Escribir partiendo de la realidad te plantea una cuestión inicial: cuánto de fiel has de ser a los hechos. Quizá piensas en una autobiografía o en la historia de tu familia y pueden darse varias circunstancias:
- Algunos miembros que querrías incluir en tu relato ya no están.
- Cada uno de los presentes cuenta la fiesta como le fue (y tú no estabas).
- El puzle tiene notables contradicciones.
- Hay datos que das por ciertos y muchos otros que no puedes asegurar.
- Cada testimonio parece referirse a una familia distinta.
Puede que te preguntes si estarás falseando la historia de los tuyos y, por ende, la tuya propia.
Investigar la realidad
Lo que llamas realidad son datos crudos. Los necesitas, si acaso, para inspirarte en ellos o para recrear determinadas situaciones. Porque partir de la realidad es tomar una serie de elementos para cuestionarte algo; o para descubrir cierta cosa que te intriga o que —por la razón que sea— quieres conocer.

La única cuestión aquí es dónde pones el foco.
Esto significa que antes que los datos crudos, deberías hacerte alguna pregunta que dirija el foco de tus pesquisas.
Imagínate, algo relacionado con… la forma de ser mujer en tu familia:
- qué papeles o roles se han perpetuado a lo largo de varias generaciones;
- rasgos que has heredado: de qué manera te condicionan y si te impulsan o te frenan;
- prejuicios, tipo de respuestas, valores: si provienes de una prole numerosa, si has tenido hijos o no; en qué creían, a qué se afiliaban los tuyos;
- si hay rencillas, si se vivía para la galería o para el escaparate…
A lo mejor quieres saber de dónde vienes para saber adónde vas.
Así que todos los detalles que obtengas de las conversaciones con tus familiares habrán estado dirigidos por esa intención. Hablarás con a abuelos, padres, tíos, primos; incluso con otras personas que formaron parte de la familia, aunque no provinieran del tronco. Pero lo harás con un propósito, como un detective.
Qué hacer con la realidad
De esa búsqueda saldrán pistas certeras y pistas falsas. Y no porque hayan preferido omitir la verdad, sino porque cada uno recuerda la fiesta a su manera: no hay una sola persona que tenga la facultad de acceder a un conocimiento absoluto de nada. Cada uno la interpreta y trata de ajustar su vivencia a los esquemas que tiene en su cabeza.
Fíjate que digo pistas certeras, no verdaderas. Olvídate de la verdad y de la pretensión de acceder a ella. Es inútil. Cada ser humano lleva unas gafas invisibles pegadas a los ojos que condicionan la forma en que ve. Y ve de forma distorsionada. Revisa, si no, lo que decía Platón en la alegoría de la caverna.
Después de todo, naces en un entorno determinado, una cultura determinada, en una familia que hizo suyos los mandatos sociales. O que se reveló contra ellos. Tenían sus razones para lo uno y para lo otro, pero nada que ver con la verdad.
Así que toma los datos crudos y ponte a cocinarlos como mejor te parezca. Pregúntate solo qué guiso es el que quieres conseguir.
Cómo escribir partiendo de la realidad
Hemos crecido con la cantinela de que había que contar la verdad. Y ahora, de adultos, se nos va la mano cuando equiparamos conceptos que nada tienen que ver entre sí:
- Verdad
- Realidad
- Verosimilitud
- Tu propia verdad

La realidad es tan alucinante que dan ganas de escribirla…
Aún hay una quinta variable que es la interesante en este caso: tu propia verdad pasada por el tamiz de la verosimilitud. Tu propio filtro vuelto ficción. Es una búsqueda personal tuya y escribes o te propones escribir una novela.
¿Y por qué no ser fiel solo a la propia verdad? Ah… Es que «verosimilizarla» podría hacer de tu historia algo universal. Tú vives tu vida como si fuese real. Los personajes de Platón que miran en el fondo de caverna las sombras reflejadas también viven su vida como real. Pero hay una diferencia: ellos no iban a salir a contarla. Contarla tiene mucho de técnica y mucho de ángel.
Tampoco importa que tu escrito permanezca en el entorno familiar. Desde el momento en que decides poneros en el papel, conviertes a los tuyos y a ti misma en personajes.
Supón que dices:
Santina era una hija de puta, aunque su madre debió alumbrarla santa o querer que lo fuera. Por eso le puso un nombre así, tan cursi.
Puede que tu hermana no se llame Santina (es lo más probable) y que solo te interese centrarte en la relación hostil que tuviste con ella. Y puede que, en cambio, sí se trate de tu hermana.
Escribir partiendo de la realidad consensuada
Entonces desdibujas a esa hermana. O la cambias de sexo. O la sacas de la familia y la conviertes en amiga. Tu defensa será que tu historia «está basada en hechos reales». 1
Si temes la censura de tus familiares o de ciertas personas que se verán reflejadas en los retratos, puedes falsearlos. Ya sabes: te queda el socorrido «cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia». Sostener que si se ven ahí es cosa suya.
Siéntete libre de crear lo que quieras y como quieras. No tienes que disculparte ni solicitar perdones: por autobiográfica que sea, es una novela. Clic para tuitearNo tienes más compromiso ni obligación que contar una versión que, además, es la tuya. Aunque hablaremos de precauciones que no están de más.

Alguien pensará que has perdido la cabeza si retuerces los hechos. Seguro que sí, que la has perdido. Además, la cordura está sobrevalorada.
La clave son las emociones que seas capaz de reflejar y no solo propias, sino de cada personaje. Como autora, estás prestando a cada uno emociones que conoces de cerca, que alguna vez has sentido.
Utiliza los hechos a tu favor: si mientes, disfraza la mentira con ramalazos de realidad y se volverá creíble. Cuenta cosas que enriquezcan lo que pasó. ¡Ah! Y recuerda que nadie es absolutamente malo o absolutamente bueno; ni siquiera tú. Crea personajes tridimensionales, por favor.
Es ficción, no un juicio; nadie te está tomando declaración. Escribir partiendo de la realidad es tomarla como coartada; ni más ni menos.
Todo es realidad
Hasta puedes querer que todo sea distinto de como fue o que termine de otra forma. Hazlo. Es tu prerrogativa, tu derecho como autora. Realidad y realidad literaria, no están obligadas a darse la mano.
La línea que separa realidad real de ficción real es tenue. A nadie le importa la literalidad de lo que pasó. Tampoco escribes para filmar un documental. En última instancia, tú eres un texto que se narra a sí mismo todo el tiempo.
¿Quién eres, qué te pasa, qué piensas? Todo son palabras. Eres un conjunto de palabras que hablan para contarse a sí mismas; palabras que, en la medida en que se cuentan, se combinan, se cambian, se interpretan y te interpretan. Todo lo que dices es texto; oral o escrito, pero es texto.
De manera que no hay nada que puedas hacer sino escribir partiendo de la realidad. Y la realidad —no la verdad— no es solo lo que te pasó, sino lo que leíste; y es también lo que te dijiste acerca de cada cosa que leíste o te dijeron. Eres un texto que busca sentido, que cuenta con una gramática, con sus adjetivos, sus objetivos retóricos. También con un ideal o una aspiración de verdad o, si acaso, de verosimilitud; y con un objetivo: convencer a quien te escuche o te lea.

Ahora ve y haz algo con la realidad; algo como escribir a partir de ella.
Propina
Hay una realidad externa acordada: nombres de calles, de pueblos, de bares y rincones que otros pueden identificar. A esa verdad sí que puedes aspirar y es bueno que lo hagas. Tu relato saldrá ganando.
Aparte de esa, ¿qué es lo real y qué lo aparente?
1 Puede que, cuando escribas, quieras ajustarle las cuentas a alguien. Yo, en tu lugar, no caracterizaría al personaje como un calco de esa persona —a la que aborreces—. Es fácil que acabes autocensurándote. O que añadas algún problema a los que ya tienes.
Si partes de datos y detalles que otros reconocerán; si careces de una certeza absoluta en la postura que defiendes; incluso si sospechas que pueda asaltarte la mala conciencia (o un sartenazo en la cabeza…), desdibújalo. Haz una componenda con rasgos y atributos de dos o tres personas.
Y para jugarte la vida, escoge algún propósito más elevado.
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