Hay, por lo menos, once cosas que comparten escritores y correctores; once aspectos que forman parte de los afanes de unos y otros.
Escritores y correctores comparten bastantes más cosas de las que creen, pero hay dos que se llevan la palma: pasión y ego. Clic para tuitearCuando hablo de correctores aquí, me refiero a los que tenemos cierta vis literaria (y que debemos ser minoría). Es con quienes encuentro que se dan más los parecidos.
Cosas que siempre creí que compartían escritores y correctores…
Y que, a lo tonto, descubrí que tenían.

Escritora y correctora han quedado para tomarse algo mientras cambian impresiones y se conocen.
Aunque te tiente decir que unos somos los jueces y otros son los juzgados, no me interesa como punto de partida. Y no me interesa porque lo común es más que lo distinto; porque hay algo que nos sobrevuela, un motivo coincidente que no es otro que lograr textos redondos.
Hablaré en tercera persona por aquello de que no me embargue la emoción.
1. Son obsesivos
Una de las cosas que comparten escritores y correctores de mano de la pasión es la obsesión. Los primeros, cuando persiguen dar a luz una novela que jamás de los jamases se haya escrito; o, si se escribió, no desde ese punto de vista o en ese estilo inigualable. Los segundos acometen persecuciones posteriores: que los textos cumplan con el propósito para el que fueron creados.
Significa que…
- Si son textos literarios, que el lenguaje sea estético y se pliegue a cada historia narrada. Un texto literario no nace con una intención práctica, sino artística; pocos estándares hay aquí, y ambos —escritores y correctores— deben saberlo. (Más abajo vuelvo sobre esto).
- Si se trata de textos de no ficción, que el lenguaje se ciña a la materia tratada sin descuidar la belleza. Estos, a diferencia de los anteriores, persiguen informar; hablar de belleza aquí es hablar de precisión, de concisión y rigor.
Escritores y correctores tratan los textos dejándose no solo los ojos, sino también la piel.
2. Sufren ansiedad por la falta de tiempo
El tiempo —y en esto coinciden escritores y correctores y otras especies— viene siempre con látigo. A nadie le sobra. A los autores, por el apremio de publicar cuando aún quedan fases que demandan energía; a los correctores, porque quienes los espolean no se organizan para ir administrándose y asumiendo su lugar en la cola.
(Di que cuando no llegan es peor).
Y porque hay que atravesar la cuestión nada baladí del precio, que también ocupa su tiempo.
3. Se les desborda la fantasía
Se les desborda… y no siempre para bien. Quiero decir que el grado de desdoblamiento creativo puede ser de tal calibre que confundan realidad literaria con realidad fáctica.
Se les desborda en el sentido de que una y otra realidad obedecen a leyes distintas y, a veces, no distinguen límites. Hay autores que equivocan el principio de verosimilitud (literaria) con el principio de realidad del que hablan los psicólogos. Y… nada tienen que ver.
Los correctores, cuando escribimos nuestras propias obras, adolecemos del mismo mal.
4. Se toman a sí mismos demasiado en serio
Así como no les cuesta reírse de los tropiezos ajenos, los propios les ponen serios y solemnes. A un autor le disgusta saber que metió la pata en esto que el corrector de turno advirtió. Al corrector le toca las narices que le cuestionen sus indicaciones: a veces, porque supone que cuestionan su profesionalidad; otras, porque tiene que emplear tiempo adicional en explicarse.

Nueva tentativa tras una primera corrección. Comprueban si el texto suena mejor o qué. ¿Habrá o no habrá tema?
Al cabo, unos y otros aprenden que el camino es así y que no hay atajos.
5. También se toman esto en serio y es bueno que lo hagan
Y lo hacen, en general, lo hacen: se toman muy en serio el propio texto porque toman en serio al lector. Y porque sienten un amor por la materia prima con la que trabajan. Y dignidad. Aunque se da la paradoja de que nunca quedan plenamente satisfechos. Como que se les acaba la obra y sintieran que podían haber puesto un poco más; haberla redondeado un poco más.
No les queda otra que condescender en un momento dado y darla por buena.
6. Comparten inquietudes
Escritores y correctores aprenden de las mismas fuentes, tanto de las que llamamos realistas como de las ficcionales. Aprenden acerca de la complejidad del mundo y de la propia cuando leen… de todo. Indagan en las emociones para cartografiar la naturaleza humana y que las obras den cuenta de ellas. Les encanta aprender (bueno, quizá no a todos).
A los correctores, además, les encanta revisar el pulso del texto, su metabolismo, los escondites del significado. Y se preparan para ello.
Y cuanto más aprenden unos y otros, más saben que tienen que dirigirse al centro de la tormenta; o a la casa en llamas, donde el fuego es más vivo. Donde más duele.
7. Motivación: para qué hacen lo que hacen
«El hombre es capaz de soportar cualquier qué si tiene un para qué», dijo Nietszche. Y la mujer es capaz de conjugar fortaleza y vulnerabilidad incluso sin un para qué claro, digo yo.
Pero qué bueno y qué práctico es tener uno. Y qué motor poderoso. A escritores y correctores, la motivación los toma por el cuello y solo los suelta cuando no hay más tuercas que apretar. Dicho de otro modo: el para qué cobra sentido cuando la obra ha dicho su última frase y no podía haberla dicho mejor.
8. Intención, por si no bastara la motivación
La motivación suele ser espontánea y abre la marcha. La intención o el propósito dirigido es… otra de las cosas que comparten escritores y correctores. Porque poner intención es poner esfuerzo deliberado: sabemos por qué hacemos lo que hacemos y sostenemos la intención en el tiempo.
La intención exige perseverancia. Los escritos y sus correcciones comprometen trayectos largos y exigentes que demandan rutinas enfocadas.
9. Objetivo o propósito: cuando correctores y escritores andan enamorados
El propósito de los correctores es ayudar a los escritores como si fueran sus parejas. Mi propósito aquí es ayudar a que unos y otros se aproximen (nos aproximemos) y con esa intención escribo estas letras. El propósito u objetivo que pretendo puso en marcha mi intención.
El propósito de los escritores es ver publicadas sus obras, pero sabiendo que están dando lo mejor de sí en ellas: obras pulidas, sin errores, todo lo claras posible para que sus propios enamorados las entiendan.

No será por no intentarlo: escritor y correctora o corrector y escritora habilitan la tercera vía.
Si encuentras utópico esto, recuerda que Galeano decía que la utopía, aunque con cada paso se aleje un paso más, sirve para caminar. ¡Caminemos, pues!
10. Energía o, si hay gusto, no hay cansancio
Tienen energía para hacer lo que les gusta, ya lo creo que la tienen. Pero no se pasan ocho horas escribiendo los unos ni corrigiendo los otros. Se pasan dieciocho entre lecturas, búsquedas, borrones, tentativas, enmiendas y tramos de producción. El resto del tiempo, comen, se asean y añaden otros propósitos, como salir al campo a estirarse, caminar y oler las flores.
A menudo, la cosa queda en pequeñas contorsiones de cuello y espalda y nuevos propósitos de enmienda.
11. Ego, dichoso ego
Ay, el ego. Los escritores entregan a los correctores obras maestras que estos destrozan. Sus reservas están justificadas.
Pero es que los correctores buscan la corriente que fluye por debajo de las palabras. A veces —solo a veces—, ven que el agua se estanca donde debería brincar. O que brinca donde debería detenerse. A veces, el agua arrastra materiales de desecho. Y toca informar al autor. Y a veces —solo a veces— al autor le acomete tal desasosiego que nada más piensa en cómo vengarse del malvado corrector. O de la malvada correctora.
Cuando es el corrector quien escribe y entrega su obra maestra es incluso peor. El tipo de venganza que maquina no soy capaz de reproducirla aquí.
Pasado el mal trago y comprendidas las razones de lo que es adecuado y lo que no, todo recobra su equilibrio. Escritores y correctores se descubren como partes solidarias de ese todo y celebran su compromiso.
El ego es una camisa de fuerza que conviene dejarse en el perchero de la entrada. Pero esto se advierte después.
Una cosa más que comparten escritores y correctores
Antes de terminar: una cosa más que comparten escritores y correctores es el miedo. Y el miedo entronca con el ego.
El ego —vuelvo a él sin remedio— es como una bola de nieve echada a rodar montaña abajo. La pendiente es poderosa y adopta la forma de un ego superlativo —que uno mismo comparte—: la superficialidad, la inconsciencia colectiva, las críticas, los comentarios malintencionados, los bienintencionados, las redes sociales… Las veinticuatro horas del día.
Es el poder de la oscuridad: escritores y correctores se abrigan ahí. A su pesar.
Hay un antídoto: re-centrarse.
En el centro no hay ego. El centro admite sugerencias, enmiendas, recomendaciones.

Los egos de ambos, de quien escribe y de quien corrige, en el perchero de la entrada. Se entienden. El texto gana.
Y otro antídoto más: recordar que si no hubiera ni olas ni vaivenes ni pendiente no sería divertido.
Propina 1
Colores, olores, sonidos, entornos, paisajes. Ir de lo general a lo particular, de lo grande a lo minúsculo, de lo abstracto a lo concreto. Conflictos. Distorsiones.
«Y cuando el artista ha sabido crear un ritmo afortunado, experimentamos un resplandor. Nos transporta al arrebato estético. Eso es la epifanía». Joseph Campbell dixit.
Y el artista es una suma de factores humanos que cuesta dolor y esfuerzo. En medio, todo ese goce que comparten escritores y correctores.
Propina 2
Ambos, escritor y corrector, llegan exhaustos al final: también esto comparten. Y que sus respectivas parejas, amigos e hijos piensen que están fatal de la cabeza.
Y no les faltará razón. La que a los anteriores pareciera faltarles…
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Sobre ser rara o algo o tengo un ego del tamaño de la luna, porque como autora, no me encuentro nada identificada. ¿De verdad hay escritores de piel verde y orejas puntiagudas? Si me empiezo a comportar como una gilipollas, por favor, que alguien me dé una colleja bien fuerte. ?
Hola, María:
Hace falta una lupa de tamaño familiar para verse… verde con orejas puntiagudas. 😉 Además, como no es obligatorio, ¿verdad? En cualquier caso, se trata de ‘verdes’ que he ido observando y de los que adolezco sin tener que mirar mucho más allá. Lo confieso. Trato de enmendarme, por supuesto, porque eso sí: o te enmiendas o te enmiendan. ;D
Gracias por tu visita. Feliz 2020 y ¡un brindis por esa copa de tequila que tú sabes!