Y cómo hago de lo real una trama de ficción?
—Las tramas de ficción tienen elementos comunes: un personaje quiere algo y se pone en marcha para conseguirlo. Y la cosa parece que rula hasta que surgen las putadas. El protagonista busca cómo librarse, hace pactos, pero nada: nueva putada al canto. Hasta que descubre cómo salir. ¿Te suena?
Propina 1
En todo caso, para eso está el curso. Hoy solo he querido traerte once premisas para escribir una deseografía que despejen un poco más el misterio. Y para que deduzcas si tus cuarenta son o no suficientes.
Puede que aún te asalte otra duda:
—¿Y si no voy a dedicarme a escribir?
—No importa. Siempre vas a necesitar razonar lo que te pasa, ordenar tu cabeza; verte a ti misma desde otro lugar, aplicar la lógica, tratar de entenderte, ser más feliz.
—Pero eso lo tengo aquí —dices señalándote las sienes.
—Ya; hecho un gurruño.
Propina 2
La deseografía va de conocerse mejor y de conocer un poco más el mundo. De reconstruirse cada una dentro de sus circunstancias.

Te dejo la lámpara de los deseos. Frotas, sale el genio y le pides; pero no cualquier bobería cutre: un sueño íntimo, profundo, ese que de veras sientes que te hará feliz.
Vamos desapareciendo sin darnos cuenta. Que no desaparezcan sin darles el valor que tuvieron la casa, la ternura, el tesón, las relaciones, los triunfos, los fracasos, los años felices; y todo lo que hiciste con ello.
Es así como te salvas de la nada: imaginándote e imaginando cómo sacar a flote tu mejor versión. Para acabar siéndolo, a fin de cuentas.
¿Me dirás qué es lo más valioso que quieres llevarte contigo? ¿Te atreves?
¡Te espero en los comentarios!
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Mi novela es una deseo grafía, en pura regla. Conviertes tu vida en una historia de espías y te cargas a todo el que te hizo la vida imposible. Da un gustirrinín. Je je je
Ja, ja, ja. La tuya yo la llamaría deseo-variante-grafía.
Un abrazo deseográfico.
11 de 11
¿11 de 11? Lo recibo como mensaje encriptado cuyas claves no conozco.
Aunque, pensándolo mejor y dejándome iluminar por la intuición, quizá quieres decir que eres una candidata redonda… 😉