Vuelvo con claves para escribir un epílogo redondo que complete lo que ya vimos en este otro artículo.
Para empezar, hago una distinción necesaria: prólogo, te lo conté aquí, va al principio de la obra, justo después del índice —cuando el índice va al principio, que no siempre—. Epílogo, te lo conté aquí, va al final; antes de la bibliografía, si la hubiere. Prólogo y epílogo vendrían a ser las tapas del bocadillo.
Un epílogo redondo
Un epílogo es un resumen, decíamos, una especie de sobrevuelo a la obra. Lo dice la propia palabra: epi, que significa sobre, y logo, que es discurso. Un epílogo redondo cuenta algo que no se ha dicho a lo largo del escrito, que arroja luz sobre él y que abre el apetito que se tuvo de más.
En una obra literaria, puede ser también una forma de desenlace. Un después de que todo el mundo y en especial los protagonistas hayan dado buena cuenta de las perdices.

Una obra sin epílogo es una oportunidad perdida de conectar más a fondo con el lector.
Cuando leía los primeros cuentos y novelas, me quedaba la intriga de cómo sería el día siguiente. Era frustrante no saber qué pasaba con los personajes una vez que aparecían las letras del fin. Si de últimas había tema (Cenicienta, La bella durmiente) quería saber si la magia continuaba. Y cómo. Tampoco hubo amplificaciones después: Un encigüeñado día de boda, La novia envidiosa y su boda perfecta no iluminaron ningún después.
En las novelas de aventuras, las de Los Cinco y Los Siete Secretos, igual. La aventura terminaba y… terminaba. ¿Alguien sabe cómo se hicieron adultos y cómo envejecieron? Ni epílogos ni segundas partes hubo. Al menos ahora It y el Club de los perdedores se ven las caras veintisiete años después, aunque no se trate de un epílogo precisamente.
¿Qué obras llevan epílogo?
Esas obras infantiles que menciono no llevaban epílogo, y así nos quedábamos mis intrigas y yo: sin aclaraciones ni redondeos. Pasmadas. Como mucho, en alguna edición, incluían moraleja, pero de desvelar misterios y poner broche al cuento, nada de nada. Me quedaba mirando la cubierta como si fuera a saltar algún indicio de ahí.
En el artículo anterior, cuyo enlace tienes al principio, puedes leer algunas obras de ficción que lo llevan y que han pasado por mis manos. Si te encuentras con los autores, exprésales mi gratitud.
Imagina que escribes una novela de misterio o de suspense y que pones a tu protagonista al principio de otra intriga. ¿No crees que se le abrirá el apetito al lector y que será un modo fantástico de impulsar tu siguiente entrega? ¿Qué cuestión desconcertante tendrá que resolver? ¿Se divorciará Blancanieves? ¿Se presentará el lobo con una apisonadora ante la casa enladrillada del cerdito más concienzudo? ¿Hay lobos políticamente correctos en los cuentos actuales? Estaría bien algún epílogo que dé pie a la obra que está a punto de irrumpir en escena. O que lo estará Dios mediante.

Con lo bien que le hubiera venido un epílogo para que quedase redonda…
Pero sí: el epílogo es más propio de los ensayos y las obras de divulgación. Es el espacio de la síntesis de las ideas que se han venido desgranando a lo largo de la exposición y de las conclusiones a las que ha llegado el autor.
Cuando el epílogo era redondo
Si ahora somos brutos, antes lo éramos más y estábamos menos acostumbrados a los sobresaltos. Hoy día parece que vamos de vuelta de todo. Antes empleaban los epílogos para mitigar impresiones; ahora, al ir mucho más sueltos y por cruel que sea lo que relata una obra —en cualquier formato—, no necesitamos que se nos mitigue nada.
Entonces el epílogo tenía función de sosegar la violencia que una representación hubiera producido en los asistentes. Era la dosis de árnica que aquellas almas impresionables necesitaban para irse a sus casas un poco menos conmovidas.
Cómo escribir un epílogo redondo… para el Quijote
Alguno diría que el Quijote es la versión antigua de El Gordo y el Flaco. Rescato aquí un tuit de Antonio Martín (@amoenus) que viene al hilo:
Una vez escuché a un milenial resumir el Quijote en menos de un tuit:
«Era un jambo mu venao».
Síntesis y concreción. Pa qué tanta página y palabras raras.
Un imaginario epílogo al Quijote
Supongamos que acabas de leer la obra maestra de Cervantes y que no has terminado de verle la gracia. ¡Ha llovido tanto desde que la escribió! Y estás tan saturado de impresiones que… te cuesta pillarle el punto.

Un epílogo para el Quijote que no es redondo, pero que te ofrece algunas pistas.
Modestamente, te propongo un brevísimo epílogo en los términos que siguen. Y digo brevísimo porque créeme que lo es para una obra con tantísimo pormenor:
Introducción para un epílogo que pretende ser redondo
En verdad que no ha sido tanto el peso de la trama como los mil y un matices de los personajes. Si la obra de Cervantes es revolucionaria en un único punto, se debe a la cantidad de aspectos contradictorios reunidos, y no solo en una misma persona. Tenga en cuenta el lector que antes del Renacimiento las figuras representadas eran planas, estáticas, unidimensionales y nada realistas.
Trasplantado esto a la novela de caballerías: en ellas tenían más importancia los hechos que los actores, cuyos rasgos eran propicios para servir a las tramas.
Don Quijote, en cambio, con sus múltiples facetas, irrumpe en la escena como un tipo de mala facha y cabeza de orate. Debió causar estupor en 1605; hoy diríamos que está como una cabra y que de ingenioso, como lo adjetivó su autor, tenía más bien poco.
Pero no es así. Retrocedamos cuatro siglos cabales…
Cuerpo del epílogo
Descripción física de los personajes principales
La descripción física de los tipos es acorde con sus maneras de ser y sus anhelos. Don Quijote, flaco, y Sancho Panza, gordo; el primero, taciturno, utópico, desconectado de la realidad; el otro, espontáneo, primario, movido por la panza y las cuestiones materiales y con una figura que da fe de sus preocupaciones. En ambos casos, así como en el resto de personajes, los defectos físicos son esenciales. Además, vomitan, defecan y son víctimas de incontables calamidades. Don Quijote pierde un trozo de oreja y dientes en uno de los episodios, pero hay otros actores zurdos (el ventero), bizcos (el galeote que se hace titiritero), huelen mal (la prostituta Maritornes) o tienen úlceras supurantes en las piernas (la duquesa).
¿Habrá habido un autor que caracterice con tan poco gusto a sus criaturas y las maltrate con tanto empeño?
En el extremo contrario, compartiendo virtud y belleza, dibujó a Dorotea, Luscinda y Zoraida, pero con los actores principales anduvo menos que escaso.
Carácter de don Quijote y Sancho Panza
Don Quijote vive en un mundo ajustado a una fantasía: convertirse en caballero andante; a ser posible, un Amadís de Gaula. Sancho, rústico y analfabeto, es sensato, prudente; dotado de una especie de sexto sentido que lo hace ser respetuoso con su señor, aun cuando ve que está loco. Como en una especie de efecto dominó que provoca el carácter de Sancho, el amo tiene consideraciones no solo con él, sino con quienes lo descalifican; tal es la influencia del escudero. Eso, como quien no quiere la cosa.
Cervantes lo caracteriza con una inteligencia y perspicacia naturales eficacísimas para lidiar en los mil y un desatinos que provoca el amo.
Valor de la obra cervantina
Noble y ridículo, don Quijote es el primer loco diseñado de la literatura universal. Es un hombre extraordinario en sus ambiciones y discursos, y un fantoche ridículo al mismo tiempo: porque la locura de don Quijote no es tal simple locura. No es solo trágico o cómico; no es solo ridículo. Lo es todo al mismo tiempo. Esa combinación esperpéntica es clave de su genialidad.
Hablamos de una locura de diseño que el gran Cervantes se ocupó de elaborar para poner patas arriba el idealismo; para instar a conjugarse con la realidad. Los idealismos machacan a quienes plantan sus andamios en utopías inútiles, viene a decir.
Esto, por no hablar del narrador, un cínico que juega al escondite de manera magistral: hay hasta cuatro autores ficticios que enmascaran la responsabilidad del propio autor respecto de su obra.
¿Y cuál es el apellido de don Quijote? Quesada, Quejana, Quijano… El narrador le da múltiples nombres, duda, como si hablara de oídas de su propia obra; se embarca en una heteronimia asombrosa. Es un contador astuto que se hace el tonto. Hasta tal punto es así que —en palabras de Jesús Maestro— «lo que el narrador está contando en el Quijote ni siquiera es lo que está ocurriendo en el Quijote».
Conclusión
La intención de Cervantes parece ser reflejar la vulnerabilidad del ser humano en una vida que muda continuamente. Y, por supuesto, despistar a la censura de su tiempo.
Empieza hablando de unos manuscritos que encarga traducir; cuenta las historias desde múltiples puntos de vista; hace decir a los propios personajes de la segunda parte que han leído la novela; otros son conscientes de estar siendo representados en una obra; algunos carecen de nombre: de nuevo, Cervantes juega al escondite cuando le interesa. Y hay más personajes aún que crean a su vez personajes ficticios e incluso el propio don Quijote convierte en personajes a gente que se va encontrando por el camino.
Alonso Quijano recobra la cordura para morir en su «lugar de la Mancha». Muere lúcido, desvestido de su papel, con Sansón y Sancho rogándole que no abandone ese personaje. Pero cae el telón: el espectáculo debe terminar.
Este minúsculo epílogo no puede ser redondo ni por cuestiones de espacio ni de capacidad de esta que escribe de escudriñar a fondo sus entresijos, tantos como tiene y de tanto calado.
Nada termina aquí, sin embargo: don Quijote se mantiene vivo en la mente de Quijano, en la del propio Cervantes y en la de todos nosotros. ¿A que aún te preguntas si existió o no de veras?
Siete claves para un epílogo redondo
- Sube de nivel: haz una mirada que rebase lo que relata la obra.
- No cuentes lo que ya se ha contado. Añade aspectos que no tenían sentido incluirse a lo largo del desarrollo.
- Pregúntate qué es lo último que quieres comunicar al lector.
- Mantén el tono. Si es una novela, no te salgas de la voz narradora; si escribiste en tercera, sigue en tercera; igual si lo hiciste en primera. Si es una obra divulgativa, conserva el tono formal.
- Revisa el prólogo. Cuida que haya una hilatura que conecte principio y fin.
- Destaca ese aspecto o aspectos que ponen de relieve el valor de la obra.
- Si es una obra literaria, decide qué sensación quieres que perdure en el lector.
En tal caso, ¿contarás qué pasó al día siguiente de que comieran perdices? Por favor… La niña que fui te lo agradecerá.
Propina
No necesitas subtitular cada párrafo del epílogo. Puedes escribir de corrido, aunque sin olvidar darle una estructura. Si se trata de una obra compleja y quieres dar cuenta pormenorizada de los distintos aspectos, entonces sí: incluye subtítulos o intertítulos. Te ayudarán a ver a ti y, por supuesto, al lector.
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