De este título, Los 7 secretos de un buen poema, brincan dos palabras: secretos y poema. Vicente Huidobro decía que «el poeta es un pequeño Dios». Él sabía, como sé yo, que todos los dioses tienen secretos y que por eso mismo escriben poemas.
Vaya por delante que no escribo poesía. Leo poesía. Los buenos poemas me producen un tipo de sentimiento difícil de explicar, pero rotundo; algo que podría llamar esclarecimiento o revelación. Es eso: un buen poema me hace ver más, adentrarme más en algo.

Adentrarse en el poema es como pasar de aquí…

… aquí. El poema enfoca y difumina lo que no es central.
Los dioses tienen miles de estrategias para que nadie les pille en renuncios. Dirán, si acaso, que esto o aquello no fueron sino elucubraciones humanas; que ellos nada tuvieron que ver. Ellos solo juegan al escondite con nuestras emociones íntimas, nuestros latidos, nuestros dolores. Como los poetas. Los poetas son una especie de demiurgos que se las apañan para imitarlos: sus palabras siempre dicen más… sin explicar. Y cada cosa que dicen puede tener múltiples resonancias.
Atrapar la esencia de un buen poema: ahí es nada.
Las palabras se atreven, se adentran en territorios que nunca terminan de nombrar del todo. Pero se esfuerzan, lo intentan. He ahí la magia de los buenos poemas. Clic para tuitearNo se da el fenómeno poético en cada persona que escribe poesía. Se da «cuando el poeta se adentra —palabras de Roberto Bolaño— donde antes nadie se había metido».
Los secretos de un buen poema: las campanillas de las emociones
Te hablé de poesía y para qué leerla. Hablaba de secretos que hoy trataré de desvelar.
Vamos a ver si lo consigo.
El axioma por excelencia en narrativa —y conecto esto con la poesía— es «no expliques; muestra». La narrativa, al igual que los poemas, carga con emociones. Ahora bien, cuanto menos digas se sintió —en sus diferentes personas y tiempos conjugados—, mejor; cuanto menos digas se emocionó, se apenó o se entristeció, mejor; o pensó. Pensar es otro verbo proscrito en narrativa; de hecho, es el primero que menciono aquí.
¿Por qué? Porque esos verbos no le hacen ver o sentir más al lector. No quiero decir que estén prohibidos y si lo hago es guiñándote un ojo; de hecho, hay muchísimos poemas que los incluyen, pero conviene evaluar muy bien su necesidad o su im-pres-cin-di-bi-li-dad.
Si los proscribo, es con un fin, una especie de triquiñuela: que amplíes tu vocabulario, que te adentres en imágenes literarias.

Los buenos poemas logran ese tintineo en las emociones.
Y si sigues leyendo hasta el final, verás que solo es una estrategia mía para que ensanches tu horizonte. El literario y el otro. De esos tratan estos siete secretos de un buen poema.
Entre ejemplos anda el juego
¿Jugamos? Elige entre las opciones A y B:
Opción A
La pantalla muestra un personaje dibujando con carbón en una pared. En una mano, el carbón; en la otra, un pedazo minúsculo de tiza, un lápiz rojo, y los va alternando. A su izquierda hay una puerta. También hace algo en ella; esta vez, con una navaja.
Opción B
Hay un fundido a negro; una voz en off toma la palabra:
Alberto está desconsolado y se ha decidido a escribir algo en una pared, pero como se le ha acabado la tiza, utiliza un trozo de carbón. Parece que escribe un nombre y… algo ondulante. A su izquierda hay una puerta. Saca la navaja y graba algo en ella. Se ve que tiene a su amada en la cabeza.
Dice el dicho que «una imagen vale más que mil palabras». Pero ¿qué pasa cuando las mil palabras rebasan lo que se ve en la imagen?
Obviamente, no es el caso de la opción B. La opción B —la voz en off— explica. No muestra. Tampoco es que sea algo garrafal, pero podría mejorarse. ¿Te animas? ¡Te paso el testigo! Anda, dale una vuelta y pónmelo en un comentario (o la timidez acabará por matarte…).
La elección de quien maneja los secretos de un buen poema
El poeta elige. Octavio Paz no explica que hay un muchacho perdido en disquisiciones sentimentales porque echa de menos a su amada. Dice, en cambio:
Las imágenes verbales que propone Paz no cambian el hecho de que hay un hombre grabando algo en una pared. Pero cambian por completo el estado emocional de quien lee esos versos.
Incluso si Julia de Burgos tomase la voz y la palabra, escogería —como escogió— decir:
Tengo el desesperante silencio de la angustia
y el trino verde herido…
¿Por qué persiste el aire en no darme el sepulcro?
¿Por qué todas las músicas no se rompen
a un tiempo a recibir mi nombre?
Y seguro que ambos dirían que las palabras, por más que lo intenten, no alcanzan. La palabra amor nunca será el amor. Ni el paraíso será nunca el paraíso por más que Ezra Pound lo intente:
He intentado escribir el Paraíso
No te muevas
deja que los vientos hablen
eso es el paraíso
Deja que los dioses perdonen
lo que he hecho
Deja que aquellos a quienes amo intenten perdonar
lo que he hecho.
Y aquí van los siete secretos de un buen poema:
De los siete secretos de un buen poema: primer secreto
La condensación de una imagen.

La puerta prohibida del poema de Octavio Paz.
En el primer poema, Octavio Paz desgrana una situación con toda la carga sentimental de quien protagoniza la escena. Plasma, en palabras tan sonoras como sencillas, ese sentir trágico del enamorado. Como sabemos, el enamorado siempre está a un tris de perder el oremus y hace cosas que, en su sano juicio, nadie haría.
(También —dicho sea de paso— actúan como enamorados quienes se enganchan con una idea o militan en un determinado propósito. Y escriben grafitis donde quiera que encuentran unos metros cuadrados de pared virgen).
Mencionaré aquí la disposición gráfica de:
sangre / y la piedra grite
(Si se te ha pasado por alto, vuelve sobre la imagen del poema, que WordPress no entiende de poemas y me la juega: se salta la colocación de los versos).
Y la propia aliteración, que contribuye si no a que la piedra grite, a incidir en esa pasión indecible.
De los siete secretos de un buen poema: segundo secreto
Proponer preguntas que no tienen respuesta.
En su poema, Julia de Burgos trabaja con esos interrogantes como revulsivos. Trino verde y aire y músicas no son sino símbolos de una libertad que se opone a la opresión de su desesperante silencio de la angustia. Y lamenta su trino verde [veo ahí la espontaneidad del canto del pájaro, que, sin embargo, está herido]. Y sigue pidiendo cuentas a las notas que alegran las vidas de los mortales: ¿por qué todas las músicas no se rompen / a un tiempo a recibir mi nombre?
La poeta reclama a gritos su sitio. ¿Lo ves? De eso va: de ver.
De los siete secretos de un buen poema: tercer secreto
El lenguaje se trabaja hasta que revela el alma herida. El lenguaje traslada, traduce, transporta. No explica. No cuenta que el alma se sintió así o asá; omite el relato de la experiencia.
El alma angustiada se expresa en un decir mágico del lenguaje. Las palabras —dime si no— dibujan algo que excede a lo que muestra la imagen de la pantalla. La realidad sigue siendo la misma, pero son otros los ojos.
De los siete secretos de un buen poema: cuarto secreto
La musicalidad de las palabras.
Las palabras en un poema no son unívocas, sino que pueden tener múltiples resonancias; de ahí que impactan de distinto modo en quien las lee.
Por cierto, un poema no se lee como se leería un texto en prosa; hay que hacerlo en voz baja y en susurros o en silencio. Quizá no atrapas su significado y, aun así, la música de las palabras te lleva a una realidad más sugestiva. O más elevada. O más noble.
Algo así.
De los siete secretos de un buen poema: quinto secreto
La intensidad. Solo están las palabras estrictamente necesarias. Hay exactitud, concisión, una gran consciencia de cada palabra. Cada poema es una flecha que da en una diana.
No es igual la prosa, pero créeme: deberías perseguir la exactitud, la concisión y desarrollar una gran consciencia de cada palabra. La literatura y la propia vida se enriquecen. Tú te enriqueces, creces, te adentras.
De los siete secretos de un buen poema: sexto secreto
La conjunción insospechada o el emparejamiento de palabras que nunca habrías santificado como matrimonio:

Poco más se puede añadir…
Un trozo de carbón, un gis (una tiza) roto, un lápiz rojo (no podía ser de otro color): el asunto es nombrar a la amada como sea y donde sea: bien vale una pared anónima, una pared de nadie.
Y bien vale la puerta prohibida, aunque suponga transgredir límites. Y hasta que…
… la hoja de mi navaja sangre / y la piedra grite / y el muro respire como un pecho.
Aire / sepulcro.
Músicas / romperse.
Trino verde / herido.
Son uniones entre conceptos insólitos. Hay otras figuras escondidas ahí, pero deberán aguardar a una ocasión futura.
De los siete secretos de un buen poema: séptimo secreto
Hacer de lo particular algo universal.

Que en tu poema estés tú y esté el mundo.
Esto se logra transcendiendo lo privado. Si es tan privado que no puede universalizarse, no encontrará lectores. El lector tiene que poder sintonizar, reconocer algo de sí mismo ahí, incluso conocerse más.
Propina 1
Esos dos poemas que han acompañado este texto crean inquietud. Intrigan. Tocan. Conmueven. No se precisa ningún otro instrumento de medición. Por todo eso, mi recomendación de hoy es que leas poesía. ¿Te haces idea de la cantidad de recursos que te proveerá?
Pues eso. En la medida de lo posible, trabaja así tu prosa. Vale: no es poesía; de acuerdo, pero ¿qué razón habría para que no te aplicaras en ser conciso, preciso y contundente?
Propina 2
Hace un par de días murió Ernesto Cardenal. Él, que está ya con los dioses y participa de su omnisciencia, sabe que te recomiendo vivamente leer poesía. Y total, que me dejó esto para ti:
Esta será mi venganza:
Que un día llegue a tus manos el libro de un poeta
famoso
y leas estas líneas que el autor escribió para ti
y tú no lo sepas.
Propina 3
Me despido —basta ya de secretos— con un poema de José Gorostiza. El poeta utiliza los verbos sentir y pensar, de los que ya he hablado al principio; dos verbos que proscribí en este enlace que incluyo de nuevo. ¡Ah!, pero mira cómo quedan justificados y me quedo sin más que añadir:
¡El mar, el mar!
Dentro de mí lo siento.
Ya sólo de pensar
en él, tan mío,
tiene un sabor de sal mi pensamiento.
Las palabras son un puente imperfecto. Nunca podremos decirlo todo; no seremos capaces de decirlo en su completud y en su complejidad; pero son, a la vez, el único puente que puede salvarnos.
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