Te disponías a escribir un epílogo y no sabías ni por dónde agarrarlo. Te lo encargaba el cliente de un manuscrito que habías corregido tú misma; a veces, los clientes nos ponen en aprietos así. El prólogo, tal como leíste aquí, aborda qué puede esperarse de la obra, pero «¿y el epílogo, una vez que se ha dicho todo lo que se tenía que decir?».
Un epílogo necesario
Te recomendé que vieras Paris, Texas, una película de Wim Wenders.
De forma breve: Paris es un páramo desierto y sin aparente atractivo en el estado de Texas. Un tipo (Harry Dean Stanton), amnésico para más señas, se dirige hacia allí. Hay un momento, mientras atraviesa kilómetros de tierra baldía, en que se desploma. Acaba despertando en una especie de centro médico donde descubren quién es y desde donde avisan al hermano (Robert Dean Stockwell), que sale en su busca. El protagonista va rescatando recuerdos a duras penas; o tal vez solo confía en lo que le dicen… El espectador no tiene datos para discernirlo. El hombre descubre que tiene un hijo criado por su hermano y su cuñada (Nastassja Kinski) al que pretende acercarse.

A veces, la falta de epílogo impide que una obra quede cerrada. ¿Para quién dices que eran las flores…?
La historia, que no te destriparé, termina casi como empezó; qué pudo haberle pasado y qué no es algo que se brinda a meras especulaciones. Paris, Texas es un caso extremo en el que se quedan preguntas centrales sin responder.
El alivio es notable cuando, en la versión de DVD, se suceden imágenes que en una obra literaria llamaríamos epílogo. Es contenido extra, imágenes que discurren al final y que cierran el bucle de preguntas. Ya te digo: alivio…
Pero ¿qué es un epílogo?
A veces es un resumen; otras, un complemento. En el caso de Paris, Texas, el apéndice es muy necesario para no dejarlo todo al trabajo de imaginar. Ese metraje adicional incluye una analepsis (flashback) con la vida y motivos del personaje que camina a la deriva. Y se te disipa la mala leche por lo que no te contaron antes. No quiero imaginar cómo salieron de la proyección quienes la vieron sin el añadido.
De manera que un epílogo es:
- Un escrito final que recoge los puntos centrales de la obra que rubrica.
- Lo que se ha omitido en el desarrollo de una obra y con el que guarda una relación necesaria. O bien porque ofrece aspectos que la preceden, o bien porque conviene informar al lector de algo que prosigue; o porque incluye un redondeo que se aborda desde otros puntos de vista.
Escribir un epílogo se brinda a ponerle broche a lo narrado. Funciona, pues, como conclusión o como aclaración.
Finales abiertos versus finales cerrados
Me dijiste: «Hay autores a quienes les gusta que sea el lector quien cierre, quien elucubre y decida qué sucede después».
«Cierto, pero ¿a ti te gustan ese tipo de adivinanzas?». Y dijiste que no.

El epílogo redondea y cierra la obra literaria.
Al lector no le gustan las adivinanzas; tampoco al espectador. Si acaso tienen que adivinar, tal vez les dé por escribir una secuela. Aunque convendrás conmigo en que a menudo falta tiempo para meterse en zarandajas así. Además: en buena lid, es el propio autor quien debería plantearlo desde el principio: «Oiga, que cuento con su concurso para escribir el final; manténgase atento, que le voy a encomendar el futuro del protagonista».
A ese lector que te brindó no solo su tiempo, sino su puñado de euros, le gusta disponer de toda la información. Ya decidirá después si concuerda o desacuerda; si le pone cinco estrellas o dos en Amazon. Escribir un epílogo es tener la deferencia de responder a sus inquietudes, de no dejarlo colgado.
Escribir un epílogo para una obra literaria
Evita un resumen como los que aparecen sobreimpresos en películas y series:
Fulanito lleva limpio de drogas ocho años y su novia salvó la vida de forma milagrosa. En la película se han respetado los hechos y solo se han modificado los nombres de los protagonistas.
El epílogo (de epi, «sobre», y logos, «discurso») es como un capítulo corto. Se distingue, además de porque ya se encarga el autor de titularlo como tal, por su voz: el estilo narrativo difiere del resto de capítulos.
La escala de los mapas, de Belén Gopegui, tiene un epílogo escrito veinticinco años después de la historia. En este caso, se presenta como código roto, pero se justifica «porque quien escribe historias no suele poseer todas sus claves». Invita al lector a reflexiones cuyas respuestas le pertenecen solo a él. En ese caso, tiene todo el sentido.
El de El cuento de la criada está escrito cien años después. Son varios historiadores quienes discuten acerca de ella: la perspectiva respecto al enfoque de la narración ha cambiado por completo.
Hay un epílogo que me resulta particularmente emotivo: el de la novela Hacia rutas salvajes, de Jon Krakauer. El protagonista ha muerto y sus padres llegan hasta un autobús perdido en un bosque: fue el último refugio de su hijo. Durante el tiempo en que estuvo desaparecido, «era terrible no saber nada, nada en absoluto». El tiempo del epílogo es el tiempo de los padres a solas con su duelo.
Cualquier evento de un tiempo o un escenario distinto, o escrito en un estilo narrativo diferente, cabe en un epílogo.
Escribir un epílogo para una obra divulgativa
El epílogo que buscabas era para una obra de crecimiento personal. Te dije: «Haz una glosa de los contenidos; resume su valor; piensa por qué tal o cual lector debería escogerlo habiendo tanto como hay para leer; cuenta qué te motivó a ti, que por algo te lo solicita el autor».

En una obra divulgativa, un epílogo invita a hacer un ejercicio de abstracción.
Un ejemplo
La rúbrica de Describir el escribir*, de Daniel Cassany, se hace eco de las diferencias entre el escribir de antes y el actual: de la liberación que evita al escritor «las labores más pesadas y mecánicas, las que tienen menos valor, y le permite concentrarse en los aspectos más importantes y “afectivos”; en la construcción del sentido, en el desarrollo de las ideas, etc.».
Concluye diciendo que no imagina qué habría sido de ese libro sin un procesador automático.
Igual digo de cada cosa que escribo.
Otro ejemplo
Mariana Eguaras, en Publicar con calidad editorial, titula el último apartado (antes de la bibliografía y referencias) «A modo de epílogo». Es una breve nota en la que condensa la necesidad de perseguir la excelencia en cada faceta de la génesis de una obra: a sabiendas de que es imposible la «calidad superlativa», dice, no hay excusa para dejar de intentarlo.
Eguaras incluye, además, un breve apunte personal sobre las circunstancias que le impidieron publicar en la primera fecha estipulada.
Personalmente, me alegro de su doble triunfo: por un lado, su libro, tan exquisito como prometía, ha tenido un gran eco entre escritores; y por otro, le ha ganado la partida a la enfermedad.
A modo de miniepílogo
Sé que no agoto aquí todo lo que podría decirse de un epílogo; no descarto una entrada futura que diga más y redondee esta. Mi pretensión ha sido darte unas pinceladas para que puedas intuir por dónde van los tiros.
Si tuviera que condensar en unas pocas palabras en qué consiste un epílogo diría:
En resumidas cuentas, escribir un epílogo es redactar una síntesis del tema, como señalo en el tuit, o contar algo que no se ha dicho en el desarrollo de la obra y lo completa.
*En Describir el escribir, Daniel Cassany aborda el hecho de la escritura desde tres actitudes posibles: la de quien se encomienda a las musas y, caso de que no se presenten, no escribe; la quien escribe poniendo énfasis en la inmediatez de sus impresiones; la de quien escribe y reescribe y no ceja en su empeño y eleva plegarias encadenadas a la constancia.
Una lectura que, sin duda, recomiendo.
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Excelente artículo como siempre, Marian. Intentaré hacerme con la bibliografía que mencionas. Un abrazo desde Venezuela.
Eres muy agradecido, M.M.J. Miguel. Que no nos falte nunca ni la música del qué leer.
Otro abrazo volandero para ti de esos que atraviesan océanos.