Hazlo: engancha al lector con una historia. Pero no con cualquier historia ni escrita de cualquier modo. Siéntate, toma papel y boli o abre una página en un documento de Word. Y espera. En cuanto la idea sobrevenga, escribe. No sabrás de dónde viene ni por qué se te propone eso y no lo otro; no importa. Escribe.
Cuentas con dos ingredientes fundamentales: escribir e imaginar, dos verbos que se conjugan en paralelo.
Por descontado: escribe bien, esto es de Perogrullo. Y escribe eso que te ofrece la imaginación, pero imagina y déjate de tópicos. Escribir e imaginar son verbos que tienen que confluir.
¿Qué es enganchar al lector?
Llevarlo a algún lugar no es bastante. Si así fuera, solo triunfarían las novelas de suspense, las policíacas o las de carretera (lo que en cine se llama road movie). Pero sabemos que hay mucho público al que no le gustan.
Te preguntas si tu novela tiene que ser de un género específico para que la tensión haga lo suyo. La respuesta es no.
Imagina una historia de amor: los personajes no hacen otra cosa que mirarse a los ojos, morrearse y extasiarse ante las respectivas contemplaciones. Y como los peces en el río, se miran y se vuelven a mirar: ahora él descubre un lunar; ahora ella contempla las manazas que dentro de un rato se posarán en sus muslos.
¡Por todos los dioses! ¿A qué lector engancha algo así, sentimentaloide a más no poder? No me digas, pero parece concebido por un tertuliano de Telecinco. Ahí no estás llevando al lector a ningún lado; al contrario: es como haberlo clavado al suelo. Se soltará y romperá algo que impactará de lleno en tu cabeza.

Puede parecerte de Telecinco, pero es el protagonista de una historia que a buen seguro va a enganchar al lector.
Enganchar al lector es, como decía Chéjov, «no estorbar a los protagonistas de la propia novela, renegar de uno mismo, aunque sea por media hora».
Así que haz el favor: apártate. Pero apártate para adentrarte en ellos mucho más.
Escribes así porque a ti te gusta así
Sé que escribes lo de las miradas reiterativas y el éxtasis porque a ti te engancha algo de eso. Y, además, has oído decir que tienes que escribir lo que a ti te gustaría leer. Pero es fácil que no hayas pensado en lo siguiente: lo que crees que te engancha es solo parte de una impresión: la que te queda después de haber leído algo (quiero pensar que) bien escrito. Como si un mosquito se te hubiera metido en el ojo.
Ahora, recuerda que lo que escribes no termina en ti, sino que pretendes llegar a otros e impactarlos.
Imagina que tienes delante al lector y que le dices a la cara eso mismo que has escrito. Es un sano ejercicio y una prueba de fuego que debería ser obligatoria. Clic para tuitearDime si no habrías preferido saber si…
En el banco de enfrente hay un viejo que no los pierde de vista. A ella le gusta que el hombre eche de comer a las palomas, pero a su compañero le revientan esas ratas con alas y finge un gusto que está muy lejos de sentir. Debería estar prohibido alimentarlas. En buena hora forró de púas los alféizares de las ventanas de casa.
Cuéntame si no hubieras preferido leer por qué hoy…
Ella va vestida de esa forma rara. Justo hoy, que calienta de lo lindo, lleva una bufanda alrededor del cuello que se ha ocupado de combinar con una minifalda. También el pelo está raro, enredado, cuando nunca perdona la raya en medio y que se derrame parejo a ambos lados.
También yo habría querido saber por qué…
A él, aun así, le sigue pareciendo guapa. No repara en la bufanda, sino en la minifalda que arde con luz propia y hace juego con su piel de bronce. Ella sonríe y baja la mirada y entonces él se fija en la bufanda: un rasgo de personalidad y buen gusto, sin duda.
Vale, sí, y de vez en cuando la besa mientras le pone una mano en el muslo.
Por dónde enganchar al lector con una historia
De ese modo no interrumpes, que es lo que viene a decir Chéjov. Dejas que los protagonistas sean quienes son y se comporten con arreglo a sus respectivos modos de ser. Y que el lector vaya sabiendo quiénes son a partir de esos rasgos. Cuentas mucho más que están enamorados y todo es almíbar y palomitas de maíz.
La realidad no es así y la ficción, tampoco.
Prosigamos. Se trata de que cada frase que añadas adentre al lector más y más en la historia. Que dejes a un lado tu subjetividad.
Él lleva coleta y va al gimnasio. No es ni gordo ni flaco, pero no pierde ocasión de exhibir el brazo derecho: se ve a un chiquillo subiendo por unas escaleras; arriba del todo, un reloj. El cuentista viste ropa deportiva de calidad y relata la historia que encierra su tatuaje. Su trabajo ya no consiste en limpiar de ratas y cucarachas el chamizo en el que vive. Ahora está en el sector servicios, en concreto, el de la compañía. Se llama Venancio, pero se hace llamar Martín.
Están deseando que la historia les enganche, pero a juzgar por las caras…
Ella se tiene por perspicaz. Han salido cuatro veces, aunque apenas le bastaron unos segundos para saber que estaba en buenas manos. Lo malo es que él empieza a exigirle cosas y tarde o temprano tendrá que contarle quién es en realidad. O quizá sea posible ocultárselo y hacer borrón y cuenta nueva. De todo.
La pareja está en el parque y, sí, parece enamorada, pero coincidirás conmigo en que ahora sabemos mucho más de ambos.
La pretensión de enganchar al lector te obliga a contar «bien» una historia
Si un relato no va llevando a querer saber más, ese autor no ha escrito para ti. Puede que sea muy bueno, pero no es para ti.
Digo «te obliga a contar «bien» una historia». Y me preguntas, en buena lógica, qué es contar bien; cómo es contar algo que se inscriba dentro de ese adverbio… tan genérico. ¿Qué es bien?
Confieso que no lo sé. Sé lo que es escribir bien para mí (ahora parezco Kant, ¿no es cierto?) y es lo que trataré de describirte.
Al hombre del banco no le gustan los tipos que llevan coleta y, menos, si van tatuados. No son de fiar. Y está claro que ella es una pavisosa que no sabe dónde se mete. El hombre del banco sabe que esta es de las que son buenas y decentes hasta que dejan de serlo. Pero qué le importa a él. Las palomas; él solo está de parte de las palomas. Los demás, con su pan se lo coman. ¡Ah!, si tuviera veinte años. Pero la vida pasa derramando agua sobre cualquier hoguera.
¿Ves que hay una distancia entre lo que muestran las señales y lo que cada personaje percibe? Todo eso va dando cuerpo a la historia y contando de más.
Cómo contar «bien» una historia
- Describe espacios para que el lector sepa dónde anda el personaje o si hay cosas que lo condicionan; si sirven para contar algo de él, de su personalidad o su estado de ánimo.
- Si vas a narrar aspectos meteorológicos o ambientales, ojo: huye de tópicos como «la noche era oscura como boca de lobo» y no te pongas solemne; nada de «las luces del día huían filtrándose por los rincones como astutas ladronzuelas». Cuenta, si acaso, que alguien cierra unos postigos, que un perro olisquea entre las sombras; y si hay luna llena, cuenta que hay algo que hace guiños a lo lejos y «cuando Malena se acerca, ve que es solo un casco de botella que centellea».

Si vas a hablar de la luna, a ver qué cuentas, que al viejo no le impresiona ni le engancha cualquier luna.
La luna: se ha abusado tanto de ella… O dices algo que no haya dicho nadie o mejor déjala en paz.
- Utiliza metáforas y símiles cuando necesites que el lector vea, perciba, huela, palpe. Hay escenas que no necesitan alambiques y piden una descripción directa, sencilla. Echar mano en cada párrafo de una figura literaria satura el texto. Hazlo solo cuando la imagen resulte eficaz porque de otro modo tendrías que utilizar circunloquios y perífrasis. Sé simple, amiga mía, amigo mío.
- Si sientes algo de manera especial, íntima, narra eso. Nada se te parece, nadie siente como tú. Si se parece a lo de otro, es que no eres tú, es que se te ha pegado un tópico. Ten por seguro que se ha repetido por los siglos de los siglos.
Qué no contar ni permitir que manche la historia
Y si no sientes, preocúpate: algo no anda bien.
- Cuando quieras situar al personaje en medio de la naturaleza y enganchar al lector, no cometas el error de hacer un listado: descripción de nubes, árboles, prados, pájaros, riachuelo, densidad del aire, etc. Pregúntate cómo el lector podría captar todo eso en una imagen potente; que describir la noche permita a quien lee conectar con el estado de ánimo del personaje. Por ejemplo.
- No describas por describir y por rellenar páginas. Te aborrecerán una vez. Solo una.
- Tampoco entres en detalles irrelevantes. ¿Es igual si fuma que si no fuma? ¿Cambia algo? Yo dejé de fumar hace más de treinta años (para algunas cosas he sido muy precoz) y no hubiera sido igual seguir fumando. Supón que tienes un personaje con una pinta estupenda. Poco después, abandona la escena machacando un cigarro en el suelo y dando un portazo. Todo ha pasado en el salón de una casa. Dime si ese cigarro y ese portazo no están contando un buen montón de cosas.
- Mi recomendación es que dejes a un lado lo que no conozcas o no entiendas. Métete en harinas de las que hayas tenido experiencia y narra desde ahí. Chéjov también decía que «el arte no tolera la mentira. Se puede mentir en el amor, en la política, en la medicina; se puede engañar a la gente e incluso a Dios; pero en el arte no se puede mentir».
Propina 1

El chico se ha cortado la coleta y se ha acercado al viejo. Ya no hay palomas. ¿Qué ha podido pasar para que el lector no haya dejado de leer?
Engancha a tu lector con una historia que se salte lo convencional. ¿En qué sitios no anduvieron otros? Hay que escarbar y sé que no es fácil; si lo fuera, no estaría yo misma dándole mil vueltas. Concentra, reagrupa. Más personajes no mejorarán un relato que no sea potente. Dibuja mujeres con carácter, que no se parezcan entre sí; hombres con motivaciones contradictorias, distintos los unos de los otros. (¿Qué tienes que ver con tu hermano, con tu prima, con la vecina de enfrente? Pues igual).
¿Y si eliminas tal o cual detalle? Si falla la escena, no lo quites. Pero haz la prueba del algodón.
Propina 2
Al final, haz que la historia se centre en uno solo de los personajes. El resto solo eran actores que ayudaban a que la performance pudiera representarse. ¡Ah! Y no hay mujeres que sean «solo lobas» ni hombres que sean «solo depredadores».
Y, por favor, ¡corrige! Lee en voz alta y elimina párrafos que solo añaden ruido. Y después de corregir tú, pásaselo al corrector profesional. Te aseguro que verá cosas que tú no ves por más que le des cien vueltas.
Propina 3
Termino con una cita de Chéjov que me ha venido acompañando a lo largo del texto:
«Sí, en una ocasión le dije que uno debe ser indiferente cuando escribe historias patéticas. Pero usted no me ha comprendido. Puede llorar o gemir con un cuento, puede sufrir con sus personajes, pero considero que debe hacerlo sin que el lector se dé cuenta. Cuanto mayor sea su objetividad, mayor será la impresión. Eso es lo que quería decirle».
Carta a Lidia Avílova, Mélijowo, 29 abril de 1892.
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