Sin saber ni cómo, nos hemos trasladado al margen de la normalidad, a sus orillas. Parece obligado hacer un saludo al sol estos días en que será lo que más nos falte por fuerza del confinamiento; siquiera para compensar que algunos no pasan del brindis (al sol, digo).
Somos gente apasionada y se nos nota en los arranques. Está por ver si más allá del subidón y de echar la casa por la ventana, perseveramos en los gestos.
No quiero frivolizar. Ni con el dolor de quienes lo están pasando jodidamente mal estos días ni con el esfuerzo de quienes por atenderlos no lo pasan mejor. Hace mucho que no nos cuidábamos tanto. De hecho, no sé si nos hemos cuidado tanto alguna vez. La memoria dice que no.
Ha hecho falta que nos coloquemos al margen de la normalidad.
Al margen de la normalidad: el cuidado necesario
Retrocedo para tomar impulso: tras el orgasmo primigenio, impresiona ver el grado de sutileza con el que se fueron combinando los elementos. Si la fuerza gravitatoria hubiera sido de más, habría reconcentrado todo en un agujero negro; ni tú ni yo estaríamos hoy escribiéndonos, hablándonos por teléfono. Si hubiera sido de menos, ni materia, ni estrellas, ni Tierra ni tampoco estas ratitas que somos —de nuevo tú y yo— respecto de aquello.
E igual con el electromagnetismo y con el resto de procesos que dieron lugar a esta historia común. Todo ha sido una cuestión de dosis magistralmente combinadas.
Pero aquí estamos, viviendo al margen de la normalidad en un mundo viejo. Un mundo viejo que está pidiendo reciclaje a gritos. Que pide pasar de la concepción utilitarista —y enloquecida— de la realidad a ese combinado de sutilezas que nos puso en marcha.
Siendo humanos, al margen de la normalidad
Soy filósofa de andar por casa. Significa que, de forma igualmente misteriosa, hay cosas que se me quedan en la memoria y anidan. Me da por pensar que entre Aristóteles con su Ética a Nicómaco hasta la vida líquida de Zigmunt Bauman estamos tú y yo: dos flechas lanzadas con una oportunidad única en la historia de variar su trayecto.
No se trata solo de levantar acta del estado de sitio, sino de hacer una mirada más completa. De examinar a qué dioses adoramos por imperativo de una realidad congelada en su expresión. Share on XAristóteles habló de la función que un hombre debía desempeñar para alcanzar su felicidad; Bauman, de que los patrones viejos se deshacen y surge el miedo al compromiso, sea este de la índole que sea; un miedo que nos aboca a sustituir unos objetos por otros como signo característico del cinismo que lo invade todo. En la carrera por sustituir.
Y así estamos, nadando en lo efímero, cada vez más ansiosos e inseguros. Sin acabar de construir los nuevos escenarios que nos permitan seguir siendo humanos.
Pero resulta que lo humano está siempre por venir. Y el cuidado está en la base.
Y la oportunidad la pintan calva.
Una fábula que cuento a mi manera
La leí hace tiempo en un libro de Leonardo Boff, el teólogo, que se titula precisamente El cuidado necesario. No tengo la edición a mano porque vivo entre dos casas —vivía— y debe estar en la otra. En lo sustancial, venía a decir:
Resulta que un tal Cuidado iba por ahí cuando se tropezó con un trozo de barro. Y tuvo la ocurrencia de empezar a darle forma. Estaba contemplando el resultado cuando apareció Júpiter, que le alabó la pieza. Cuidado le pidió que le soplara su espíritu y Júpiter así lo hizo. Luego se enzarzaron en una discusión porque cada uno quería imponerle su propio nombre.
Y en un quítame allá esas pajas estaban cuando apareció la Tierra, que debía estar de paseo; o de contemplación, quién sabe. También ella reivindicaba su nombre como el más apropiado: el muñeco estaba hecho de su mismo material; no había más que discutir. Le correspondía llamarse Tierra.
Casi se arañan.
Tuvieron que echar mano de Saturno para que arbitrase las diferencias. Y Saturno, ecuánime, resolvió así la papeleta:
«Tú, Júpiter, le has dado el espíritu; cuando muera la criatura, su espíritu te será devuelto. Tú, Tierra, le das el cuerpo, así que cuando muera, su cuerpo volverá a ti.
Y tú, Cuidado, fuiste quien la modeló y el primero que la tomó en sus manos. Te cedo la criatura en usufructo mientras viva. Para dar fin a esta discusión, la criatura se llamará Hombre. Está hecha de humus, que no es sino tierra fértil».
Al margen de culpables
Dicen que si el John Hopkins Center for Health Security llevó a cabo un simulacro de pandemia con el coronavirus en octubre de 2019; que si había farmacéuticas implicadas; también, que el virus es un producto «fabricado»; incluso que si estamos ante un agente de guerra bacteriológica —más eficaz y menos costosa—; o que si es la naturaleza la que se venga de nosotros. Todo eso y más está circulando por las redes.
¿Sabremos alguna vez toda la verdad? Es improbable.
Lo que me digo es que, de aquellos lodos viejos, estos barros nuevos. Y un hecho irrefutable: estamos viviendo al margen de la normalidad, al margen de localismos e ideologías. Ante un presente que nos planta frente la necesidad del otro; que los otros necesitan cada mano que les podemos tender sin arriesgar —ya lo hacen quienes están en primera línea de fuego— nuestra propia salud. Cada palabra que podamos ofrecerles y ofrecernos a nosotros mismos y entre nosotros. Si ha de ser en casa, en casa; cuando ya están en la calle los imprescindibles, el resto nos retiramos. Es como mejor podemos ayudar, dicen.

Haciendo cola para acceder a la panadería. Una imagen que me llega a través del wasap.
Esta será otra botella tirada al mar. Ojalá provoque un destello de análisis en alguien.
Al margen de la normalidad
Ojalá no regresemos a lo que había y que esto no pare aquí: ese es mi deseo. Y que la pesadilla acabe pronto, pero que solo sea un principio de un comienzo.
Que el cuidado que estamos poniendo estos días nos permita pensar en nuevas formas de hacernos más amable la vida.
Sería conmovedor que no fuera otra crisis más en que el anhelo de que pase sea solo para volver a lo de antes, a la normalidad vieja.
No se trata solo de levantar acta del estado de sitio, sino de hacer una mirada más completa. De repensar qué elecciones hacemos; de examinar a qué dioses adoramos por imperativo de una realidad congelada en su expresión.
Porque resulta que la realidad es dinámica, queridas, queridos. Si dejamos Netflix y chats por un momento, se nos brinda una oportunidad memorable: la de pensar qué parte de esa humanidad que nos hace ser quienes somos se nos está yendo por el desagüe de la inercia.
La inercia, queridos y queridas, es peor que la muerte. A base de inercias tenemos el planeta exhausto.
Si hemos sido capaces de ponernos a vivir en los márgenes de la normalidad en veinticuatro horas, qué no podríamos hacer para salvar la casa común; para prosperar como especie humana, fertilizadora.
Propina 1
Y como esto ya lo ha dicho Benjamín Recacha hace unos días, para qué voy a repetirlo. Pero como completa el mensaje en esta botella, por eso lo traigo.
Te dejo el enlace y extraigo lo siguiente:
«Quizás podríamos empezar a darnos cuenta de qué es necesario para vivir, y de que quizás existan formas de organización social más sencillas, más naturales, menos “ambiciosas” en lo material; de que quizás bajar el ritmo, como nos piden estos días los políticos (¿son realmente necesarios?), no sea algo coyuntural, irremediable, sino más bien necesario y deseable».
Propina 2
A modo de eco, este poema —incompleto— de Pablo Neruda. Porque estas palabras mías —seguro— no habrán sido suficientes y yo no termino de decidirme a llorar, rezar —no veas aquí nada beato o canónico— o si ponerme a bailar.
Letras

Y se apagó una lámpara de tierra y yo me quedo aquí para seguir contando historias.
Antes que la peluca y la casaca
Fueron los ríos, ríos arteriales:
Fueron las cordilleras, en cuya onda raída
El cóndor o la nieve parecían inmóviles:
Fue la humedad y la espesura, el trueno
Sin nombre todavía, las pampas planetarias.
El hombre tierra fue, vasija, párpado
Del barro trémulo, forma de la arcilla,
Fue cántaro caribe, piedra chibcha,
Copa imperial o sílice araucana.
Tierno y sangriento fue, pero en la empuñadura
De su arma de cristal humedecido,
Las iniciales de la tierra estaban
Escritas.
Nadie pudo
Recordarlas después: el viento
Las olvidó, el idioma del agua
Fue enterrado, las claves se perdieron
O se inundaron de silencio o sangre.
No se perdió la vida, hermanos pastorales.
Pero como una rosa salvaje
Cayó una gota roja en la espesura
Y se apagó una lámpara de tierra.
Yo estoy aquí para contar la historia.