Correr la cortina, trastornar al lector, transgredir con sentido: son maneras distintas de decir «ofrecer espacios desde los que hablar de literatura en su sentido más genuino».
Y si no trastornar al lector, cuando menos, asombrarlo. Es ahí donde cobra significado el trabajo de quien escribe.
Construir y destruir a la vez
La literatura es una cosa y la realidad, otra. No son equivalentes, aunque la primera se nutra de realidades y estas puedan añadir significados a lo que sucede gracias a ella.

Antes de decidirte a transgredir, que sepas bien lo que haces.
Coincidirás conmigo en que la realidad es azarosa, en que no todo lo que sucede tiene causas obvias: ni siempre impera la justicia por más que la persona se comporte conforme a reglas, ni lo que sucede aparece siempre sin máscaras para quien lo sufre.
La pregunta, por tanto, es si la literatura puede dar cuenta de esta sinrazón, pero sin perder su compostura. Si se puede transgredir con sentido; si podemos hacer una literatura que arme y desarme al mismo tiempo su relato.
Si es así, puede que todo valga…
Quizá pienses que si se trata de sacar al lector de su pasividad y dar cuenta de esa realidad contingente, todo vale:
- Que valen cursivas, negritas, MAYÚSCULAS, la vulneración de la ortografía y la sintaxis.
- Que haya que ir pensando en una ortografía y una sintaxis de la vulneración.
Entre la literatura y la realidad, aunque pertenezcan a esferas distintas, no hay divorcio. La literatura es un instrumento de la cultura, por más que la cultura sea un cajón de sastre. Hay quien se representa la realidad a partir de los mensajes literarios; niños y niñas, sin ir más lejos, toman como referentes los modos de proceder de los personajes de los cuentos; las tramas, como andamiaje de símbolos que construyen la realidad.
¿Dónde queda el lector si todo vale?
Libertad versus normas
Tenemos que ver cómo conjugar la libertad de crear en medio de la necesidad de asumir las normas. Y me temo que solo hay un camino para alcanzar esa voz propia: si se trata de transgredir, transgredir con sentido.
Los caminos de la originalidad están llenos de espinas: no se puede ser original a cualquier precio. Hace falta un gran dominio del lenguaje y de la construcción dramática para adentrarse en ese tipo de desarreglos.

¿Una cubierta a medias? Debes tener una buena razón…
A fin de cuentas, esto va de desarreglos, vaivenes, de revelar cómo nos mancha la realidad. Ante ello, tú, persona que escribes, tratas de resistirte a normas y convenciones, de salirte del mercado que te cosifica. Buscas hacer poesía o ficción como acto de liberación frente a la retórica de la publicidad y la obligación de entrar por el aro.
Que entren otros por el aro. Tú, no.
Romper las expectativas del lector
A nadie le gusta que lo tachen de convencional; menos, a un escritor. Tú que escribes buscas integrar las nuevas realidades sociales, culturales y económicas; digamos que te resistes a ser uno más dentro del discurso de lo políticamente correcto.
Para ello, intentas romper las expectativas del lector. ¿Quién podría censurar algo así?
Sin embargo, piensa qué puedes aportar de distinto, de novedoso o vanguardista. Debes conocer esas reglas que pretendes transgredir, el ritmo, la musicalidad, la verosimilitud, la sintaxis, la ortografía; cómo cada aspecto contribuye a entrelazar el discurso.
Transgredir con sentido
Hay un primer autor que se sale de las líneas trazadas: un tal Cervantes. (Antiguo. Lo mismo no te suena).
Ya en La Galatea 1 subvierte el canon de la novela pastoril; lejos de recrear un mundo idílico, la termina in medias res, con Galatea forzada a casarse con quien no ama. Un escándalo. Con ella hay que entonar el requiescat in pace del género, puesto que el autor acaba de poner una pica en Flandes. Se acaba el idealismo, el retrato de la bucólica vida pastoril.
Imagina si no es transgredir con sentido.
También en La Numancia 2 hay transgresión, porque tiene lugar un deicidio: los seres humanos ya no se enfrentan a los dioses, sino que compiten entre sí.
Por supuesto, hay que hacer mención especial de la gran obra cervantina: antes de Don Quijote nadie trató con menor compasión a su personaje. El narrador le manifiesta un desprecio evidente. Lo considera inútil, bufón, envanecido y peligroso. Por suerte, andando el relato, el personaje se labra su propio espacio y conquista al narrador y al lector.

Cervantes: el gran transgresor de todos los tiempos.
Cervantes es el primer autor que cree en el poder liberador de la palabra. No necesita encerrar a su loco, sino que lo cura a base de palabras y compaña. Una venganza cabal contra las historias precedentes (empezando por El Quijote de Avellaneda) y muchas consecuentes, a las que se anticipa. En El Quijote se funden por vez primera realidad y ficción. Cervantes desafía al poder y lo esquiva. Y aun así, ofrece soluciones novedosas a los problemas que plantea.
Ya te va sonando, ¿eh?
Alguien de cuyo nombre no me acuerdo ha dicho: «No hay gran literatura que no se haya escrito contra la literatura».
Entre el fondo y la forma
Digamos que el sentido último de la transgresión sería cuestionar cualquier autoridad. Incluso la literaria.
La música, las drogas, el sexo y la mala vida han sido en muchos casos disparadores de transgresiones sonoras; excesos que, una vez instalados en la cotidianidad, pierden su cualidad instigadora.
Bukowski, Cheever o Carver transgredieron al mostrar la devaluación del sueño mejor publicitado de todos los tiempos: el sueño americano. Un sueño gris, hecho pedazos.
Igual que Borges, que reventó los moldes clásicos y mezcló géneros. Con seductora complejidad, claridad, elegancia e inteligencia hizo una literatura, además, fundamentalmente lúdica.
Pero hay transgresiones y transgresiones: como salirse de lo convencional y traspasar límites entre ficción y realidad, como hicieron en el siglo pasado Borges, Kafka o Cortázar; García Márquez, Huidobro o Restrepo; o como explorar y dinamitar zonas limítrofes entre géneros, al estilo de Vila-Matas o César Aira. Como ya hizo Joyce con su Ulises. Como ya hicieron antes Quevedo y Sterne.

Escher también transgredió. Una de sus imágenes icónicas tomada de la red.
Y aún hay otro modo de transgredir con sentido y en la propia linealidad del texto, como hace la OuLiPo: privilegiando la forma al contenido. Autores como Raimond Queneau, Italo Calvino o Georges Perec pertenecen a este distinguido club.
Propina 1
Imagínate a Cervantes en medio de un panorama de fanatismos religiosos, de poder político intolerante y con una represión social de órdago; imagínatelo en ese contexto haciendo lo que hizo.
Hay que echarle cuajo, ¿eh?
Solo un transgresor en toda regla es capaz de tamaña osadía.
Propina 2
Escritor, escritora, persona que me lees: una cosa es una gota de locura y otra, sobrecargar al lector, saturarlo. Si escribes, aprende primero a dominar la técnica; mira qué haces, cuida que valga la pena lo que cuentes para decidir contarlo así o asá.
Propina 3
Transgredir por transgredir, hacerlo sin sentido es necedad. O acabaremos hablando de un arte —y no solo literario— cada vez menos comprensible, por tanto, más individualista y menos socializante.
Dicho de otra manera: podemos acabar ponderando al artista —ensalzando al individuo— y olvidándonos del arte, que será incomprensible de puro enigmático; marginando al público en favor de la mera exhibición del autor.
Entre esto y el rosario de la aurora, ya me dirás…
1 La Galatea está plagada de muertes, raptos, crímenes. Tiene lugar incluso la violación de una mujer recién casada. Esto significa que lo bucólico e ingenuo del mundo pastoril sufre un doble atentado: contra el idealismo y contra el género, que poco recorrido habrá de tener ya.
2 En La Numancia, publicada en 1580, tiene lugar el suicidio de todo un pueblo. Hay que decirlo porque la obra supone una transgresión religiosa en toda regla: el Concilio de Trento (1545-1565) había prohibido el suicidio en las obras literarias.
Quien perpetró todo ello fue el fulano llamado Miguel de Cervantes Saavedra de cuyo nombre… En fin: si te descuidas, aún habrá quien no lo recuerde.
Hola, Marian.
Trastornar y asombrar al lector: me encanta esa frase.
No sé si la literatura puede dar cuenta del azar de la vida; quizás si leemos un poco de esto y un poco de aquello logremos alcanzar un nivel de caos y contradicción tal que podamos decir “ah…” y asentir como en una escena profunda de melodrama. No porque hayamos entendido nada, sino precisamente a pesar de eso.
A mí las transgresiones mediante la forma no suelen gustarme: textos con métrica extraña, dos palabras en una hoja y luego nada más… eso me desagrada. O quizás me trastorne, y yo sin saberlo. Aunque en la novela de César Mallorquí, “Leonís”, hay unas páginas que hacen algo así y la verdad es que me gustó, quizás por ser solo unas pocas páginas en toda una novela escrita de manera “normal”. Tú lo dices, no se puede transgredir por transgredir, hacerlo la norma, porque entonces haría falta a su vez otra transgresión nueva.
Cuando estudiaba Literatura, en BUP y COU (poco después del Pleistoceno) no había manera de que leyera a Cervantes ni ningún autor español. Eran “un rollo”. Si mi profesora de Literatura me hubiese “vendido” a Cervantes del modo en que lo has hecho tú, creo que todos los de la clase habríamos tenido otra reacción diferente. ¿Quién, en su adolescencia, no quiere juntarse con transgresores? Lástima del formato de las clases del instituto, donde Cervantes, Borges o Cortázar (en realidad, no recuerdo que nadie hablara de los dos últimos) eran poco más que unos señores de obras peñazo que teníamos que leer por obligación.
Si me dicen hace unos años que iba a tener a Cortázar o Borges en mi lista de lecturas, no me lo creo. Toma transgresión, hacia uno mismo, hacia dentro. O tal vez, mejor dicho, desde dentro.
Transgredir es necesario, y actualizar la transgresión también. Lo que ayer era transgresión lo mismo hoy es mera brisa. Y diría que ser transgredido también hace falta, porque a base de acostumbrarnos a ir por el mismo sendero siempre se nos pasan de largo las salidas a la transgresión, y viene bien que alguien nos empuje a ellas.
Un abrazo.
¡Hola, Óscar!
Esas formas de asalto al texto en las que se recrean ciertos eruditos creo que solo gustan a círculos muy concretos. Ellos mismos las tildan de ‘pasatiempos filológicos’. ‘divertimentos retóricos’ o ‘literatura excéntrica’.
Coincido contigo: los maestros que tuvimos por aquellos andurriales del siglo pasado ni siquiera sabían leer en los textos lo que pudiera haber de provocativo (e incitador para nosotros). Se ceñían al programa sin hacer mayores aportaciones, sin iniciativas.
Me gusta eso que dices de ‘toma transgresión hacia uno mismo, hacia o desde dentro’. Salir del cómodo sillón donde sesteamos por los siglos de los siglos, a ver si nos va luciendo.
Gracias por tan fructífero comentario. (Por cierto: pendiente leer a César Mallorquí. Gracias también por el apunte).
Un abrazo con mucha nocturnidad.