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Vengo con un tema que a más de uno nos interesa: la exigencia de la originalidad, ese afán por escribir textos inéditos y peculiares que nos autoimponemos; sobre todo, si hablamos de textos literarios. También los divulgativos, pero menos. Cuando escribimos divulgación, parece que:

  • damos por sentado que lo hacemos sobre cosechas ajenas;
  • que partimos de lo que determinados autores han dicho ya;
  • que proseguimos —de algún modo— una conversación iniciada con ellos.

Pero cuando escribimos textos literarios… ¡Ah, cuando escribimos textos literarios la exigencia de la originalidad es rotunda! Y, sin embargo, ¿quedará algún tema sobre el que no se haya escrito ya desde todos los ángulos posibles y no se haya ya dicho todo de él?

Escribir desde la (auto)exigencia de la originalidad es partir con un palo en las ruedas. Honestidad, búsqueda y calidad de lo escrito forman el equipaje. Clic para tuitear

Y, sin embargo, es como preguntar si no se han diseñado ya todos los vestidos de alta costura; si no se han conjugado de todas las formas posibles los ingredientes para cocinar todos los platos; o si no se han ejecutado ya todas las posibles obras de arquitectura.

La autoexigencia de la originalidad

Hay quien se toma muy en serio su propia autoexigencia en esto de la originalidad.

En esos casos es más fácil decir que aún queda carretera: cada tanto dan con materiales que favorecen conjunciones insólitas, mezclas insospechadas y encajes imaginativos.

Ah, pero el amor, el odio, el sentido de la vida, la muerte, la ética, todo tipo de encuentros y desencuentros, los conflictos… ¿Qué no se ha dicho todavía, si las emociones son siempre las mismas, y las zozobras del ser humano, también?

Escribir como escribía Cortázar

Igual querrías escribir como escribían Borges o Cortázar o como escribía Clarín. Eso sí: que no se le pareciera, que pudieras mezclar otros ingredientes, decir cosas distintas. ¡Ah, pero los temas son los mismos y las palabras las mismas! Y ya estuvieron los miembros del OuLiPo retorciendo estas como si fueran piezas de Lego.

Yo sé  que quieres ser original, pero desde tu estilo, desde tu particular manera de escribir. Lo sé porque me pasa igual. Escribir a tu manera y que fuera original. Dar con tu estilo, pero que tu estilo sea rompedor. Cada uno anhela colocarse a sí mismo en el lugar de lo distinto, de lo innovador, de lo extraordinario. 

Me atrevo a decir que para eso, más que ambición, hace falta cierta filosofía de fondo; una manera de mirar el mundo, una cierta posición respecto de los temas que interesan. Cuestionar lo establecido, tal vez; especular, arriesgarse.

Ser original antes de la exigencia de la originalidad

En posmodernismo —me voy al arte— hace unos cincuenta años que no se crea nada nuevo y, sin embargo, todo cambia incluso ahí.

No sé hasta dónde tendríamos que retrotraernos para dar con la primera persona que hizo algo por primera vez: el primer filósofo —la historia dice que fue Tales de Mileto, pero quién estuvo ahí para saberlo—, el primer humano que pronunció una palabra, el primero que la escribió.

Desde entonces, se ha dicho mucho y se ha escrito mucho; y de cualquier cosa en la que alguien pudiera verse involucrado o de la que hubiera sido testigo.

Diré una verdad de Perogrullo: si buscas algo más que entretener a tus lectores, di lo que tengas que decir, utilizando las herramientas del oficio: un lenguaje rico, correcto, un hábil manejo de los recursos literarios. Y mira a ver dónde estás respecto a esto o aquello, qué piensas. Eso ya es bastante ambicioso.

¿Qué es ser original cuando se trata de escribir?

Todo cambia y en todos los aspectos de la vida. Siempre hay algo distinto en un recoveco, en un pliegue. Los primeros manuscritos fueron de un modo, después llegó la imprenta y… cambiaron. El resto de la historia la conoces: sigue hablando de cambios, modificaciones, transformaciones, tanto en cuanto a los temas como en cuanto a los modos de abordarlos. Corrientes que vienen a relevar a otras anteriores, que refundan, que reemplazan.

En el fondo de todas, una búsqueda común: la de la belleza.

La búsqueda de la originalidad se vuelve autoexigencia

La cosa es escribir; luego, cada uno entiende la originalidad como puede.

Pero pasa algo con la belleza y es que no existe en sí misma. O si existe, no podemos acceder a ella sino como concepto o… bajo ropajes. La belleza busca salir de entre ellos y, de un modo u otro, nos busca, te busca.

Ese anhelo de ser original proviene del pulso que te echa.

Rastreo de esa cosa llamada «originalidad»

¡Ah!, pero si todo está dicho y escrito… ¿podemos seguir hablando de originalidad o habría que redefinir el concepto?

La RAE dice que «originalidad» es «cualidad de original», y, como «original», señala: «Dicho de una obra científica, artística, literaria o de cualquier otro género: que resulta de la inventiva de su autor».

Busco «inventiva»: «Capaz de inventar o que tiene disposición para inventar». Y sigo buscando. ¿Qué es «inventar»?: «Hallar o descubrir algo nuevo o desconocido». Hay otra acepción relacionada con esto de escribir: «Dicho de un poeta o de un artista: hallar, imaginar, crear su obra».

Deduzco: lo original de una obra literaria es la cualidad de hallar, imaginar o crear su obra un autor.

Hacer literatura con esa premisa en mente

Lees acerca de la muerte; por ejemplo, un ensayo. Y no te toca. No te pasa nada. Te quedas frío. Pero lees Una pena en observación, de C. S. Lewis; lees La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero; o lees La muerte de Ivan Illich. Lees también Cuando el final se acerca, de Kathryn Mannix, narrada en forma de episodios novelados de experiencias reales. Y entonces sí te pasa algo.

Son lecturas que te atraviesan, que te devuelven a las grandes preguntas que nos hacemos los seres humanos. Te ponen de cara a la muerte, pero también de cara a la vida.

La originalidad y sus exigencias

Silla Steltman de Rietveld by Rietveld. Muy original y, sin embargo, sigue siendo una silla.

Goethe decía que «la originalidad no consiste en decir cosas nuevas, sino en decirlas como si nunca hubiesen sido dichas por otro». Y en palabras de Murakami: «La originalidad no es más que una imitación hecha con juicio».

Imitar con juicio: ahí es nada.

La exigencia de la originalidad: decir lo que antes nunca dijo nadie

Imitar con juicio debe parecerse a tomar bebidas espirituosas pero poquito. Es decir: tomar de otros, inspirarse en otros, ver cómo dijeron otros… sin llegar a emborracharse. Si te emborrachas, te enajenas y, enajenado, te pierdes; dejas de ser tú.

Otros no pueden prestarte sus palabras, pero pueden brindarte ciertos modos de mirar más allá de lo obvio.

Porque para escribir desde la exigencia de la originalidad, tiene que haber algo previo. Tiene que haber una manera de fijarse, de ir extractando detalles, de profundizar en las propias experiencias. No es nada metafísico: es seguir las volutas del humo, un personaje que sale en una noticia, una frase que escribiste un día y quedó olvidada en un cajón, un sueño, una mirada, una inquietud.

Y además:

  • un interés por cierto tema sobre el que vas a escribir;
  • una organización de las distintas peripecias en torno a ese tema;
  • un gusto por expresarlo de una manera creativa.

Y entonces, sí: a mayor capacidad de ensamblar los elementos y de brincar al otro lado de lo que todo el mundo ve, mayor originalidad. Dirás lo que dijeron otros, pero no sonarás igual. Estarás dando con tus propias combinaciones y maneras.

Nadie contará cómo se enamoró o cómo se dolió de algo del mismo modo en que lo cuentes tú. Y lo mejor es que lo contarás para alguien que, tal vez, nunca haya leído algo similar; que se quede mirando tus páginas y diciéndose que es la primera vez que lee algo así.

Para decir sí a la (auto)exigencia de la originalidad

Los temas suelen ser cíclicos. Cambian los enfoques. Pero no puedes estar pensando en si está de moda esto o aquello; tienes que escribir para ti y en función de lo que necesitas decir.

No hay temas trillados. Quiero decir: la familia, el amor, la muerte, el futuro, la libertad, la inmortalidad, el compromiso social… son temas trillados. Pero son algo más: son los eternos temas que siguen preocupando al ser humano. Decir que están agotados es decir que nadie podría escribir ya una sola palabra más acerca de ellos. Y eso no pasará.

Lo que está trillado de verdad son las maneras de contar. 

Y está trillada la pereza.  Y lo está el desinterés por adentrarse y desentrañar. Está trillada la falta de compromiso con uno mismo y esa voluntad de ir más allá de lo que aparece delante de los ojos.

Porque si algo hay original, es lo que cada uno piensa. Si piensa, si reflexiona, si mira.

Siempre quedan los bordes y los clichés

Repasa la cantidad de años y de siglos con gente que nos precede en esto de escribir. Y más ahora, que todo se sabe y todo el mundo escribe.

—Pero yo creo que hoy se pueden decir cosas que nadie antes…

—Eh, tú, bájate del guindo.

Se siguen colando los mismos temas y se seguirán colando a perpetuidad. Y es fácil acabar derrapando en clichés. Seguro que los encuentras abominables, pero ni siquiera estás libre de incurrir en ellos.

¿Qué puedes hacer?

La exigencia de la originalidad en literatura

Una inteligente novela a partir de los clichés románticos.

Añadir algo, poner un distintivo, mirarlo desde otro lugar; aportar tu propia visión y perspectiva, tu búsqueda personal respecto de tal o cual tema.

Silvia Barbeito lo hizo metiéndose de lleno en el cenagal de los clichés románticos y escribió una obra… muy divertida. Ya desde el título se anuncia: Tormenta de corazones en llamas en la noche salvaje de tu amor indómito. Chati. 

Propina 1

Puedes preguntarte qué no terminas de encontrar en tus lecturas. Es un buen modo de ponerse en modo «exigente» y de poner un peldaño en la escalera de la originalidad.

«¿Qué puedo aportar yo?».

Intenta algo distinto a partir de ahí. Deja atrás los mitos. Atrévete a responderte esas preguntas acerca de lo que te intriga, te inquieta o te preocupa. Y me cuentas. Y te cuento. Estamos dando brazadas en paralelo.

Lo que importa es el tratamiento, el cristal. Solo puedes mirar a partir de una búsqueda personal, genuina, enfrentándote con tus propios monstruos y dilemas; y siendo autocrítico y buscándote las vueltas.

Propina 2

He corregido muchas novelas y ayudado a escribir otras. Las mías aún aguardan, pero sigo leyendo, fijándome en qué me gusta y en qué no; siendo permeable a lo primero y blindándome ante lo segundo. El día que publique, será inevitable que las lecturas por las que he pasado me influyan, me condicionen.

Ah, pero no me parece mal. Al contrario…

¿Quién te dice que no haré cameos en mis escritos? «Siempre escribimos después de otro», como dijo Enrique Vila Matas. Es más: habrá detalles que yo haya expresado en los que tú adivinarás quiénes han sido mis autores favoritos.

Y será bonito, y aun así, ahí estaré yo. Con mi visión, mis inquietudes, mi propia manera de estar en el mundo. Conversando con todos ellos. Y ellos no lo sabrán y no importa. Seguro que para alguien soy «original» (doble guiño).

 

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8 Comments

  • Qué maravilla de artículo.
    Hace días hablaba con María Arenas (sobre esto y aquello) y le decía que lo único que podíamos ofrecer los que escribimos es un punto de vista, una forma de ver las cosas: nuestra forma, mi forma en concreto. Los temas ya están todos dichos, lo expresas muy bien. Las emociones, los problemas y los anhelos. ¿Una historia de amor entre un cactus y un programa informático es original? Bueno… es una historia de amor. Si contarlo así ofrece algo nuevo, estupendo. Pero sigues hablado de amor. ¿Qué hay de malo en eso?
    Aparece la palabra «imaginar» y fíjate que hoy me he levantado pensando en eso, en que escribir es el triunfo de la imaginación. Algo así decían de Clive Barker, de una de sus novelas: el triunfo de la imaginación.
    Un fuerte abrazo. No es original pero no por ello dejamos de darlos.

    • Marian Ruiz dice:

      Querido Óscar:
      Nos comemos demasiado la cabeza cuando la ruta es clara: seguir asomándonos adentro. La vida va tomando rumbos que uno no ha decidido y no pregunta si estamos de acuerdo o no: qué menos que preguntarse uno a sí mismo, ¿no?
      Y somos seres creativos e imaginativos, pero a menudo vamos dejándonos ese hilo por ahí y la cometa desaparece.
      Gracias por tus palabras.

      Otro abrazo de esos que ya no se dan.

  • ÁNGEL dice:

    Los temas que atañen al ser humano en su esencia están al margen de las modas. Lo que siempre podrá variar es el enfoque, el punto de vista de cada uno y la forma de contar.
    Marian, Gracias por el post. Un abrazo, Ángel.

    • Marian Ruiz dice:

      Así lo veo también, Ángel. El ser humano nunca dirá la última palabra sobre sí mismo ni sobre el hecho de su humanidad y seguirá cuestionándose quién es y por qué le afecta lo que le afecta y le intriga lo que le intriga. Y cada uno verá cosas parecidas que nunca serán las mismas.

      Muchas gracias por pasarte y por tus palabras.
      Un abrazo.

  • Muy interesante el artículo, la originalidad se pide siempre pero no siempre funciona con los lectores!!

    • Marian Ruiz dice:

      La originalidad pura no existe. Los propios lectores necesitan algo ante lo que reaccionar y, con tanto como hay escrito, no resulta fácil. Creo que buceando en el propio interior y atreviéndose a contar lo que quizá otros no cuentan puede encontrarse algo de «originalidad» y que resulte una especie de «combinatorio único».

      ¡Saludos!

  • Luis Manteiga Pousa dice:

    Lo original también puede ser una estúpidez.No hay que sobrevalorarlo por si mismo.

    • Marian Ruiz dice:

      Así es. El personaje que va en el carrito de la compra se sobrevalora (y así le luce). Yo estoy, más bien, del lado de Goethe y Murakami.
      ¡Saludos!

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